Educación: qué es la «crianza positiva» y cómo puede usarla para ser «firme pero amable» con sus hijos

Por: Semana Educación

La «parentalidad positiva», también denominada crianza positiva, rechaza tanto el castigo como la permisividad, y aboga por que el niño tenga cierto grado de autonomía y participe en la toma de algunas decisiones. ¿De qué se trata este modelo?

Cuando se trata de criar a un hijo, los padres se enfrentan al dilema de cuánta disciplina es necesaria y cuándo esta se puede volver excesiva y, como consecuencia, contraproducente.

Según qué modelo educativo se aplique, la conclusión es distinta. En un extremo se sitúa el que aboga por la rigidez. De acuerdo a éste, es el adulto el que manda y el niño no participa en el proceso de toda de decisiones: «Estas son las reglas y este es el castigo que recibirás si las violas», es la frase que mejor lo ilustraría.

En el otro polo se encuentra el enfoque permisivo, que insiste en que no hay reglas ni límites y defiende que el niño esté a cargo.

Pero existe también un tercer modelo, una especie de punto intermedio entre ambos: la «parentalidad positiva», también denominada crianza positiva. Esta rechaza tanto el castigo como la permisividad, y aboga por que el niño tenga cierto grado de autonomía y participe en la toma de algunas decisiones, siempre teniendo en cuenta qué es lo adecuado para su edad y cuál es el contexto familiar.

Según este enfoque, el adulto sigue siendo el responsable, pero en su trato hacia el menor hay más comunicación, respeto y aprecio por los sentimientos de este, incluso cuando le dice que no.

La educadora Lua Barros, quien estudia y defiende la crianza positiva, la plantea como la relación entre padres e hijos que es «necesaria en la sociedad en la que vivimos (…) Tenemos que hacer que los padres vean a los niños como individuos y que haya un respeto mutuo», dice.

«El afecto debe impulsar todas nuestras acciones (…) Cuando estamos gobernados por el afecto, eliminamos cualquier violencia de la relación. Para conducir el comportamiento del niño con firmeza y respeto se debe ejercer la autoridad sin autoritarismo«, prosigue.

Sin castigos físicos

La idea también es que golpear o castigar a los niños no les enseñará cómo manejar sus propios sentimientos o comportarse adecuadamente, solo los educará para que tengan miedo de la reacción del adulto.

En junio de este año, Francia se convirtió en el 56º país en prohibir por ley el castigo físico a los niños. El primero fue Suecia en 1979, y la lista incluye varios latinoamericanos: Venezuela, Costa Rica, Honduras, Nicaragua, Brasil, Perú y Paraguay.

Varios antropólogos aseguran que nuestros antepasados, contrariamente a la creencia popular, no eran violentos con sus hijos y que solían ser afectuosos y mostrarse disponibles para ellos, y que vivían en entornos cooperativos.

«Cuando dejamos de ser cazadores-recolectores y nos convertimos en agricultores, lentamente construimos una cultura de sumisión, control y búsqueda de obediencia desde la infancia», dice la psicóloga Marcia Tosin, experta en comportamiento infantil.

Varios estudios científicos también sustentan que la educación y la crianza han evolucionado mucho en las últimas décadas, en las que se ha generado más conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro humano que en los últimos 5.000 años.

Uno de los hallazgos es que el cerebro crece hasta los 23 años, es decir, hasta esa edad no está completamente maduro. Y hoy sabemos que existe la neuroplasticidad, la capacidad del cerebro para adaptarse a los cambios a través del sistema nervioso.

Nuestra vida social y profesional está altamente influenciada por las experiencias de los primeros años. Y un ambiente con bajo estrés y estímulos positivos conduce a un buen desarrollo no solo mental sino también físico.

Tosin afirma que la paternidad respetuosa hará que los niños, cuando crezcan, lo sean también con otros: «Desde hace dos décadas escucho al menos una vez a la semana alguien en terapia decirme: ‘No puedo querer a mi madre (o mi padre). No importa cuánto lo intente, no siento nada por ella (él) ‘», dice.

«Esto se debe a que esos padres se centraron en un modelo basado en el seguimiento a las reglas, pensando que el afecto podría dañar a sus hijos», explica.

¿Cómo actuar en la práctica?

Es importante para los padres que buscan esta vía intermedia de educar a sus hijos que entiendan que el mal comportamiento de un niño —berrinche o similar— es una forma de comunicación para estos.

La mayoría de las veces, no es personal; es decir, el niño no lo hace para molestar al adulto, sino porque no tiene otros recursos emocionales en ese momento.

La educadora de padres Lia Vasconcelos pone ejemplos de cómo la crianza positiva puede ayudar con este dilema.

«El primer punto es mirarnos a nosotros mismos para tratar de comprender qué puede haber causado estrés al niño. ¿Podría ser el sueño, el cansancio, el hambre, el nerviosismo, la inseguridad?».

«Tienes que decir que no con firmeza y amabilidad pero también validar el sentimiento del niño«, prosigue. «Y decirle algo como ‘Veo que estás ansioso. Juguemos ‘»

Según la educadora, los adultos deben dar opciones al niño que hace berrinche, pero dentro de ciertos límites. Por ejemplo, si la escena se da en un supermercado y el niño «quiere algo solo porque lo quiere», y los padres no quieren comprárselo, pueden decir: «Vemos que estás ansioso por comerte esa galleta. Se ve rica. ¿Pero qué tal si elegimos un refrigerio más saludable?».

