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La crisis del hambre en África: aumentan los matrimonios infantiles, la explotación y la violencia contra las niñas

El informe ‘Más allá del hambre’, de Plan Internacional, muestra, entre otras cosas, que las mujeres y las niñas son las víctimas «invisibles» al comer menos y en último lugar. Además sufren más violencia sexual. Unas 50 millones de personas se encuentran al borde de la inanición.

La ONG ‘Plan Internacional’ ha elaborado un exhaustivo informe ‘Más allá del hambre’ en el que analiza detalladamente la crisis de pobreza por la que atraviesa gran parte de África y las devastadoras consecuencias que eso conlleva: inanición, violencia sexual contra las mujeres, explotación…

Según el informe, casi 350 millones de personas de 82 países sufren inseguridad alimentaria en la mayor crisis de hambre en décadas, que ha llevado a 50 millones de personas al borde de la inanición.

Los más jóvenes, en peligro

Más de 7.000 personas 7.158 personas de Kenia, Somalia, Etiopía, Sudán del Sur, Malí, Níger, Burkina Faso y Haití, los países con una situación más crítica, han sido encuestados y algunas de las conclusiones generales es que los niños y adolescentes están «en grave riesgo» de sufrir formas de violencia como matrimonios infantiles, explotación o violencia sexual.

«A menos que se aumente urgentemente la ayuda internacional, innumerables niñas corren el riesgo de convertirse en víctimas invisibles de esta devastadora crisis del hambre. El hambre es un problema que tiene solución, pero es necesario actuar con urgencia para evitar que esta crisis alimentaria se convierta en una hambruna en toda regla que afecte sobre todo a los niños, y especialmente a las niñas», asegura Concha López, directora general de Plan International, desde Somalia.

Las mujeres y las niñas comen menos y peor que los hombres

Además, otra de los resultados de la encuesta es que debido a las políticas sociales discriminatorias de los países señalados las niñas y las mujeres suelan comer menos que los niños y los hombres del mismo hogar y además en último lugar. Algo que afecta directamente a su salud.

Aumenta el matrimonio infantil hasta en un 51% en algunos países

Por otra parte, en Etiopía, Kenia y Somalia el matrimonio infantil ha aumentado un 51% en el último año, según los datos disponibles, ya que las familias en una situación desesperada recurren a casar a sus hijas para aliviar la presión sobre la economía familiar u obtener el pago de la dote.

La odisea para buscar agua potable se ve más reflejada también en aquellas mujeres que deciden ir a los pozos por la noche para evitar aglomeraciones. De media, recorren entre 15 y 25 km, y en Kenia y Somalia las niñas y mujeres participantes en los grupos focales explicaron que se mueven en grupo para recolectar agua y leña con el objetivo de mitigar el riesgo. El problema es que al ser mujeres se enfrentan a posible violencia sexual.

«Las mujeres van por la noche a por agua a pesar de poder sufrir violencia sexual o del peligro de animales como las hienas»

Mujer etíope

«Recorrer largas distancias de noche es muy arriesgado para nosotras, las niñas y las mujeres más jóvenes están muy expuestas a riesgos de violencia sexual, incluida la violación, y se ven amenazadas

por animales salvajes peligrosos como las hienas; sin embargo, la mayoría de las veces preferimos ir a las fuentes de agua de noche para evitar la competencia y conseguir agua», asegura una mujer etíope entrevistada en el estudio de ‘Plan Internacional’.

Aumento de embarazos no deseados

Otro de los problemas que sufren las mujeres y niñas es el aumento de embarazos no deseados, y las personas encuestadas destacan la falta de acceso a suministros de salud e higiene menstrual. Por ejemplo, en Somalia, el 30% de las niñas y mujeres encuestadas mencionó como barrera la falta de dinero para comprar productos de higiene menstrual.

Fuente: https://www.antena3.com/noticias/mundo/crisis-hambre-africa-aumentan-matrimonios-infantiles-explotacion-violencia-ninas_2023012763d3aa61f0501d0001419981.html

 

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Entrevista a Gioconda Belli: Teletrabajo permanente para cuidadoras/es: sus riesgos para el avance en los derechos de la infancia y de las mujeres

“Creer que solo sobre la madre descansa esta responsabilidad es la primera injusticia de la que hemos sido víctimas las mujeres” –Gioconda Belli.

La crisis sanitaria de los últimos años, trajo consigo un avance forzoso en cuanto a los medios tecnológicos en el ejercicio laboral. A raíz del encierro obligatorio debido a los riesgos del Covid 19, se instaló temporalmente el teletrabajo en los sectores laborales posibles, considerando a la vez, el cierre de los establecimientos educacionales y la emergencia que esto desató en las familias respecto al cuidado de niñas y niños.

