Por Carlos Corredor Pereira
En Colombia nos hemos quedado en normas, decretos y leyes y no hemos definido aún cuál es el papel de la educación en nuestro propósito como nación.
Quiero agradecer al diario La Opinión por abrirme sus puertas y permitirme compartir con el pueblo cucuteño mis opiniones. Opiniones en el sentido aristotélico de doxa, es decir, conocimiento de los hechos sociales coloreados por la experiencia y por las propias creencias.
Podríamos decir, opinión informada pero sujeta a lo que decía Campoamor: “En este mundo traidor / nada es verdad ni es mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”.
En esta coyuntura turbulenta y polarizada por la que atraviesa el país, los candidatos a la primera magistratura ofrecen el Oro y el Moro para persuadir a los ciudadanos a entregarles su voto. Son múltiples las áreas en las que se hacen las promesas, rara vez cumplidas, pero el caso de la educación merece análisis particular, porque nuestro futuro como país y como sociedad está en los niños y jóvenes que hoy se encuentran en nuestras escuelas y universidades.
Lo que vemos en los programas y lo que repiten los candidatos en la televisión son promesas de incrementar la cobertura, de proveer universidad gratis…etc. ¡Más de lo mismo!, pero el problema básico se ha soslayado y no se puede curar con los paños de agua tibia que son esas promesas.
Continuamos ignorando que en las pruebas PISA Colombia ocupó el último lugar entre las naciones que participaron en ese examen estandarizado global. Hasta el momento no se ha hecho un verdadero análisis de cuáles son las falencias reales de nuestros estudiantes de educación media cuando se les compara con sus homólogos de países como Finlandia o Singapur, que ocupan los primeros lugares.
De la misma manera, no hay un consenso entre los profesores universitarios acerca de lo que miden las pruebas Saber Pro que toman los estudiantes en los últimos semestres de sus carreras y que muchas veces muestran que no han adquirido las competencias genéricas que la universidad debería haberles dado, particularmente en las pruebas básicas de pensamiento cuantitativo y lectura crítica. Esto lo que demuestra NO es que haya falta de cobertura ni de oportunidades, que efectivamente faltan, sino que no se ha definido el propósito mismo de la educación colombiana.
En marzo de 2000, el Consejo Europeo de Lisboa definió como meta estratégica para la Unión Europea el convertirse en “la economía basada en el conocimiento más competitiva y dinámica del mundo, capaz de mantener un crecimiento económico sustentable con más y mejores empleos y mayor coherencia social”.
Desde 2010 la Comisión Europea identificó siete competencias clave para el desarrollo personal, la empleabilidad, la inclusión social y la participación cívica que los graduados de la escuela secundaria deberían tener: 1) comunicación en la lengua materna y otras lenguas; 2) competencias matemáticas y científicas; 3) competencias digitales; 4) aprender a aprender; 5) competencias cívicas; 6) iniciativa y espíritu de empresa y 7) conciencia y expresión culturales. Nótese qué tan parecidas son a las competencias genéricas de las pruebas Saber Pro.
Pero si bien, la Unión Europea desde hace varios años tiene claro cuál es el propósito de la Educación y las competencias que deben tener los jóvenes si va a convertirse en la primera potencia mundial en la Sociedad del Conocimiento, en Colombia nos hemos quedado en normas, decretos y leyes y no hemos definido aún cuál es el papel de la educación en nuestro propósito como nación, para asegurar el bienestar de toda la población, disminuir la inequidad y asegurar el desarrollo sostenible, ni cuáles son las competencias clave que deben tener nuestros egresados de la escuela y de la universidad. ¡Buena falta nos hace si queremos entrar en el Club de la OECD!
Fuente del artículo: https://www.laopinion.com.co/columna-de-opinion/tiene-la-educacion-colombiana-un-norte-153981#OP