Entrevista a Silvia Bacher: «En tiempos digitales donde todo vuela, la escuela es el lugar para conocernos»

27 Agosto 2017/Fuente: La Capital/Autora: Marcela Isaías

Silvia Bacher dice que en la tarea docente es clave conocer las expectativas de los adolescentes.

Con todos sus defectos, la escuela es el mejor lugar para los chicos». El reconocimiento es de la periodista Silvia Bacher y llega con algo de alivio cuando todas las miradas parecen acusar de todos los males a la escuela. Esa misma mirada constructiva es la que sostiene a lo largo de todo su libro «Navegar entre culturas. Educación, comunicación y ciudadanía digital» (Paidós) que se presentó la semana pasada en Buenos Aires. La autora rescata otra oportunidad valiosa que ofrece la institución educativa en épocas digitales, virtuales, en tiempos del todo vuela…»la escuela es el lugar para tomarnos un tiempo, para poder conocernos, conocer al diferente y poder construir con el otro».

Bacher conduce programas de educación en Radio Nacional y en Radio Splendid. Es docente, magíster en comunicación y cultura por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Desde hace 14 años dirige la asociación civil «Las otras voces. Comunicación para la democracia». La autora de «Tatuados por los medios» (2009, también de Paidós) sobre todo es reconocida como comunicadora y educadora, con un amplio trabajo profesional desarrollado en estos campos, donde asegura que procura «siempre hacer lugar para esas voces que no tienen lugar en la agenda mediática agitada por el día a día; visibilizar así las voces de estudiantes y docentes». Una tarea que encara desde una perspectiva de derechos, porque —analiza— «el derecho a la educación y a la comunicación son derechos habilitantes para el ejercicio de otros derechos».
En charla con La Capital, destaca a las pantallas, a las redes sociales, como verdaderas escuelas que «construyen modelos, prejuicios y puentes o los destruyen». Desde su mirada, es «en esta trama de cultura, educación y comunicación donde se puede pensar en una ciudadanía plena. Es ahí donde es necesario generar conciencia tanto en las audiencias como en quienes participan desde la comunicación y el periodismo».
—En Navegar entre Culturas habla de ese desafío de construir una escuela capaz de formar ciudadanos críticos en tiempos digitales. ¿Por dónde comenzar? ¿Qué rescata de la escuela de hoy para arrancar?
—De la escuela de hoy se rescata muchísimo. No puedo decir todo porque sabemos que hay mucho que ya no responde a la sociedad que ha cambiado. Pero la escuela es el lugar clave donde deberían estar —porque no están— todos los niños, las niñas y los adolescentes. No están porque se terminan yendo, porque sienten que fracasan, que no hay una mirada sobre ellos. También muchos docentes han perdido la pasión, el deseo de estar allí. Entonces creo que lo primero que hay que hacer es preguntarse por qué estamos ahí. Aquí las políticas públicas son imprescindibles, pero además que los equipos docentes y directivos generen un clima de sentido. El libro comienza con un chiste muy remanido de alguien que llora porque no quiere ir a la escuela. Ese alguien es la maestra. Hay que recuperar el por qué estamos ahí. Eso no es tan complejo si hay un equipo directivo que puede sentarse a reflexionar y trabajar con sus docentes cuál es el sentido de estar en la escuela. ¿Para percibir un salario a fin de mes? La verdad, no lo creo. Por supuesto que hay docentes que no tienen esta pasión ni tienen ganas de tenerla, pero hay muchísimos que sí y que necesitan volver a soñar, volver a comprender que la escuela es la última frontera de lo público, como dicen algunos especialistas. Esa última frontera donde tenemos a todos esos jóvenes, adolescentes, que el mercado y los medios ven como consumidores y no como sujeto de derechos. La escuela es ese lugar donde se los debe formar como ciudadanos.

