Los talibanes continúan oprimiendo a las mujeres en Afganistán, según HRW

Redacción: La Vanguardia

Los talibanes continúan aplicando sus severas medidas en contra de las mujeres y cercenando las libertades sociales en Afganistán, según un indica Human Rights Watch (HRW) en un informe publicado hoy y que contradice las recientes declaraciones del grupo radical sobre una flexibilización de algunos de su postulados rigoristas y la abolición de sus duras regulaciones.

El informe está basado en 138 entrevistas, hechas entre enero de 2019 y abril de 2020 a maestros, ancianos, estudiantes, miembros de la comunidad y talibanes en las provincias de Kunduz, Wardak y Helmand.

LA EDUCACION DE LAS NIÑAS

Aunque los talibanes aseguran que «ya no se oponen» a la educación de las niñas, en el terreno «muy pocos (de ellos) realmente permiten que asistan a la escuela después de la pubertad», mientras que «otros no permiten» que lo hagan «en absoluto», indicó el informe.

Aunque en los distritos de Kunduz los talibanes han permitido que funcionen las escuelas para niñas, en las áreas que controlan en el sur de Helmand no hay escuelas para niñas, y han implementado el pago de «impuestos» a quienes enseñen en las de regiones vecinas.

SIN JUSTICIA NI LIBERTAD

De acuerdo con HRW, en los tribunales dirigidos por los talibanes, las mujeres y niñas que son víctimas de violencia doméstica no reciben «ni siquiera la posibilidad limitada de justicia» que existe en los tribunales estatales.

Con respecto a la libertad de expresión, el informe denuncia que los medios de comunicación solo pueden ingresar en las áreas controladas por los talibanes siempre que consigan su permiso explícito.

Además, «los comandantes talibanes han amenazado y atacado a periodistas por informes críticos», sostuvo.

El informe aseguró además que los talibanes prohíben en algunos distritos el uso de la televisión y de teléfonos inteligentes y los residentes que pueden hacer uso de ellos lo hacen de manera clandestina.

VICIO Y VIRTUD

En los distritos bajo control talibán siguen actuando los controles de «moralidad» impuestos a partir de 1996, cuando el grupo radical tomó el poder en Afganistán y estableció una «policía contra el vicio y por la virtud».

Según HRW, los talibanes vigilan la adhesión de los residentes a sus normas sobre vestimenta, longitud de la barba, o asistencia de los hombres a las oraciones de los viernes.

En las comunidades bajo el control talibán está prohibido cualquier contacto con el Gobierno afgano, y quienes lo hacen son acusados de ser espías, según la investigación.

Las acusaciones de la organización internacional denuncian una brecha entre las declaraciones oficiales de los talibanes sobre los derechos y las posiciones restrictivas adoptadas por estos sobre el terreno.

Según HRW los talibanes están lejos de un consenso interno sobre sus propias políticas, de manera que «alcanzar un acuerdo sobre las disposiciones de derechos humanos en un acuerdo de paz (con el Gobierno afgano) no necesariamente dará como resultado su implementación a nivel local».

EL RECHAZO DE LOS TALIBANES

“Esto está completamente equivocado y rechazamos este informe. Human Rights Watch prepara dichos informes solo para propaganda y trata de difamar al Emirato Islámico (como se autodenominan los talibanes)», dijo a Efe el portavoz talibán Zabihullah Mujahid.

Refiriéndose a las acusaciones sobre el derecho a la educación, el portavoz aseguró que aunque están en guerra, han hecho «todo lo posible» para mantener las escuelas abiertas.

«En absoluto, no prohibimos las escuelas de niñas», aseveró el portavoz, que negó además todas las acusaciones relacionadas con la libertad de expresión o comunicación y aseguró que que «nunca» se han prohibido.

Se espera que en las próximas semanas representantes del Gobierno afgano y los talibanes celebren en Doha su primera reunión directa con la intención de comenzar un proceso de paz.

