Hablando del libro “Las pieles que vestimos”. Corporeidad y prácticas de belleza en jóvenes chiapanecas

Por: Rosalía Nalleli Pérez-Estrada

El libro las pieles que vestimos. Corporeidad y prácticas de belleza en jóvenes chiapanecas nos introduce a la defensa de la autora, Tania Cruz Salazar como chiapaneca y chamula, hacia la raza indígena, mientras manifiesta abiertamente que existe discriminación y racismo en la clasificación de  indígenas o mestizos en su estado y a la vez critica el amplio rechazo por lo local; en un listado de lo que se considera “bonito” o “feo” que impide encajar abiertamente en la sociedad actual, gracias al consumismo aplastante y empoderado por la pérdida de la identidad. La postura de la autora ante la tensión de la imposición y la resistencia, en su objeto de estudio, lleva al cuestionamiento de su postura, si esta es informativa, de convencimiento, de defensa o de justificación, entre la controversia de lo que escribe y lo que a diario vive en casa.

La recomendación del libro surge por la importancia de comprender porqué como sociedad se prefieren o se rechazan ciertos estereotipos de belleza, sin estar conscientes de ello. También se propone para disfrutar el recorrido histórico en su investigación documental y etnográfica que logra, en un periodo del 2004 al 2009 y de cómo describe la corporeidad y belleza hegemónica de los jóvenes en general y del cuerpo enculturado que ha cambiando del siglo XX al siglo XXI; con grandes transformaciones en el sistema mundial capitalista y de cómo el consumismo influye al ser humano, por tendencias o modas impuestas y lo atropella de manera invisible y desenfadada, especialmente en la sociedad chiapaneca que habita en San Cristobal de las casas.

Para la autora, la concreción del libro significa la presentación de su investigación, con una metodología en la que primero hubo un acercamiento con los sujetos de investigación y exploración de la zona, más la aplicación de técnicas como cuestionarios, entrevistas, diarios de campo, biografías, fuentes hemerográficas y de herramientas plásticas, como el dibujo y el recorte. También, significa presentar la  corporeidad que ella misma da a sus sujetos de investigación mientras narra sus prácticas de belleza, la concepción que ellos mismos tienen sobre el tema y sus formas de estar en el mundo actual, con jóvenes que muestran sus prácticas heredadas y modificadas, en una heterotopia de Foucault y los resultados formados por los medios de comunicación. En la escritura, se presenta la corporeidad y la belleza vistos como un espacio personal con expresión cultural, en una galería de entramados culturales que distinguen social, etaria y genéricamente a un sujeto,  desde la perspectiva antropológica, con aquello que se dice y se hace con el cuerpo, como manifestación de la existencia humana. Tania Cruz dice (P. 41) “arreglar el cuerpo es un acto de mediación entre el sí mismo y el mundo social, entre los gustos particulares de la persona y las normas sociales demandadas. Arreglar el cuerpo puede tener varias lecturas: i) componerlo privadamente para lucirlo públicamente, ii) incorporar una serie de convenciones y representaciones culturales o iii) encarnar las normas de belleza y las de género que corresponden a cada grupo cultural”.

También, en el libro se identifica cómo la autora alza la voz para mostrar su inconformidad contra el poder económico que rige los comportamientos corpóreos y ciertos patrones de conducta que conducen al consumismo de la producción en masa, para atender cuestiones de belleza, de manifestación corpórea  para insertarse en la sociedad global mientras se pierde la identificación individual. Un libro lleno de dicotomías, que expresa la discontinuidad relativa sobre el sujeto, entre lo que es innato (cuerpo) y lo que es transferido (cultura), lo que de él se dice y se piensa (concepciones) y lo que se hace con él (prácticas) y de la encarnación cultural mediante la incorporación de convenciones, representaciones  y toma de elecciones cotidianas.

La autora, desde su perspectiva Foucaultiana, mientras propone una tipología de prácticas de belleza que pueden también ser analizadas, dice (p 14) “Las pieles que vestimos es una ventana abierta al mundo de los espejos y de las miradas de lo que se maquilla y de lo que se revela, de lo que se adapta y de lo que se confronta, de lo que se distorsiona y de lo que se apropia, de lo que permanece y de lo que se transforma”. Para concluir, Las pieles que vestimos es una lectura obligada para acercarse a los hermanos chiapanecos mientras se tratan de comprender sus practicas de belleza y cómo sus diversas manifestaciones corpóreas los han ido segregando, así como la gran influencia que se recibe del exterior que provoca que entre su misma gente, se diga de dientes pa´ fuera que ama lo local, mientras que en sus acciones prefiere lo extranjero, lo cual no es malo, si primero se aprende a respetar y  aceptar lo que por herencia cultural y racial en verdad le pertenece. Finalmente, la autora dice (p139): “En la actualidad vemos que en San Cristóbal de Las Casas existe un sincretismo cultural imposible de negar, aunque también hay innovación, cambio, continuidad, adaptación y resemantización cultural. Los gustos se traslapan y las lógicas estéticas a nivel local son también heterotópicas.”

