Aprendizajes inesperados

Por: Lev M. Velázquez Barriga*

El coronavirus es una reacción de la naturaleza ante su mayor depredador: el ser humano. Tal aseveración pareciera un discurso de las izquierdas radicales que no comparten la visión de desarrollo del empresariado, pero no es así. Klaus Schwab, articulador del Foro Económico Mundial de Davos, donde reúne a los líderes más influyentes del mundo procapitalista, pone al descubierto en su libro Covid-19: el gran reinicio que esta pandemia y otros patógenos zoonóticos (transmisibles de un animal a personas) son producto de la invasión que hemos hecho del hábitat natural de los animales; es decir, cambios de uso de grandes extensiones de tierra para la agricultura extensiva, extractivismo, deforestación, desarrollos turísticos y habitacionales, ganadería a gran escala, industrialización, contaminación ambiental, vías de comunicación y megaproyectos.

Schwab concluye que “cuanto más alteramos el medio ambiente […] mayor es el riesgo de nuevas pandemias”. No obstante, las agendas corporativas de las industrias 4.0 del Foro de Davos, mantienen estratos de las cadenas de valor en la extracción de materias primas para producir tecnologías avanzadas o su aplicación en la agroindustria, lo que sigue agudizando la crisis ambiental y, con ello, el peligro de la extinción de todo lo vivo. Además, parecen estar más preocupados por introducir un conjunto de tecnologías del siglo XXI con formas de explotación laboral del siglo XVIII, las cuales no han sido reguladas por las legislaciones nacionales.

Lo que debió y debería ser en adelante, en palabras de Naomi Klein, “los años de la reparación” planetaria y de la humanidad, se han convertido en un laboratorio para instaurar la globalización del capitalismo informático, donde la economía de plataformas y aplicaciones organiza la esclavitud digital con base en el control virtual del trabajo, de su ampliación a jornadas que superan las ocho horas, experimentando vínculos laborales sin reconocimiento; si los millennials concibieron como precarios los contratos de renovación semestral, las generaciones posmilénicas padecen la extinción de la relación contractual y la noción de trabajador, sustituidos por la prestación de servicios individuales, también llamados “socios”, en tiempos infinitesimales, minutos u horas, tal como lo hace Uber, Rappi, DiDi o empresas similares.

Klein advierte que los tiempos de la reparación no se limitan a la restauración de los edificios de escuelas y hospitales, precisamente donde muchos hemos ubicado nuestras preocupaciones; pareciera que el reacondicionamiento de infraestructura es lo único, sino lo más importante que nos detiene para regresar a la normalidad escolar y educativa. De ser así, no habremos aprendido casi nada de la pandemia ni de aquellos primeros debates en los que juramos no volver jamás a la normalidad capitalista, porque justamente eso es lo que puso en crisis el sistema educativo.

La escuela de la pandemia y de la pospandemia no ha reaccionado frente al modelo de superexplotación de la naturaleza, productor de las enfermedades que están amenazando a la humanidad en las últimas y las posteriores décadas; a la agudización de la violencia familiar y de género; a la profundización de las desigualdades sociales históricas y de nuevas situaciones de infopobreza; al laboratorio de precariedades laborales que se experimentan en las generaciones de juventudes abandonadas a las economías digitales no reguladas por ninguna legislación laboral.

Preocupa que el regreso a las clases presenciales sea también la vuelta a los aprendizajes prestablecidos en el currículo lineal. Lo que aconteció con la pandemia fue lo inesperado, la incertidumbre como principio de una realidad en constante cambio; ni los pronósticos basados en la estadística y la ciencia cuantitativa sobre el comportamiento del virus instalado en la sociedad han sido verdades inamovibles. Lo esperado, lo cotidiano, lo de siempre y las inercias de las trayectorias escolares no caben en las emergencias, son de hecho un problema para superar las situaciones de crisis. ¿Por qué, entonces, la necedad de resituarse en los aprendizajes esperados?

En oposición a esta manifestación del pensamiento unidireccional, coincido con otros pedagogos mexicanos que han señalado que lo urgente y más importante es reconocer, reflexionar y recuperar los “aprendizajes inesperados”; es decir, los que resultaron de la inteligencia y la creatividad humana en contextos excepcionales, justamente para comprender realidades disruptivas, para enfrentarlas sin quedarse pasmados ante el advenimiento de su complejidad abrumadora y luego resolverse como colectividades emancipadoras, críticas y propositivas en constante transformación de sí y de sus contextos.

Necesitamos pensar un currículo para la emergencia; romper las dinámicas lineales, atrevernos a cambiar lo instituido. Resulta impensable enseñar historia u otras disciplinas que no sitúen críticamente los puntos de quiebre que nos llevaron a la crisis ambiental y a las reacciones de autodefensa de la naturaleza; no podemos seguir replicando la formación de habilidades digitales distanciándose de la resolución de las necesidades humanas. Es urgente aprender ciencias que expliquen los problemas de la salud de nuestro tiempo, que diserten sobre la producción y las prácticas de consumo sustentable, orientados por los conocimientos de la seguridad alimentaria; no debemos continuar con un tipo de gestión escolar gerencial, negando la imperiosa necesidad de construir posibilidades económicas cooperativas. Todo parece indicar que la emergencia no será la excepción, sino la condición característica de nuestro tiempo.