Entre otros temas, las partes tratarán sobre los derechos de las mujeres, la libertad de expresión y otros valores sociales y democráticos que los afganos ganaron desde 2002 cuando los talibanes fueron expulsados del poder.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/politica/20200630/482038725908/los-talibanes-continuan-oprimiendo-a-las-mujeres-en-afganistan-segun-hrw.html

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Inglaterra: Mujeres con motivos para temer a los hombres

Europa/Reino Unido/28 Febrero 2019/Fuente: El país

Un centro psiquiátrico británico con toda la plantilla femenina asiste a maltratadas que no quieren ser atendidas por varones

Una habitación propia no es solo un espacio físico. Es una geografía íntima, un símbolo de autonomía. Hace casi un siglo, Virginia Woolf se preguntaba qué necesitaban las mujeres para escribir. Y hace tan solo dos décadas, una enfermera inglesa, Shirley McNicholas, se preguntaba qué necesitan las mujeres. Así, a secas. Con esta idea nació la residencia Drayton Park de Londres, una casa de crisis (crisis house)pensada para ser una alternativa a la hospitalización psiquiátrica tradicional. Aquí ingresan de forma voluntaria las mujeres que tienen un episodio de sufrimiento psíquico, también las que tienen hijos y no pueden dejarlos con un familiar. Forma parte del NHS, el sistema público de salud del Reino Unido, y lleva en funcionamiento desde 1995.

Ese año, McNicholas decidió desafiar la psiquiatría hegemónica que obviaba por qué las mujeres desarrollaban problemas específicos de salud mental. “Yo trabajaba en un hospital público, en la planta de salud mental. Veía cómo ataban a las pacientes y las medicaban sin preguntarles qué les ocurría realmente. Estaba muy involucrada en el movimiento feminista y veía que las mujeres de mi alrededor habían sufrido violaciones, abuso sexual, violencia física y psicológica por parte de sus parejas…”, relata. Se reunieron durante un año y recibieron una subvención del Gobierno para ponerlo en marcha. “Diseñamos un sistema diferente para acompañar a mujeres a quienes el simple hecho de que el profesional del hospital fuese un hombre ya las aterraba, por todo el maltrato que habían sufrido por parte de hombres a lo largo de su vida”, explica.

La de Drayton Park es la primera y única crisis house en el mundo dirigida solo por y para mujeres. Además, en esta está permitido que las mujeres ingresen con sus hijos. “La casa puede albergar a cuatro menores a la vez. Aquí vienen muchas madres solteras; mujeres que han sido maltratadas, que han conseguido salir de esa relación de violencia pero que están solas en la crianza. Suelen tener problemas de ansiedad y depresión a causa del maltrato y, aunque consiguen sacar al niño adelante, a veces tienen una crisis. Esta casa es perfecta para ellas porque en una unidad psiquiátrica convencional no se permitiría el ingreso con menores”.

Joyce (29 años) pide no incluir su nombre real en este reportaje: “No quiero que el día de mañana mi hijo se entere por Internet de que su madre era violada por su padre”. Tras una crisis de ansiedad, ingresó por voluntad propia en Drayton Park. “Me fui de casa tras una discusión muy violenta con mi novio. Una vecina me había hablado de la crisis house, no sabía dónde ir así que me presenté allí”, explica.

Cuando llega una mujer con hijos, se evalúa la situación. “Muchas vienen antes de que la crisis se agrave, evitando dos cosas: el ingreso involuntario en un hospital cuando la situación ya es insostenible y que Servicios Sociales se hagan cargo del menor”, señala McNicholas.

Otro de los objetivos de este proyecto es evitar que las pacientes revivan traumas pasados. Es el caso de Andie Rose, que durante 10 años, antes de llegar a Drayton Park, entraba y salía de hospitales psiquiátricos. “Me ingresaban una y otra vez contra mi voluntad, sin que yo pudiese explicar por qué vivía aterrorizada o por qué quería autolesionarme”, comenta.

