Reino Unido: El lucrativo negocio de los «fabricantes de ensayos» que ayudan a los estudiantes a engañar a sus universidades

Europa/Reino UNido/ BBC

La primera vez que Chris escribió un ensayo para otra persona, le pagaron con comida.

Un amigo le había comentado que su novia (que era estudiante) necesitaba ayuda, por lo que Chris aceptó revisar su trabajo. El ensayo, sin embargo, precisaba más que una edición.

«Las ideas estaban muy desorganizadas», describe Chris. Por esa razón terminó reescribiéndolo todo.

La estrategia funcionó: el ensayo fue bueno y la estudiante obtuvo una calificación alta. El amigo de Chris estaba contento.

«Me invitó a un plato de hotpot en Singapur. Era la primera vez que iba a un restaurante», recuerda. Luego, la novia de su amigo le pidió que la ayudara con otra tarea.

«Le dije que no podía comer un hotpot todos los días. Tenía que cobrar un precio. Fue entonces cuando me presentó a sus compañeros de clase y así empezó todo».

Actualmente Chris dirige lo que se conoce como una «fábrica de ensayos»: un lucrativo negocio dirigido a aquellos estudiantes que enfrentan dificultades para hacer las tareas escolares por su propia cuenta.

El fraude estudiantil es un tema que ha sido centro de atención recientemente, después de que un escándalo por sobornos en universidades de élite de Estados Unidos hiciera titulares en todo el mundo

Este, sin embargo, no es el primero de su tipo: India, por ejemplo, todavía está lidiando con el desmantelamiento de un fraude (aparentemente a gran escala) en el examen de ingreso a una de sus escuelas de medicina.

Y las irregularidades van más allá de los procesos de admisión.

Existen otras formas de fraude una vez que los estudiantes ingresan a las universidades. En estas, las personas como Chris desempeñan un importante rol.

«Área gris»

Después de estudiar en Singapur durante muchos años, Chris regresó a China. Allí escribe ensayos para estudiantiles-clientes de países tan lejanos como Australia o Reino Unido.

Otros los delega en un grupo de personas que trabajan para él, haciendo lo mismo.

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Image captionMuchos de los estudiantes que enfrentan problemas para desarrollar sus tareas escolares, pagan a proveedores para que hagan el trabajo en su lugar.

Su negocio, que reporta unos US$150.000 al año, comenzó a crecer después de que la primera estudiante a la que ayudó se mudara a Australia para estudiar una maestría. Allí compartió el contacto de Chris con otras personas.

Chris escribe al menos un ensayo a la semana y, como especialista en estudios globales, asigna tareas sobre temas como negocios y finanzas a sus especialistas.

Cobra alrededor de 1 yuan por palabra, por lo que una pieza de 1.000 palabras tiene un precio aproximado de 1.000 yuanes (US$150).

Chris, quien no desea dar a conocer su apellido, sugiere que la naturaleza de su trabajo tiene una parte de fraude y otra educativa.

«Siempre les digo a los estudiantes que pueden consultar mi ensayo, pero no enviarlo directamente a su profesor. Lo que ellos hacen no está bajo mi control. Hay algunos que realmente aprenden de mí, así que creo que mi trabajo está en un área gris».

A veces, dice, quiere negarle sus servicios a los estudiantes.

«Me he dicho a mí mismo que debo dejar de hacerlo, porque estoy propiciando el fraude y ellos no aprenden nada de mí. Pero un mes después alguien vuelve a llamarme: ‘¿Podrías ayudarme otra vez, porque necesito aprobar esta tarea para graduarme?'».

«Entonces digo: ‘OK. Si ese es el caso, voy a ayudarte esta última vez’. Realmente quiero que aprendan, pero es difícil».

«100% libre de plagio»

Gareth Crossman, de la Agencia de Garantía de Calidad de Reino Unido, tiene una opinión considerablemente más dura. Él cree que, además de poner en riesgo su propia educación, las acciones de los estudiantes tienen implicaciones mayores.

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Image captionLos «fabricantes» de ensayos aprovechan los avances de la tecnología para atraer «clientes».

«También están engañando a la sociedad en general, porque nadie quiere que una persona se incorpore a la fuerza laboral si está francamente descalificada«, dice.

«El Colegio Real de Enfermería ha expresado su preocupación por este fenómeno, pues existen enfermeras que se gradúan sin las cualificaciones adecuadas».

«Creo que es positivo el hecho de que las instituciones estén cada vez más dispuestas a aceptar que esto es un problema (y ​​un riesgo para su reputación). También muestra que este es un asunto importante que debe resolverse».

Crossman cita una investigación publicada el año pasado por la Universidad de Swansea, que indica que al menos uno de cada siete estudiantes en todo el mundo podría estar cometiendo este tipo de fraude.

No es un fenómeno nuevo, agrega, sino uno que ha aumentado mucho debido a los avances de la tecnología y cómo los «fabricantes» de ensayos los han aprovechado.

«Cuando navegamos por las redes sociales, todos estamos acostumbrados a ver los anuncios que nos sugieren cuáles pueden ser nuestros intereses, y sucede lo mismo cuando se trata de los ‘fabricantes’ de ensayos», dice.

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Image captionLos estudiantes que pagan por sus trabajos evaluativos no estarán suficientemente calificados para insertarse en la vida laboral, señalan los críticos.

Los estudiantes con dificultades (aquellos que googlean preguntas del tipo: «¿cómo puedo obtener ayuda con mis ensayos?»), serán el objetivo de estos proveedores.

«Los mismos aseguran que ofrecen un servicio personalizado y completamente legítimo de ayuda con las tareas escolares».

«Usan frases como ‘100% libre de plagio’, lo cual podría ayudar a que se vea como una marca de calidad. Pero básicamente les estás diciendo a esas personas que pueden entregar esos trabajos como si fueran de su autoría y que no serán detectados por un software de plagio».

Crossman asegura que se trata de un negocio dirigido por el ánimo de lucro y que puede generar grandes cantidades de dinero a sus proveedores.