—Tal como propone, la comunicación es una herramienta poderosa para romper estereotipos, mitos… que cita como círculos ¿Qué círculos hay que romper desde la escuela para avanzar en esa construcción de ciudadanía?
—Círculos o muros, ya que hoy se habla tanto de muros. La Unesco señala una frase que afirma que la paz nace en la mente de los hombres. Pienso que los muros también. Los primeros círculos o muros que hay que romper son los propios. Los de docentes, directivos, funcionarios, familias… esos muros que tienen que ver con las propias trayectorias. Y en esto hay un único camino que es escuchar. Si en una escuela tenemos adolescentes distantes, desinteresados, hay que tener la capacidad de saber qué les pasa, quiénes son, cuáles son sus expectativas, cuáles son sus saberes. Hay un dicho jesuita que dice: «Para enseñarle latín a Pedro hay que saber latín, pero también hay que saber Pedro». Para romper esos círculos hay que saber traer desde los equipos directivos a los docentes, saber escucharlos, construir y desarmar esos prejuicios, esos muros, esos círculos. Lo mismo con los estudiantes y las familias, y lo mismo debieran hacer los funcionarios: ir, estar, escuchar, comprender qué es lo que sucede. También valorar lo que el docente sabe. Es clave.
—¿Como recuperar la palabra como herramienta en tiempos de neoliberalismo?
—La palabra es un camino. La palabra construye realidad, tiende puentes o no. Pero la comunicación va más allá de la palabra: es la observación, es la escucha, es la reflexión. Soy una apasionada de la radio, donde la palabra y la palabra oral son instrumentos clave, bisagras, picaportes, son naves. Son muchísimas oportunidades de encuentro, pero no solo la palabra sino también esta capacidad de observar, de escuchar. En tiempos digitales, virtuales, del todo vuela… la escuela es el lugar para tomarnos un tiempo, para poder conocernos, conocer al diferente y poder construir con el otro. Vivimos en un mundo en crisis que trasciende a la Argentina, esta transformación que (Jesús) Martín Barbero denomina «caos», trasciende a nuestra sociedad y cultura porque es donde las fronteras se van borrando. Y es ahí donde sucede la oportunidad de la escuela.
—¿De esos recorridos por las escuelas y encuentros con docentes, qué anécdota recuerda como significativa para su trabajo?
—Diría que cada vez que hablo con alguien encuentro una historia. Pero hay una que sucedió hace mucho tiempo y para mí fue muy clarificadora. Sucedió durante una capacitación para docentes y directivos que di en el NEA (Misiones, Chaco, Corrientes) sobre radio escolar. Había un ejercicio que proponía llevar un cuento a la escuela para que los chicos les pusieran un final. Cuando vuelven a los encuentros, una docente comparte que no pudo lograr que los chicos terminen el final. Me dijo: «Mis chicos dejaron de soñar». Eso fue muy fuerte. El trabajo entonces se convirtió en otro: que recuperaran los sueños. Y la verdad es que ese trabajo fue algo muy concreto, recuperar algo propio. Es un ejercicio de cruzar fronteras. Me gusta hablar de docentes cruzadores de fronteras, donde hay escuelas que no son rígidas, que son porosas y están atravesándose constantemente. Con todos sus defectos, la escuela es el mejor lugar para los chicos. No hay otro. La necesitamos con las mejores condiciones para los chicos y para los docentes. La escuela como un centro que convoca por su energía, como espacio donde uno quiere estar porque hace mejor la vida de los pibes.

Hacia sistemas educativos wiki
Silvia Bacher acuña el concepto de escuelas y sistemas educativos «wiki», que promueven la participación, el intercambio y el debate. Estas escuelas y sistemas toman el modelo colaborativo de la web, que se fortalecen en tanto se piensan a sí mismos como un lugar de encuentro. Dice Bacher que una escuela wiki es una institución confiable, donde interactúan docentes, estudiantes, familias, organizaciones sociales…. También asegura que el gran desafío de hoy de una escuela wiki es reconocer los saberes que traen el docente y los estudiantes, con sus fortalezas y debilidades. Navegar entre Culturas fue presentado la semana pasada en Buenos Aires por el director de Flacso Argentina, Luis Alberto Quevedo; la directora de la maestría en tecnología educativa (UBA), Mariana Maggio; y el filósofo y blogger Tomás Balmaceda. ¿Es posible poner en sintonía culturas tan disímiles como la escolar, la digital y todo aquello que traen los y las estudiantes al aula? ¿Cómo se construyen las políticas públicas para este nuevo paradigma? Algunas de las muchas preguntas que retoma la autora para seguir dando el debate. El libro de Bacher admite una diversidad amplia de destinatarios, pero en especial por aquellos que se mueven en el campo de la educación, de la comunicación y que trabajan con infancias y adolescencias.