Rose solía romper ventanas para hacerse cortes con los cristales. Su peor recuerdo, sin embargo, es verse tumbada en una cama de hospital mientras la ataban. Correas que trepaban y se enroscaban en su cuerpo como lenguas de serpiente. “Cada ingreso era una pesadilla. Había sufrido abusos sexuales y maltrato, y el personal que me atendía y me ataba estaba todo compuesto por hombres. Eso lo hacía todo aún peor. Me sentía como un animal. Llegué a un punto en el que prefería morirme antes que volver a entrar en un hospital”, explica. En 2004 conoció la iniciativa de Drayton Park y asegura que su vida cambió: “En mis peores crisis, siempre he venido aquí”.

Este centro tiene capacidad para albergar a 12 mujeres, cada una en una habitación propia con cama, sábanas con estampados —no blancas como en los hospitales—, un armario y un baño. “Es como estar realmente en una casa”, señala Rose. Cada residente tiene la llave de su habitación. Al principio se habla con ellas de las normas: no se pueden consumir drogas ni alcohol. “Si alguna mujer tiene ganas de hacerlo, se habla con ella y se le ofrecen otras alternativas. Lo mismo ocurre con la autolesión. Si quieren hacerse daño, hablamos con ellas. En el caso de que quieran hacerlo, les podemos ofrecer cuchillas limpias para que no haya infecciones”, explica McNicholas. Siempre se les ofrecen opciones: una ducha caliente, hablar, un masaje, chillar en una habitación… “Prohibirles hacer algo es contraproducente. La realidad es que la inmensa mayoría acaban por preferir una de estas alternativas antes que autolesionarse”.

En el caso de Rose ha sido así. “Al principio quería hacerme daño constantemente. Ellas me ayudaron a canalizar ese dolor de otras formas. Me escuchaban sin asustarse de lo que les contaba. Las últimas veces que he autoingresado aquí ni siquiera he pensado en cortarme”, asegura.

Llamar antes de entrar

El equipo está compuesto por diez profesionales (trabajadoras sociales, psicólogas y enfermeras) disponibles las 24 horas. Las mujeres en crisis pueden estar un máximo de cuatro semanas, aunque la media de estancia es de 19 días. Cada mañana, una trabajadora se acerca a las habitaciones para preguntarles qué tal están. “La regla es que nunca se entra en una habitación sin permiso. Se llama a la puerta tres veces y si no contesta, avisamos de que vamos a entrar para ver si están bien”, apunta McNicholas. Forma parte de lo que llaman alianza terapéutica: “Aunque sea para decir que no tienen ganas de hablar, todas responden porque sienten que pueden decidir qué quieren hacer. Esto, unido a que el ingreso es voluntario, les da control y la relación de poder cambia”.

Además, el NHS incluye el servicio de acompañamiento posterior. Beatriz, una enfermera española en Londres, forma parte del equipo de crisis y explica que realizan un seguimiento a pacientes con problemas de salud mental en sus casas. “Nuestra labor también es de transición para las personas que se dan de alta en Drayton Park. Volver a su vida normal puede ser un shock, así que visitamos y acompañamos a esa persona durante las seis semanas posteriores a la salida de la crisis house”, concreta.

La psicóloga clínica María Alonso es parte de un colectivo que quiere poner en marcha una iniciativa similar en Madrid. Ella y la psiquiatra Belén González visitaron la residencia de Drayton Park tras escuchar a McNicholas en una conferencia organizada por la Asociación Madrileña de Salud Mental. “La psiquiatría convencional siempre ha sido patriarcal. Igual que en la sociedad se negaba la violencia hacia la mujer, esto también ocurría en el ámbito de la salud mental: se ha obviado la violencia contra las mujeres como raíz de muchos problemas de salud mental”, explica la psiquiatra.

Ambas profesionales están batallando para importar la idea. Su objetivo no es solo ofrecer acompañamiento a las personas que lo necesitan, sino preguntarse de dónde procede ese sufrimiento. “A menudo la locura es una denuncia del sistema, que está expresando todas esas violencias a las que nos vemos sometidas y no se pueden tolerar”.