El secreto es distraer al niño con una frase del estilo.

¿Pero qué pasa cuando el berrinche cruza una línea y se empieza a parecer a una escenas de las películas de terror?

Antes de tomar cualquier decisión, es importante comprender cómo funciona el cerebro. Se divide en cuatro zonas principales según su función, según la teoría de los cuadrantes cerebrales de Ned Herrmann.

El investigador estadounidense lo describió haciendo una analogía de nuestro cerebro con el globo terrestre y con sus cuatro puntos cardinales. A partir de esta idea, representó una esfera dividida en cuatro cuadrantes, resultantes del entrecruzamiento de los hemisferio izquierdo y derecho del modelo Sperry, y de los cerebros cortical y límbico del modelo McLean

De acuerdo a su modelo, el hemisferio derecho es el imaginativo. Y izquierdo es el lado racional y lógico, donde reside la noción del tiempo.

Debajo está el cerebro primitivo, el que atesora las emociones. Y en la parte de arriba se ubica el juicio y todos los componentes del cerebro racional. Estos funcionan como un filtro para las emociones.

Cuando se produce un berrinche en la parte inferior, significa que hay mucha energía allí acumulada. Son las situaciones en las que el niño está fuera de sí. Ante ellas no merece la pena argumentar, ya que en ese momento el niño no tiene capacidad de escuchar.

«El mejor enfoque en este caso es calmar al niño sentándolo primero en el regazo y llevándolo luego a otro lugar. Esto a menudo es suficiente», dice Vasconcelos.

«Abrázalo, incluso si es lo último que quieres hacer. Pídele que respire hondo y dile que poco a poco la ansiedad pasará (…) Dilo con calma, firmeza, generosidad y cariño. Es el afecto en el tono voz lo que ayudará al niño a calmarse. Revisa con el niño lo que sucedió y deja la llamada de atención para después. Es importante corregir el comportamiento pero no señalar al niño como malo«, prosigue.

Cuando ocurre en la parte de arriba del cerebro y el niño está lo suficientemente tranquilo como para entender, la recomendación de los expertos es no negociar. Es posible tener en cuenta los sentimientos de frustración de los niños sin doblegarse, sin ceder en los límites establecidos por el adulto: «De verdad que entiendo que quieres el juguete, pero desafortunadamente hoy no vamos a comprarlo. Pensemos en otra cosa».

«Me harte de aquello en qué me estaba convirtiendo»

Tanto Vasconcelos como Barros se convirtieron en educadores para adultos porque sentían que como madres estaban muy por debajo de lo que podían ser: «Me cansé de aquello en lo que estaba convirtiendo», reconoce Barros.

«Ser madre siempre había sido agradable para mí, hasta que dejó de serlo. Con tres hijos, las cosas se me salieron de control«, hace memoria.

Fui a buscar orientación, información. Tenía tres hijos, estaba embarazada de mi cuarto hijo y no había leído ningún libro sobre cómo se desarrolla el cerebro de un niño».

Barros llegó a ver a los niños como humanos en desarrollo que pueden crecer mejor, más fuertes, más saludables, dependiendo de su interacción con ellos.

«Hoy escucho todo lo que mis hijos tienen que decir. Eso no significa que me ocupe de todo. Les enseño a hacer frente a sus deseos. Necesitamos ser adultos emocionalmente equilibrados para que la generación futura también pueda crear personas más equilibradas «.

Niños digitales

Cuando la educadora habla de la sociedad en la que vivimos, también se refiere al mundo digital. En algunas casas donde los padres tienen exceso de trabajo los niños terminan pasando mucho tiempo expuestos a la televisión y los celulares. Y estos espacios digitales también requieren de supervisión.

«No dejas a tu hijo solo en el parque. ¿Por qué lo dejarías en internet? No tiene sentido. Internet es un lugar donde todo sucede«, dice Barros.

En abril de este año, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó sus recomendaciones sobre el uso de dispositivos electrónicos para niños de hasta cinco años.

Según el organismo, por debajo de esa edad no se debe pasar más de 60 minutos al día en actividades pasivas frente a un teléfono móvil, computadora o pantalla de TV.

Asimismo, la entidad establece que los bebés menores de 12 meses no deben pasar ni un minuto frente a dispositivos electrónicos.

«Mucho mejor que prohibir la electrónica es crear estrategias para que no sean interesantes», explica Tosin.

«Los niños, cuando están frente al televisor, por ejemplo, en cinco minutos comienzan a deslizarse en el sofá, ponerse de pie o arrojar almohadas. El niño siente el deseo de moverse, y la sociedad necesita organizarse para traerlo de regreso».

La Sociedad Brasileña de Pediatría recomienda que los niños jueguen al aire libre todos los días.

Esta es una de las premisas que el pediatra y sanitario Daniel Becker, profesor del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Federal de Río de Janeiro, aplica en sus conferencias y consultas.

«Vivimos una devaluación del juego y la vida al aire libre. Una ‘adultización‘ del niño. Varios estudios muestran que jugar evita varios comportamientos depresivos e incluso suicidas en el futuro. La crianza no puede ser autoritaria, ni violenta, ni demasiado permisiva. Es importante hacer que el niño desarrolle una conciencia emocional «, dice Becker.