Si bien esta medida favoreció la posibilidad de mantener las funciones laborales desde los hogares, y asegurar, por tanto, la productividad y el ingreso de un salario, innumerables son los estudios que arrojaron elevados montos de angustia y estrés en quienes ejercían estas tareas de manera simultánea al cuidado de otras personas, principalmente niñas y niños menores de 12 años.

Lo anterior, dejó brutalmente en evidencia la crisis de los cuidados y el lugar de las mujeres como principales responsables y protagonistas de dobles y triples jornadas que comenzaron a vivirse de forma simultánea, los horarios se difuminaron y las mujeres se vieron crudamente atravesadas por el aislamiento. El resultado es conocido, mujeres cargando con trabajo doméstico, de cuidado y laboral remunerado al mismo tiempo, sin límite de espacio ni horarios. Sin embargo, como contingencia, la prioridad se acentuaba en el cuidado inmediato de la salud y de las vidas, debiendo todas y todos adaptarse en la medida de lo posible, en situaciones más y menos favorables, a estas nuevas condiciones de trabajo, de crianza y de existencia en su totalidad.

Imprescindible no hacer alusión, también, a la violencia de género a nivel intrafamiliar que agudizó el confinamiento, mujeres y niñas/os que quedaron recluidas/os con sus agresores, perdieron espacios de protección, de resistencia y redes de apoyo.

Que la demanda por el derecho al apego con los y las hijas/os se levante desde la alternativa de un teletrabajo permanente, excluye entonces a la mayoría de las mujeres e invisibiliza otras realidades, obstaculizando la posibilidad de construir políticas públicas que aborden el problema de manera integral y equitativa. El apego con sus cuidadoras/es un derecho de toda la infancia.

 

La pandemia y sus efectos visibilizaron ferozmente las violencias e inequidades de género en la esfera privada, y los peligros, entonces, de la privatización de la vida, vale decir, de relegar solo al mundo privado dimensiones de la vida como los cuidados y el trabajo remunerado. Ahora bien, en cuanto a este último, hay quienes tras volver a la presencialidad, continúan optando y/o solicitando una modalidad online. No resultando extraño que se trate de agrupaciones de mujeres, pues como se ha mencionado, sobre nosotras recae la responsabilización de los cuidados y trabajo doméstico.

Esta demanda de teletrabajo permanente para quienes cuidan, se ampara justamente en el supuesto de que la medida favorecería el ejercicio de los cuidados. En virtud de esto cabe preguntarse como punto de partida:

¿Por qué habría que pensar los cuidados como una tarea que puede realizarse de manera simultánea al trabajo remunerado? La idea deja entrever otra, que los cuidados no serían un trabajo en sí mismo. Esta lógica contraviene la lucha feminista por el reconocimiento de la crianza y cuidados como un trabajo que requiere alta e incluso, en ocasiones, absoluta dedicación en el momento en que se realiza, que desgasta, cansa e implica no solo despliegue físico sino que mental y emocional. La organización que concierne a la logística del día a día, es también, una carga que ha sido depositada en las mujeres. Así las cosas, un teletrabajo permanente para cuidadoras podría estar reproduciendo el estereotipo que el feminismo ha combatido desde hace años, el de la Mujer Pulpo que puede con todo y al mismo tiempo, la Súper Mamá que estaría entonces, también presente mientras ejecuta su jornada laboral remunerada. ¿Queremos seguir enalteciendo la productividad por sobre los cuidados? ¿O bien queremos medidas y flexibilidades laborales que permitan disfrutar de esto último?

El foco puesto en las infancias, en la línea de “la teoría del apego” y la eventualidad de que niñas y niños pequeñas/os estén con sus madres y/o cuidadora/es por periodos más prolongados antes de la escolarización o en otras circunstancias, requiere una madre psíquicamente presente. Una madre realizando funciones laborales, presionada por trabajos demandantes y exigentes, incluso desgastante en términos emocionales (como trabajadoras de la salud mental, entre muchos otros) ¿se encontraría emocionalmente en condiciones “óptimas” de, al mismo tiempo, cumplir con ese rol de cuidadora que favorece un apego saludable, al que se aspira con esta propuesta? ¿No podría esto, incluso, agudizar los niveles de estrés de cuidadoras a raíz de frustraciones propias por las expectativas que esta idea porta respecto al “apego”? A lo que apunta esto, es a que presencia física no garantiza un apego “saludable”. En situaciones de emergencia es suficiente, pero ¿cómo se sostiene en el tiempo?