“NO PODÍA AVISAR PORQUE ESTABA ATADA”

Alicia (nombre falso) se considera una “superviviente de la psiquiatría”. Tiene 44 años e ingresó por primera vez en una Unidad de Agudos (ahora Unidad de Hospitalización Breve) con 19. “Empecé a trabajar y tuve mi primer brote psicótico. Los médicos me pedían que me quedara en la cama, pero yo no entendía por qué”. Alicia se levantaba y en una de esas ocasiones “me hicieron una maniobra de contención: se abalanzaron sobre mí, me inmovilizaron. Estuve aterrada toda la noche, muriéndome de sed, sin poder tocar el timbre porque estaba atada. Yo pensaba que allí me iban a ayudar y no fue así”.

La ONU declaró en 2013 que la contención mecánica es tortura. Olaia Fernández, psiquiatra y parte de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, confirma que esta práctica se sigue aplicando en España. “Cada unidad de psiquiatría la regula según sus propios protocolos. Estos protocolos deben ser de excepcionalidad y cada hospital debería tener un registro, pero no hay datos reales”.

Imagen tomada de: https://ep01.epimg.net/sociedad/imagenes/2019/02/24/actualidad/1551023755_640154_1551025449_noticia_normal_recorte1.jpg

Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/02/24/actualidad/1551023755_640154.html

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Ravensbrück, el campo de concentración para mujeres del que nadie quería hablar

Por: Hector G. Barnés

El 30 de abril de 1945, alrededor de 3.500 prisioneras del campo de Ravensbrück, malnutridas y muchas de ellas al borde de la muerte, fueron encontradas y liberadas por el Ejército Rojo en su avance sobre Alemania. Puede parecer el final de uno de los episodios más dramáticos de la locura nazi, pero era tanto el epílogo a los horrores del campo de concentración como el prólogo de una larga historia de olvido, humillación y desprecio a las supervivientes del campo alemán, que se acostumbraron a ver cómo se dudaba de su palabra.

Si hoy en día conocemos lo ocurrido ha sido gracias al esfuerzo de algunas de sus supervivientes por contarlo, especialmente a partir de los años 90, cuando algunas académicas feministas alemanas empezaron a indagar en las memorias de mujeres que, hasta la fecha, habían preferido callar. La última de ellas es Sarah Helm, la autora de “Ravensbrück: Life and Death in Hitler’s Concentration Camp for Women” (Bantam Dell), quizá la obra definitiva sobre lo ocurrido entre mayo de 1939, apenas cuatro meses antes de la guerra, y abril de 1945.

“Ravensbrück fue el único campo de concentración nazi construido para mujeres”, explica la autora en un fragmento del libro reproducido en “Long Reads”. “Tomó su nombre del pequeño pueblo que colinda con la ciudad de Fürstenberg y que se encuentra a unas cincuenta millas al norte de Berlín”.

Su localización fue otro motivo más para que no se hablase de lo allí ocurrido: el acceso a los terrenos propiedad de Himmler, intencionadamente lejos de las miradas de los viajeros, quedó en la República Democrática Alemana, por lo que durante décadas fue terreno vedado para los historiadores occidentales que quisieron comprobar con sus propios ojos lo que algunos testimonios contaban.

Los datos son confusos, ya que todos los documentos fueron quemados en una pira o en los hornos crematorios y arrojados a las profundidades del lago que se encontraba al lado del campo (como recuerda Helm, a Himmler le gustaba que los campos de concentración fuesen construidos en bellos parajes). La autora calcula que en Raensbrück murieron entre 30.000 y 90.000 mujeres. En su peor momento, 45.000 vivieron en sus habitáculos, muy probablemente hacinadas, ya que Himmler mandó construir un campo de tamaño pequeño, a pesar de los avisos de compañeros como Rudolf Höss, que le recordaban que, si estallaba la guerra, se iba a quedar corto muy pronto.