«Las otras voces. Comunicación para la democracia» —que preside la periodista Silvia Bacher— es una asociación civil sin fines de lucro creada en 2004, que promueve el ejercicio del derecho a la comunicación y la participación desde la infancia y la juventud. «Entendemos que ejercer los derechos a la comunicación constituye a niños, niñas y jóvenes en sujetos participativos. Consideramos que al conocer y tomar en cuenta sus voces, la sociedad se enriquece. Estamos convencidos que el derecho a la comunicación es una puerta de acceso a todos los derechos. Trabajamos para que todas las voces tengan lugar en la polifonía de sociedades democráticas. Aportamos a la construcción de ciudadanía en cada rincón del país desde una perspectiva de derechos y promoviendo un debate serio y profundo sobre la relación entre medios masivos de comunicación, participación social y vida democrática», se presenta el espacio en www.lasotrasvoces.org.ar

La ONG integra el Consejo Audiovisual para la Infancia (Conacai), contemplado por la ley nacional de servicios de comunicación audiovisual. Las acciones de este espacio reúne un equipo interdisciplinario de profesionales provenientes de la educación, comunicación, periodismo, trabajo social, psicología, sociología, diseño, producción audiovisual, recreación, entre otros.

Para compartir experiencias tanto entre chicos como docentes, Las Otras Voces lleva adelante una línea editorial en diferentes soportes destinada a niñas, niños, jóvenes y adultos. Se trata de libros, cuadernillos, boletines, audios y videos «para fortalecer las experiencias de comunicación desde la infancia y la juventud».

Para saber más sobre las propuestas de trabajo que realiza la ONG de alcance nacional se puede ingresar también al perfil de Facebook: Las Otras Voces

Fuente de la entrevista: http://www.lacapital.com.ar/educacion/en-tiempos-digitales-donde-todo-vuela-la-escuela-es-el-lugar-conocernos-n1433733.html

Fuente de la imagen: http://static.lacapital.com.ar/adjuntos/203/imagenes/020/993/0020993036.jp

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El profesor cierra los ojos

22 de febrero de 2017 / Fuente: http://compartirpalabramaestra.org

Por: Miyer Pineda Pineda

Reflexiones de un profesor en medio de su ajetreado salón de clases.

El profesor cierra los ojos. Está agotado. Piensa en el momento en el que se metió en esto. Sonríe. No es para tanto (¿En verdad no es para tanto?). Comprende que ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano. Se olvida del mundanal ruido; intenta recordar la imagen de su maestro favorito, aquel que se alejaba del concepto de profesor, o de docente, o de “facilitador”, (uno de sus jefes insiste en llamarlos así, porque las nuevas teorías dicen que así hay que llamarlos ahora). El profesor está cansado, imagina a Sócrates, -no como “corruptor” de menores sino como “facilitador”-; imagina a Cristo rodeado de algunas personas, lo imagina como “facilitador”, luego como profesor, finalmente como maestro, sobre todo cuando dicen que dijo: “Mi reino no es de este mundo”.

Intenta recordar a sus maestros de escuela o de colegio; uno que otro resalta en su memoria; había una profesora que golpeó a un par de niños con un palo de rosa; hubo otro que hizo lo mismo con un compañero de curso (incluso a él lo golpeó en dos oportunidades: puño en esternón). Uno más fue alcalde de la ciudad.  A los demás se los tragó el olvido. Se concentra en los que se alejaban de ser olvido y tristemente confirma que comienzan a desvanecerse. Los defiende; debieron ser importantes para alguien, para algún estudiante. Les reconoce el valor de haberlo soportado en clase; en soportar su inmadurez, su lento crecimiento. Luego, pasa a la Universidad. Allí sí hubo un maestro que se encumbró sobre los demás profesores. Era caleño y era poeta; contaba que había sido alumno de Estanislao Zuleta.