En la misma línea de la teoría del apego y los múltiples argumentos que la promueven  en cuanto a la demanda de teletrabajo permanente, basados en la necesidad de conciliar la maternidad con trabajo remunerado, resulta peligroso que sea una medida como esta la que emerja como respuesta al problema. Pensarlo desde ahí, pareciera denotar tintes de privilegios, toda vez que la mayoría de las mujeres no realiza trabajos que puedan realizarse de manera virtual, mujeres trabajadoras en casa particular, mujeres que realizan funciones de aseo, comida rápida, faenas, cosechas, y tantas otras, con jornadas generalmente más extensas, ingresos mínimos y varias horas de traslado.

Que la demanda por el derecho al apego con los y las hijas/os se levante desde la alternativa de un teletrabajo permanente, excluye entonces a la mayoría de las mujeres e invisibiliza otras realidades, obstaculizando la posibilidad de construir políticas públicas que aborden el problema de manera integral y equitativa. El apego con sus cuidadoras/es un derecho de toda la infancia.

Las mujeres hemos estado por siglos relegadas a lo familiar, lo privado, mientras que el lugar de lo público ha quedado permitido para los hombres. Nuestro ingreso al mundo laboral no ha estado exento de obstáculos y dificultades, partiendo por trabajos que venían a reproducir las funciones de lo privado, se nos asociaba a asuntos de cuidado y domésticos y en consecuencia, menos valor, peor pagados.

Menores salarios, dobles o triples jornadas de trabajo, toda vez que el ingreso al campo laboral no ha ido de la mano con la corresponsabilidad en lo privado ni el avance de políticas públicas en materias de la socialización de los cuidados. Validar y reconocer el trabajo de las mujeres en lo público ha sido otro avance feminista, disputar espacios en que nuestras voces sean escuchadas, ocupar cargos de liderazgo y no vivir discriminación por tener hija/os o encontrarnos en edades fértiles. La lucha contra la violencia de género en este contexto público, también implica una de las violencias más normalizadas y continuas en nuestras vidas, el acoso y violencia sexual.  ¿Qué podría significar que muchas mujeres / cuidadoras desocuparan, de manera literal, determinados espacios en sus lugares de trabajo?

El teletrabajo permanente para cuidadoras podría configurarse como contraproducente a la bandera feminista por los cuidados como un bien público, ya que retorna esta responsabilidad al espacio doméstico reproduciendo la feminización de los cuidados. Los últimos años han develado la crisis de los cuidados con las mujeres como protagonistas, la corresponsabilidad no es aún una realidad, mientras así sea, puede ser que el teletrabajo permanente para cuidadoras/es enmascare y reproduzca una lógica sexista.

Se requiere de políticas públicas que garanticen la equidad y redistribución social y de género en esta tarea. El gobierno actual ha desarrollado un plan de Sistema Nacional de Cuidados poniendo la centralidad en la responsabilidad social, para ello urgen medidas como el avance de la ley de las 40 horas laborales o la mejora en los sistemas de pre y post natal, así como el énfasis en el acceso a jardines infantiles de calidad en cuanto espacios seguros.

Este texto no pretende, bajo ningún punto de vista, negar la crisis de los cuidados y la urgencia por asentar normas que salvaguarden la compatibilización de la crianza y el trabajo, considerando la salud mental de cuidadoras, niñas y niños y la vida familiar. Por el contrario, busca problematizar la cuestión en función del riesgo de una propuesta en particular y la premura por considerar una serie de factores y dimensiones a la hora de su abordaje y análisis político y social.

Mientras los cuerpos dóciles de las mujeres sean solo un engranaje condenado ahora no solo a la reproducción sino también a la explotación, la virtualidad solo seguirá siendo el anverso de un espejismo que trae en su reverso, volver a velar lo que por toda la historia, una y otra vez, volvemos a denunciar.

Fuente: https://www.elmostrador.cl/braga/2022/09/22/teletrabajo-permanente-para-cuidadoras-es-sus-riesgos-para-el-avance-en-los-derechos-de-la-infancia-y-de-las-mujeres/

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Las niñas y las mujeres viven su propia guerra en Ucrania

Por: Efeminista

Las niñas y las mujeres están viviendo su propia guerra en Ucrania, ya que muchas son víctimas de violencia sexual por parte de soldados rusos, según han confirmado las autoridades de ese país y de la ONU.

La defensora del Pueblo de Ucrania, Lyudmyla Denisova, ha asegurado a la BBC que han documentado varios casos desde que se inició la invasión rusa hasta el momento.

«Alrededor de 25 niñas y mujeres de 14 a 24 años fueron víctimas de violación sistemática durante la ocupación en el sótano de una casa en Bucha. Nueve de ellas están embarazadas», ha dicho. «Los soldados rusos les dijeron que las violarían hasta el punto de que no querrían contacto sexual con ningún hombre, para evitar que tuvieran hijos ucranianos».