El periodista estadounidense Richard Louv, autor de The Last Child in Nature («El último niño en la naturaleza»), acuñó el término «trastorno por déficit de la naturaleza» para describir el fenómeno más bien contemporáneo de la falta de acceso a espacios libres que permitan el juego libre y el contacto con el medioambiente.

Barros cree que el trastorno afecta a niños y adultos y está estrechamente relacionado con el uso creciente de dispositivos electrónicos.

«Ante esta situación, que también causa un estilo de vida sedentario y obesidad, las palabras que se me ocurren para describir cómo debe ser la relación de los niños con la electrónica son el sentido común, el equilibrio y la supervisión».

Fuente: https://www.semana.com/educacion/articulo/educacion-que-es-la-crianza-positiva-y-como-puedes-usarla-para-ser-firme-pero-amable-con-tus-hijos/640154

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Parentalidad positiva, filosofía educativa necesaria en Ecuador

Redacción: El Universo

En el país ya hay unidades educativas donde se aplican prácticas de educación en valores integradas al currículum, por ejemplo, la escuela fiscomisional Sathya Sai, en Bahía de Caráquez, Manabí, en donde durante la primera hora de la semana se emplean técnicas de armonización para equilibrar las emociones en los niños, que incluyen música y fábulas en las que existe un valor involucrado, y ese mismo valor es fortalecido esa semana con los padres o quienes estén a cargo de la crianza de los niños, desde la casa.

“Justamente vemos el ejemplo de esta escuela para ver cómo se puede convertir en política pública la implementación de estrategias curriculares en que los valores son un eje transversal y los padres de familia tienen responsabilidad directa en la escolarización de sus hijos”, dice María Verónica Peña Seminario, Magíster en Terapia Familiar, a cargo de la propuesta de parentalidad positiva, que trabaja en un plan de acción en el marco del Acuerdo Nacional por la Educación.

La mesa nacional de educación en valores ha encargado al equipo de expertos interdisciplinarios de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, que formule un plan de acción para la implementación de la política de parentalidad positiva. Colabora también en este tema la Universidad Técnica particular de Loja.

El concepto de parentalidad positiva se refiere “al comportamiento de los padres fundamentado en el interés superior del niño, que cuida, desarrolla sus capacidades, no es violento y ofrece reconocimiento y orientación que incluyen el establecimiento de límites que permitan el pleno desarrollo del niño”, explica Peña, también con un Ph. D. en Educación.

¿Por qué la importancia de la parentalidad positiva en el sistema educativo? “El Acuerdo Nacional por la Educación se encuentra impulsando diálogos entre los miembros de la sociedad civil con el fin de generar propuestas para la mejora de la calidad educativa. En ese afán, quienes conforman la mesa nacional de educación con valores han analizado distintos criterios y factores que inciden sobre la pérdida de vigencia de los valores humanos como ejes de la formación. La actual crisis constituye una oportunidad para generar una propuesta de cambio fundamentada en el ejercicio de la parentalidad junto a la corresponsabilidad entre familia y sociedad para educar valores que nos conduzcan hacia el futuro que deseamos”, explica Peña.

Peña hace énfasis en que un segundo paso para implementar educación positiva es reconocer la diferencia entre castigar y disciplinar. “La meta de un castigo es privar al niño o adolescente de alguna satisfacción, o generarle un sufrimiento para que aprenda y no repita una determinada conducta. La disciplina, en cambio, tiene como meta enseñar o apoyar al hijo a que controle sus impulsos y conducta, aprenda nuevas habilidades, arregle sus errores y encuentre soluciones”, explica.

Ella refiere que en este tema se debe considerar qué nuevas tipologías han sido incluidas dentro del concepto de familia y esas estructuras y funcionamiento dan paso a la presencia de modelos diversos para el ejercicio de la parentalidad. “Las familias de este siglo se organizan bajo distintas alternativas, la familia nuclear (padre, madre e hijos) no constituye la única configuración posible de ser reconocida. Tenemos niños creciendo junto a un solo progenitor en familias monoparentales, al igual que en hogares reconstituidos donde estos conviven con hijos de la pareja de su padre o madre”. puntualiza.

Peña hace énfasis en que el principal actor en la educación es el niño y tiene el derecho a crecer en una sociedad que posibilite el desarrollo de todo su potencial, sin embargo, sostiene, “son los prejuicios sociales los que mayormente afectan la educación y aprendizaje de niños y adolescentes criados bajo nuevos modelos de parentalidad, y de esa manera se reducen sus capacidades para alcanzar una visión abierta a la diversidad y una actitud tolerante a las diferencias, valores fundamentales para la adquisición de la ciudadanía mundial que propone la UNESCO con miras a un mundo más pacífico y sostenible”. (I)

Fuente: https://www.eluniverso.com/guayaquil/2019/05/21/nota/7339925/parentalidad-positiva-filosofia-educativa-necesaria

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Parentalidad positiva, filosofía educativa necesaria en Ecuador

América del sur/Ecuador/23 Mayo 2019/Fuente: El universo

En el país ya hay unidades educativas donde se aplican prácticas de educación en valores integradas al currículum, por ejemplo, la escuela fiscomisional Sathya Sai, en Bahía de Caráquez, Manabí, en donde durante la primera hora de la semana se emplean técnicas de armonización para equilibrar las emociones en los niños, que incluyen música y fábulas en las que existe un valor involucrado, y ese mismo valor es fortalecido esa semana con los padres o quienes estén a cargo de la crianza de los niños, desde la casa.