«Si necesitas, por ejemplo, una disertación de 10.000 palabras, te puede costar miles de dólares».

Una opción legal

La calidad de los proveedores, dice Crossman, varía. Algunos están altamente calificados y otros «apenas saben leer y escribir».

Luego está el riesgo de que te sorprendan. Chris dice que entre el 5% y el 10% de sus clientes han sido sorprendidos con ensayos que no son de su autoría.

«Les digo que no deben enviar la tarea directamente a su maestro. Deben echarle un vistazo y hacerle algunos cambios. Si no me escuchan, no es mi culpa «, dice.

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Image captionEn su experiencia, Chris dice que entre un 5% y un 10% de sus clientes han sido sorprendidos haciendo fraude.

A pesar de las malas experiencias, los estudiantes a los que le ha sucedido no dejan de cometer fraude: «Siguen usando mis ensayos y lo que hacen es transformarlos usando sus propias palabras«.

Chris asegura que su intención es dejar de hacer este tipo de trabajo, pero sus clientes le piden que continúe. Y ahora tiene trabajadores que dependen de él.

«Tengo que pagarles, porque esta es su única fuente de ingresos. Si renuncio, nadie apoya a sus familias«.

Crossman cuenta que su organización le ha escrito a las grandes compañías tecnológicas para pedirles que bloqueen la publicidad de pago de los «fabricantes» de ensayos.

Dice que algunas como Google han dejado de hacer publicidad a estos proveedores al menos en Reino Unido, pero no ha habido una respuesta similar por parte de Facebook.

Y a pesar de la legislación en algunos estados de Estados Unidos, Nueva Zelanda e Irlanda, las «fábricas« de ensayos siguen siendo legales en la mayor parte del mundo desarrollado.

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Image captionLas «fábricas» de ensayos son legales en gran parte del mundo desarrollado.

Crossman dice que, si bien no hay ningún grupo demográfico que cometa fraude más que otro, son los estudiantes más vulnerables los que pueden terminar usando esta alternativa.

«Los estudiantes internacionales tienen más razones que los hacen vulnerablesno tienen redes de apoyo como la de la familia, y a veces no tienen las habilidades del idioma», dice.

«Es con ellos que las instituciones están en deuda, para asegurarse de que cualquier estudiante con dificultades sea identificado y reciba apoyo».

Al mismo tiempo, también se están desarrollando nuevos softwares contra el plagio capaces de detectar tanto los trabajos copiados como las piezas que tienen más de un autor o en las que la voz de este varía.

«Al parecer, es posible detectar la manera en que cada quien escribe», asegura Crossman.

Sin embargo, esta es solo una estrategia para enfrentar un desafío significativo. «Sí, la tecnología está avanzando», comenta, «pero no tenemos una solución mágica».

Este artículo es una adaptación de un episodio de la serie Essay Cheats, transmitida a través del Servicio Mundial de la BBC y su programa Business Daily.

Fuente: https://www.bbc.com/mundo/vert-cap-47956620

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Ganaba dos mil euros por hacer el trabajo final de carrera de otros

Maria Zuil

Prometen máxima confidencialidad, cero plagios y aprobado seguro, pero su mayor atractivo es acabar la carrera sin tener que hacer absolutamente nada. El mercado negro de los Trabajos Fin de Grado (TFG) –el proyecto que cada alumno debe presentar obligatoriamente al final de la carrera– crece al amparo de los anuncios en internet y de las webs especializadas. Cada vez hay más oferta para los estudiantes que no pueden, o quieren, dar el último paso para conseguir su título universitario y prefieren pagar a terceros.

“Hacemos trabajos a medida”. “Necesitas un TFG”. “Encarga tu TFG”… Una simple búsqueda en internet arroja multitud de opciones y no hay carrera que se escape al fraude académico. Desde proyectos de periodismo a ingenierías, estos portales cuentan con ‘freelances’ especializados en todos los sectores, pero también pueden encontrarse multitud de particulares que se ofrecen a prestar sus servicios a cambio de un sobresueldo.

De 300 a 2.000 euros

Conversación con un particular que se ofrece a hacer TFG de todo tipo
Conversación con un particular que se ofrece a hacer TFG de todo tipo

Este periódico ha hecho la prueba y ha solicitado varios presupuestos. En menos de 24 horas, un particular se ofreció a hacer un TFG de 40 páginas sobre ‘La importancia de la presencia de las PYMES en la red’ por 320 euros. Otro estaba dispuesto a disertar sobre participación ciudadanaen la misma extensión por 1.840 euros. El precio de este incluye además el Powerpoint para la presentación ante el tribunal académico y asesoramiento para prepararla. “Trabajo desde cero, como si fuera mi propio trabajo. Quiero decir que hay gente que ‘vende’ trabajos que en realidad ya están hechos o hace refritos de otros. Yo no”, aclara en un email.

La forma de trabajar es sencilla: solo hay que dar el tema a tratar y un plazo de entrega. A cambio, se comprometen a ir enviando partes para ver el progreso y poder presentar material al tutor de la universidad. En cuanto a los pagos son flexibles: por plazos o tras la entrega del trabajo y algunos aportan muestras de su trabajo como garantía de profesionalidad. Los precios varían mucho en función de los requisitos, la calidad y a quién se pregunte: pueden ir desde los 300 a los 2.000 euros.

A Esther González, una estudiante de Información y documentación le cobraron 120 euros por un trabajo sobre el derecho a la protección de datos. Su “excusa” es que está trabajando en Holanda y su tutor de la Universidad de Granada no era precisamente accesible. “Es muy difícil hacerlo sin que nadie te guíe ni poder consultar material presencial. No sabía ni cómo ni enfocarlo”, reconoce esta granadina.

