La Educación Neoliberal y la Guerra por el Territorio Educativo

Por: Marcelino Guerra Mendoza; Lucía Rivera Ferreiro; Roberto González Villarreal. 26/06/2018 

En entregas anteriores hemos planteado que la reforma educativa 2013 es el dispositivo de la guerra neoliberal para la ocupación del territorio educativo. A partir de esta idea, trazamos las coordenadas tanto del dispositivo como del territorio educativo. Desmontamos la forma en que desde el texto constitucional, la calidad educativa entendida como el máximo logro de aprendizajes en los alumnos, sirvió de fundamento para establecer la idoneidad docente y justificar una estrategia de intervención utilizando diferentes medios.

Estos medios han sido la evaluación docente obligatoria y permanente a cargo de un INEE dotado de autonomía, para el ingreso, promoción y permanencia en el servicio docente; el control de la información mediante el censo educativo y la creación del SIGED; la autonomía de gestión de las escuelas acompañada del programa escuela al centro, la normalidad mínima, la ruta de mejora; la centralización de recursos a través del FONE, que condiciona el pago de salarios y prestaciones; el uso constante de la violencia política, simbólica y física contra los maestros por protestar y realizar plantones en el zócalo capitalino y distintas ciudades a lo largo y ancho del país.

Queremos reiterar aquí, tres ideas clave del análisis que venimos realizando desde hace tiempo: la reforma es un dispositivo de reconfiguración del sistema educativo, un proceso que comenzó con campañas sobre la calidad de la educación, instalando la percepción de que el magisterio es el responsable de todos los problemas. En este proceso, ocurre un ensamblaje de programas y acciones que si bien surgen en momento distintos y caminan a su propio ritmo, en la práctica se auto-organizan y potencian mutuamente.

El ensamble de los medios de la reforma educativa apunta a la construcción de un maestro idóneo para que a su vez, los alumnos alcancen el máximo logro educativo, en función de perfiles, parámetros e indicadores para toda la educación básica y media superior.

Por todo esto, consideramos que la reforma educativa 2013 es un acontecimiento, de ninguna forma un asunto circunstancial, mal pensado, menos aún sexenal, hasta ahora los medios para reconfigurar el sistema educativo no dejan de ampliarse ni de fluir, siguen activos y lo harán por un largo tiempo. Sin temor a exagerar, afirmamos que la reforma se encuentra en este momento, recorriendo un camino libre de obstáculos para consolidarse en las escuelas, con padres de familia y alumnos a partir del modelo educativo, planes y programas de estudio, programas de escuela al centro y los CIEN, la ruta de mejora y la autonomía de gestión escolar.

La SEP se ha asegurado de que los maestros realicen un conjunto de prácticas y actividades de planeación, evaluación, rendición de cuentas y elección de horarios, así sea en forma simulada, en las aulas, los consejos técnicos escolares y de participación social.

Lo hemos dicho todo el tiempo y lo repetimos una vez más: la reforma al artículo tercero constitucional es educativa, no solamente laboral o administrativa. Es educativa principalmente por sus efectos y producciones, porque busca formar, construir y desarrollar subjetividades que orientan, conducen formas de pensar, promueven determinados comportamientos con base en los principios, valores y filosofía del sistema económico, social y político vigente. Hoy día, la educación escolarizada se encuentra asentada en el concepto de calidad neoliberal que aparece en el 3° constitucional, cuyo centro de atención es el máximo logro de aprendizaje de los alumnos, para lo que es necesario un maestro idóneo evaluado a lo largo del tiempo.

Estos son los rasgos característicos de una reforma educativa que ha desatado una guerra por la ocupación del territorio educativo. En esta guerra, el adversario no es únicamente la SEP y las autoridades responsables del sistema educativo; existen otras fuerzas especialmente interesadas en la formación de un nuevo individuo exitoso, formado a imagen y semejanza de los principios, valores y filosofía del neoliberalismo. Un emprendedor, competitivo, flexible, insolidario, aislado y empresario de sí mismo, que se gobierne a sí mismo para enfrentar la inseguridad, incertidumbre y precariedad que el mismo neoliberalismo ha provocado y le ha impuesto.