Una cosa en común: eran mujeres

Uno de los datos que sorprenden a los que conocen la existencia de Ravensbrück, explica la autora, es que un porcentaje muy pequeño de las víctimas (apenas un 10%) eran judías. La composición de la población del campo era muy diversa, y por lo general, exceptuando a los niños, tan solo tenían una cosa en común: eran mujeres. La mayoría de sus 2.000 habitantes iniciales eran alemanas que se habían opuesto a Hitler. Entre esas primeras pobladoras destacaba un populoso grupo de 500 testigas de Jehová, que consideraban a Hitler “el Anticristo” y que ya habían pasado por Moringen, antes de que este fuese reconvertido en una prisión juvenil. Su fe en Dios, y no en el Führer, fue lo que las condujo a Ravensbrück.

Otro importante contingente era el formado por las mujeres comunistas y antiguos miembros de la Reichstag que habían sido detenidas a lo largo de la década de los 30, además de miembros de la intelectualidad como la pintora Gerda Lissack. Como ocurría a menudo en los campos de concentración nazis, la mayor parte de sus habitantes eran aquellas que las autoridades de la SS consideraban desechos sociales: prostitutas, criminales y gitanas. A lo largo de su historia, unas 130.000 mujeres pasaron por el campo, donde fueron “golpeadas, obligadas a pasar hambre y a trabajar hasta la muerte, envenenadas, ejecutadas y gaseadas”.

A este primer grupo se le añadieron durante la guerra varios miembros de los equipos de operaciones especiales de los Aliados, detenidas tras aterrizar en paracaídas sobre suelo alemán. También miembros de la resistencia francesa. Es el caso de Anise Postel-Vinay, una de las últimas supervivientes de Ravensbrück y que contó su historia en ‘Vivir’ (Errata Naturae). Capturada en Le Havre, pronto comprendió lo que le esperaba: “Al ver a aquellas mujeres desfiguradas, grises, con la mirada ausente, nos asustamos. De repente sentimos que entrábamos en una zona de muerte”. Se calcula que en sus barracones fueron encerradas 8.000 francesas, 1.000 holandesas, 18.000 rusas y 40.000 polacas (y tan solo 20 inglesas, una de las razones por las que, sospecha Helm, no se ha escrito mucho sobre el tema).

Muchas de las supervivientes se negaban a hablar con la autora sobre lo ocurrido, como Yvonne Baseden, miembro de las Fuerzas Especiales, que le preguntó “¿No puedes escribir sobre otra cosa? Es horrible”. Las presas llevaban un triángulo de color que identificaba su categoría y nacionalidad, algunas de ellas tuvieron que afeitar su cabeza (como las checas y las polacas), y la mayoría de ellas eran obligadas a trabajar en la fábrica de Siemens que se encontraba al lado del campo, construyendo componentes del cohete V-2. A partir de agosto de 1941, la cosa empezó a empeorar: cada día morían unas 80 internas por enfermedades relacionadas con el hambre. Las prisioneras judías empezaron a ser deportadas a Auschwitz en el verano de 1942.

Algunas de las presas que se quedaron, especialmente las polacas, se vieron sometidas a experimentos médicos. Uno de ellos consistía en probar sulfonamidas cortando e infectando huesos, músculos y nervios de las mujeres para infectarles con bacterias a través de piezas de madera o cristal. El otro consistía en intentar trasplantar huesos de una mujer a otra, lo que en la mayoría de los casos, las dejó mutiladas. Además, entre 120 y 140 mujeres romaníes fueron esterilizadas en enero de 1945 a través de la (falsa) promesa de que, si lo aceptaban, serían liberadas. En los días finales del campamento, los oficiales de la SS obligaron a 24.500 supervivientes a caminar hacia Mecklenburg huyendo del Ejército Rojo en una de las marchas de la muerte más terribles que se recuerda. Muchas de las que quedaron no tuvieron mejor suerte, ya que fueron violadas por los soldados rusos.