Si lo presenta en una universidad, se lo queda o lo guarda en un cajón, es problema de la persona que lo solicita

En lugar de acudir a los múltiples anuncios que hay en internet, decidió poner un anuncio sobre lo que necesitaba. Le llegaron varias ofertas y se decantó por la más económica. Pero lo barato sale caro: “Le pedí 40 páginas y me hizo 35, se lo mandé al tutor y me dijo que estaba todo fatal. Y para colmo, cuando le dije si lo podía corregir me dijo que se iba de vacaciones y ya no daba tiempo a presentarlo en septiembre”, explica esta granadina.

En el portal No hagas nada te compensan económicamente si el TFG no cumple su objetivo: aprobar y conseguir los créditos. Sus fundadores, tres amigos de Madrid, lo pusieron en marcha a raíz de su propia experiencia personal. “Para nuestros trabajos nos tocaron unos temas de los que no sabíamos nada, porque en nuestra universidad no los podíamos elegir, así que nos vimos obligados a contactar con especialistas que nos ayudaran”, cuenta Eduardo, que se encarga de la internacionalización del proyecto.

Prueba de un presupuesto en 'No hagas nada'.
Prueba de un presupuesto en ‘No hagas nada’.

Este portal, que lleva como lema “Deja que otros trabajen por ti”, pone en contacto a estudiantes y profesionales, a los que piden el currículum para acreditar sus conocimientos. El precio varía en función del número de páginas, las fuentes consultadas, el idioma o el estilo de requerido para las referencias bibliográficas. A cambio se llevan una comisión y se aseguran de que no haya plagios, el problema más habitual en este tipo de mercado. “Vimos que había esa necesidad y la aprovechamos, de hecho está yendo tan bien que ya lo estamos expandiendo a Italia”, comenta Eduardo, aunque aclara: “No era nada nuevo, en las universidades se ha hecho siempre, nosotros solo lo hemos digitalizado ejerciendo de intermediarios”.

Un sueldo para recién graduados

Carlos es uno de los de la vieja usanza. Empezó a dar clases particulares en su facultad y por el boca a boca acabó haciendo proyectos completos para estudiantes de diseño industrial y de interiores. “Al principio me pedían cosas más concretas, pero de ‘trabajillos’ pasó a llamarme gente para hacerles el proyecto entero: desde la idea a redactar la memoria… Todo”, explica. Cobraba el precio de una tutoría, 15 euros la hora, y podía llegar a sacarse unos 2.000 euros por cada proyecto, que compaginaba con sus estudios de máster. “Me lo tomaba como un trabajo para ganar dinero mientras estudiaba”.

Hice el proyecto de una chica que tuvo una crisis nerviosa y el psicólogo le dijo que no tocase el proyecto

Arquitectura es la carrera donde más se ha expandido la picaresca por la dificultad y el estrés que acarrean los proyectos finales a los estudiantes. También es donde sale más caro: cada lámina ronda los 1.000 euros y la media de un proyecto son 12 láminas. Hagan cálculos. Pedro Arnanz estuvo un tiempo trabajando en un estudio de arquitectura donde ofrecían este servicio: “Venía mucha gente de la privada, que está acostumbrada a pagar mucho dinero por la carrera y les compensa. Por ejemplo, yo hice el de una chica que tuvo una crisis nerviosa y el psicólogo le dijo que no tocase el proyecto, así que se encargaba su padre de todo y yo me las ingeniaba como podía. También hay gente que está trabajando ya y no quiere tener que ocuparse de esto, pero no todos externalizan el proyecto entero, algunos contratan solo unas láminas”.

“Las carreras más demandadas son las ingenierías y enfermería por la dificultad y el tiempo que suponen”, cuenta Tomás Ángel, coordinador de Atención al Cliente de TuTFG, una empresa alicantina en la que trabajan cerca de 15 personas en plantilla y otros 70 ‘freelance’ de todas las áreas. Sus precios rondan los 700 euros y presumen de que sus trabajos se han presentado en universidades de toda España, tanto públicas como privadas: la Complutense, la Europea, la de Barcelona, la Carlos III o la de Vic. También hacen proyectos final de máster y tesis doctorales. Sin embargo, advierten que ellos no se meten en dónde van a parar los materiales que preparan, redactan y hasta maquetan: “Nosotros sólo hacemos el proyecto y le cobramos al alumno por la propiedad intelectual y el honorario del que redacta. Si lo presenta en una universidad, se lo queda o lo guarda en un cajón, ya es problema de la persona que lo solicita”, reconoce. Desde ‘No hagas nada’ defienden la misma postura: “No somos responsables de lo que haga la gente”. De hecho, dicen recomendar que los trabajos no se presenten a una institución, a pesar de las continuas referencias a los TFG de su página web.

El proceso de solicitar un TFG en 'TuTFG', similar al de otras empresas. (tutfg.es)
El proceso de solicitar un TFG en ‘TuTFG’, similar al de otras empresas. (tutfg.es)

Difícil de probar

Detectar un trabajo comprado es complicado para los profesores al tratarse de trabajos originales. “Con los plagios es más fácil porque utilizamos programas para compararlos con otras publicaciones. Uno comprado puedes intuirlo por la calidad o por defectos, pero tampoco hasta el punto de dudar de un alumno”, reconoce Guillermo de Haro, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Carlos, que ahora es profesor, apela a los conocimientos del tribunal de evaluación sobre el alumno: «Me cuesta creer que, si el profesor al que se lo presentas te ha visto en clase, se crea que de repente haces un trabajo excepcional». Sin embargo, no siempre estos tribunales están compuestos por docentes que conocen el expediente del estudiante.

Antonio Fernández, profesor de Derecho y Ciencia Política en la Universitat Oberta de Catalunya cree que la compra de TFG no es tan habitual como por ejemplo, las tesis doctorales, donde asegura que está más extendido. “Es algo residual, porque no tiene sentido pagar esas cantidades, y si pagas poco no va a ser bueno, por lo tanto tampoco lo vas a querer”, explica. Este profesor considera que presentar un trabajo como propio cuando no lo es constituye un plagio aunque sea un texto original. “Este tipo de prácticas son un fraude por más que los anuncios lo intenten vestir como un intercambio económico fruto de la necesidad y de la oferta y la demanda”, razonaba en su blog.