“Justamente vemos el ejemplo de esta escuela para ver cómo se puede convertir en política pública la implementación de estrategias curriculares en que los valores son un eje transversal y los padres de familia tienen responsabilidad directa en la escolarización de sus hijos”, dice María Verónica Peña Seminario, Magíster en Terapia Familiar, a cargo de la propuesta de parentalidad positiva, que trabaja en un plan de acción en el marco del Acuerdo Nacional por la Educación.

La mesa nacional de educación en valores ha encargado al equipo de expertos interdisciplinarios de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, que formule un plan de acción para la implementación de la política de parentalidad positiva. Colabora también en este tema la Universidad Técnica particular de Loja.

El concepto de parentalidad positiva se refiere “al comportamiento de los padres fundamentado en el interés superior del niño, que cuida, desarrolla sus capacidades, no es violento y ofrece reconocimiento y orientación que incluyen el establecimiento de límites que permitan el pleno desarrollo del niño”, explica Peña, también con un Ph. D. en Educación.

¿Por qué la importancia de la parentalidad positiva en el sistema educativo? “El Acuerdo Nacional por la Educación se encuentra impulsando diálogos entre los miembros de la sociedad civil con el fin de generar propuestas para la mejora de la calidad educativa. En ese afán, quienes conforman la mesa nacional de educación con valores han analizado distintos criterios y factores que inciden sobre la pérdida de vigencia de los valores humanos como ejes de la formación. La actual crisis constituye una oportunidad para generar una propuesta de cambio fundamentada en el ejercicio de la parentalidad junto a la corresponsabilidad entre familia y sociedad para educar valores que nos conduzcan hacia el futuro que deseamos”, explica Peña.

La parentalidad positiva, prosigue, es una filosofía educativa basada en crear una fuerte conexión afectiva entre padres e hijos que les permita establecer lazos estrechos y comprometerse en formar personas amables y responsables desde la infancia. El primer paso es que quienes ejercen la función parental practiquen y alcancen el autocontrol de sus emociones para construir entornos sensibles a las necesidades de los niños, estucturados mediante valores y reglas.

Peña hace énfasis en que un segundo paso para implementar educación positiva es reconocer la diferencia entre castigar y disciplinar. “La meta de un castigo es privar al niño o adolescente de alguna satisfacción, o generarle un sufrimiento para que aprenda y no repita una determinada conducta. La disciplina, en cambio, tiene como meta enseñar o apoyar al hijo a que controle sus impulsos y conducta, aprenda nuevas habilidades, arregle sus errores y encuentre soluciones”, explica.

Ella refiere que en este tema se debe considerar qué nuevas tipologías han sido incluidas dentro del concepto de familia y esas estructuras y funcionamiento dan paso a la presencia de modelos diversos para el ejercicio de la parentalidad. “Las familias de este siglo se organizan bajo distintas alternativas, la familia nuclear (padre, madre e hijos) no constituye la única configuración posible de ser reconocida. Tenemos niños creciendo junto a un solo progenitor en familias monoparentales, al igual que en hogares reconstituidos donde estos conviven con hijos de la pareja de su padre o madre”. puntualiza.

Peña hace énfasis en que el principal actor en la educación es el niño y tiene el derecho a crecer en una sociedad que posibilite el desarrollo de todo su potencial, sin embargo, sostiene, “son los prejuicios sociales los que mayormente afectan la educación y aprendizaje de niños y adolescentes criados bajo nuevos modelos de parentalidad, y de esa manera se reducen sus capacidades para alcanzar una visión abierta a la diversidad y una actitud tolerante a las diferencias, valores fundamentales para la adquisición de la ciudadanía mundial que propone la Unesco con miras a un mundo más pacífico y sostenible”. (I)

Fuente: https://www.eluniverso.com/guayaquil/2019/05/21/nota/7339925/parentalidad-positiva-filosofia-educativa-necesaria

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Suicidio adolescente: cómo desarrollar un «semáforo familiar» para entrar en alerta

Por: María Paz Badilla.

Los adolescentes quieren cambiar el mundo, su impulso vital los lleva a ser soñadores y activos. Entonces, ¿por qué hay jóvenes que deciden poner punto final a sus vidas? María Paz Badilla, de Fundación Ideas para la Infancia, nos da algunas claves para estar alertas.

Hace algunos años atrás, la prestigiosa psicóloga María José Rodrigo -quien ha liderado la revolución de la parentalidad positiva en Europa- vino a nuestro país a compartir sus conocimientos con nuestra Fundación. Una de las cosas que recuerdo de esa visita, es que al contarle todo lo que en Chile hacíamos por nuestros niños, ella nos quedó mirando y enfática nos dijo: “Qué botados que tienen en Chile a sus adolescentes”. Y claro, ella de inmediato se dio cuenta que cuando se trata de los jóvenes y el poder abordar sus problemáticas asertivamente, al parecer estamos llegando demasiado tarde.

Así mismo, no es casualidad que hace algún tiempo atrás un grupo de adolescentes a quienes les preguntaba por los desafíos de esta etapa de la vida, me dijeran que lo más difícil era lidiar con la presión que la sociedad ejerce sobre su futuro señalando: “No quieren entender que somos adolescentes hoy, siempre nos ven como un proyecto de personas adultas”.