Para librar esta guerra, es necesario reconocer y conocer al adversario; en las últimas décadas, éste ha cambiado, es un enemigo distinto, con mayores ambiciones, que no duda en echar mano de estrategias más efectivas y de mayor alcance. No busca solo la explotación del hombre por el hombre; esta ya no es una lucha entre capitalistas y proletariado, tampoco entre dueños de los medios de producción y los desposeídos, porque para empezar, la producción y la explotación ya no es lo que antes era. Lo de hoy, es la explotación de las subjetividades, de eso quiere adueñarse el adversario a través de diversas estrategias.

El enemigo entonces, no es uno solo, no tiene una misma cara, está conformado por todos aquellos que han construido, impulsan y defienden la gobernanza como forma de incidir y tomar decisiones en todas las esferas: económica, social, cultural y política. En el terreno educativo, su interés principal es formar un nuevo capital humano que mantenga y sostenga las condiciones de vida actuales; para conseguirlo, ha desatado una guerra de ocupación del territorio, con la finalidad de reconfigurar el sistema educativo en su totalidad.

De este modo, la guerra inició contra el maestro por ser quien forma a las nuevas generaciones; así ha sido a lo largo de los tiempos. Por tanto, el primer paso fue confrontar al maestro, arrancarle sus vínculos gremiales, minar su identidad profesional, provocarle inseguridad e incertidumbre laboral, acostumbrarlo a la precariedad, rompiendo sus de por sí frágiles relaciones sociales y educativas con alumnos, padres de familia y comunidad; aislarlo, expropiarle su experiencia y crear una nueva cultura profesional orientada por la competitividad, flexibilidad e insolidaridad. La evaluación fue la estrategia para conseguir todo esto.

La efectividad subjetiva de la evaluación no radica en sí misma, sino en todo lo que la envuelve y acompaña, en todo lo que provoca. No se trata nada más de la presentación de los exámenes, sino de involucrarse en un proceso tortuoso e incierto, de cubrir una serie de criterios, requisitos y procedimientos que las maestras y maestros deben cumplir para poder presentarla; luego sigue el viacrucis de los resultados y el cumplimiento de las promesas.

Desde ahí se empezó a configurar un nuevo maestro, altamente emprendedor y empresario de sí mismo, responsable de su éxito o de su fracaso por ser o no idóneo, todo esto sin necesidad de cuestionar las condiciones adversas y precarias a las que es sometido. La producción mayor del neoliberalismo, lo que representa su mayor triunfo, es el hecho de lograr que la población se gobierne a si misma sin necesidad de la coerción física permanente y la educación no es la excepción.

Por tanto, la guerra en el territorio educativo es por la subjetividad, no por los medios de producción sino por los de subjetivación. Es una guerra no contra el proletariado en abstracto sino por el trabajo inmaterial concreto y sus prácticas educativas de subjetivación. De ahí que la reforma sigue fluyendo a través de diferentes medios hasta llegar a la escuela, a las aulas y los alumnos. Cuando decimos que el fin último es reconfigurar al sistema educativo, esto no se limita a un plano general, sino que pretende aterrizar particularmente en los modos de pensar y actuar de los maestros, directivos, padres de familia y alumnos.

Veamos algunos elementos que dan cuenta de la forma en que se expresan las subjetivaciones en las prácticas, decires y haceres escolares cotidianos, facilitando la instalación de la reforma.