Aunque a Esther la conciencia no sea lo que le reconcome, tiene claro que no va a repetir la experiencia de dejar su último trámite universitario en manos de terceros. “Sé de gente que le salió bien, incluso con buena nota, pero no quiero volver a arriesgarme y en esta convocatoria lo haré yo misma”, se sincera.

*Los apellidos omitidos en este artículo responden a una petición expresa de los entrevistados.

Fuente del articulo:https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-10-01/mercado-trabajo-final-carrera-grado-plagio_1452296/

Fuente de la imagen:https://www.ecestaticos.com/imagestatic/clipping/716/d5c/716d5cc03d8f6bd44a9f01308a0ff413/gana

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Plagio textual: el más imperfecto de todos los crímenes

Por: Juan Domingo Arguelles

El plagio textual podría ser el más alto homenaje que reciba un autor, de no ser porque se trata, literalmente, de un robo. Ante un texto admirable (que deslumbra, que seduce, que arroba), ¿quién no ha sentido el deseo de ser él mismo su autor? Por eso los adolescentes enamorados copian poemas enteros de Neruda o de Sabines, o saquean sus versos, y se los entregan a las chicas que desean enamorar, sin decirles que ellos solo son los copistas.

A estos muchachos se les puede acusar de holgazanes, ya que no se esforzaron en escribir algo propio, pero lo cierto es que (como lectores) no tienen un pelo de tontos: saben que no podrían igualar el poema o los versos que les gustan, y temen no tener éxito en su empresa de conquista si le llevan a su chica unas muy malas líneas propias.

No les falta razón; les falta honradez. Mienten y hurtan para lograr su objetivo, al cabo que Neruda y Sabines no lo sabrán jamás. El texto que arroba es el que se roba… o el que es digno de ser robado. ¿Quién querría robar cosas que a nadie le interesan? Se han dado casos de ladrones que han perpetrado sus hurtos en museos y galerías, y que han pasado de largo frente a pinturas de artistas que desearían ser noticia porque alguien robó sus cuadros junto con los de Picasso, Van Gogh y Goya. Pero qué ladrón, estúpido, se arriesgaría a ir a la cárcel por robar un Pérez o un Domínguez si puede robarse un Picasso o un Van Gogh? Seamos serios. Incluso el robo debe tener algún nivel para merecer el riesgo.

Lo que no arroba a nadie, no se lo roba nadie. Y decimos esto porque mucha gente ignora el origen y el significado del verbo “arrobar”. Proviene justamente de “robar”. Significa “embelesar” o “embelesarse” por “algo que a alguien le roba la atención o le arrebata el corazón o el alma”. María Moliner lo define del siguiente modo: “Producir una cosa en la persona que la contempla, escucha, etc., tal admiración o placer que esta persona se olvida de cualquier otra cosa y de sí misma”. No de otra forma puede entenderse que alguien hurte un texto, pero no cualquier texto, sino aquel que le parece admirable y que sabe perfectamente que, aunque se lo propusiese, no podría superarlo o siquiera igualarlo. Si pudiera hacerlo igual o mejor, sin mayor esfuerzo, ¿qué sentido tendría robarlo?

Ahora bien, hay que distinguir entre un homenaje literario (por arrobamiento) y un plagio textual que es, literalmente, un robo: delito que alguien comete al apoderarse de un bien ajeno, no necesariamente “con ánimo de lucro”, como acota el torpe diccionario de la Real Academia Española en su tonta definición de “robo”, pues el robo por ejemplo de un cuadro o de un poema es un delito aunque no se lucre con ellos. Igual puede alguien robar un Van Gogh para tenerlo en su casa, escondido, contemplándolo egoístamente.

El homenaje literario, por arrobamiento, es otra cosa. No es necesariamente ni un delito ni un plagio textual. Es una influencia cruda, no procesada. Por ejemplo, el adolescente José Agustín (tenía, entonces, 16 años de edad), arrobado, deslumbrado y seducido ante la magistral escritura de Vladimir Nabokov en Lolita (1955), lleva a cabo un homenaje-apropiación en su novela inaugural La tumba (1961). No copia textualmente, imita uno de los procedimientos narrativos de Nabokov. El incipiente escritor mexicano embelesado, extasiado, con la obra maestra de Nabokov, utiliza un recurso climático de Lolita para concluir su novela adolescente. Muchos años después, en 2004, lo confiesa en una entrevista que está recogida en mi libro Historias de lecturas y lectores. Me dijo:
“A Nabokov me lo planché descaradamente en La tumba. La tumba termina con un autoepitafio que está tomado de la sentencia poética de muerte que escribe Humbert Humbert antes de matar a Quilty. Se trata de un plagio deliberado, aunque en forma de paráfrasis. Y eso que me contuve de apropiarme de más cosas, pues Lolita me seducía enormemente, sobre todo en el estilo. […] En realidad, el ejercicio del planche nada más lo ejercité esa vez en La tumba, y lo dejé en el libro a sabiendas. Me dije: si lo cachan, pues que lo cachen, y si no, no pasa nada”. Y, en efecto, no pasó nada. Nadie se dio cuenta. Lo cual habla muy bien de la paráfrasis de José Agustín, aunque muy mal de los críticos literarios que leyeron La tumba y que, se supone, debían tener entre su patrimonio de lecturas el gran clásico moderno de Nabokov.

Lo que imita José Agustín es un recurso literario. Esa influencia cruda lo lleva a una reelaboración, con plena conciencia del embeleso ante la obra ajena. Justamente, una de las acepciones del sustantivo femenino “paráfrasis”, en el diccionario, es la siguiente: “Frase que, imitando en su estructura otra conocida, se formula con palabras diferentes”.

