Autor: Enver Torregroza
Desde que se volvió una moda desestimular la enseñanza de contenidos en colegios y universidades la educación anda patas arriba. Ahora los chicos son buenos para la opinadera, pues no se le enseña nada. Y lo hacen con preocupante exceso de confianza sin nunca atreverse a cuestionar críticamente su propio saber.
Desde que se volvió una moda desestimular la enseñanza de contenidos en colegios y universidades la educación anda patas arriba.
La moda de no enseñar contenidos, de despreciarlos como si fuesen algo inútil o prejudicial o perverso, lleva ya más de 20 años. Digo moda, porque a pesar de que la política de no enseñar contenidos parece haberse asentado y se ha convertido en paradigma hegemónico, todas las tendencias en pedagogía suelen ser temporales y con el tiempo pierden vigencia en virtud de su extremismo y parcialidad.
Lo que me preocupa es que esta moda está durando más tiempo del necesario y ya es urgente que el péndulo oscile en la dirección contraria pues se está haciendo más daño que bien.
Todo comenzó con la necesidad de educar en otras cosas igualmente importantes que parecían olvidadas: las habilidades y competencias, el saber hacer. Luego se impuso, arbitrariamente como siempre y de manera dogmática, la evaluación por logros. Pero con el paso de los años todo fue empeorando pues el desprecio de los contenidos fue calando en todos los escenarios de la educación colombiana hasta el punto de que hoy no se enseña nada.
La historia es uno de los más dramáticos ejemplos. Los jóvenes salen del colegio no sólo no sabiendo nada, sino sabiendo mal. En medio de sus enormes vacíos en conocimientos históricos, sus maltratadas cabezas están llenas de cucarachas, mitos y leyendas retorcidas sobre la historia, muy probablemente aprendidas copiando información de cualquier blog creativo de internet.
La conquista y colonia se reducen a la frase «los españoles vinieron y se robaron el oro» y la Segunda Guerra Mundial es el evento ese en que mataron muchos judíos y no se sabe por qué. No es extraño encontrar adolescentes exponiendo teorías sobre visitas alienígenas que explicarían desde las pirámides hasta los nazis. Así es muy difícil.
La geografía es otro ejemplo. El cuento de que todo está en internet y de que por tanto no es necesario ya hacer el ejercicio de dibujar mapas o calcarlos hace que los jóvenes no sepan si el Ganges es un río o una enfermedad venérea, como el Brahmaputra. A nadie le importa ya qué es el Karakórum y ni se tiene idea de las fronteras de Colombia. A fin de cuentas en el mundo globalizado «ya no son importantes las fronteras» y que más da si uno sabe que los productos son de marcas europeas «pero todos los hacen en China».
Muchos adultos sufrieron en su infancia con las tablas de multiplicar y la tabla periódica. Lo cierto es que la enseñanza de las ciencias matemáticas y básicas no ha mejorado con el desprecio de los contenidos y la memoria. La idea de que el aprendizaje es por problemas y que hay que dar ejemplos concretos ha hecho que los jóvenes hayan perdido su capacidad de abstracción indispensable para la comprensión y el buen uso del lenguaje. Con la idea de que el saber matemático debe ser útil y al servicio de la vida diaria y que lo importante es aprender a analizar los problemas y no a razonar matemáticamente, todos los ejercicios de texto terminan siendo sobre trenes y pasajeros que se encuentran en un punto. En un país sin abstracción y sin trenes. Como si la única función de la enseñanza de la física y las matemáticas fuese preparar mejor la gente para ir a la tienda.
Pensamiento concreto, mitología histórica barata, “google-dependencia” y ausencia de vocabulario en español e inglés, son los síntomas del analfabetismo funcional que se ha venido cultivando por obra y gracia del odio a los contenidos.
Es más fácil por supuesto para el profesor mediocre no enseñar contenidos porque no tiene que saberlos. Ya los profesores no necesitan preparar clase sino bajar los ejercicios de internet y copiarse, del mismo modo que lo hacen sus discípulos cómplices.
Desde que se decidió que no había que enseñar biología y física sino a «investigar en ciencias naturales» y que en vez de enseñar geografía e historia hay que enseñar «pensamiento crítico» se acabo de raíz con la posibilidad real de la investigación y el pensamiento crítico. ¿Investigar qué, cuestionar qué? ¿Si no se sabe nada? Ahora los chicos son buenos para la opinadera y lo hacen con preocupante confianza y autoestima sin nunca atreverse a cuestionar críticamente su propio saber.
Igual los profesores celebran todas las intervenciones de sus alumnos por malas que sean porque hay que ser tolerantes y los niños son muy sensibles. No sea que al corregirlos seamos políticamente incorrectos y nos ganemos un regaño de la junta de padres o una demanda.
Con la creencia dominante en el relativismo todo criterio de verdad se ha abandonado. «Todo depende del punto de vista» y «es mi opinión» sirven para justificar cualquier barbaridad, sobretodo en el caso de las maltrechas ciencias sociales. Nada de métodos sociológicos ni de lectura de fuentes. Nada de cartografía o teoría antropológica. Nada de lógica y filosofía. Todo es un club de discusión “crítica” en el que cualquier cosa que se diga está bien.
El perspectivismo es importante, ya lo enseñó Nietzsche, pues un vaso puede estar medio vacío o medio lleno. Pero eso no significa que el vaso con agua pueda ser descrito impunemente como un elefante rosado comunista y con alas con el argumento de que «es mi punto de vista», «en mi cultura lo vemos así», o «respeta las diferencias que pensar así es mi decisión».
Falta poco para que la enseñanza de la geometría sea mediante debates críticos y se califique la participación.
Debemos hacer un gran esfuerzo como sociedad para que a nuestros niños y jóvenes se les enseñen cosas. Que aprendan datos, que recuerden algo, que memoricen un poco por favor, al menos los presidentes más importantes y las capitales de algunos países. Que se sepan los planetas y los elementos químicos básicos de la vida. Que identifiquen al menos los huesos que se les rompen y que sepan quién fue Napoleón y quien fue Sócrates. Que hay mucho por saber, no sólo en sí mismo interesante, sino útil y necesario para poder entender, analizar, comprender, investigar, criticar, pensar. Todas cosas fundamentales para vivir.
¿Se imaginan un analista deportivo que no se sepa el nombre de (todos) los jugadores? Hay demasiados contenidos importantes y significativos como para echarlos todos por la borda.
Así las cosas, las nuevas generaciones se creen inventando el mundo, cuando tienen la ventaja de poder asentarse sobre el saber de cientos de generaciones previas. Un saber que orienta y ayuda a saber quiénes somos y donde estamos. De dónde venimos, a dónde vamos y qué debemos hacer.
El capitalismo es cruel con el saber. Y la vida misma también lo es, en su crudeza diaria y temporalidad. Si no es de uso inmediato el saber puede ser ignorado y se puede perder, haciéndonos creer que el saber esencial de hoy en día es manejar Excel. Pero llevamos siglos los seres humanos luchando contra el abismo de la ignorancia y la desidia frente al conocimiento. La cultura es la lucha contra el olvido. Esa es la verdadera memoria histórica y cultural. La memoria es responsabilidad de todos los miembros de la sociedad. No la echemos en saco roto, por favor.
Fuente:
http://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-educacion/historia/la-educacion-necesita-contenidos-63559
Fuente de la Imagen:
https://gestion.ucab.edu.ve/lblanco/wp_ucabista/?p=3504