  1. El Modelo Educativo surgió en el escenario político en el 2016, pero antes ya se había afianzado la ruta de mejora para la Autonomía de Gestión en la Escuela y el Plan y Programa de Escuela al Centro, propuesto desde el Programa Sectorial 2013. Como la atención estuvo centrada por parte de especialistas, investigadores, asesores y críticos en sostener hasta el cansancio que la reforma educativa era laboral y administrativa y la evaluación punitiva, o sea, todo menos educativa, en ningún momento cruzó por sus mentes la necesidad de problematizar el avance, desarrollo y enquistamiento de la propia reforma en la escuela, directivos, maestros, padres de familia y, finalmente, en los alumnos. Mientras la mayoría, incluida la resistencia magisterial, se enfrascó en el debate de la evaluación y sus consecuencias laborales, de forma discreta, constante e ininterrumpida, se instalaron los demás programas y acciones a nivel escolar, que hoy recoge y articula el Nuevo Modelo Educativo.
  2. El Programa Escuela al Centro anunciado por la SEP en 2016, no fue un hecho aislado, mucho menos una ocurrencia. Su creación e instrumentación abonó el terreno para que otras acciones y programas que ya operaban en la escuela, como la normalidad mínima, contribuyeran al logro del fin último de la reforma: reconfigurar el Sistema Educativo. Al mismo tiempo, las afectaciones que la evaluación docente ya había provocado, sembraron el terreno para la entrada en acción del Modelo Educativo.
  3. La evaluación ahora presente en la escuela y no nada más en los maestros, permitirá seguir alimentando el censo, aceitando la maquinaria de control de información que es el SIGED. Este sistema continuará organizando la información de las escuelas, de modo que se vean obligadas a seguir al pie de la letra, los lineamientos de la autonomía curricular; mientras tanto, los alumnos continuarán expuestos a mediciones estandarizadas y los maestros a presiones para mantener actualizada la información de un sistema que entre otras cosas, verifica el cumplimiento de la normalidad mínima en cada escuela, y condiciona el presupuesto correspondiente.
  4. El Programa Escuela al Centro, guarda estrecha relación con el Programa Sectorial 2013 con respecto a la autonomía de gestión. Esos planteamientos han estado ahí, prácticamente desde que inició la reforma, pero han pasado desapercibidos en los análisis, ocupados como estaban los críticos, en la evaluación. Aquí se encuentra la clave para entender el significado que tiene considerar a la escuela como el centro del sistema educativo, adjudicándole la obligación de rendir cuentas sobre el financiamiento, los CIEN, desde luego contempla también el cumplimiento de la normalidad mínima en la escuela. Está también el tema de la gestión del tiempo y el espacio como ejes orientadores para el control, la disciplina y el gobierno de los maestros y personal administrativo en las escuelas. De todo esto depende ahora la posibilidad de recibir recursos y financiamiento que finalmente puede convertirse en deuda para la escuela, en gasto para los padres y muy claramente, lo será para las entidades federativas. En resumen, Escuela al Centro es una herramienta para gestionar el tiempo y el espacio, así como la búsqueda de recursos para la compra de cursos, clubes, materiales pedagógicos y didácticos ofrecidos ni más ni menos, por quienes integran lo que hemos llamado el cartel de la reforma educativa.
  5. El programa Escuela al Centro, como medio de cristalización de la escuela armadora del sujeto emprendedor, tiene en el Nuevo Modelo Educativo su complemento perfecto. Estructurado en cinco grandes ejes (Planteamiento Curricular; Escuela al Centro del Sistema Educativo; Formación y Desarrollo Profesional Docente; Inclusión y Equidad; Gobernanza Educativa), el modelo educativo establece los aprendizajes clave que se demanda a los maestros desarrollar en los alumnos a nivel nacional (Aprendizajes clave) Tales aprendizajes no son más que las competencias de las reformas curriculares del Foxismo y Calderonismo. Estas competencias, hoy traducidas como aprendizajes clave, son una libre adaptación de los pilares de la educación planteados por Jaques Delors e impulsados por la UNESCO en 1998 para la educación del siglo XXI.  A partir de los ejes curriculares mencionados, el modelo propone tres campos de Formación Académica, igual número de  Áreas de Desarrollo Personal y Social y cincoÁmbitos de Autonomía Curricular. Este ultimo componente curricular, a diferencia de los dos primeros, depende de la gestión que realice la escuela, en particular, el consejo técnico escolar, para llevarlo a cabo. Y aquí entra de nuevo en escena, la escuela al centro.

El próximo ciclo escolar, la guerra por el territorio educativo entrará en una nueva fase; la lucha se librará en y por la escuela. De ahi que nos parezca urgente iniciar un debate en cada comunidad escolar sobre las cuestiones aquí planteadas.

Para estar en posibilidad de resistir los embates de esta reforma ultraneoliberal, es necesario comprender frente a qué estamos, analizar el modelo educativo, los planes y programas así como los flamantes libros de textos que serán entregados a las escuelas para el ciclo escolar 2018- 2019, sin perder de vista el contexto ni los demás elementos del dispositivo de reconfiguración del Sistema educativo.

Por lo pronto, y a manera de cierre, dejamos aquí anotadas algunas preguntas para continuar la reflexión y el debate.

¿Cómo se ha enquistado la reforma en la escuela, entre los maestros, padres de familia y alumnos? ¿La calidad educativa como máximo logro de aprendizaje de los alumnos, es aceptada por los profesores?, ¿Qué repercusiones tendrá el Modelo Educativo y la autonomía curricular en la escuela pública? ¿Qué tanto se ha subjetivado el aprender a aprender, aprender a ser y aprender a convivir como aprendizajes clave para formar niñas y jóvenes exitosos en el siglo XXI?