En el pasaje de Lolita al que se refiere José Agustín leemos: “Le tendí una pulcra hoja de papel escrita a máquina. […] Porque sacaste ventaja de un pecador/ porque sacaste ventaja/ porque sacaste/ porque sacaste ventaja de mi desventaja/ […]/ …Porque sacaste ventaja de un pecado/ […]/ Porque sacaste ventaja/ de mi íntima/ esencial inocencia/ porque frustraste/ […] Porque frustraste mi redención/ porque te la llevaste/ […] porque la robaste…”, etcétera. El final de La tumba es el siguiente: “El ansia suicida me hizo ver las maravillas de la muerte. Sí, me mato. Tomé una hoja de papel para escribir mi propio epitafio. Esto salió: Porque mi cabeza es un lío/ Porque no hago nada/ Porque no voy a ningún lado/ Porque odio la vida/ Porque realmente la odio/ Porque no la puedo soportar/ Porque no tengo amor/ Porque los ruidos están en mí/ Porque soy un good ol’ estúpido/ Sepan pues que moriré/ Adiós adiós a todos/ Y sigan mi ejemplo”, etcétera.

Hay que insistir que, en literatura, una cosa es el plagio textual, el robo innegable palabra por palabra, y otra muy distinta la imitación de recursos, técnicas o procedimientos propios del estilo de un autor. Lo que protege el derecho de autor no son las técnicas y ni siquiera las ideas, sino las formas específicas de expresar esas ideas: la concreción de un objeto verbal único y propio. En su indispensable libro Derechos de autor para autores (FCE, 2004), José Luis Caballero Leal precisa lo siguiente: “El derecho de autor no ampara las ideas, sino únicamente las creaciones formales, que solo deben satisfacer el requisito de originalidad, como una condición necesaria para su protección”.

Expresiones únicas
Las ideas son universales, pero la forma de expresar esas ideas es única para cada autor, y a esto se le llama originalidad. Por ello, el plagio textual es el más imperfecto de todos los crímenes. No hay modo de que dos escritores escriban exactamente un mismo párrafo con las mismas, idénticas, palabras, idénticos signos, idéntica disposición y mismo propósito. Es más fácil acertar en el número de la lotería que conseguir, idénticamente, en la creación literaria, este fragmento inicial de Borges: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra”.

Nadie lo hará jamás. Nadie lo hizo antes. Esto solo es de Borges. Y lleva el entrecomillado porque no es de nadie más que de él. Incluso la conjunción y disposición de tres palabras como “la unánime noche” es prácticamente imposible que alguien más lo consiga por azar. Nadie, ni antes ni después de Ramón López Velarde, escribió como él sus famosos pleonasmos: “El amor amoroso de las parejas pares”. A esto se le llama originalidad, y es patrimonio, pertenencia, propiedad irrenunciable de un autor.

Rubén Bonifaz Nuño supo decirlo muy bien cuando intituló su obra poética De otro modo lo mismo. Las ideas, los temas, los sentimientos en la literatura son siempre los mismos, y lo han sido desde los orígenes de la escritura. Lo que es distinto siempre es el modo de expresarlos: la concreción textual para comunicarlos. Y, en esto, no hay ninguna probabilidad, no ya digamos posibilidad, de que dos autores expresen lo mismo de la misma manera sin que uno de ellos haya copiado al otro.

La imitación y el plagio son propios de los inicios de un autor. Son los adolescentes y los más jóvenes los que, en su “práctica de vuelo”, imitan y copian a los mayores. Gabriel Zaid lo advirtió muy bien: “Aunque suele creerse lo contrario, se empieza por escribir poesía fósil, y con los años, con la libertad que da el oficio, se llega a escribir poesía joven”. Y ejemplifica con Carlos Pellicer. Dice: “Hasta 1918, el joven Pellicer era un poeta fósil, que imitaba a los modernistas como José Santos Chocano”. Los jóvenes imitan, copian, parodian, incluso sin ser conscientes del todo, y con frecuencia, arrobados ante sus modelos, los saquean. La originalidad viene después, y en el caso de Pellicer, como bien lo señala Zaid, ésta surge con su poema “Recuerdos de Iza” (1919), donde desde su arranque el poeta ya dice lo que solo él pudo decir con idioma propio: “Aquí no suceden cosas/ de mayor trascendencia que las rosas”. Ni antes ni después de él, alguien pudo o podrá escribir lo mismo, idénticamente. A partir de 1919, incluso lo que se le parezca mucho es plagio.

Todo esto en cuanto a lo literario, que también involucra la denominada “intertextualidad”: el uso deliberado y consciente de la obra literaria cumbre perfectamente reconocible que se integra a otro texto original en una suerte de diálogo de coincidencias intelectuales y emocionales. En la intertextualidad, que siempre es un recurso estético, es decir artístico, no científico por supuesto, y especialmente poético, pueden o no entrecomillarse los préstamos, y muchas veces no se entrecomillan ni se destacan en cursivas porque el propósito no es hacer un ensayo con citas, sino un poema a dos voces.

La intertextualidad, que no es plagio, es un juego estético que apela a la malicia, con plena conciencia del uso del texto ajeno. Es una licencia poética vedada al ensayo, la tesis, la investigación y el texto de ideas en general. Es, en palabras de Barthes, la estética del placer textual, donde “leer es desear la obra, es querer ser la obra”. Solo con este sentido estético, literario, artístico, poético (y, por supuesto, con los límites que impone el mismo juego: si se copia un poema completo dentro de otro se violan las reglas de mismo juego), el fragmento del texto ajeno puede participar en la recreación estética. Solo así.

Plagios por necesidad
¿Pero qué pasa por la cabeza de alguien (fuera del juego estético) cuando plagia, es decir cuando roba un texto o partes de él a sabiendas de que se trata de algo ilícito? ¿Y, además, por qué lo hace si sabe que no es lícito? En el caso de la literatura, del juego estético, e incluso cuando se trata de la imitación de los recursos, pero no así de la copia textual (como en el ejemplo de José Agustín respecto de Nabokov), queda claro que un escritor imita a otro por coincidencia intelectual, por afinidad emocional y, especialmente, por arrobamiento ante la obra. Pero en el caso del plagio textual literario, científico y académico en general hay un elemento que no se ha dimensionado suficientemente: se trata de la holgazanería aparejada a la incapacidad intelectual para producir algo significativo ante el lector; la incapacidad para escribir y articular ideas con aportaciones propias.