Fuente: http://www.educacionfutura.org/hablando-del-libro-las-pieles-que-vestimos-corporeidad-y-practicas-de-belleza-en-jovenes-chiapanecas/

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Película: Pequeño Gran Hombre

Reseña: Al hilo del libro de Alce Negro, recuperamos una película que puso el foco en la persperctiva del indio nativo y denunció el genocidio norteamericano.

Sin ninguna duda se trata de un producto de su época, en pleno conflicto de Vietnam. Arthur Penn ya había revolucionado el mundo del cine dando el pistoletazo de salida al nuevo Hollywood con Bonnie & Clyde. No era novato en el tema western, ya había retorcido sus estereotipos con El Zurdo, western de corte psicológico en el que reviertía el mito de Billy El Niño. No contento con eso se propone un ejercicio desmitificador del género en conjunto, Pequeño Gran Hombre, y de paso reivindicar la figura del indio nativo ante el imperialismo que da significado y origen al pueblo americano. Si las distintas películas de Penn ilustran las etapas de la evolución de los USA a Pequeño Gran Hombre le corresponde el genocidio como reflejo de un pueblo, tema de rabiosa actualidad allá en 1970. Nos enfrentamos a un film ambicioso y atrevido que cuestiona el universo del viejo western.

 El film relata de forma retrospectiva (valiéndose de un largo flash-back), las múltiples aventuras y peripecias  de Jack Crabb, que comienzan cuando él era un niño adoptado por los Cheyennes (los seres humanos, como ellos se autodenominan) después de que asesinaran a sus padres en la caravana donde viajan y que terminan justo después de la batalla de Little Big Horn. Durante ese periodo, el joven Crabb vive todo tipo de aventuras y desventuras, pivotando unas veces hacia el lado de los indios y otras tantas hacia el lado de los blancos, en una época convulsa y violenta pero apasionante al mismo tiempo. Es una historia de mundos que desaparecen, no solamente el de los indios de las Grandes Praderas, sino también el del salvaje Oeste en general, el de los pioneros, los cazadores de bisontes o los pistoleros. Y Jack Crabb se encuentra inmerso de lleno en ese proceso de extinción, al que suele llegar por medio de cómicas casualidades, viviéndolo además desde ambas orillas y sintiéndose un ser desarraigado y perdido. No es que los indios lo rechacen por ser blanco ni que los blancos le rechacen por ser medio indio. Más bien es él mismo el que no encuentra su lugar en el mundo.

La primera parte de la película trata de la educación de Jack en los dos mundos, con los indios y con los blancos. Mientras que con los indios la instrucción es dichosa, al aire libre y con libertad, la educación que le otorga el hombre blanco es restrictiva, castradora e hipócrita. No es casualidad que esta parte de la película sea rodada en interiores opresivos.

La segunda parte deja en parte atrás el tono humorístico y trata la toma de conciencia del adulto, que sigue sin encajar en un mundo donde prima el engaño (papelazo del charlatán Martin Balsam) y la violencia (representada en Will Bill Hickock). Se casa y monta un negocio, pero pronto lo pierde todo; el negocio a manos de su socio y su esposa secuestrada por los indios; aquí es donde por primera vez toma la determinación de actuar e inicia la búsqueda de su mujer; precisamente en este punto del film se inicia el tono sombrío. Se une al ejército de Custer como mozo de mulas pero deserta horrorizado ante la masacre de Washita. Vuelve a convivir con los indios después de casarse con una Cheyenne, tener un hijo  y adoptar a sus hermanas viudas (en los últimos coletazos de humor de la película) pero una nueva matanza de Custer (la masacre de Sand Creek) acaba con esta paz doméstica. Determinado a matar al general se une a su destacamento; después de un intento fallido en el que se revela su incapacidad para matar a sangre fría, logra finalmente, y mediante un retorcido juego de psicología inversa, arrastrar a Custer a Big Horn, donde se termina de desmitificar a un paranoico y narcisista Custer en el momento de su caída.

Técnicamente es uno de los westerns mejor rodados de la época; la estructura episódica dota de dinamismo a una historia que nunca decae. La combinación de comedia- tragedia, o interiores-exteriores cuando Jack se encuentra con indios o blancos no es casual. Se ha acusado a Penn de desviar el habitual trato hacia los indios haciendo parecer al hombre blanco un salvaje inhumano, incluso de racismo, pero, entonces, ¿por qué el protagonista nunca se puede desprender de su condición de hombre blanco?

El equilibrio se consigue gracias a la raza de Jack Crabb, no es blanco, no es indio, es las dos caras de la moneda, como lo es América, el país. En efecto, el hecho de que sea Jack el que nos cuenta la historia en un flash back refuerza esta teoría, él es América, lo ha visto todo, el sufrimiento, la sangre, el progreso, y aún está ahí para contarlo.

Fuente: https://www.eldiario.es/carnecruda/elplanazo/Pequeno-Gran-Hombre_6_796230400.html

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