Los testimonios de las supervivientes coinciden en señalar que fue el compañerismo entre las víctimas lo que permitió que saliesen adelante. Muchas diseñaban sus propios efectos personales (brazaletes, colgantes, muñecas) como recordatorios de su sentido de humanidad. La propia Postel-Vinay lo recuerda en su libro: “La solidaridad entre mujeres nos salvaba. Era una necesidad vital. Nos ayudábamos mutuamente. Cuando una amiga caía enferma, hacíamos todo lo posible por ayudarla”.

El silencio cómplice

A pesar de todo, no ha sido hasta hace relativamente poco que se ha empezado a hablar en profundidad de lo ocurrido en Ravensbrück. En 1946, tuvieron lugar los juicios de Hamburgo en los que las guardias, acusadas de crímenes de guerra y contra la humanidad, fueron sentenciadas a la muerte. Pero tuvieron que pasar décadas para que los testimonios completos fuesen escuchados. En parte porque, como hemos explicado, los rusos impidieron a muchas investigadoras, como la oficial Vera Atkins, acceder al campo. Este, por otra parte, fue en muchos casos considerado un campo de trabajo y no de concentración, lo que, a ojos de muchos, suavizaba lo ocurrido.

Durante décadas, la historia de Ravensbrück se partió en dos. Como explica Helm, en la zona soviética el campo se convirtió en un santuario para las heroínas comunistas caídas, y en Occidente, simplemente, desapareció. No solo por la imposibilidad de acceder al territorio y por la desaparición de todos los documentos, sino porque en muchos casos no se quiso escuchar a las supervivientes. No ayudó que los archivos sobre el juicio de Ravensbrück estuviesen clasificados hasta casi los años ochenta.

Una de las historias rememoradas por Postel-Vinay en su libro resume bien el clima de rechazo que existía hacia aquellas que se atrevían a contar lo ocurrido. Cuando explicó en la televisión que el profesor Karl Gebhardt había seleccionado a varias mujeres para realizar “experimentos humanos” con gérmenes del tétanos y la gangrena gaseosa que introducía en el hueso de las conocidas como “kaninchen” (“conejas”), el médico con el que compartía plató la tomó por mentirosa. “No solo no me creyó, sino que encima se puso hecho una furia”. Ese fue su principal pecado, no solo durante el auge del nazismo y durante la Guerra, sino también en las décadas que siguieron: eran mujeres.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-11-27/ravensbruck-campo-concentracion-nazi-mujeres_1291431/

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La violencia y el riesgo de defender en América Latina

Por: Andrea Costafreda

En una callejuela sin asfaltar de La Esperanza, en la habitación principal de una casa bajita y humilde, Eva y el resto de Las Hormigas nos explican cómo ofrecen apoyo a las mujeres que se atreven a pedir ayuda. Trabajan brindando protección y asesoramiento legal, psicológico y médico a mujeres sometidas a violencias cuyos orígenes se entrecruzan y refuerzan: la violencia del crimen organizado, la de la trata, la violencia de género, la del conflicto por los recursos, o la violencia política. Cada vez que escuchamos un ruido en la puerta, sus miradas atentas expresan preocupación y parecen preguntar: “¿esperamos a alguien?”. Son valientes, pero el miedo se ha instalado en las reuniones, en las alcobas, entre las ollas, en la realidad de cada pequeño acto cotidiano. Nuestra conversación ocurre en el epicentro lenca, en Honduras, allí mismo donde hace algunas semanas fue asesinada la activista ambiental Berta Cáceres. “Si se atrevieron con ella, con un Goldman, lo que nos puede pasar a nosotras”.

Lamentablemente, este miedo tiene fundamento. A pesar de los avances registrados en los últimos años, América Latina sigue siendo la región más desigual del planeta. La violencia y la desigualdad tienen una estrecha relación. Nueve de las diez ciudades más peligrosas del mundo son latinoamericanas. La región registra las tasas de muerte violenta más altas a nivel mundial (sin incluir los conflictos armados). La desigualdad extrema, en una región donde 32 personas acumulan la misma riqueza que la mitad de su población más pobre, debilita la cohesión social por distintas vías: mermando la confianza interpersonal y el capital social, erosionando la confianza en el sistema político y la democracia, y alimentando el conflicto violento.