Se repite aquella conclusión: ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano, a través del poder de la palabra.

El profesor cierra los ojos. Está cansado pero debe continuar. Tanto por calificar, por corregir, tantos formatos por llenar. Además debe dedicarle algo de tiempo a su familia. Se imagina a Sócrates llenando formatos (castigo para un ágrafo); se imagina a Aristocles llenando formatos, se imagina a uno de sus estudiantes estrella -Aristóteles- llenando formatos. Recuerda haber leído en algún libro que Aristóteles tenía unos 16 años cuando conoció a Platón, quien a su vez conoció a Sócrates. Se pregunta: ¿En qué momento ser maestro se volvió llenar formatos? Quiere continuar leyendo la novela de Padura; le dijeron que es mejor que cualquier libro de Isabel Allende; quiere leer algún libro de pedagogía aunque uno de sus compañeros le dijo que “la pedagogía se la habían inventado para los malos profesores”; quiere ver la película que le prestaron y que le va a cambiar la vida. Piensa que la escuela sería mucho mejor si profesores, directivos y estudiantes, tuvieran derecho a ver al menos una película a la semana: ¿cómo cambaría la visión de mundo de docentes y alumnos con 40 películas al año?  El cine como estrategia para taladrar la rutina. Ahora lo entiende, o cree que concluye algo: sus mejores maestros fueron esos con los que siempre estuvo solo, puliendo sus demonios, sus fantasmas interiores, los que lo atravesaron con el asombro. Comprende que, si en ese momento tuviera que elegir a un maestro, éste sería Carl Sagan o quizás Condorito; aprendió mucho de ‘Cosmos’: lo asombraba. Condorito era el humor, y a veces la ironía. Asombro, humor, ironía… ¿Y si el gran Carl Sagan le hubiera dado clase en el aula, él, como estudiante, se habría dado cuenta? Delira. Fantasea. Eso hacemos los seres humanos todo el tiempo. Recuerda que su mejor maestro de la universidad terminó siendo su amigo, y que las conversaciones que sostuvo con él eran más productivas que muchas clases magistrales de otros docentes. Esa es otra clave. El aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano… se dignifica a través del diálogo. Pero en una educación diseñada a tal punto que pareciera evidenciar que a través de los formatos cultiva un acelerado fetichismo temático, ¿cómo acercarse al diálogo?

El profesor abre los ojos. El asombro y el humor. Piensa que debe intentar en las semanas que vienen ser como Carl Sagan mientras busca alguna sonrisa; mientras cumple el papel de facilitador; mientras algunos de sus estudiantes fuman marihuana en los baños, o andan conectados todo el tiempo, explorando múltiples formas de alienación. Mientras hace el papel de portero, enfermero, psicólogo, chofer, prestamista (algunos alumnos le deben dinero), y hasta de sparring de alguno de sus compañeros al que le cayó mal desde el principio porque vio su llegada al colegio como una competencia o algo así… “Ese es el sino del poeta”, habría dicho su maestro de universidad, y luego habría citado a Borges o a Zuleta, o sabrá Dios a qué otro sabio; quizás habría citado el mismo refrán que utilizó Sagan en El mundo y sus demonios: “Enciende una vela en lugar de maldecir la oscuridad”. Ahora recuerdo que en el prefacio de este libro, Sagan destroza a sus maestros; solo valora a algunos de los que le enseñaron a nivel universitario.

El profesor cierra los ojos; mientras el tiempo pasa y piensa que debe hacer lo posible para que a él no le suceda lo mismo… es decir, no quiere ser olvido en la mente de sus estudiantes. Se repite aquella conclusión: ser profesor implica un diario ejercicio de reflexión sobre lo que significa entrar a un aula: ese espacio de construcción de sentido, ese espacio de construcción de lo humano, a través del poder de la palabra.

Fuente artículo: http://compartirpalabramaestra.org/columnas/el-profesor-cierra-los-ojos

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