China ya no es sólo la fábrica del mundo, un modelo de producción masiva de mercancías a precios bajos, que se agotó con la crisis de 2008.
La dirección del Partido Comunista de China (PCCh) puede estar satisfecha con los logros obtenidos desde el 18º Congreso celebrado en 2012, que eligió la nueva dirección encabezada por Xi Jinping. Tanto en el plano interno como en el internacional, los logros han sido impresionantes.
En este período China se erigió como la segunda economía del mundo y la primera si se mide por la paridad de poder adquisitivo, y siguió creciendo pese a las consecuencias de la crisis mundial de 2008. Entre 2013 y 2016 el PIB creció un promedio del 7,2% anual, casi el triple del crecimiento promedio del mundo (de 2,6%). Representa el 15% de la economía mundial, tres puntos más que en 2012.
Los gastos en investigación y desarrollo crecieron desde 2012 un 52,2% y las solicitudes de patentes lo hicieron un 69%. Datos que indican que la economía basada en la innovación se convirtió en uno de los motores del crecimiento desde el 18º Congreso. La renta per cápita tuvo un incremento anual superior al 7% y la pobreza se redujo a menos de la mitad.
En el terreno internacional la presencia de China se ha afianzado en todo el mundo. La propuesta de Un Cinturón Una Ruta que incluye grandes obras de infraestructura en 60 países para conectar China con Europa atravesando Eurasia, está cosechando éxitos destacados pese a las dificultades que aún debe superar. La internacionalización del yuan avanza, mientras China ha establecido alianzas estratégicas con destacados países, siendo la más importante la que alcanzó con Rusia.
La modernización de sus fuerzas armadas, uno de los empeños de la actual dirección, se materializa a un ritmo sorprendente en tiempos de paz. China ya ha botado dos portaviones, está construyendo el tercero y tiene planificados hasta diez cuando se cumplan los cien años del triunfo de la revolución encabezada por Mao Tse Tung en 2049.
En los últimos años se están produciendo cambios de orientación. China ya no es sólo la fábrica del mundo, un modelo de producción masiva de mercancías a precios bajos, que se agotó con la crisis de 2008. Comenzó a promover el crecimiento basado en la innovación, con amplio destaque de la inteligencia artificial, atención a servicios de calidad y al mercado interno, con el objetivo de construir una sociedad moderna, desarrollada y acomodada, como señala Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China.
El 19º Congreso que comienza el 18 de octubre contará con la participación de 2.300 delegados que representan a los más de 88 millones de miembros del Partido. No será uno más. Según la agencia estatal Xinhua, el Congreso «se celebrará en un momento en el que China se está esforzando por lograr una sociedad modestamente acomodada en todos los ámbitos y que constituye un momento crítico en el desarrollo del socialismo con características chinas».
La dirección señala que China está ante «cambios históricos» y se ha fijado el año 2020 para completar «la erradicación de la pobreza» que aún afecta a millones de personas. Para eso es necesario sacar a más de 10 millones de personas de la pobreza cada año, en particular en las zonas rurales.
Desde el anterior Congreso, China se ha empeñado en combatir la corrupción, como parte de los esfuerzos por la modernización y la eficiencia. En este empeño se ha destacado especialmente la gestión de Xi, que dirigió la campaña anticorrupción que ha castigado a dos millones de miembros del Partido, incluyendo cuadros superiores, lo que ha elevado el prestigio de la actual dirección.
Pero la cuestión clave es la profesionalización de los cuadros dirigentes y la renovación generacional. Según un informe de Global Times, para este Congreso la edad promedio de los delegados ha bajado, pero aún se mantiene por encima de los 50 años. El 53,7% de los delegados tienen una maestría y el 31% poseen una licenciatura. En todo caso, se considera que los miembros jóvenes del partido son la «clave de la innovación».
Un reciente editorial de Global Times destaca que China ha logrado, simultáneamente, «equilibrar la creación de fuerza nacional y la mejora de los medios de vida y la protección ambiental de la población». De ese modo, concluye el diario oficialista, «las diversas teorías del ‘colapso de China’ se han desmoronado».
Encaminada la situación con el viraje de la economía hacia la innovación y el mercado interno, una gestión más transparente y una ostensible mejora de los indicadores sociales, un aspecto central de la política de China está focalizada en el área internacional. En este punto aparecen dos cuestiones decisivas: la renovación de los mandos de las fuerzas armadas, que va de la mano de su modernización, y las relaciones con EEUU.
Los cambios en el Ejército Popular de Liberación (EPL) no pueden restringirse al armamento. La reestructuración supone el ascenso de oficiales más jóvenes y el establecimiento de un «mando conjunto» y colegiado que pasa por una fuerte renovación de la cúpula militar. Al parecer, el 90% de los 300 delegados militares al Congreso asistirán por primera vez al evento, mientras sólo el 17% de los que fueron elegidos en el anterior van a retener sus cargos.
Es evidente que la dirección china apuesta a un ascenso pacífico pero, en simultáneo, se prepara para la guerra. La próxima etapa del desarrollo de las fuerzas armadas consiste en «fortalecer la informatización y la sistematización, y continuar desarrollando armas de ataque», según destacados mandos del EPL. En suma, profundizar lo que ha venido haciendo desde que Xi Jinping está al frente del Estado y del partido.
La historia de las transiciones hegemónicas indica que ninguna nación abandona su lugar de privilegio de forma pacífica. Así sucedió con la dominación [romana,] española y portuguesa, luego con la británica y ahora con la estadounidense. China tiende su mano a EEUU, sabiendo que ambas economías se complementan. Desea una transición pacífica hacia la inminente e imparable hegemonía china que, empero, deberá recorrer aún un largo camino. Pero se prepara, como mínimo, para mantener en alto su soberanía como nación.
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