Fotografía: iebem

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/la-educacion-neoliberal-y-la-guerra-por-el-territorio-educativo/
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¿ Y si no queremos escuelas de calidad?

Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro y Marcelino Guerra Mendoza

Para nuestro amigo Luis Bonilla, con un chingo de afecto

La calidad es el concepto hegemónico en la discusión educativa contemporánea. En realidad son dos: calidad y evaluación. Pero no son dos cosas distintas. Son los dos lados de la misma moneda. Una refiere a la otra. Como lo dejaron muy claro todas las fuerzas promotoras de la reforma educativa en el texto constitucional. Todas. De izquierda y derecha. Desde Mario Delgado, el ahora senador de MORENA, hasta Juan Carlos Romero Hicks, senador del PAN.

Así lo dice el tercer párrafo del artículo 3º constitucional:

“El Estado garantizará la calidad en la educación obligatoria de manera que los materiales y métodos educativos, la organización escolar, la infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y los directivos garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos”.

Y se refrenda en el inciso d). fracción II del mismo artículo:

“d). Será de calidad, con base en el mejoramiento constante y el máximo logro académico de los educandos”.

Calidad es el máximo logro de aprendizaje. ¿Cómo sabemos si hay calidad? A partir de la evaluación. La moneda es el aprendizaje, las caras son la evaluación y la calidad. Son auto-referentes.

A partir de este triángulo conceptual, “calidad-aprendizaje-evaluación”, se diseñaron las acciones de reingeniería del Sistema Educativo Nacional. Acciones, dijimos, en plural, porque se trata de un conjunto en proceso. Desde la evaluación docente hasta el Sistema de Información y Gestión (SIGED), el FONE, Escuelas al Centro, Escuelas al CIEN, autonomía escolar y el Nuevo Modelo Educativo, para citar los programas más representativos.

La crítica y el magisterio han focalizado la atención en los efectos laborales de la reforma. Sobre todo de la evaluación de permanencia. Ha sido así por las indudables repercusiones negativas en la plaza docente y en las prestaciones. Nadie discutiría eso. Son evidentes y deleznables. Aunque se han quedado cortos, porque no es sólo una evaluación punitiva, sino mucho peor que eso: un verdadero programa de reconfiguración de la subjetividad docente, de la creación de un maestro responsable de sí mismo, en condiciones eternas de incertidumbre y precarización. Esos son los objetivos maléficos de la reforma: la reconfiguración neoliberal del sistema educativo, de sus bases materiales, subjetivas y organizacionales.

En esto ya nos hemos extendido en muchos artículos anteriores. No lo repetiremos. El tema que nos ocupa es otro. Son las alternativas, los modos de luchar contra la reforma. No sólo la lucha en calles y escuelas, indispensable e insustituible, sino las tácticas, las estrategias, las modificaciones conceptuales y programáticas de la reforma.

Es lo que hemos venido haciendo las últimas semanas, poniendo atención a la reforma de la reforma, sobre todo en los únicos que se atreven a decirlo así: los candidatos y simpatizantes de MORENA y la coalición “Juntos haremos historia”.

Pues bien, hay que ir un poco más lejos. Hay que atreverse un poco más. Iniciaremos una serie de textos, cortos y de divulgación, sobre los límites conceptuales de las resistencias, que son, a fin de cuentas, nuestros límites políticos y estratégicos.

Pensemos, en conjunto, lo que no hemos pensado hasta ahora, lo que no nos atrevemos a pensar o a decir, aunque se encuentre ahí, como una insatisfacción, un deseo o una molestia que siempre está presente, pero no sabemos identificar muy bien cuál es y dónde está.

Para eso hay que regresar al principio. Al asunto de la calidad, ése es el verdadero fetiche. Es el mayor triunfo de los reformadores: ¿alguien podría disputar su centralidad? ¿Alguien se atreverá a decir que no quiere una escuela de calidad?   ¡A ver quién es el valiente que lo haga!  ¡A ver quién se atreve a ponerle el cascabel al gato! ¿Nadie? Inmediatamente sería catalogado de mediocre, de no pensar en los niños y niñas de este país, de no pensar en el futuro, de ser cómplice de los intereses más retardatarios, de las fuerzas que se oponen al progreso, de ser cómplice de Elba Esther, entre tantas otras cosas. ¡A ver quién se atreve a decir que no! ¿Alguien?

