La polémica generada por la malla curricular (currículo educativo actualizado 2023) que regulará los contenidos de la educación primaria y secundaria ha puesto por unos días en la agenda nacional la discusión sobre el estado de la educación boliviana, un debate tan ausente como necesario dada la trascendental importancia de la educación para las oportunidades de movilidad social y para el desarrollo del país en su conjunto.
La realidad es que las falencias del sistema de educación boliviana son evidentes, aunque exista una amplia cobertura de la educación pública y gratuita, lo que brinda a gran parte de la población la posibilidad de acceder a la educación, e incluso de llegar hasta el nivel universitario. Sin embargo, la importantísima asignación de recursos públicos a la misma no corresponde con el nivel de calidad que merecen los estudiantes, constituyendo una lamentable barrera para el progreso personal y colectivo de la inmensa mayoría de la ciudadanía que cifra las esperanzas de mejorar sus condiciones de vida en el sistema de educación pública.
En principio, la propuesta del Ministerio de Educación parecía modernizadora. Se acepta, por ejemplo, que la enseñanza del idioma inglés es una herramienta indispensable para la competitividad de los jóvenes en el mundo actual. Al mismo tiempo, la inclusión de asignaturas como robótica, por ejemplo, llevan a presumir una apuesta por las últimas tecnologías que modernizarían la educación.
Sin embargo, el pedagogo Álvaro Puente, cuya opinión consulté al respecto, me hizo notar que para llevar a la práctica un nuevo programa educativo como este, primero habría que formar muchos más profesores en la enseñanza del idioma inglés, por ejemplo, si en serio se pretende garantizar el dominio de este idioma a la finalización de la secundaria. Al mismo tiempo, observó que no se ha estructurado debidamente la formación de los estudiantes, destacando que si, por ejemplo, se va a impartir robótica, lo cual requiere además equipamiento adecuado, se debiera enseñar previamente programación informática, lo cual además se convierte en un elemento imprescindible en el mundo de hoy para una adecuada formación en competencias.
No menos lamentable, es el permanente intento de ideologizar la educación, algo que Álvaro Puente señala que ha fracasado una y otra vez, incluso cuando se lo intentado desde regímenes autoritarios, e incluso totalitarios. En efecto, si observamos la historia del siglo XX, especialmente lo que ocurrió en los países que cayeron bajo el sistema comunista, podremos comprobar que estos sistemas de control social siempre pretendieron utilizar a la educación como un medio para inculcar sus ideas a sucesivas generaciones y, de esta forma, asegurar su perpetuación en el poder. Sin embargo, 50, 60 y hasta 70 años después, los ciudadanos se liberaron de la opresión apenas pudieron pues el amor por la libertad es innato en el ser humano.
En Bolivia, esta pretensión ha llevado además a la monopolización estatal de la formación de los maestros, concentrando en las “normales” la profesionalización de los docentes para la educación primaria y secundaria, a diferencia de lo que sucede generalmente en la comunidad internacional, en la que esta formación es impartida en las universidades, lo que además jerarquiza la profesión y la relaciona con otros ámbitos del conocimiento científico. No es difícil darse cuenta que esta política también tiene como propósito controlar ideológicamente la formación del cuerpo docente y desde ahí influenciar la futura educación de los niños y jóvenes.
Toda esta situación produce como resultado que la calidad del sistema de educación nacional sea muy deficiente, lo que limita sustancialmente las capacidades y competencias que nuestros niños y jóvenes debieran desarrollar, afectando de forma estructural sus posibilidades de progreso en la vida. La solución de las autoridades ha sido negar la participación de Bolivia en pruebas internacionales e incluso suspender pruebas que se venían realizando en nuestro país, procurando ocultar de esta forma las consecuencias de una reforma educativa que no ha funcionado.
Sin educación de calidad no habrá desarrollo, por lo que es responsabilidad de toda la sociedad afrontar este debate y demandar las reformas necesarias para que las futuras generaciones reciban la educación que merecen.
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