Con el período de bonanza económica que ha vivido la región – la «década dorada» según The Economist – se ha producido lo que Albert Hirschman describe como el «efecto túnel«, al referirse a la irritación que generan las diferentes velocidades que operan en el reparto de la prosperidad. En la metáfora utilizada por el destacado intelectual alemán, la sensación de crispación se compara con la frustración que se siente al estar parado con el coche en un túnel, en medio de un gran embotellamiento. Una sensación a la que se le suma el enojo cuando vemos que la circulación empieza a mejorar porque la fila de coches a nuestro lado se mueve cada vez más rápido, pero la nuestra continúa parada. Podemos soportar con resignación un atasco generalizado, pero no toleramos una situación injusta que nos deje rezagados cuando los otros se benefician cada vez más de un contexto favorable. ¡O todos, o nadie!

Pero además, hay una modalidad de desarrollo que reside en la base de esta prosperidad asimétrica y tiene impacto directo en el recrudecimiento de la violencia. El modelo económico extractivista y neoextractivista, atiborrado por el boom de las commodities, ha encendido la conflictividad por el acceso y uso de los recursos naturales a niveles inéditos en la región, y lo ha hecho en abierta colisión con el ejercicio de los derechos económicos, ambientales y colectivos de las poblaciones más vulnerables. Según Front Line Defenders, el 41% de los asesinatos de personas defensoras de los derechos humanos, en América Latina, está vinculado con luchas ambientales, por el derecho a la tierra, el territorio o la defensa de pueblos indígenas.

Para denunciar esta situación, Oxfam acaba de publicar El Riesgo de Defender. En este informe, se alerta sobre una doble realidad. Por un lado, el incremento preocupante de la violencia contra las y los defensores de los derechos humanos en la región, y su relación con la creciente conflictividad ligada al modelo extractivista. Por el otro, el alarmante contexto de impunidad y criminalización del activismo, el riesgo creciente del ejercicio de defender, en el marco de un frágil estado de derecho, ineficaz y omiso ante las injusticias y capturado por los intereses de los grupos de poder.

El año pasado, de los 220 asesinatos de personas defensoras de los derechos humanos a nivel global, 185 se produjeron en América Latina. Una violencia que ha recrudecido en Brasil, Guatemala, Honduras, Perú e, incluso, en el contexto de las negociaciones por la paz en Colombia. La situación se torna todavía más brutal en el caso de las mujeres defensoras, sumándose así a las violencias que ellas sufren cotidianamente, víctimas de un sistema de creencias patriarcal.

Pero además, tal como advierte la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, uno de los grandes problemas que afectan a las defensoras y defensores es la falta de investigación sobre los ataques de los que son víctimas, lo que ha acentuado la situación de vulnerabilidad en que se encuentran. El Informe de Oxfam indica que, de las 63 personas defensoras asesinadas en Colombia durante el año 2015, 21 habían denunciado previamente amenazas y 4 estaban bajo el cuidado de la Unidad Nacional de Protección. En Honduras, de las 14 personas con medidas cautelares de la CIDH, 4 han sido asesinadas en los últimos años. La ineficacia del Estado para proveer seguridad, protección y un acceso universal e independiente a la justicia, explican estos gravísimos hechos para la institucionalidad democrática de la región.

Aquel día, en La Esperanza, esas valientes defensoras hondureñas me contaban que ellas, como las hormigas, eran pequeñas y vulnerables, fáciles de aplastar por criaturas mucho más grandes, agresivas y brutales. Sin embargo, que cuando se juntaban, se organizaban y actuaban colectivamente, podían llegar a mover montañas, que podían picar y picar fuerte, impidiendo que los de siempre, continúen dándoles pisotones.

Tomado de: http://blogs.elpais.com/contrapuntos/2016/11/violencia-riesgo-de-defender-america-latina.html#more

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