Por: Francisco González Tejera
La primera bomba, el primer disparo, los ruidos de las botas militares en el empedrado de los callejones de los barrios y pueblos más humildes, el sonido de los viejos camiones recorriendo cada espacio para el exterminio, ese raro acento de quienes nunca han sentido en sus narices el peculiar olor de la pobreza, las voces roncas de la arenga militar ordenando detener, reducir, atar con alambres las muñecas inocentes, el sabor de la sangre en la boca, en cada golpe, boca seca, sin saliva, sin conexiones posibles, sin la mínima vibración eléctrica, la que pueda llegar a la más remota conexión cerebral, la que arranca un leve gesto ante el yugo de la desgracia.
Cuando veo en cualquier medio de comunicación la sonrisa hipócrita de Espinosa de los Monteros, me viene a la mente todo el dolor de tantas millones de familias, las que sufrieron el horror del fascismo desde primer minuto del golpe de estado del 36, los discursos siniestros de Hitler y Mussolini en las radios, la voz absurda, ridícula, casi de pito, de Franco, el sonido de la bombas cayendo sobre población civil, los niños muertos en Barcelona, en Gernika, en Madrid…, la energía abrumadora de la masacre, del holocausto en cada rincón de España, las risotadas de las Brigadas del amanecer en cualquier sangrienta madrugada, sacando casa por casa a quienes iban a desaparecer para siempre.
Ese maltrato asociado a una ideología criminal, a la pretendida superioridad racial o económica, el odio al diferente, al que no tiene la piel blanca inmaculada, a quienes no pensamos como ellos, el odio de clase, el odio visceral, el que nace de seres inmundos que solo se mueven en la vida por dinero y rencor.
Será que por todo eso y haberlo sufrido directamente en mi familia no puedo asimilar lo que llaman «normalidad democrática», jamás lo podría acatar cuando hay fascistas de por medio, resulta inmoral que un Parlamento se abra a la posibilidad de que los que se nutren del crimen y el sufrimiento ajeno se postulen riéndose de tanta sangre derramada.
Eso no puede ser democracia, jamás podrá serlo, la democracia es otra cosa, la democracia juzga en tribunales internacionales de derechos humanos a los causantes de tantos asesinatos, les obliga a devolver lo robado, la democracia honra a quienes murieron defendiendo la libertad, los saca de los estercoleros de la historia y los coloca en las plazas, en las universidades, en los colegios, en cada calle, en cada libro, en la eterna dignidad.
Los herederos de los criminales de lesa humanidad se siguen riendo en España de quienes fueron acribillados a balazos, arrojados como basura en miles de fosas comunes y cunetas por todo el territorio del estado, se burlan de las familias destrozadas, de las niñas y niños que se quedaron solos, tirados en cualquier portal después de que sus padres fueran masacrados, paseados, llevados ante el paredón, a cualquier pozo perdido, al rincón desolado del profundo agujero volcánico, olvidados para siempre en el abismo oceánico.
Da la impresión de que jamás se hará justicia, resulta decepcionante que aún sigan en fosas comunes y cunetas más de 125.000 luchadoras y luchadores por la libertad, ningún gobierno en esta España monárquica, heredada del franquismo, ha tenido la decencia de honrar la vida, la reparación, la verdad, la memoria, que el fascismo no pueda estar representado en ningún espacio para la concordia, para la justicia, para la construcción de una sociedad mejor, que esa siniestra sonrisa desaparezca para siempre, la misma sonrisa demoníaca que vieron millones de seres humanos antes de ser obligados a entrar en las cámaras de gas, los que arrodillados esperaban el tiro en la nuca, la misma mueca diabólica que vieron los cientos de miles de fusilados antes de la orden de ¡Fuego!
Fuente e imagen: https://viajandoentrelatormenta.com/aquel-grito-mudo/