Así también, daban cuenta de lo difícil de establecer relaciones de confianza con sus pares: “Tienes amigos, pero hay que estar atentos a que no te defrauden”, aludiendo a la presión del tema del bullying y el acoso escolar.

Miedo al rechazo, presión social, estrés, tensión respecto a ser alguien en la vida, necesidad de afecto, bullying, sensación de soledad y malos tratos, son algunos de los factores que hoy ponen en riesgo a nuestros hijos y que nos han llevado a ser, según los índices de la OCDE, el país número 13 en tasas de suicidio. Por otra parte, junto con Corea del Sursomos los únicos dos países del mundo en que las tasas de suicidio infantil y adolescente crecen cada año, en vez de disminuir.Esta es la tercera causa de muerte más frecuente para los jóvenes de entre 15 a 24 años de edad, y la sexta causa de muerte para aquellos de entre 5 a 14 años.

No son cifras de las que podamos sentirnos orgullosos, sin embargo, es necesario que estas estadísticas nos lleven a preguntarnos: ¿cómo podemos detectar a tiempo ese dolor para prestar una ayuda oportuna y dejar de lamentar hechos como estos?

Este es un tema que no debe movilizarnos sólo por nuestros hijos, es necesario entender que es un problema a nivel global. ¡Sí! Hoy muchos de nuestros jóvenes han preferido quitarse la vida antes que vivirla y eso es mucho más que un simple dato estadístico.

Dejar de lado el tabú y verbalizar “suicidio” sin trancas sociales

Es preciso que como sociedad perdamos el miedo a hablar de la depresión y del suicidio adolescente en nuestras familias y empecemos a asumir, tomar conciencia y responsabilidad, de que esta es una problemática que debe trascender los tabúes sociales. ¿Cómo podemos comenzar a asumir esta responsabilidad?

Perdiendo el miedo a hablar sobre el tema, a verbalizar la palabra suicidio sin juicios, ya que aún es un tema tabú y esa cualidad lleva a que se esconda, muchas veces atormentado a los adolescentes en crisis, y no pudiendo contar lo qué les pasa por miedo a dañar a sus seres queridos.

Cuando un tema toma fuerza, ya sea porque aparecen casos que resultan ser mediáticos, por una experiencia cercana o por aparecer en alguna serie de televisión (13 Reasons Why), es preciso pesquisarlo y hacerlo parte de las reflexiones y conversaciones cotidianas, que formarán un criterio social y con esto una conciencia colectiva al respecto. Para prevenir, es necesario crear una comunidad sensible, que priorice temas tan dolorosos como este.

Las conductas suicidas

Según el Ministerio de Sanidad y Política Social de España, se definen cuatro tipos de conductas suicidas:

1. El suicidio frustrado: cuando ha existido la intención de quitarse la vida pero sin los resultados esperados.

2. La amenaza de suicidio: cuando se verbaliza y expresa el deseo de quitarse la vida en situaciones que pueden ser críticas para el adolescente.

3. Las conductas auto-lesivas: que llevan a generarse daño o lesiones a sí mismo.

4. Suicidio consumado: cuando la muerte se concreta.

Se puede comprender que el suicidio como fenómeno tiene diferentes manifestaciones y puede gestarse de forma progresiva, teniendo siempre cualquiera de estas conductas un carácter grave y que debe activarnos a tiempo. “Las conductas suicidas se expresan de menor a mayor gravedad, es decir, ideación, amenaza, intento y por último suicidio consumado”.

Duele el hecho de pensar que una etapa de la vida que se caracteriza por su impulso vital, por alojar ese complejo mesiánico en donde sentimos que somos superpoderosos y soñamos con cambiar el mundo, pueda transformarse en la etapa más aterradora de nuestra vida. Tanto así que prefiramos despedirnos del mundo en que vivimos.

¿Qué podemos hacer los adultos?

En primer lugar, estar atentos y no dar por sentado o normalizar conductas que pueden ser potenciales riesgos para la salud mental de nuestros hijos. Generalmente, toda experiencia de suicidio se vincula a algún trastorno de salud mental, en particular la depresión.

Luego, entender cómo el contexto relacional (con quiénes se vincula) en el que nuestros hijos se desarrollan, tiene un impacto en su bienestar y en favorecer o bien obstaculizar su salud mental.

Y por último, crear comunidad. Estar bien conectados entre padres, familias y colegios para entender mejor el mundo de los adolescentes de hoy. Comprender desde un lugar de empatía y compañía, más que desde el juicio y la imposición de normas.

Semáforo familiar: una metáfora de la prevención

Comprender las causas del suicidio adolescente, no es tarea fácil. La depresión y con esta la decisión de quitarse la vida, resulta ser una problemática que tiene su origen en una combinación de factores tanto a nivel biológico, psicológico, social y contextual. Se da en personas que se encuentran en una condición de vulnerabilidad, generalmente asociada a problemas de salud mental. Esta complejidad hace que sean diferentes las variables o riesgos que puedan potenciar estas conductas.

Desde los adultos, resulta fundamental estar en conocimiento de estos riesgos para detectarlos a tiempo. Para esto, usaremos la metáfora del semáforo y sus tres luces como un mapa que guíe la detección de posibles peligros y oportunidades:

  • Luz roja: para identificar conductas o situaciones de alto riesgo.
  • Luz amarilla: para identificar conductas y situaciones que debemos monitorear.
  • Luz verde: para identificar conductas o situaciones que actúan como fuente de protección.

