Redacción: El Universo
En el país ya hay unidades educativas donde se aplican prácticas de educación en valores integradas al currículum, por ejemplo, la escuela fiscomisional Sathya Sai, en Bahía de Caráquez, Manabí, en donde durante la primera hora de la semana se emplean técnicas de armonización para equilibrar las emociones en los niños, que incluyen música y fábulas en las que existe un valor involucrado, y ese mismo valor es fortalecido esa semana con los padres o quienes estén a cargo de la crianza de los niños, desde la casa.
“Justamente vemos el ejemplo de esta escuela para ver cómo se puede convertir en política pública la implementación de estrategias curriculares en que los valores son un eje transversal y los padres de familia tienen responsabilidad directa en la escolarización de sus hijos”, dice María Verónica Peña Seminario, Magíster en Terapia Familiar, a cargo de la propuesta de parentalidad positiva, que trabaja en un plan de acción en el marco del Acuerdo Nacional por la Educación.
La mesa nacional de educación en valores ha encargado al equipo de expertos interdisciplinarios de la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil, que formule un plan de acción para la implementación de la política de parentalidad positiva. Colabora también en este tema la Universidad Técnica particular de Loja.
¿Por qué la importancia de la parentalidad positiva en el sistema educativo? “El Acuerdo Nacional por la Educación se encuentra impulsando diálogos entre los miembros de la sociedad civil con el fin de generar propuestas para la mejora de la calidad educativa. En ese afán, quienes conforman la mesa nacional de educación con valores han analizado distintos criterios y factores que inciden sobre la pérdida de vigencia de los valores humanos como ejes de la formación. La actual crisis constituye una oportunidad para generar una propuesta de cambio fundamentada en el ejercicio de la parentalidad junto a la corresponsabilidad entre familia y sociedad para educar valores que nos conduzcan hacia el futuro que deseamos”, explica Peña.
Peña hace énfasis en que un segundo paso para implementar educación positiva es reconocer la diferencia entre castigar y disciplinar. “La meta de un castigo es privar al niño o adolescente de alguna satisfacción, o generarle un sufrimiento para que aprenda y no repita una determinada conducta. La disciplina, en cambio, tiene como meta enseñar o apoyar al hijo a que controle sus impulsos y conducta, aprenda nuevas habilidades, arregle sus errores y encuentre soluciones”, explica.
Ella refiere que en este tema se debe considerar qué nuevas tipologías han sido incluidas dentro del concepto de familia y esas estructuras y funcionamiento dan paso a la presencia de modelos diversos para el ejercicio de la parentalidad. “Las familias de este siglo se organizan bajo distintas alternativas, la familia nuclear (padre, madre e hijos) no constituye la única configuración posible de ser reconocida. Tenemos niños creciendo junto a un solo progenitor en familias monoparentales, al igual que en hogares reconstituidos donde estos conviven con hijos de la pareja de su padre o madre”. puntualiza.
Peña hace énfasis en que el principal actor en la educación es el niño y tiene el derecho a crecer en una sociedad que posibilite el desarrollo de todo su potencial, sin embargo, sostiene, “son los prejuicios sociales los que mayormente afectan la educación y aprendizaje de niños y adolescentes criados bajo nuevos modelos de parentalidad, y de esa manera se reducen sus capacidades para alcanzar una visión abierta a la diversidad y una actitud tolerante a las diferencias, valores fundamentales para la adquisición de la ciudadanía mundial que propone la UNESCO con miras a un mundo más pacífico y sostenible”. (I)
Fuente: https://www.eluniverso.com/guayaquil/2019/05/21/nota/7339925/parentalidad-positiva-filosofia-educativa-necesaria