Por: Lev M. Velázquez Barriga
Desde sus primeras investigaciones, Alberto Colin Huizar se acercó a los maestros con una sola mirada humanista e integral, pero a través de un lente bifocal que le permitió la observación desde el rigor científico de la antropología y al mismo tiempo la empatía política con las rebeldías del sindicalismo disidente y las autonomías indígenas en las que estaba involucrado el magisterio, como parte de su naturaleza histórica.
Lo dicho anteriormente, lo llevó a producir una serie de libros, artículos y tesis sobre los docentes. Su más reciente pesquisa doctoral recibió el premio 2024 de la Cátedra Jorge Alonso, impulsado por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social y el Consejo Mexicano de Ciencias Sociales. La cátedra referida es un espacio de análisis y producción de pensamiento crítico, a partir de la reflexión sobre los movimientos sociales actuales en México y el mundo; lleva su nombre en honor a uno de los más prominentes estudiosos en esta línea temática.
La publicación de su libro Ser maestro en los márgenes: trabajo docente y violencia criminal en la Tierra Caliente de Michoacán es parte del reconocimiento que se le hizo por ser una de las mejores tesis en estudios sociales en México; es una joya, resultado de su acercamiento íntimo con los maestros entre asambleas, mítines, escuelas, talleres de formación, caravanas culturales y espacios de la cotidianidad escolar o sindical, donde Alberto fue tejiendo historias intentando comprender raíces, razones y experiencias de las alternativas educativas; sin embargo, al recorrer los inevitables e inhóspitos caminos de la violencia criminal, se produjo en él, más que ruptura, la imperiosa necesidad de entender lo subyacente en aquellas narrativas que le fueron develadas en confianza y solidaridad por los docentes, pero que no solían aparecer desde su discursiva política y pedagógica en la vida pública.
Los casos no eran aislados, pero se entrelazaban y volvían más comunes en Tierra Caliente, en especial en el Valle de Apatzingán; no siempre los maestros se percibieron dentro de una problemática de violencia estructural, y menos aún, en medio de conflictos geopolíticos del capitalismo donde el Estado privatiza el monopolio represivo a los grupos de narcoviolencia para favorecer el desplazamiento poblacional, facilitar la superexplotación del extractivismo, el control social ante la depredación ambiental y laboral de los monocultivos.
Otras veces sus memorias ayudaron a reconstruir una mirada diferente a la gubernamental sobre la historicidad y territorialidad de la violencia criminal, sentida y vivida en carne propia: bajo el fuego cruzado de cárteles en disputa, mientras se desplazaban a sus comunidades; coexistiendo en los mismos edificios escolares que hacían de bases logísticas improvisadas, lo mismo del Ejército que para el narco; intentando construir aprendizajes en aulas bombardeadas con drones; interpelando jefes de plaza para sostener la protesta social en carreteras privadas custodiadas por bandas criminales; exiliadas frente al constante acoso sexual y obligados al abandono residencial por las amenazas de muerte y de privación de la libertad por el sicariato.
Además de estos contextos de políticas fallidas del Estado, complicidades para crear ambientes propicios a la militarización y paradójicamente al crecimiento permisible de economías ilegales, los maestros acuden a las aulas en ausencia de medidas y herramientas pedagógicas oficiales para atender los climas de violencia. Programas como Escuela Segura y otros no fueron pensados en educar para la paz, sino funcionales a las medidas de acotación de libertades.
No obstante, en las trayectorias escolares situadas, individuales o colectivas, se dibujan intencionalidades que prefiguran estrategias alternativas y de autonomía curricular exitosas para educar en la paz social; de ahí que este libro sea una posibilidad de diálogo para comprender y atender de manera profunda el origen estructural de la violencia criminal; pero, también un llamado de atención urgente a la formación normalista y a las educaciones populares, para no dar la espalda a estos desafíos que la docencia encuentra en todo el territorio nacional.
Los docentes, sobre quienes son sensibles a las desigualdades sociales, tienen un papel fundamental en la reconstrucción de los tejidos comunitarios y del pueblo; aunque esto les siga costando la vida y la libertad. El reciente secuestro de Mario Roldán y Muriel Ernesto Gómez, líderes de la CNTE en Chiapas, o de la desaparición forzada de José Gabriel Pelayo, profesor de escuela básica y luchador ambientalista de la costa michoacana, son lamentables ejemplos de una herida que sigue abierta y que, sin duda, deja temas sin resolver en esta coyuntura política transexenal.
De ahí la vigencia del libro de Alberto Colin y la provocación que nos hace para mirar la inseguridad en clave de las izquierdas; pero, ajenos y distantes de las narrativas golpistas que no se ostentan con rigor científico, y menos aún, parten de iniciativas que, como ésta, tienen el propósito de comprender los problemas más sentidos de nuestra realidad actual para encontrar el cauce que nos conduzca a mejores políticas de pacificación social.
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