Mientas más expertos seamos en detectar e identificar la zona de alerta o de monitoreo, antes podremos llegar a prestar apoyo a nuestros jóvenes cuando lo necesiten. Revisemos algunas ideas que pueden ayudarnos a construir nuestro semáforo familiar.

Luz roja: ¡Riesgo! ¡Actúa ya!

En lo individual:

  • Cambios bruscos de ánimo de forma recurrente y/o reactividad emocional o irritabilidad.
  • Baja autoestima.
  • Tendencia a percibir constantemente de forma pesimista y desesperanzada la vida.
  • Baja energía, baja motivación hacia cosas que antes eran divertidas.
  • Altos niveles de estrés, angustia y una baja sensación de autoeficacia para manejar estos estados emocionales.
  • Aislamiento social.
  • Infringirse lesiones o dañar el propio cuerpo.
  • Abuso en el consumo de alcohol y drogas.

En lo familiar:

  • Relaciones familiares hostiles, agresivas, críticas y maltratantes.
  • Falta de comunicación y baja expresión de los afectos familiares.
  • Falta de calidez emocional.
  • Bajos niveles de cohesión familiar.

Respecto del contexto:

  • Crisis o situaciones estresantes que el joven sienta que lo sobrepasan o no puede manejar (cambio de ciudad, muerte de algún familiar, divorcio).
  • Sensación de sobrecarga, estrés o temor relacionado al ámbito social o académico.
  • Bullying o acoso escolar.

Luz amarilla: ponle ojo

  • Monitorear uso de redes sociales y su exposición en ellas.
  • Saber qué programas ven en la televisión o a través de internet: no se trata de prohibir sino de acompañar y estar enterados, ya que esto nos da claves para futuras conversaciones con ellos.
  • Nivel de satisfacción personal: indagar respecto a cuán contentos se sienten con su vida.
  • Sentimientos diarios: preguntar todos los días cómo se sienten.
  • Rendimiento en el colegio: estar en constante vinculación con sus profesores y otros apoderados es fundamental, así también conocer sus amigos y amigas.

Luz verde: tu hijo está o se siente protegido

  • Presencia de protocolos de acción en los colegios para abordar el bulliyng y el acoso escolar, que activen una ayuda oportuna.
  • Relaciones de amistad que contribuyen a reforzar la autoestima positiva y la pertenencia social.
  • Relaciones familiares cercanas, afectuosas y donde hay espacio para la expresión de todo tipo de emociones.
  • Comunicación constante.
  • Capacidad reflexiva de los jóvenes respecto de sí mismos y los demás.

Prevenir la depresión y el suicidio adolescente, es una tarea social que nos compete a todos. Tener buenos sistemas de alerta, depende de cuán involucrados e informados estemos para activar un apoyo real a la vida de nuestros jóvenes.

En la Fundación Ideas para la Infancia, hemos desarrollado un programa de trabajo para mejorar la convivencia familiar para padres y madres de adolescentes llamado “Vivir la adolescencia en familia”. A partir de esta experiencia, nos dimos cuenta que los padres tienden a desconectarse de sus habilidades vinculares, para priorizar la relación con sus hijos, las habilidades más formativas que se centran en monitorearlos, orientarlos y supervisarlos. Incluso en algunos casos, dejan de lado el desarrollo de un vínculo afectivo que nutra esa relación. Gracias a este programa, muchos padres ya están trabajando en no dejar de lado estas habilidades, centrales para la práctica de la crianza en este ciclo de la vida de sus hijos.

Fuente del artículo: https://www.eldefinido.cl/actualidad/plazapublica/10087/Suicidio-adolescente-como-desarrollar-un-semaforo-familiar-para-

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Cuando las familias necesitan ayuda: parentalidad positiva 

Convertirse en padre y madre no tiene por qué ser fácil y en ocasiones requiere de acompañamiento por parte de un equipo de profesionales. Conversamos con algunos de ellos.
Saray Marqués
El término lo introduce el Consejo de Europa en 2006 para hablar de la importancia de ayudar a las familias en su función de cuidado y educación, y en España un grupo de siete universidades –Universidad de Oviedo, del País Vasco, de Lleida, de Barcelona, Autónoma de Madrid, de Sevilla, de La Laguna y de Las Palmas de Gran Canaria- toma las riendas en la difusión de este enfoque.

No solo para ‘familias guapas’

Por la Universidad de La Laguna, la catedrática María José Rodrigo fue una de las pioneras que comenzaron a trabajar en esta línea incluso antes de existir la etiqueta, hace tres décadas. No faltaron las reticencias: “Lo más difícil ha sido hacer entender a quienes trabajan en servicios de protección que esto no es solo para familias guapas, que en situaciones graves también funciona”.

Reconoce que, sin embargo, se ha mejorado muchísimo y que existe en España una red fuerte de servicios sociales locales, ONG y fundaciones trabajando en preventivo, “al contrario de lo que ocurre todavía en América Latina, donde muchas veces la primera fase sigue siendo sacar a los niños del hogar”. “Hay múltiples ejemplos donde se sigue el enfoque positivo incluso en situaciones de maltrato, planteándose qué hacer con las familias para mejorar sus capacidades parentales. Y ya los servicios de protección no solo se centran en detectar el maltrato y los perpetradores, para quitar a esa familia de en medio, para sacar a esos niños de ahí, lo que en ocasiones les aboca a situaciones aún peores. Salvo en casos muy extremos y justificados se intenta la preservación familiar, que esos niños se puedan quedar en casa mejorando las condiciones de las familias, dando un paso atrás y yendo a la prevención universal”.