Fuente de la información: https://www.jornada.com.mx

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Predicen más pandemias ante pérdida de biodiversidad

Por: Michel Olguín Lacunza / Myriam Núñez


Si la relación de la humanidad con el planeta no cambia, las posibilidades de nuevas pandemias de origen zoonótico son muy elevadas.

La aparición de nuevas pandemias a través de la zoonosis (patógenos transmitidos de animales a humanos) continuará si no protegemos la biodiversidad y regulamos el uso de fauna silvestre, explicaron expertos de la UNAM, del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (CINVESTAV) del IPN y la Universidad de Texas.

Actualmente, “la relación que la humanidad mantiene con los recursos naturales es todo menos mutuamente provechosa, escasamente alguna cultura ha llevado una conexión armónica donde, por ejemplo, se permita que estos recursos explotados se regeneren”, señaló Alejandro Córdoba Aguilar, investigador del Instituto de Ecología de la UNAM.

De hecho, los modelos socioeconómicos y casi cualquier religión han enfatizado una supremacía del humano sobre los seres vivos del planeta, esta relación se puede ver claramente en cómo legislamos los recursos que nos rodean: los agotamos o los deterioramos, agregó el académico universitario.

Las pandemias

 Una pandemia es una enfermedad que se expande mundialmente y regularmente surge por patógenos de la vida silvestre como aves y mamíferos, explicó Carlos Ibarra Cerdeña, investigador del CINVESTAV.

A principios del siglo XX apareció una pandemia letal llamada gripe española, mató a más de 20 millones de personas. En el siglo XXI, en el año 2008, apareció en México otra pandemia causada por la influenza del virus A H1N1.

Además de las pandemias causadas por influenzas han existido otras causadas por coronavirus y que aparecieron en el siglo XXI. Por ejemplo, en 2012 surgió el MERS que infectaba a personas por medio del contacto con camellos infectados, y en 2013 apareció el caso del SARS.

No obstante, “ninguna de las enfermedades del siglo XXI ha causado el nivel de mortandad que tiene la COVID-19, causada por el SARS-CoV-2, presente en 224 países. Después de un año hay más de 95 millones de infectados confirmados y ha matado a más de dos millones de personas”, detalló Ibarra.

Es muy posible, acotó, el investigador, que surjan nuevas pandemias, y por eso existen varios científicos estudiando los factores que podrían causarlas, esto con el fin de prevenirlas o predecirlas.

Sin embargo, es muy complejo porque depende de la biología de los patógenos, así como de las condiciones sociales y culturales de las ciudades donde emergen estas epidemias que más tarde se convierten en pandemias.

Zoonosis

 Se sabe que la mayoría de las enfermedades emergentes como el ébola y casi todas las pandemias conocidas como la influenza, el SIDA y la COVID-19 son zoonóticas, es decir, son causadas por microorganismos de origen animal.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Mundial de la Salud Animal y la Plataforma Intergubernamental de Diversidad Biológica reconocen que la pérdida de la diversidad y el desarrollo de la agricultura y ganadería son factores que han provocado la aparición de más del 30 por ciento de las enfermedades emergentes, enfatizó Gerardo Suzán Azpiri, de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM.

Varios estudios han evidenciado que sitios con mayor diversidad de especies reducen la transmisión de infecciones y el riesgo de zoonosis, a esto se le llama la Hipótesis del Efecto de Dilución.

Este efecto se ha reconocido en muchas enfermedades producidas por virus, bacterias y protozoarios que ocurren cuando se pierde la diversidad de especies y están ligadas a la salud humana. Por ello, no sólo es necesario integrar el concepto de una-salud sino también de Eco-salud.

Cambiar la relación humano-animal

 Si la relación de la humanidad con el planeta no cambia, las posibilidades de nuevas pandemias de origen zoonótico son muy elevadas, afirmó Iván Castro Arellano, profesor de la Universidad Estatal de Texas.

Para prevenir estos eventos debe existir una coordinación internacional entre los gobiernos de cada país para que no continúen las condiciones relacionadas con la aparición de estos patógenos zoonóticos.

“Estas condiciones que debemos evitar son la disminución de áreas naturales, la pérdida de la biodiversidad, el uso no regulado de fauna silvestre, el cambio climático y un modelo económico y social que mantiene el uso ilegal de áreas naturales”, afirmó.

En general, la pandemia de la COVID-19 nos provee una oportunidad de repensar totalmente, no sólo la prevención de enfermedades, sino un modelo de coexistencia con el planeta, concluyó.

Fuente e imagen: UNAM Global

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