Otro elemento, sin duda decisivo, a la hora de plagiar textualmente, es la subrayada necesidad (literaria, académica, científica) de presentar obra escrita no tanto como aportación creativa o intelectual, sino como mera mercancía (en el caso de los escritores) y como mero formulismo burocrático (en el caso de la academia y la ciencia) con fines prácticos de escalafón y, en consecuencia, de mejores nombramientos, cargos y salarios. En el caso del escritor, la mercancía, carente de originalidad, privilegia la ganancia económica, no la creación de una obra trascendente; en el caso del investigador académico, la escritura es solo “evidencia”, y la “evidencia” lo conduce también a la ganancia económica.

Un investigador sin “obra”, es decir sin bibliografía ni hemerografía, o con ambas muy escasas, resulta “incompetente” ante quienes acumulan más “evidencias”. Por ello, al grito de “¡sálvese quien pueda!”, todos se dan a la tarea de producir material escrito que hace las veces de justificación del puesto y el salario, y en el que muchas veces, ¡vaya distracción!, se les “olvidan” precisamente las comillas o no las encuentran en su teclado.

En ambas situaciones, el de los escritores que plagian y el de los investigadores que copian textualmente y firman escritos que no son del todo suyos, hay un propósito venal. En el fondo todo tiene que ver con el dinero y con su correlativo: el “prestigio”. El “prestigio” da dinero, y el dinero puede proporcionar “prestigio”. A estos móviles del plagio textual hay que añadir la “falta de tiempo”. Los plagiadores profesionales andan ocupados en otras cosas como para tener tiempo de escribir, o bien están sobreocupados en escribir y no les da tiempo de echar a funcionar el cerebro para producir no ya digamos algo original, sino siquiera algo anodino pero suyo.

Pensemos en el caso del escritor Alfredo Bryce Echenique. ¿Por qué se dedicó a plagiar textos si estaba comprobado que podía producir los suyos? Por dinero y por falta de tiempo. Porque debía entregar regularmente “columnas periodísticas” (muy bien pagadas; como las pagan todos los diarios y revistas a los escritores “de gran prestigio”) y no se daba abasto. Empezó por imitar los temas y las ideas de otros, y luego no vio problema en copiar textualmente esos temas e ideas. En los últimos casos ni siquiera puso un poco de afán, algo de esfuerzo, en disfrazar sus plagios. Ni siquiera tenía tiempo para eso.

En el caso, por ejemplo, de un alto directivo universitario, como el Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, el doctor Fernando Suárez Bilbao, ¿que lo llevó a plagiar hasta en catorce de sus publicaciones? Se han exhibido las copias textuales dentro de sus escritos, y él niega todo, obviamente, como lo hacen siempre los que plagian; pero ante las evidencias ha tenido que renunciar a la posibilidad de renovar su cargo en la Rectoría de la URJC. Contra el plagio textual no hay defensa, pues éste implica copiar literalmente los escritos de otros para ensamblarlos en el cuerpo de un texto mayor que vaya uno a saber si no está compuesto de otros plagios menos evidentes.

El doctor Suárez Bilbao ve en las acusaciones “difamación y acoso”, y alega no ser culpable del delito de robo porque no obtuvo “rendimiento económico” ninguno. Podría salir airoso de las denuncias si sus abogados exhiben, a la letra, la cuarta acepción que da al sustantivo “robo” el lamentable diccionario de la Real Academia Española: “Delito que se comete apoderándose con ánimo de lucro de una cosa mueble ajena, empleándose violencia o intimidación sobre las personas, o fuerza en las cosas”. El diccionario académico tiene la desfachatez de dar una acepción, en esa entrada, para los juegos de naipes o de dominó (“número de cartas o de fichas que se toman del monte”), ¡pero nada dice del robo intelectual!, del plagio textual, del que solo informa, en la entrada correspondiente al verbo “plagiar”, que se trata de “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”.

No menciona el diccionario de la RAE, para el plagio textual, implicaciones jurídicas. Pero le tenemos noticias. Hace 35 años, en El ABC del derecho de autor, la Unesco definió del siguiente modo lo que corresponde: “El derecho de autor se basa en la premisa de que no existe forma alguna de propiedad tan legítima como la propiedad sobre las creaciones del espíritu. El derecho de autor equivale a afirmar, en el plano jurídico, que los escritores y autores tienen derecho a la propiedad sobre sus obras. (Las cursivas son mías.) Los escritores y autores tienen derecho a estar protegidos contra el uso no autorizado de sus obras y a recibir una parte de los beneficios obtenidos gracias a su utilización pública. El derecho de autor (y, en algunos países, otras ramas del derecho) también protege un conjunto de intereses que se han dado en llamar ‘derechos morales’ de los autores. Se trata primordialmente de que se le reconozca al autor la paternidad de la obra y se respete lo esencial del carácter de la misma, así como su integridad”.
Todo plagio textual es un robo, incluso si no hubiese, aparentemente, ánimo de lucro. La ganancia, la utilidad o el provecho pueden darse en especie: el “prestigio” que suele traducirse en cargos, nombramientos, puestos, etcétera, y que también conduce al dinero. Sea como fuere, el plagio textual es, siempre, una obra imperfecta de las malas artes: tarde o temprano se descubre. El plagio textual nunca es un crimen perfecto. Frente a las pruebas no hay defensa. Y no hay prueba más contundente que las huellas digitales impresas en la escritura.