Sin embargo, no es posible aún determinar una cifra real de víctimas. «Las mujeres tienen miedo de hablar de abuso sexual, por lo que no se puede determinar el número exacto de delitos», ha agregado Denisova.

En su cuenta de Facebook, la funcionaria también ha descrito varios casos que ha conocido. «Una chica de 14 años fue violada por 5 hombres en Bucha. Ella está embarazada ahora. Un niño de 11 años fue violado delante de su madre. Ella estaba atada a una silla para verla, también en Bucha. Una mujer de 20 años, violada por tres ocupantes de todas las formas posibles a la vez. En Irpen».

La guerra de niñas y mujeres en Ucrania

Agencias de Naciones Unidas también han denunciado estos hechos y ya hablan de un «creciente número de informes de violencia sexual» en Ucrania.

El director de Programas de Emergencia de Unicef, Manuel Fontaine, ha expresado especial preocupación por los menores que han tenido que salir de zonas de combates sin sus familias y que se enfrentan a un alto riesgo de «violencia, abuso, explotación o a ser víctima de tráfico».

«Las mujeres se enfrentan a riesgos similares. Estamos extremadamente preocupados por el creciente número de informes de violencia sexual y otras formas de violencia de género», ha agregado.

Al respecto, la directora ejecutiva de ONU Mujeres, Sima Bahous, ha dicho que se están recibiendo cada vez más denuncias de violaciones y otros abusos.

«La combinación de desplazamientos masivos con una gran presencia de reclutas y mercenarios, y la brutalidad mostrada contra los civiles ucranianos, ha hecho saltar todas las alarmas», ha señalado Bahous.

Acciones de la comunidad internacional

Días antes, Naciones Unidas ya había señalado que iba a empezar a implementar medidas específicas de género para proteger a las mujeres y niñas desplazadas por la guerra en Ucrania

ONU Mujeres ha enviado expertos de su Comisión de Investigación establecida por el Consejo de Derechos Humanos para «investigar la violencia sexual, el abuso y la explotación de mujeres y niñas en el contexto de la guerra».

«Invertimos en esta labor porque nuestra experiencia nos muestra que para evitar la violencia sexual y de género es imperativo investigar estos crímenes y hacer que sus autores rindan cuentas a los autores por estos abusos fundamentales de los derechos» del colectivo femenino, dijo semanas atrás Bahous.

Fuente de la información e imagen:  https://efeminista.com

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«Más del 70% de las víctimas de trata de personas son mujeres y niñas»: ONU

Anualmente más de 3.500 víctimas de este flagelo reciben ayuda en 40 países.

En el marco del día mundial contra la trata de personas, Naciones Unidas alertó que actualmente en el 70% de los casos que se presentan en el mundo las víctimas son niñas y mujeres.

“Todos los días, en todos los países del mundo, los traficantes de personas explotan a las personas con fines de lucro. Los pobres y los vulnerables están en mayor riesgo. Más del 70 por ciento de las víctimas de trata detectadas son mujeres y niñas, mientras que casi un tercio son niños”, explicó Ghada Waly,  directora ejecutiva de la Oficina contra la Droga y el Delito de la ONU.

El último Informe global sobre la trata de personas de la ONU reveló que las víctimas de ese delito fueron identificadas en 124 estados de 152 países y como dato preocupante, resaltó que sólo el 40% de los países donde se encontraron casos de trata de personas  informaron sobre menos de diez condenas por año. y alrededor del 15% de las demás naciones no registró ningún fallo judicial.

Los principales vejámenes a los que son sometidas las víctimas son: venta de órganos, explotación sexual, reclutamiento forzado, trabajo forzado y matrimonio forzado, entre otros delitos, detalló Naciones Unidas.

Según el organismo, la situación del coronavirus amplió los peligros de la trata de personas, pues aumentó la pobreza y  el cierre de escuelas, hechos que sumados a otros contextos crean un ambiente favorable para que actúen  los grupos del crimen organizado.

Si el mundo quiere poner la dignidad humana y los derechos humanos en el centro de la respuesta y recuperación de Covid-19, debemos hacer más para proteger a las víctimas de la trata y evitar que los delincuentes exploten a las personas vulnerables. En este Día mundial contra la trata de personas, comprometámonos a trabajar por sociedades y economías inclusivas que no dejen a nadie atrás”, indicó por su parte el secretario general de la ONU, António Guterres.

Por causa de este complejo panorama, en esta jornada se exaltará la labor de los miles de colaboradores y funcionarios públicos que trabajan para combatir el crimen y ayudar a las víctimas.

Adicionalmente se dará un concierto virtual bajo el hashtag #EndHumanTrafficking con el que se busca recaudar fondos para fortalecer la lucha contra este flagelo y adicionalmente para poder brindar atención a más personas que han caído en las redes criminales.