Nadie. En efecto. Nadie disputará la centralidad estratégica de la calidad en las reformas educativas. Lo que se disputa, en todo caso, es su definición. Como lo hicieron algunos críticos; el más insistente e incisivo, Manuel Pérez Rocha.

¿Qué dice? Muchas cosas amenas e interesantes. La central: una reforma sin pedagogos; en consecuencia, una reforma mal hecha, laboral, a tono de economistas y administradores, de políticos que la imponen, con la voz ausente de maestros, estudiantes, padres de familia y, sobre todo, asesores informados e investigadores de otros lados que no sea el CIDE.

El resultado: una reforma que tiene muchos conceptos de calidad, que no sabe muy bien qué es la evaluación, que la confunde con medición.

Las alternativas: una reforma hecha por verdaderos pedagogos, con la participación de padres y maestros, y consulta a la sociedad civil. Una evaluación entre maestros, que se apoye en instrumentos sensibles a las realidades particulares.

Muy bien. Estas son las mejores críticas. ¿Cómo no compartirlas? De ahí en adelante, la disputa es por la dirección de la reforma, por la dotación de otros contenidos a la calidad y a la evaluación, de otros significados y, sobre todo, de otros dirigentes: verdaderos políticos, verdaderos pedagogos, verdaderos asesores…

Esa es la mejor crítica y la mejor propuesta. Luego vienen las pugnas políticas: ¿quién se hará cargo de eso, quién será el secretario de educación pública? Para eso hay que entrar a la campaña electoral primero, administrativa después, los de MORENA, los de los empresarios, Esteban Moctezuma, las diferencias entre corrientes, etc etc etc…

Muchos están en esa lógica. ¡Y esa es la mejor versión! No queremos ni pensar las versiones más pedestres. En fin, lo que nos preocupa es lo siguiente: nunca cuestionaron el diagnóstico. Nunca debatieron la hegemonía de la calidad, si acaso su definición, igual que en la evaluación: nada más.

Ese es el problema. El límite conceptual de las resistencias. No van más allá, se quedan en la disputa de lo definido por otros. Quieren ser mejores reformadores, más eficientes administradores, verdaderos político-pedagogos, más democráticos y más sensibles, más eficientes y pertinentes. Para eso será necesario, dicen, cambiar las definiciones, los indicadores, los instrumentos, los perfiles, parámetros e indicadores. Esos son los que llevan el argumento al límite; otros sólo disputarán procedimientos y mecanismos; los peores solo quieren cambiar a las personas.

Así, encontramos críticos e investigadores que proponen cambios conceptuales y administrativos de alguna de las evaluaciones; tomando prestada la expresión de nuestro querido Alberto Arnaut, tratan de poner a dieta a la evaluación, quitarle lo obesa; otros, de cambiar los instrumentos evaluatorios; muchos incorporar elementos contextuales; algunas expertas proponen otros reactivos; o quitar fases de las evaluaciones, y así…

Como se observa, en realidad son pugnas por la gestión de la reforma; no son críticas a la reforma, ni a sus diagnóstico, ni a sus objetivos, ni a sus mecanismos. Quienes las hacen parten de los mismos objetivos y problemas, pero jerarquizados de manera diferente: calidad con equidad, infraestructura y dotación, financiamiento y estatalidad; tal como aparecen en los programas de las escuelas altamiranistas, las escuelas integrales o el PTEO de Oaxaca.

Es necesario atender y revisar las alternativas en esta óptica; encontraremos demasiadas similitudes conceptuales e históricas con la reforma para dejarlas de lado.

Pues bien, pensemos por un momento de otro modo. ¿Qué tal si el problema de la reforma fuera el mismo problema que plantea? ¿Qué tal si el problema de la educación NO es la calidad?  Peor aún: ¿qué tal si el problema de la reforma es centrarse en la calidad?

Repetimos: la reforma se estructura a partir de los problemas de calidad de la educación. Esa es la base de su diseño y el pivote de la reestructuración. Una salida crítica es disputar las definiciones de calidad, evaluación y en consecuencia todos los procedimientos, le llaman a eso propuesta contrahegemónica.

Muy bien. Ya hay iniciativas, muy menores, es cierto, sobre eso. Nuevos procedimientos, nuevas fases, nuevos reactivos, nuevas preguntas, nuevas jerarquías. Una propuesta contrehegemónica es una guerra de posiciones conceptuales, políticas e instrumentales. Una disputa por la gestión de la reforma. Muy bien. ¡Mucha suerte con eso!