Fuente: http://campusmilenio.mx/index.php?option=com_k2&view=item&id=5507:plagio-textual-el-mas-imperfecto-de-todos-los-crimenes&Itemid=143

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‘Fake journals’: dentro del mercado negro de las investigaciones científicas falsas

Por: Hector G. Barnés

No, no es lo mismo la revista ‘Nature’ o la revista ‘Science’ que ‘Science and Nature’, aunque parezcan cosas muy semejantes. Las dos primeras son dos de las publicaciones científicas de más alto impacto, con una credibilidad, en principio, a prueba de bombas; la otra aparece listada como un ‘fake journal’. Es decir, una de esas publicaciones que, a pesar de su apariencia, no funcionan como una revista académica normal. Son más bien un turbio negocio que permite engordar currículos de investigadores a cambio de un puñado de euros (entre 100 y 1.000).

¿Por qué nacen los ‘fake journals’? Estos son la consecuencia de un nuevo estado de las cosas en el mundo académico, en el que lo importante es que, si eres investigador, en tu currículo figure una larga lista de publicaciones que, a poder ser, empiecen por ‘Journal of…’, tengan ‘England’ en algún lugar de su nombre y se parezcan sospechosamente a los nombres de otras revistas científicas reputadas. En otras palabras, es como comprar un polo de Lacoste en el mercadillo para intentar ser admitido en un club de campo elitista.

Muchas de estas revistas ‘falsas’ nacen en el entorno de las publicaciones de libre acceso promovidas desde principios de este siglo, que no tienen las mismas restricciones que las tradicionales (como los derechos de autor), pero no todas estas son ‘fake journals’. Como recuerda un artículo recientemente publicado en ‘The Conversation’, hace apenas tres años se contaban 28.100 revistas científicas en todo el mundo, de las cuales, una proporción creciente son ‘fake’ o, como también se las conoce, ‘predatory’ (“depredadoras”). Su principal cualidad es que, al contrario de las fiables, no están sujetas a la revisión por pares, de forma que prácticamente cualquiera puede publicar por ellas… pasando antes por caja, claro.

“Había 18 publicaciones depredadoras en 2011, 477 a finales de 2014, 923 en 2016 y la mayoría de ellas cobran por editar tu investigación”, explica el profesor de la Universidad de Adelaida Roger W. Byard en un artículo llamado ‘The forensic implications of predatory publising’, que se hacía eco del grave peligro que puede tener el auge de esta clase de fórmulas. Por ejemplo, que una publicación llamada ‘Experimental and Clinical Cardiology’ (suena fiable, ¿no?) editase un estudio plagiado sobre el sida… solo que cambiando el nombre de dicha enfermedad por “cardíaco”.

Cómo distinguir una publicación falsa

El gran problema de este mercado negro académico es que resulta tremendamente difícil distinguir entre una publicación legítima y otra falsa. Hasta hace apenas un mes, la mayor guía para moverse en este oscuro mundo era la lista del blog de Jeffrey Beall, un profesor asociado de la Universidad de Colorado que desde el año 2008 se ha dedicado a listar aquellas publicaciones de autenticidad más bien dudosa.

Aunque aún pueden consultarse en páginas como ‘Archive’, ha sido el propio Beall quien ha decidido dar de baja la página. Es posible, especulan en ‘Retraction Watch’, que se deba a posibles amenazas legales de algunas de estas publicaciones, no muy felices de aparecer en una lista negra, lo que para muchas de ellas puede significar el final de un jugoso negocio.

‘Academia Research’, ‘International Journal of Research & Development Organisation’ o ‘Novel Science’ eran algunos de los nombres de revistas (escogidos al azar) que aparecían en el listado como parte de “una lista de publicaciones académicas de acceso libre cuestionables”. Aunque no todas ellas tienen por qué ser ‘fake’, el autor recomienda “leer las reseñas disponibles, evaluaciones y descripciones, para decidir si se les quiere enviar artículos”. En la lista figuran, además, otras revistas de acceso no libre (por suscripción) que también se comportan como estas publicaciones falsas.

El problema, como hemos dicho, es que no resulta tan fácil saber dónde estás publicando, debido a que estas editoriales tienden a comportarse de manera muy semejante a las que funcionan por suscripción. Una interesante discusión en ‘Researchgate’ devela cómo incluso investigadores con una gran experiencia tienen problemas a la hora de distinguir entre una publicación legal y otra falsa. En primer lugar, porque es difícil averiguar el verdadero factor de impacto de muchas editoriales académicas; a veces es difícil de calcular, en otras ocasiones puede ser directamente inventado. Como recuerda el artículo de ‘The Conversation’, hay más publicaciones llamadas ‘British Journal of…’ en Pakistán que en Reino Unido.

De ahí que la mayoría de ellos recomienden la lista de Beall como la mejor guía para saber dónde vamos a publicar. Otros autores recuerdan que bases de datos como ISI (International Scientific Index) o Scopus son muy útiles a la hora de conocer la calidad de una publicación, mientras que si lo que queremos es publicar en acceso libre, Sherpa/Romeo puede ser una herramienta útil. Pero, en general, el mejor consejo es revisar a conciencia el nombre, junta directiva o publicaciones pasadas de determinada revista (si su logo es parecido al de alguna revista estrella, algo huele mal) y decidir por nosotros mismos. Si pide dinero y responde en muy poco tiempo, sospecha

Tanto es así que incluso algunas de las editoras más importantes han tenido que reconocer que llegaron a indexar publicaciones falsas. Es lo que ocurrió con Elsevier, la mayor editorial médica del mundo, que en 2009 reconoció que entre 2000 y 2005 había editado seis revistas falsas esponsorizadas por supuestas compañías farmacéuticas, entre las que se encontraban ‘The Australasian Journal of Bone and Joint Medicine’ o ‘The Australasian Journal of Cardiovascular Medicine’. Otro ejemplo: hace unos años, el ‘International Journal of Advanced Computer Technology’ publicó una investigación que repetía una y otra vez la frase ‘get me off your fucking mailing list’ (“sacadme de vuestra puta lista de distribución”). Al que le interese, lo puede leer aquí.