Fuente: https://www.rcnradio.com/internacional/mas-del-70-de-las-victimas-de-trata-de-personas-son-mujeres-y-ninas-onu

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Manosear niñas (no) es delito (en El Salvador)

Centroamérica/El salvador/14 Noviembre 2019/El país

En un país en el que una de cada diez denuncias de abusos a menores llegan a condena, la Cámara Penal no aceptó como delito el tocar la vulva de una niña de diez años sobre su ropa

En los últimos años, El Salvador ha sido un país conforme. Y no porque todo vaya bien. Al contrario: conforme porque, cuando todo va mal, en la debacle queda poco por hacer. Tras la guerra civil, ha ganado varias veces el triste podio del más homicida del continente. Es un país de apenas 6,5 millones de habitantes que permite que, en promedio, dos mujeres mueran a manos de sus parejas cada mes, y que hace oído sordo a las estadísticas que hablan de 12 denuncias por delitos sexuales cada día. Pero en la última semana, ese país conforme y derrotado por la violencia no aceptó un hecho: no aceptó que una Cámara Penal concluyera que tocar la vulva de una niña de diez años, sobre la ropa, no es delito.

Para quienes nacimos después de los Acuerdos de Paz de 1992, la protesta en las calles no ha sido una opción real para mostrar descontento ciudadano. Al menos no generacionalmente. Crecimos con madres listando muertos y recordando el ruido de las balas de la década de los ochenta, cuando miles de salvadoreños salían a protestar contra la represión estatal.

Con traumas de la guerra aún no resueltos, los nacidos en la posguerra y en colonias obreras aprendimos a callar por otras cosas. Quienes nos enseñaron el silencio en las últimas décadas fueron las pandillas. Su orden está escrita en los pasajes y calles de un sinfín de comunidades que controlan: “Ver, oír y callar”, ha sido la premisa. Y en general, el mandato se ha acatado. Cuando las familias salvadoreñas hablan de los pandilleros, no se les nombra así. Se habla de “los muchachos”. Cuando alguien dentro de una comunidad se atreve a contar la última extorsión o la última paliza que los muchachos han propinado, lo dice “quedito”, en susurro. El miedo convierte la queja en murmullos y silencio. En El Salvador, una marcha en contra de los asesinatos cometidos por la Mara Salvatrucha 13 o por el Barrio 18 sería impensable. Se ha aprendido que nombrar el descontento puede costar la vida.

La semana pasada, el silencio generalizado ante la violencia se rompió. Y empezó a resquebrajarse por la grieta de los abusos sexuales. En los juzgados salvadoreños, solo una de cada diez denuncias de abusos a menores llegan a condena. El 90% de los abusos denunciados quedan en la impunidad. Pero el lunes 4 de noviembre, cientos salieron a las calles con una consigna: “tocar a una niña sí es delito”.

Este hervidero de gente enojada en la calle empezó a prender en febrero, cuando Eduardo Escalante, un magistrado del Órgano Judicial, llegó en su carro a una colonia obrera y, según la acusación fiscal, tocó la vulva de una niña de diez años que jugaba con su vecino alrededor de un árbol. El hombre huyó a pie cuando familiares de la niña lo increparon, pero dejó su carro en el lugar. Así lograron identificarlo. Se le acusó de agresión sexual a menor, un delito castigado con una pena de ocho  a 12 años de cárcel. Pero la Cámara que conoce el caso, conformada por dos magistrados, concluyó la semana pasada que la conducta de la que se acusa al abogado es, a lo mucho, una falta que conlleva una multa de diez a treinta días de salario.

La resolución cayó como agua hirviendo sobre gente que acostumbra a apartarse de los problemas ajenos. Quemó. Y muchos en el país centroamericano, que acepta con normalidad la violencia en sus máximas expresiones, se hartaron. Una mujer dueña de 25 taxis, mandó a todos sus conductores a escribir “Tocar niñas sí es delito” en los parabrisas de cada uno de los carros. Las pancartas, repitiendo la misma consigna, se han visto por toda la ciudad. El presidente de la república ha hecho eco de la causa tuiteando al respecto. El movimiento feminista se ha asegurado de que el caso no se convierta en un signo del que intenten sacar rédito los políticos, a quienes negaron la palabra durante la protesta. Una movilización en defensa de las niñas y las mujeres empieza a despertar en una sociedad que por décadas ha callado.