Nosotros decimos: no hay salida a partir de ahí. Solo un recambio en los administradores, procedimientos y jerarquías. Nada más.

¿Subversión de los contenidos? ¿Cuáles, si se hacen para volver más eficientes los objetivos reformadores, para desbloquear los obstáculos creados por las resistencias? La versión contrahegemónica mantiene la problematización, disputando las jerarquías y, si acaso, las definiciones, pero conservando lo demás: la  estructuración misma de la reforma!

El problema de los contrahegemónicos es que intentan salvar la reforma de los obstáculos puestos por la incompetencia, inoperancia e ilegitimidad de los reformadores; pero manteniendo la problematización; disputando la gestión, pero sin cuestionar los ejes de la reforma: calidad y evaluación.

Podrán discutir, si acaso, mayores componentes a la calidad; incorporar referencias locales y culturales; podrán adelgazar los requerimientos evaluadores; pero no se salvan de dos cosas: la calidad como máximo logro de aprendizaje está en la Constitución; y la evaluación es el reverso procedimental de la calidad.

Esos son los límites político-epistémicos de la contrahegemonía como estrategia política de las resistencias. No hay salida de ahí.

Así que los contrahegemónicos sólo disputan la gestión de la reforma; no las condiciones del sistema educativo. En otras palabras: no cuestionan qué se educa, cómo se educa, para quién, cómo se educa, para qué, es decir, no se plantean los cuestionamientos que estructuran la educación en estos tiempos y los desafíos que plantean los cambios políticos, económicos, subjetivos, organizativos del presente y del futuro inmediato.

Nosotros decimos: la reforma educativa es una respuesta a los problemas planteados por el corporatismo a los objetivos de la reconstrucción del capital en su fase neoliberal; su virtud fue identificar problemas, definir conceptos y convertirlos en instituciones, organizaciones y programas muy diversos.

Para luchar contra ellos, los contrahegemónicos proponen diversas categorías de intervención, desde los recambios de personajes hasta los recambios discursivos, y organizativos, pero dentro de los esquemas conceptuales planteados por los reformadores.

No salen de eso; ni saldrán, si no regresan a la problematización, si no ponen en la picota los elementos constitutivos de los sistemas educativos nacionales: la escolarización, los objetivos, medios y procedimientos educativos que se requieren en estos tiempos; en estos, no en el siglo XIX ni en el XX, sino en el XXI, ante los profundos cambios civilizatorios que vivimos.

En estas condiciones, seguir manteniendo a la calidad como objeto de disputa no es sino continuar el régimen de la reforma neoliberal. Nada más.

No es poco; no, no lo es, pero nosotros nos preguntamos si no vale la pena, como lo están haciendo colectivos en todo el mundo, pensar si la calidad no es ya un problema para una educación libre, creativa y emancipadora.

Después de todo, la calidad siempre refiere evaluación y estandarización, en escuelas cerradas y autoritarias; donde los críticos solo quieren cambiar la gestión de eso y no atreverse a pensar que otro mundo es posible. Otro mundo, en donde quizá no hablemos de una escuela que busque la calidad; sino una escuela que se proponga la FELICIDAD, la CREACIÓN y la LIBERTAD.

Muchos pensarán: una utopía; nosotros decimos, no, no lo es; sólo atrevernos a cambiar de modos de pensar para cambiar los modos de vivir. ¿Por qué no, repetimos, pensar en otros conceptos que estructuren los cambios educativos? ¿Por qué dejárselos a los neoliberales, y nosotros sólo pensar cómo mejorarlos, como hacerlos más eficientes? ¿Por qué no, repetimos, convertir a la FELICIDAD, al BUEN VIVIR, a la VIDA DIGNA, en objetivos de política educativa? ¿Por qué no ponerlos a ellos en lugar de a la calidad como máximo logro de aprendizaje?

Obviamente, apenas estamos empezando, queremos preguntarnos sobre lo que nunca nos preguntamos, lo que siempre dejamos de lado, lo que nos exige la coyuntura, lo que nos demandan los otros; queremos preguntarnos si cambiando los problemas, cambiando los conceptos, es posible construir otras formas de pensar la escuela, la política y la vida misma.

Fuente: http://insurgenciamagisterial.com/y-si-no-queremos-escuelas-de-calidad/

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