Juan J. Paz y Miño C.
Entre enero de 1995 y agosto de 2004 mantuve una columna semanal en diario HOY de Quito, bajo el espacio denominado “Desde el Baúl”. Estuve revisando los artículos de esa época, con el propósito de preparar un libro que contenga tan vasto material.
Entre esos artículos hay varios en los que traté el tema laboral de la época. Tres de ellos tienen títulos sugerentes: “Para el debate: las 48 horas”; otro, “Mobbing” y el siguiente, “Carta contra estudio laboral 2003”. Pertenecen a los años de inicio del nuevo milenio, cuando avanzaba, indetenible, el neoliberalismo económico y las exigencias empresariales de entonces apuntaban al aumento de la jornada, el recorte de indemnizaciones y otras “flexibilidades” laborales, que pasó a ser el término de moda, y que igualmente avanzó, sobre todo con los gobiernos de Gustavo Noboa (2000-2003) y Lucio Gutiérrez (2003-2005), con quienes se precarizaron las relaciones de trabajo y se introdujo la jornada por horas y la tercerización.
El artículo sobre el “moobing” se refiere a la nueva fórmula empleada por los patronos para lograr la renuncia de algún trabajador, sin necesidad de despedirlo. Se utiliza, entre otros mecanismos, el acoso laboral y psicológico, la asignación de tareas acumulativas, cambios sistemático de órdenes, exclusión física, cambio permanente de rutinas, desvalorización de sus tareas, etc.
La “Carta” se refiere a un estudio pedido por una de las cámaras de la producción a una empresa consultora, que concluye, campantemente, que Ecuador tiene una legislación laboral atrasada, pues el Código es de 1938, que el salario es alto, la jornada limitada y que los empresarios se ven cercados por tantas responsabilidades legales frente a los trabajadores. Es un estudio imaginativo, sin pies ni cabeza, contra el cual bien valían las afirmaciones contrarias de estudios serios como los de la OIT, el Banco Mundial y la Cepal, a los que hago referencia en ese artículo.
Pero voy a reproducir totalmente el artículo sobre las 48 horas. Dice así:
<< La expedición de las Leyes de Indias, en el siglo XVI, ocasionó el revuelo entre los conquistadores españoles. Para ellos, interesados en dominar indios, tales leyes eran desastrosas. Además, resultaba un atentado contra la producción, el trabajo y la riqueza, querer imponer la “protección” de los indios. La introducción de la jornada de ocho horas laborables -en las Leyes de Indias-, la primera en la historia, fue resistida. Y los encomenderos no podían soportar aquella disposición que también introdujo el descanso durante los sábados “para que los indios pudiesen ser convenientemente adoctrinados en las cosas del alma. El encomendero que hiciese trabajar al indio en sábado, pierde el producto del trabajo y el jornal de ese día a beneficio del indio agraviado”.
Cuatro siglos de sufrimientos y luchas de los trabajadores tendrían que pasar para que el tema de la jornada de trabajo llegara a convertirse en problema de interés mundial. La Primera Conferencia Internacional del Trabajo, celebrada en Washington, en 1919, consagró el principio de la jornada de ocho horas diarias y 48 semanales. La investigación sobre los resultados de este sistema, publicados por la OIT (Organización Internacional del Trabajo) en 1925-26, concluyó señalando que la implantación de la jornada de 8 horas “ejerce una acción estimulante sobre el progreso técnico” y que ejerce igual acción “sobre el rendimiento propio de los obreros, rendimiento que mejora en cantidad y calidad”. El progreso en la consideración de la jornada de trabajo no se detuvo y en 1935, un nuevo Convenio internacional, reconoció el establecimiento de la semana de trabajo de cuarenta horas, jornada que el “rey del automóvil”, Henry Ford ya la había establecido en sus empresas casi una década atrás, ocasionando el escándalo de una serie de empresarios norteamericanos que creían ver, en ese “mal ejemplo”, una traba para la economía.
A pesar de la oposición de muchos empresarios, que creían ver el “comunismo” a las puertas, en agosto de 1938 se expidió en Ecuador el primer Código del Trabajo, que consagró la jornada de 8 horas diarias y 44 semanales, que, paradójicamente, también había sido una propuesta planteada al interior del Primer Congreso de Industriales ecuatorianos, realizado tres años antes. Pero en septiembre de 1939, a fin de promover “el incremento de la producción nacional”, un decreto del entonces Presidente Aurelio Mosquera Narváez, facultó a los patronos a exigir 48 horas sema-nales, pero eso sí, con un recargo del 100 % de la remuneración.
De manera que en Ecuador hemos experimentado desde jornadas superiores a las 8 horas diarias, hasta jornadas de 44 y de 48 horas laborables semanales. Y seguimos con una economía subdesarrollada, con trabajadores pobres y con sueldos miserables. Más aún en un mundo que tiende a reducir la jornada (36 horas ya existen en varios países), en virtud del progreso científico-técnico. Cuando se propone revivir la jornada de 48 horas (aún la de 44 o la de 45), con los mismos argumentos de otras épocas y tratando de lograr eficiencia a costa de los trabajadores, la propuesta nos hace pensar si estamos progresando frente a lo que ya tuvimos o si ahora tratamos, otra vez más, de regresar al pasado.>>
Aunque resulte larga esta reproducción, el texto permite comprender el conservadorismo ideológico persistente de nuestra clase empresarial hegemónica. Hoy, como hace 15 o 20 años atrás, añora jornadas superiores a las 8 diarias y a las 40 semanales. La propuesta actual pretende extender a 12 horas durante 3.5 días la jornada. No contempla aumento del salario y suprime el pago de horas extras o suplementarias.
La elite empresarial piensa todavía que para ser eficiente y competitiva, requiere precarizar y flexibilizar el trabajo, sin que importe el ser humano. Es una visión de origen colonial, que ha impedido modernizar al país, para que, sobre la base de una radical redistribución de la riqueza, logre bienestar colectivo, con mejoramiento de la calidad de vida y de trabajo de la población.
Autor: Juan J. Paz Y Mio C.