En 1999, cuando Katya Miranda, una niña de nueve años fue violada y asesinada en un rancho familiar, no hubo una protesta que dijera a los agresores: aquí estamos y los estamos vigilando. Su caso se convirtió en un símbolo de la impunidad con la que en El Salvador se toca, se viola y se mata a las niñas. En 2013, cuando Ana Chicas, una joven de 18 años, fue asesinada por su expareja, no hubo nadie que saliera a defenderla ni siquiera por las calles de su polvoso cantón en Usulután, al oriente del país. En 2016, cuando Karen y Andrea, de 12 y 14 años, desaparecieron en Cojutepeque, no hubo ninguna movilización para buscarlas. Fuera de las organizaciones y los movimientos feministas, la violencia contra las mujeres ha sido, con suerte, algún hashtag en redes sociales.

El Triángulo Norte de Centroamérica es una región demasiado acostumbrada a la violencia. Nuestro termómetro para medir el fracaso o el éxito de políticas públicas que la combatan ha sido, por excelencia, la reducción de los números de asesinados cada día. Cuando se habla de violencia se piensa en pandillas, en enfrentamientos policiales, en cementerios clandestinos. Poco contamos a nuestras niñas y mujeres violadas, acosadas y humilladas.

Por ejemplo, la Cámara que conoce el caso del magistrado Escalante -según la resolución- no considera que tomar a una niña de diez años por los hombros y luego bajar la mano hacia sus genitales sea un hecho violento por sí mismo. No hubo balas, gritos, sangre, ni golpes de por medio. Solo una niña congelada. Y como el hecho sucedió de manera breve y sobre la ropa, los magistrados concluyeron que eso constituye un “tocamiento impúdico”. De acuerdo con la ley, ese tipo de tocamiento ocurre cuando alguien se aprovecha del “descuido” de una víctima que transita en un lugar público para tocarla. Pareciera que el mensaje es que son las niñas las que deben estar alerta, no distraerse, para que no aparezca un señor de traje y les toque la vulva.

La protesta que salió a las calles esta semana es una conquista pequeña para un país tolerante con el acoso, las agresiones y el abuso. Solo en 2018, la Policía recibió 4.304 denuncias de violencia sexual, y es un consenso que eso es apenas un subregistro de la realidad. Aunque la manifestación reciente en las calles abre la puerta grande a un movimiento social que reclama justicia para las mujeres, es una respuesta que llega tarde.

Ninguna marcha provocará que la niña de diez años vuelva a salir a jugar sin miedo, ninguna protesta devolverá a la vida a Katya Miranda, a Ana Elizabeth ni a Karen y Andrea. Pero ha sido reconfortante saber que, por un momento, esta sociedad que huele a podrido por los tantos cadáveres que esconde, pareció tener aún un sentido de justicia.

Fuente e imagen: https://elpais.com/internacional/2019/11/08/actualidad/1573236254_366551.html

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La respuesta correcta al matrimonio infantil: “No quiero”

Reseñas/17 Octubre 2019/Fuente: El país

Más de 12 millones de niñas son obligadas a casarse cada año a pesar de las leyes y tratados internacionales en contra

Kadiatu Massaquoi había estado tonteando con un vecino de su ciudad, Jendema, en Sierra Leona. Llevaban apenas un mes viéndose cuando se quedó embarazada. Ella tenía 14 años y él 19. «Dejé el colegio porque en mi país es un tabú que una niña encinta vaya a la escuela. Mi madre y mis vecinos me dijeron que me tenía que casar con el padre del bebé», recuerda. No quería ni lo uno ni lo otro, pero no tuvo más remedio que abandonar sus estudios y contraer matrimonio cuando ya había cumplido 15. Para salvar su honor y el de su familia.

Los planes de Kadiatu se habían truncado. Les dijo a sus padres que no estaba preparada para el matrimonio, pero finalmente tuvo que casarse. Tampoco quería dejar el colegio y buscó ayuda para, al menos, continuar su formación. «Pero no había nadie que pudiese apoyarme para seguir con mis estudios; ni siquiera mi madre», recuerda la joven, hoy de 17 años y madre de dos hijos, una niña de tres y un pequeño de uno. «Mi vida empezó a ser muy triste», continúa su relato. «Solo hacía las tareas de la casa: cocinar, lavar la ropa, limpiar…».

De poco le sirvió a esta joven que su país se haya comprometido a erradicar esta práctica. Las leyes y los tratados internacionales fueron para Kadiatu papel mojado. De hecho, según datos de Unicef, Sierra Leona ocupa la posición 18 en la lista de países con mayor prevalencia de matrimonio infantil. Un 39% son víctimas de enlaces forzados antes de los 18 años y un 13% antes de los 15, como Kadiatu.

En el mundo, 650 millones de mujeres fueron enlazadas cuando eran todavía menores de edad. «Cada año, se casan más de 12 millones de niñas más. De los 1.100 millones de niñas que habitan hoy el planeta, más de un 20% (220 millones) se casará antes de cumplir los 18», denuncian en un estudio sobre la materia cuatro organizaciones —Amnistía Internacional, Save The Children, Entreculturas y Mundo Cooperante— que se han aliado para contribuir unidas a acabar con esta práctica.

