Vemos, por primera vez, un movimiento sostenido en todo el país encabezado por mujeres
Sangbida Lahiri
En este invierno de descontento, en cada marcha, en cada manifestación, en cada protesta –desde la Universidad Jawaharlal Nehru hasta la de Jamia o desde la de Aligarh hasta la de Jadavpur–, la primera fila siempre está ocupada por mujeres jóvenes. El país no conocía desde la independencia una agitación política tan duradera, encabezada por mujeres jóvenes, ruidosamente, indefectiblemente y con determinación. ¿Quiénes son estas mujeres jóvenes que protestan, gritan y se rebelan? ¿Son simplemente estudiantes de los campus progresistas de India? ¿O están siendo instigadas por partidos de la oposición? ¿Es su participación meramente accidental o existe un método en esta revuelta?
Ni casualidad, ni instigación: se trata de una opción clara y unánime. Las estudiantes de los campus universitarios de toda India salen a la calle para mostrar que la política del futuro está cambiando rápidamente; que la política del siglo XXI ya no obedecerá más a la retórica de la masculinidad; que ha llegado la hora de hacer política teniendo en cuenta las cuestiones de género y ocupándose de ellas en vez de esos llamamientos ocasionales a condenar a los violadores. El número creciente de mujeres jóvenes que se manifiestan indica que la justicia de género no es una limosna, sino que supone una intervención sistémica en la naturaleza y la lógica de la política propiamente dicha.
Este es el cuadro general, pero hay motivos más matizados que explican por qué las mujeres están dispuestas a sacrificarse en el altar de la agitación política y de los enfrentamientos callejeros. En primer lugar, la ley de modificación de la ciudadanía (Citizenship Amendment Act, CAA) supone una amenaza mayor para las mujeres que para los hombres. Imágenes e informes de los campos de detención en el Estado de Assam lo demuestran. Y las mujeres, no solo de las minorías, sino de todas las procedencias, han empezado a temer la privación de sus derechos civiles. Es un temor fundado, porque el sufragio es una cuestión crucial en un país con un pasado colonial.
En un país como India, donde el proceso de descolonización apenas ha concluido, la identidad nacional de las mujeres es fruto de la construcción de la historia de sus luchas contra el Estado colonial (y también poscolonial). Por consiguiente, la amenaza de perder el derecho al voto o de verse privadas de la ciudadanía les afecta profundamente. Es una cuestión de supervivencia para las mujeres universitarias, que saben cuánto les ha costado contar finalmente con una voz. Por eso son mucho más propensas a resistirse a la ley, pues consideran que afecta a un aspecto fundamental de la justicia de género.
En segundo lugar, el temor a quedarse sin documentación. En India, las mujeres de varias condiciones socioeconómicas se ven a menudo privadas de documentos oficiales. Desde la década de 1990, la preocupación del Estado por los cuidados pre y posnatales en las zonas rurales hizo que muchos partos fueran asistidos por comadronas, lo que complicaba las posibilidades de certificar los nacimientos; el porcentaje de registro de matrimonios sigue siendo arbitrario; muchas mujeres no poseen bienes inmuebles a su nombre; y están sometidas al cuidado del padre o del marido después del matrimonio. Así, la implementación de la CAA y del registro nacional de ciudadanía (National Register of Citizenship, NRC) establece un nuevo orden, una nueva definición del margen y una nueva hegemonía, lo que supone una grave amenaza para las mujeres de todas las comunidades, castas y clases.
La creciente alfabetización del mundo rural y la movilidad urbana de las mujeres ya no permiten ocultarles estos peligros. Estas mujeres jóvenes representan en muchos casos la primera generación de su familia en cursar estudios universitarios. Para ellas, verse postergadas a un estado de falta de libertad, que han podido ver en sus madres o abuelas, ya no es aceptable. De ahí que todo lo que ponga en peligro la realización de sus aspiraciones y obstaculice su movilidad le lleve a participar decididamente en las protestas contra la ley discriminatoria.
La alfabetización es, de hecho, otra razón en sí misma de la mayor participación de las mujeres. El aumento sustancial del número de estudiantes femeninas en la educación superior implica que ahora las jóvenes viajan más, se alojan en residencias o pisos compartidos, con lo cual se vuelven independientes y controlan sus propias vidas. Esta emancipación de la familia y el mayor sentido de la propiedad de su persona las animan a expresarse, a rebelarse y a levantar la voz, incluso contra el Estado. Esta capacidad se ve reforzada gracias a la tecnología: un mundo digital más rápido está cambiando la manera en que las generaciones más jóvenes de mujeres se relacionan con el mundo, en muchos casos adaptando la tecnología a un ritmo más rápido que los hombres.
El uso de teléfonos inteligentes y la participación en colectivos a través de las redes sociales son factores cruciales que contribuyen a adquirir un mayor sentido de la libertad y desempeñar un papel más activo en la opinión pública y el espacio público. La digitalización del espacio es por tanto un instrumento formidable en la movilización política de las estudiantes. Las mujeres no están dispuestas a renunciar a todo ello en nombre de simples documentos y decretos perversos sobre la ciudadanía. Asimismo, entre las usuarias más jóvenes se denota un apetito de información y datos que este gobierno deniega insistentemente, con lo que la juventud se muestra temerosa de su futuro y su bienestar.
Finalmente, podemos concluir con un motivo retrospectivo para explicar el aumento de la presencia de mujeres en las manifestaciones. Este motivo puede parecer inocuo desde la distancia temporal, pero no lo es. Si miramos atrás con esmero, observaremos que la generalización del almuerzo en las escuelas en el segundo ciclo de primaria comenzó durante el primer mandato del gobierno de la Alianza Progresista Unida en 2004. La idea entonces consistía en atraer a niños y niñas a ir a la escuela con el fin de reducir la tasa de abandono escolar y proveer a las chicas de suplementos nutritivos. En los años subsiguientes, la comida de mediodía fue un éxito arrollador, reduciendo tanto el absentismo como el desequilibrio de género en las escuelas. Las niñas de familias pobres, que de este modo se veían incentivadas a asistir a clase, se hallan ahora en el grupo de edad de 18 a 25 años.
Son las que se han beneficiado de la expansión de la enseñanza y conocen los imperativos éticos de la educación pública libre y del aprendizaje sin trabas al margen de los orígenes de cada una. Así, en estas circunstancias, si saben que una ley como la CAA va a privarles a ellas o a sus madres de sus derechos de ciudadanía, o a ambas, o si saben que debido a su origen familiar van a ser enviadas a campos de detención, que se les denegarán sus derechos como ciudadanas o temen perder sus títulos y sus derechos por simples decisiones arbitrarias, ¿qué van a hacer? Harán lo que tienen que hacer: encabezar valerosamente las manifestaciones de protesta en todo el país.
Sangbida Lahiri es profesora del Departamento de Estudios Asiáticos y Sudasiáticos de la Universidad de Calcuta, Kolkata.
https://thewire.in/women/caa-nrc-protests-women
Traducción: viento sur
Fuente de la Información: https://vientosur.info/spip.php?article15545