El experimento Bohannon

Para entender mejor cómo funciona este mercado negro, no hay nada como recurrir al conocido como experimento de John Bohannon, un biólogo de la Universidad de Harvard que fue expuesto en un artículo de la revista ‘Science’ llamado ‘Who’s Afraid of Peer Review?’. Su prueba consistió en lo siguiente: Bohannon envió una investigación con “errores tan graves y obvios que deberían ser rechazados automáticamente por editores y revisores” a 304 publicaciones de acceso abierto, para comprobar cuáles lo aceptaban sin rechistar y cuáles ponían pegas; es decir, cuáles funcionaban como una publicación rigurosa y cuáles podían ser consideradas ‘fake’.

La respuesta no le sorprendió: alrededor de un 60% aceptaron su texto (siempre y cuando los autores pagasen, claro está), y el 40% restante (en el que se encontraba ‘PLOS ONE’ lo rechazaron). Entre aquellas editoriales que aceptaron el texto se encuentran Elsevier (una vez más), Sage o Wolters Kluwer. Ironías del destino, muchos acusaron de Bohannon de que su experimento no era más que una curiosidad sin validez científica, puesto que no estaba revisado por pares y no había seguido una metodología apropiada.

No era la única crítica al trabajo de Bohannan, ya que muchos de los defensores de las revistas de libre acceso señalaron que su experimento intentaba atacar a todo el sistema de publicación libre, cuando, al igual que ocurre con otras revistas científicas, en ese ámbito hay tanto productos de calidad como falsos. Como señalaba en un artículo de ‘The Verge’ a propósito de este experimento Lars Bjornhaugue, director de Open Access Journals, una base de datos semejante a la de Beall, desde 2010 el número de “publicaciones poco éticas” se ha disparado. Pero este recordaba que muchas de las publicaciones por suscripción también dan luz verde a estudios dudosos.

¡¿Qué ocurre cuando un científico publica una investigación en uno de estos ‘fake journals’? En primer lugar, que dado que no tienen ningún sistema de revisión, es posible que cuente en su currículo con un estudio defectuoso que conduzca a una retractación pública. No solo eso, sino que publicar en un ‘fake journal’ puede dañar muy seriamente la credibilidad del investigador. En última instancia, todos pagamos los pecados de estas empresas fraudulentas: debido a que el mundo académico es cada vez más opaco y la red provoca que las ideas se difundan rápidamente, es posible que una hipótesis equivocada comience a extenderse de un ‘paper’ a otro en forma de cita hasta que llegue a legitimarse.

¿Quién se encuentra detrás de estas empresas?

En muchos casos, es difícil trazar el origen de las falsas editoriales que dan luz verde a estos estudios. Uno de los casos más sonoros es el que enfrentó el pasado verano a la Federal Trade Commission (FTC) estadounidense contra OMICS Groups y su CEO, el doctor indio Shrinaubabu Gedela. Según la demanda, OMICS había “engañado a los académicos e investigadores sobre la naturaleza de sus publicaciones al ocultar los costes que iban desde cientos hasta miles de dólares”. En su caso, la editorial solo comunicaba a los investigadores que debían pagar la publicación una vez esta había sido aceptada, lo que impedía que pudiesen editarla en otra revista.

En su página web, OMICS Internacional señala que es “una de las grandes editoriales de publicaciones de acceso libre y una de las grandes organizadoras de conferencias sobre ciencia de todo el mundo”. Más de 700 revistas salen a la luz bajo su paraguas, un total de 50.000 artículos anuales. Sin embargo, la demanda señalaba que aunque OMICS defiende que muchas de sus publicaciones son de alto impacto, la manera de calcularlo no se rige por el estándar de Thomson Reuters, sino por su propio método, que además, “no comunica a sus clientes”.

Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-02-13/fake-journals-mercado-negro-investigaciones-cientificas_1329506/

 

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5 Herramientas para Identificar el Plagio de Trabajos en el Aula

Por: Patricia Mármol. Educación 3.0. 30/01/2017

Internet se ha convertido en una herramienta imprescindible para la educación, sobre todo a la hora de buscar información acerca de trabajos para clase. Sin embargo, no siempre se utiliza con un buen fin. Para ayudar a los docentes a detectar si el alumno ha copiado su tarea, os traemos un listado de programas que permiten la identificación de plagios.

1. Viper

plagioSe trata de un software que coteja más de 14 billones de páginas web, artículos, libros de texto, periódicos o revistas para detectar un plagio. Con simplemente escanear el documento, la aplicación muestra si se ha copiado o no, destacando incluso las partes del contenido que han sido reproducidas tal cual.

2. Antiplagiarism

plagioEsta herramienta utiliza diversos buscadores de Internet como Google o Bing, lo que ofrece una gran base de datos para encontrar si existe plagio o no. Cuando la aplicación detecta que el trabajo no es original muestra las partes copiadas en diferente color, calcula el porcentaje de plagio del texto y ofrece los links de las páginas de las que se han sustraído la información.

3. Plagium

plagioEsta aplicación dispone de varios niveles de búsqueda en la web. El más sencillo y superficial, se puede utilizar de manera gratuita, tan solo copiando el texto que se desea revisar. Para análisis más exhaustivos, cuenta con varias opciones de pago, ofreciendo la posibilidad de tener una cuenta común para varios docentes, lo que permitiría un ahorro de costes.

4. Copyscape

plagioEsta herramienta tiene dos funciones. Por un lado, permite comprobar la originalidad de un texto y averiguar, en caso de plagio, de dónde se ha sustraído la información. Y por otro, ofrece la posibilidad de recibir notificaciones cuando un texto propio ha sido copiado por otros usuarios. Cuenta con una opción gratuita y otras dos de pago para un análisis más en profundidad.

5. Crosscheck

plagioEste programa fue creado por Crossref, una organización sin ánimo de lucro que busca hacer más accesible el contenido de las publicaciones académicas. Para evitar plagios, crearon Crosscheck, una herramienta que examina las copias en trabajos científicos.

Fuente: http://www.educaciontrespuntocero.com/recursos/5-herramientas-identificar-plagio-trabajos-aula/34479.html

Fotografía: Educación 3.0

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