«Los cambios legislativos por sí solos no funcionan; también hacen falta campañas de sensibilización, programas educativos… En definitiva, poner medios para que los derechos que se plasman sobre el papel se hagan realidad», expone Eva Suárez, directora adjunta de Amnistía Internacional España. «Estamos hablando de una violencia de género, de una violación de derechos humanos que abre la puerta a más violaciones como la falta de acceso a salud sexual y reproductiva, o a la educación, a malos tratos», enfatiza.

La vida de Kadiatu fue triste, privada de su derecho a una educación, hasta que se topó con gente que sí podía ayudarla: la ONG Save the Children. Gracias a esta organización, hoy aprende confección, aunque si tiene la oportunidad lo que querría es formarse para ser enfermera. Y, sobre todo, sueña con convertirse en «una campeona contra el matrimonio infantil». Esto lo está consiguiendo. Sabe que su historia puede servir para concienciar a otras familias sobre este problema. Por eso se la cuenta a niñas, padres, maestros, periodistas, quien haga falta para evitar que más chicas pasen por lo mismo que ella. «Y lo conseguimos», afirma con seguridad.

Hadiqa Bashir, una joven pakistaní de 17 años, tuvo más suerte. Ella tenía cerca a esa persona que podía ayudarla en el momento adecuado. Cuando tenía 11 años y vivía una infancia «muy feliz» en Swat, le llegó una propuesta de matrimonio de un taxista. Era «un buen acuerdo» y su familia decidió aceptar. Salvo su tío. «Me habló del sistema patriarcal de mi sociedad, de las leyes que prohíben el matrimonio infantil, de los derechos humanos…», recuerda. Con toda esa información y mucha determinación, Hadiqa les dijo a sus progenitores que, si la obligaban a casarse, les llevaría ante los tribunales. Y la creyeron. «Soy el tipo de persona que cuando dice que va a hacer algo, lo hace», afirma.

La joven ya había visto cómo una de sus compañeras de la escuela había dejado de asistir porque la habían forzado a casarse. «Organizamos una fiesta para ir a verla y ella no jugaba, se quedó en una esquina apartada y nos contó que el marido la había pegado con una vara de hierro. Finalmente, su suegra nos dijo que no volviésemos», rememora. Con apoyo de su tío y su valentía, Hadiqa evitó un futuro similar al de su amiga, pero su lucha tampoco fue fácil. Organizó un grupo de 10 chicas para ir puerta a puerta y sensibilizar contra el matrimonio infantil. «Nos decían que era normal y nos echaban, pero no nos dimos por vencidas». Hasta que algunas empezaron a escucharlas. «Muchas ni siquiera sabían sus derechos más básicos», afirma aún sorprendida.

Hadiqa Bashir es de Pakistán y recibió una proposición de matrimonio cuando tenía 11 años. Sus padres querían aceptarla y ella, con el apoyo de su tío, les amenazó con llevarles a los tribunales. Así evitó un enlace que no quería y se convirtió en una activista contra esta práctica en su país.
Hadiqa Bashir es de Pakistán y recibió una proposición de matrimonio cuando tenía 11 años. Sus padres querían aceptarla y ella, con el apoyo de su tío, les amenazó con llevarles a los tribunales. Así evitó un enlace que no quería y se convirtió en una activista contra esta práctica en su país. JAIME VILLANUEVA

Con los éxitos, comenzaron también las presiones y amenazas. «A mi padre le decían que me había convertido en un agente de occidente», relata. Debido a su activismo, la expulsaron de la escuela privada en la que estudiaba. Se matriculó entonces, no sin oposición del centro, en un colegio público. Ahora, a punto de acceder a la universidad, Hadiqa continúa su batalla contra el matrimonio infantil y planea ser abogada. «Enfrento muchos problemas por mi feminismo: mi familia y yo recibimos amenazas de muerte de extremistas, pero acudimos a la policía y ahora estamos más seguros».

Hadiqa cree que su esfuerzo merece la pena. «Aunque mi voz llegue a solo un 1% de la población, es una victoria enorme. Estamos tratando de cambiar una mentalidad arraigada en los genes durante siglos. Es imposible que lo logremos en un día, pero espero que quizá en 20 años o 200, sucederá ese cambio», apunta.

«El matrimonio va ligado a la idea de que la niña es un bien que se puede vender, o en el polo opuesto, una carga económica de la que hay que desprenderse pronto o, al menos, no invertir en ella», analiza Raquel Martín, coordinadora del programa La Luz de las Niñas de Entreculturas. Para esta organización es fundamental el trabajo educativo con las comunidades y «generar referentes», que niñas que han salido o evitado un matrimonio se conviertan en un ejemplo para otras. También se acaban convirtiendo en un orgullo para sus familias que ven que las chicas reciben apoyo para continuar estudiando y tienen un reconocimiento.

