América del NOrte/Mexico/ Observatorio ITEM/Sofía García-Bullé
Los académicos de la lengua saben que esta se encuentra constantemente en un proceso de cambio para describir fielmente la realidad en que vivimos. Las palabras que teníamos hace 20 años no son las mismas que dominan nuestro vocabulario hoy y, muy posiblemente, el siguiente año tengamos más.
No fue hace mucho cuando nuestro único vehículo de evolución de la lengua eran los libros y las conversaciones habladas, sin embargo, la base de los mecanismos con los que construimos el lenguaje ha cambiado mucho.
Hoy en día vivimos una época de grandes cambios sociales, esto, aunado al imparable avance de la tecnología y la enorme cantidad de conversaciones que se generan en los espacios digitales, ha dado como resultado un uso de la lengua más ágil y fluido de lo que habíamos visto antes. La lengua cambia tan rápido como podemos teclear, sin embargo, esto no es tan bueno como suena.
El problema
El lenguaje siempre ha manejado dos niveles: el formal y el informal. Antes de la llegada del internet, la línea entre los contenidos formales e informales era mucho más clara y los mecanismos con los que contaban la academia para regular el lenguaje eran suficientes. Hoy no podemos decir lo mismo.
Tanto la academia, que genera las reglas de un uso correcto del lenguaje, como las escuelas, que fomentan la aplicación de estos lineamientos, se han visto superadas debido a un aumento considerable en la cantidad de contenidos y conversaciones. Hay mucha gente escribiendo lo más rápido que puede y muy pocas personas para asegurar que el contenido esté bien escrito. La autorregulación del lenguaje se ha vuelto una herramienta invaluable una que, desafortunadamente, no sabemos usar.
Inés Fernández-Ordóñez, miembro de la Real Academia Española (RAE) y catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, detecta errores de ortografía en su aula. En niveles tan altos como el universitario, en España el 9,6 % de las plazas de profesor de secundaria quedaron vacías porque, inclusive a nivel docente, los maestros tenían suficiente mal manejo del lenguaje como para no poder llenar las plazas.
Fernández-Ordóñez identifica la causa principal de este déficit: la falta de lectura. Es cierto que este es uno de los aspectos más fundamentales de la crisis con respecto al uso correcto del lenguaje, sin embargo, para encontrar soluciones más óptimas, necesitamos tomar en cuenta también otras nociones.
¿Cómo autorregular el lenguaje en el siglo XXI?
Con la democratización de contenidos que trajo la era digital, es más que obvio que la construcción de los métodos para un buen uso de la lengua ya no puede ser trabajo y responsabilidad de las instituciones académicas. Sin embargo, necesitamos algunos lineamientos para ser críticos y precisos en nuestro uso de la lengua.
El primer paso es crearse el hábito de la lectura y comparar la calidad y corrección de los contenidos que leemos, de esta manera, formamos habilidades básicas para aprender redacción, gramática y ortografía.
Otra medida útil es distinguir entre la comunicación formal e informal. Un mensaje de WhatsApp a un familiar no necesitará del mismo rigor que un ensayo para entrar a un programa de maestría. Cada espacio e interlocutor tiene su forma de comunicar y es importante invertir el tiempo y el esfuerzo para pulir nuestro uso del lenguaje formal.
Es fundamental entender al autocorrector como una herramienta secundaria, no como un maestro de ortografía, especialmente si partimos del hecho que este recurso autocompleta palabras basándose en aquellas que usamos más, no las que usamos bien.
Para que estas estrategias y otras que pudieran ser útiles tengan efecto, debemos dejar de entender la ortografía y la gramática como una materia que se enseña en la escuela y comenzar a enseñarlo como lo que es: la base para comunicarnos y conectar con otros.
Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/errores-ortograficos-crisis