Hoy este enfoque ha alcanzado a los servicios sociales y las familias de alto riesgo, pero también a las familias normalizadas, a los centros escolares –en Canarias, por ejemplo, se entrena a los profesores para que sean ellos quienes den talleres de educación parental-, los centros de salud e incluso el ámbito judicial y las familias de menores con medidas judiciales. La parentalidad positiva es de una dimensión transectorial, y, en uno y otro ámbito, la meta es la misma: trabajar con las familias para mejorar sus capacidades parentales.

Y hacerlo desde que el niño nace, con claves de desarrollo cerebral, en la infancia y en la adolescencia. “Nuestros programas son de educación parental, nunca los llamamos escuela de padres, porque los padres también aportan experiencias, conocimiento, interactúan, no van a aprender lo que les dicen los expertos, a escuchar una charla ni a la Universidad para Padres. Esto es gratis. Las entidades nos contratan y formamos a los profesionales, no impartimos el programa, queremos que se interiorice en los propios servicios”, matiza Rodrigo, “Y hay un criterio de calidad. Los programas de parentalidad positiva están basados en evidencias, contrastados, no vale cualquier charlatán que ha tomado cuatro imágenes de internet”.

De puertas adentro

Desde la Universidad de Sevilla, Carmen Moreno también es de las que empezó a trabajar en parentalidad positiva antes de que se le pusiera nombre, junto con Jesús Palacios. A partir de 2008, además, comienzan a colaborar con la Consejería de Salud: “La idea del programa Apego es acompañar desde el primer control durante el embarazo hasta el fin de la edad pediátrica, rebasando la parte física en la que se solían centrar los grupos de preparación al embarazo, parto y puerperio, e incorporando componentes emocionales, sociales y psicológicos que rodean esa vivencia, y cómo afecta a la identidad, la relación de pareja o la red social”.

No se suplantaba a las matronas, sino que se les complementaba: “Además, ellas cuentan con un observatorio muy interesante, enseguida se hacen una idea de las habilidades parentales de la gente que acude a estos grupos, son capaces de anticipar las mujeres y los hombres a las que les faltan”, incide Moreno.

Si se detectaba este riesgo, se trabajaba más con esas parejas, recomendándoles la asistencia a grupos específicos o llegando incluso a las visitas domiciliarias. “Resolver este déficit de habilidades parentales es importante porque puede conducir a negligencia u otros tipos de maltrato. Si crees que un niño de meses que llora por la noche lo hace para fastidiarte, cuando te levantas para atender ese llanto no lo haces con la misma disposición que si crees que llora porque necesita algo, porque tiene hambre”, incide Moreno que, como Rodrigo, reconoce los cambios evidentes con respecto a los tiempos de nuestras abuelas, que hacen necesario todo este despliegue: “Nuestros roles son más complejos, y mujeres y hombres estamos expuestos a un estrés en la vida cotidiana que revierte en nuestras familias y en la calidad de los cuidados. Antes éramos mucho más naturales y simples en el ejercicio de la parentalidad, las metas y preocupaciones estaban muy claras. Ahora ya no aspiramos solo a que nuestros niños y niñas coman todos los días, que vayan al colegio y tengan éxito escolar. Los horizontes son más complicados, y todo ello con apoyos muy mermados, sin la red familiar extensa de antaño y en medio de un aislamiento social cada vez mayor”. Precisamente en este contexto los grupos de iguales dinamizados por un experto funcionan tan bien e incluso pueden servir para generar una red social al hilo de los talleres.

Como en cualquier programa universal, dirigido a la población general, “se suele interesar de manera más proactiva el que menos lo necesita”, pero por ello Apego resultaba interesante, porque permitía detectar a esas personas que podían necesitarlo más y motu proprio no lo iban a solicitar.

Inversión en prevención

El programa no se ha llegado a aplicar tal y como fue concebido todavía, en parte por su alto coste, “aunque en países como en Suecia existen muchas iniciativas de este tipo y los estudios demuestran que esta inversión en prevención a medio y largo plazo tiene un beneficio altísimo, es muy rentable”.

El rastro del programa Apego se puede seguir hoy en barrios como el Polígono Sur o Palmete en Sevilla, de la mano del Ayuntamiento y a cargo de Save the Children, esta vez sí, con visitas domiciliarias incluidas, no solo talleres: “Vemos a mamás muy protectoras con los bebés hasta que nace el segundo, y entonces a esa criaturita que ha estado en manos de su mamá durante dos años le llega todo a la vez: el destete, la autonomía, la independencia… Y percibimos otros problemas, como el recurso al chupete hasta muy tarde”, señala Moreno.

