Hugo Aboites
La llegada de la era Trump viene a desestabilizar de fondo no sólo la idea del desarrollo mexicano a partir del libre comercio y la inversión extranjera, sino las bases mismas de la educación mexicana y sobre todo de la llamada reforma educativa de 2012. Repentinamente, las ideas centrales y más profundas de la reforma educativa (y también de la energética, como ahora es claro) se han quedado sin sustento.
En 1994 entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y se formalizó no sólo el rompimiento con el pasado de economía nacional, sino también, como consecuencia, el abandono de una propuesta educativa que se construyó durante 80 años, cuya huella sobrevive en el artículo 3, II. Allí son visibles los grandes objetivos de la educación pública: justicia, solidaridad, laicidad, creación de nación, progreso científico, comprensión de la problemática del país, democracia como sistema de vida fundado en el mejoramiento económico y social del pueblo, búsqueda de la independencia económica y la continuidad, así como acrecentamiento de nuestra cultura, respeto a la diversidad y prioridad por el interés general. Frente a esta propuesta, que mal que bien, con los millones que pasaron por las aulas construyó al país desde 1920 hasta mediados de los años 80, en los 90 vino sustituida por una propuesta con nuevos referentes: globalización, mercado, internacionalización, libre comercio, privatización, competitividad, inversión extranjera y, por supuesto, calidad.
El contraste entre uno y otro proyecto es evidente: en el primero se habla de valores, de construcción de nación y, subrayamos, de generación de personas y ciudadanos completos; en el segundo, los referentes son procesos de comercialización y producción a escala internacional. Y algunos sostenemos la hipótesis de que este profundo cambio educativo contribuyó de manera importante a la crisis de corrupción generalizada, violencia, individualismo rampante, trampas y abusos electorales, narcotráfico y narcocultura, así como a la pérdida general de hacia dónde conducir al país. Es en parte el fruto de la filosofía educativa de Mexicanos Primero, de ser exigentes y ambiciosos en el desarrollo del capital humano
, es decir, transformar a niños y jóvenes en capital humano competitivo y hábil operador de los procesos de producción y comercialización (2012, pág. 5). Lo cual es el alma de la llamada reforma educativa de 2012. En esa perspectiva incluso el término calidad
no es un concepto inspirador de una transformación de la educación, capaz de nutrir iniciativas diversas, en distintas regiones y conjuntos humanos, sino un marco legal y operativo inflexible a cargo del INEE, PISA, Ceneval, y regulado por la nueva Ley General de Educación, la Ley General del Servicio Profesional Docente que materializa esa filosofía empresarial.
De tal manera que, en el momento en que el país enfrenta una de sus peores crisis de rumbo, se encuentra con que en los últimos 30 años no ha creado una propuesta educativa capaz de fortalecer culturalmente al país y que la existente, la reforma educativa, solamente reitera y profundiza esa carencia de un proyecto educativo de carácter científico y humanista.
De ahí que, a menos de que hubiera una reflexión profunda y decisiones oportunas desde el círculo que define a nivel macro las políticas educativas, el panorama educativo y social se va a ensombrecer aún más en 2017-2018. Sin una sabia propuesta educativa, con un enconado conflicto con el magisterio, en el contexto de un sustrato social cada vez más airado (gasolinazo, devaluación), en medio de una crisis económica y en la perspectiva de una repetición del ritual electoral, se generará una fuerte dinámica de enfrentamientos y de agravamiento en la capacidad de conducción del país por parte de los actuales dirigentes.
Como parte de ese escenario, y como se ha visto desde 2013, el enfrentamiento entre la educación empresarial y la educación que necesitan los mexicanos en uno de los periodos más difíciles del país, no es simplemente conceptual y filosófico, sino profundamente social. Y ahora se verá agravado por el hecho de que repentinamente la crisis del modelo maquilador de país va a significar la crisis de todo el aparato de instituciones y políticas en la educación creadas como sustento de esa apuesta. Universidades tecnológicas y politécnicas, y políticas como la del énfasis en competencias básicas para crear operadores eficientes pueden ahora experimentar una crisis crucial de sentido.
El 2017-2018 debería ser más bien un periodo de debate sobre la educación que necesita el país para un futuro que repentinamente muestra la fragilidad de los términos en los cuales se hizo la apuesta por la globalización. Y ante esa necesidad, la peor respuesta gubernamental sería continuar con la reforma como si nada pasara, porque junto con la crisis económica, energética, social y de conducción, la que vemos en la educación cobrará una factura muy alta para el futuro de la nación. Como en los sismos en 1985 en la Ciudad de México, la posición frente a la crisis de país ya no estará en los tradicionales gobiernos, sino en las iniciativas que de manera autogestiva y desde barrios, comunidades, colonias e instituciones junto con los maestros construyan en los hechos una propuesta de educación distinta. Pero no será fácil, ni inmediata.
Fuente del articulo: http://www.jornada.unam.mx/2017/01/07/opinion/015a1pol
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