«Lo que vivimos mal los que trabajamos en esto es lo que se queda fuera de nuestro radar. La realidad es injusta, no se llega a todo y hay zonas del mundo en sombra. Y hay niñas que no encontrarán a quien les ayude a salir de la violencia. Pero cada germen de cambio, cada niña que sale, cada maestro, cada persona que se conciencia sobre este problema, es una mutación positiva en la cadena de la desgracia que genera un cambio», termina optimista.

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/10/11/planeta_futuro/1570807155_059878.html

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Pakistán: El pueblo en el que las chicas pueden hablar de su regla

Asia/Pakistán/26 Septiembre 2019/El país

En Pakistán, la menstruación sigue siendo un tabú. Hajra Bibi lucha contra el estigma en el entorno rural fabricando en casa miles de compresas caseras

En su pequeño local de Booni, en el noroeste de Pakistán, Hajra Bibi lucha contra remotos tabúes. Con su máquina de coser a manivela, fabrica compresas en un país donde el ciclo menstrual todavía es un tema prohibido. «Respondo a una urgencia», afirma esta madre de familia de 35 años, delante de su pequeña mesa de trabajo. Se siente «orgullosa» de actuar «para las necesidades básicas de las mujeres de (su) sociedad».

En su mano, Hajra Bibi tiene una de sus compresas higiénicas, de uso único. Larga y gruesa, está confeccionada con bandas de algodón envueltas en plástico, y recubierta con un tejido blanco. Tiempo de confección: 20 minutos. Precio de venta: 20 rupias (10 céntimos de euro). Cantidad producida: miles en menos de dos años. «Antes, las mujeres de Booni no tenían ni idea de lo que eran las compresas«, comenta.

Según un estudio realizado en 2013, sólo 17% de las paquistaníes las utilizaban entonces. Pero la ONG local AKRSP en colaboración con Unicef, enseñó a Hajra Bibi a confeccionar este producto íntimo.

Esta actividad en torno a un tema tabú dio un vuelco a la existencia de la comunidad de este pequeño pueblo de montaña, cercano a Afganistán. «Al principio, la gente me preguntaba por qué hacía esto. Algunos me insultaban», explica Hajra Bibi, que cuenta con el apoyo de su marido, en silla de ruedas tras un accidente.

Ahora, «en el pueblo, las chicas pueden hablar de su regla», comenta satisfecha la mujer. Bushra Ansari, la coordinadora de AKRSP que formó a Bibi, lo confirma: «El programa cambió completamente» la vida de las mujeres de Booni. El ciclo menstrual suscitaba hasta entonces misterio y cierto asco, como en otras zonas rurales paquistaníes. «La percepción es que una chica que tiene la regla no puede cocinar», afirma. Una serie de creencias populares rodean también la cuestión. «Se les dice que no tienen que lavarse durante esos días», y eso genera «infecciones urinarias y del aparato reproductor», insiste esta doctora.

Sin compresas higiénicas, las mujeres tenían que utilizar «trozos de tela mojados», ya que no podían ponerlos a secar en el exterior debido a la presión social, recuerda Ansari. «Y si había tres chicas en una misma familia, utilizaban todas los mismos trozos de tela», lamenta la doctora Wassaf Sayed Kakakhail, lo que favorece la «transmisión de enfermedades».

Las compresas se fabrican con una máquina de coser a manivela.
Las compresas se fabrican con una máquina de coser a manivela. AAMIR QURESHI

La educación sexual es inexistente en el norte de Pakistán, región particularmente conservadora. Las escuelas no abordan el tema. Según un sondeo realizado en 2017 por Unicef, la mayoría de jóvenes paquistaníes interrogadas ignoraban lo que era el ciclo menstrual antes de tenerlo. «Algunas adolescentes nos dijeron que pensaban que tenían un cáncer o una enfermedad muy grave, que las hacía sangrar», recuerda Kakakhail.

La situación es diferente en las ciudades, donde internet ha derribado tabúes milenarios, sobre todo entre los más ricos. En Karachi (sur), megalópolis de 20 millones considerada la ciudad más liberal del país, las compresas son fáciles de adquirir, aunque son caras. Muchas mujeres sin embargo se sienten mal con las miradas de los vendedores cuando van a comprarlas y envían a sus maridos. Como explica Sajjad Ali, un vendedor: «Algunos vienen a comprarlas de noche. Otros prefieren comprarlas en otro barrio».

Fuente e imagen: https://elpais.com/elpais/2019/09/17/planeta_futuro/1568718168_286352.html

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