Diego González, trabajador del área de programas en España de Save the Children, explica cómo precisamente esta monitorización, este acompañamiento de los padres y madres en las casas, es uno de los elementos más atractivos de esta iniciativa, y cómo trabajan desde el año pasado tanto por el bienestar físico y la salud de estos niños –“Se habla del sueño, la alimentación, la higiene, porque son niños que se quedan dormidos en clase porque se acuestan tardísimo, quizá porque sus padres no tienen esta conciencia de la rutina del sueño de sus hijos, piensan que vale la misma que para los adultos”-, como por el psicoemocional, para acercarles nociones básicas de desarrollo, el cognitivo –con herramientas de estimulación en el hogar- y el concepto de límites con afecto y sin violencia. “Y todo en la lógica de Freire, de no trabajar como educación depositaria, como vasijas que se llenan, sino dejando a esos padres y madres que se expresen, que saquen los temas que les preocupan”, señala González, que apuesta por una lógica de intervención con los niños y niñas ecosistémica, interviniendo con el niño, con la familia y con la escuela, las organizaciones del barrio, etc. “La familia es clave como grupo primario de socialización, pero no es la única responsable, y desde las ONG no nos podemos olvidar de las otras patas”.

Mientras, en Madrid, desde los centros de apoyo familiar (CAF), aparte de ofrecerse mediación familiar, orientación social y jurídica, intervención psicológica en violencia dentro del núcleo familiar, también se cuenta con un programa centrado en la parentalidad positiva.

Enrique Calzada, director del CAF 3 (distrito de Usera) también defiende la oportunidad de que las sesiones sean en grupo, “lo que refuerza el sentimiento de autoeficacia al comprobar que nadie es perfecto y aprender de lo que los demás hacen bien, y ver que todo el mundo pasa por fases parecidas, y dudar, lo que es positivo si no paraliza ni angustia”.

En las distintas sesiones se trabaja para crear un vínculo afectivo desde la parentalidad positiva, creando una legitimación desde el respeto, para poder ir poniendo límites y normas dentro de una crianza responsable. “Se aborda tanto la vinculación como la desvinculación, cómo aprender a separarse, se fomentan las relaciones de los niños con otros niños, con otros adultos, y estos a su vez ven a sus padres con otros niños”, explica Calzada.

En los CAF, que comenzaron su andadura en 2004 –hoy son siete en la capital- hay profesionales de la psicología, trabajadores sociales y abogados especialistas en mediación. “Hasta que surgen los recursos municipales estaban más enfocados a situaciones de riesgo, no había una respuesta para familias normalizadas”, señala Calzada. Hoy les derivan familias o reclaman sus servicios matronas, centros de salud, colegios e institutos.

Si ser padres no es fácil, la adolescencia es una prueba de fuego: “Por eso es importante la labor de prevención, la manera de poner normas y límites, de ejercer la autoridad, de comunicarse. Porque poner remedio a eso con un chaval de 14 o 15 años, llegar entonces con que el “Porque lo digo yo”, “Aquí mando yo”, “Esta es mi casa”, no te legitima si no se va trabajando desde que los niños son pequeños en el porqué de las cosas, las consecuencias de las acciones, la realidad de la vida, con sus frustraciones, sus relaciones con los demás, que también fracasan, con sus malos momentos y unos padres que les acompañan como fuente de referencia y seguridad. Ponerse a hacer esto a los 15 años es un sinsentido y pasa demasiado a menudo”, reflexiona Calzada, “y demasiado a menudo nos encontramos con niños que no están acostumbrados a frustrarse, que tienen las gratificaciones que quieren cuando las quieren, por lo que cuando se enfrentan a un límite reaccionan de forma agresiva, violenta”.

Sobreinformación y desorientación

Pero, ¿realmente requiere tantos recursos externos un padre o una madre hoy para aprender a serlo? Surgen nuevas formas (familias reconstituidas, monoparentales…) en las que el modelo vivido ya no sirve o se vive lejos de los abuelos y su influjo se pierde, y prolifera, al tiempo, una gran oferta de contenidos en internet acerca de la crianza y la educación, no todos con eldebido rigor: “Las familias son más autónomas que nunca buscando información y a la vez están más expuestas que nunca a ideas sin calidad, no fundadas en la ciencia y que responden a intereses comerciales”.
Quienes más buscan, quienes más angustiadas y culpables se sienten, con más sensación de fracaso y frustración, suelen ser las mejores familias, las más sensibilizados, las que muestran más ganas de aprender. Cuando llegan a estos procesos de reflexión grupal “se encuentran desbordados por modelos ideales que se sienten incapaces de alcanzar, por las dificultades para conciliar, y, en ocasiones, la culpa por no tener tiempo les ha llevado al entreguismo, a darle todo a los niños, a llenarles de regalos, de pantallas. Con estos programas reflexionan sobre su propio modelo, sobre cuál piensan que debe ser su papel, qué buscan como meta, se replantean su historia, si están huyendo del autoritarismo de sus padres a la permisividad… No aspiramos a un cambio de prácticas, también de mentalidades para reducir el estrés parental y que descubran que cuentan con más resortes de los que pensaban”, describe Rodrigo.
Habla la experta de tipos de maltrato de los que las familias no son tan conscientes, como la negligencia, el no hacer lo que se debe hacer, el más frecuente: “No existe un discurso social en contra de la negligencia, o se piensa que se da en familias muy en riesgo, cuando tenemos también familias muy modernas que están dejando todo el día al niño en manos ajenas indocumentadas, con lo que este no vive descuido de alimentación o vacunas, pero sí descuido afectivo, y soledades”. Y de la polarización, frente a esta, de las corrientes más actuales en la línea de prolongar el colecho o la lactancia materna a demanda hasta muy tarde: “Se plantea como apego seguro, pero olvida un segundo componente del apego, la autonomía, y se genera una dependencia emocional que no es buena”.

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/blog/2018/05/22/cuando-las-familias-necesitan-ayuda-parentalidad-positiva/

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