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ODS / Objetivo 17: Alianzas para los objetivos

Fortalecer los medios de ejecución y revitalizar la alianza mundial para el desarrollo sostenible

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible solo se pueden lograr con el compromiso decidido a favor de alianzas mundiales y cooperación. Si bien la asistencia oficial para el desarrollo de las economías desarrolladas aumentó en 66% entre 2000 y 2014, las crisis humanitarias provocadas por conflictos o desastres naturales continúan demandando más recursos y ayuda financiera. Muchos países también requieren de esta asistencia para estimular el crecimiento y el intercambio comercial.

Hoy el mundo está más interconectado que nunca. Mejorar el acceso a la tecnología y los conocimientos es una forma importante de intercambiar ideas y propiciar la innovación. Para lograr el crecimiento y desarrollo sostenibles, es vital que se coordinen las políticas para ayudar a los países en desarrollo a manejar su deuda y para promover inversiones para los menos desarrollados.

La finalidad de los objetivos es mejorar la cooperación Norte-Sur y Sur-Sur, apoyando los planes nacionales en el cumplimiento de todas las metas. Promover el comercio internacional y ayudar a los países en desarrollo para que aumenten sus exportaciones, forma parte del desafío de lograr un sistema de comercio universal equitativo y basado en reglas que sea justo, abierto y beneficie a todos.

Fortalecer la solidaridad global es uno de los 17 Objetivos Globales de la nueva Agenda para el Desarrollo Sostenible. Un enfoque integral es crucial para avanzar en los diversos objetivos.

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La profesión docente: ¿por qué no atrae a los mejores?

Todos guardamos el recuerdo de algún maestro especial. Ese que nos ayudó a darles una mirada distinta a las matemáticas, el que nos hablaba de héroes y batallas, el que nos narraba cuentos fabulosos, el que nos dio una lección que aún guardamos con aprecio. Últimamente me pasa que cada vez que toco este tema con algún colega o amigo es inevitable que surja un comentario del tipo: “qué lastima que ya no haya profesores así”. Frente a lo cual trato siempre de argumentar que aún hay profesores maravillosos, maestros en su oficio y comprometidos con su misión. Mi trabajo me permite verlos de vez en cuando. Aunque, lamentablemente, no son tantos como quisiéramos. Y no es difícil comprender por qué. Hay que ser una especie de héroe moderno para abrazar la profesión docente y ejercerla de manera comprometida. Y así, llegamos a preguntarnos por las condiciones laborales de los docentes.

Este no es un tema nuevo pero, según parece, requiere mayor debate. Démosle una nueva mirada. El informe de la Fundación Compartir ya estableció claramente, con datos de la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) 2011, que los salarios mensuales de los docentes están por debajo de los que se obtienen en ocupaciones profesionales comparables. Pues bien, ¿cuáles son esas ocupaciones profesionales comparables y cuánto se gana en cada una de ellas? ¿Qué tanto ha cambiado esto en los últimos años?

Vayamos a la misma fuente de datos, la GEIH, y su antecedente, la Encuesta Continua de Hogares (ECH). Esto nos permite ampliar el periodo de análisis, desde el 2001. Aprovechamos la ocasión también para actualizar los resultados hasta el 2014. El siguiente gráfico habla más que mil palabras.

Primero una digresión técnica. Vale la pena anotar que aquí medimos sólo los ingresos laborales monetarios mensuales de la ocupación principal. No tomamos en cuenta ingresos no monetarios ni primas extraordinarias, como hace el estudio de la Fundación Compartir. Los resultados cambian muy poco al tomar en cuenta esto. Véase este otro estudio para distintas mediciones de ingresos laborales por hora, mensuales y anuales de los profesores y otros profesionales con características comparables.

Vamos, ahora sí, al mensaje central. La docencia está entre las ocupaciones profesionales de menor remuneración en Colombia. Esto ha sido así desde hace varios años y todo parece indicar que no va a cambiar en el mediano plazo. Entonces podemos preguntarnos, en estas condiciones, ¿quiénes son los que eligen estudiar para ser docente? Barón y Bonilla ya nos dijeron en el 2011 que los mejores estudiantes de las pruebas SABER 11 no se gradúan de los programas de pedagogía (las licenciaturas). Este artículo provee algunas luces más recientes sobre lo mismo.

Pese a ello, con una dosis de optimismo, uno podría preguntarse ¿mejoran las habilidades de los estudiantes de docencia durante sus estudios universitarios? La respuesta, que se discute en detalle en este artículo que escribí con mi colega Felipe Balcazar, es no. Por el contrario, sus habilidades matemáticas y lectoras se deterioran en términos relativos. No estamos llevando a los mejores a las aulas de nuestros niños. El siguiente gráfico ilustra la situación.

La mejora del sistema educativo requiere de una mejora del cuerpo docente. Es necesario mejorar las condiciones de los docentes actuales y de esta manera incentivar a jóvenes talentosos para que consideren ser maestros en el futuro. Para atraer a estos jóvenes es necesario ofrecerles una carrera docente digna, atractiva y motivada por meritocracia. Como decíamos en esta entrada, una solución integral es compleja y requiere acciones en diversos frentes y en diversos horizontes temporales. Sin embargo, algo queda claro: manteniendo el status quo, de bajos salarios sin meritocracia, es poco probable que algo cambie en la profesión docente.

Este artículo es para que todos pensemos como sociedad en cómo podemos hacer para que haya más buenos maestros. Estos escasean y los que quedan, como digo, son una especie de héroes modernos. Existen contra todo pronóstico y por verdadera vocación porque los incentivos son prácticamente inexistentes.

¿Y tú? ¿Cómo crees que podemos cambiar la profesión?

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Con cara y ojos

Amb cara i ulls,[1] dice una importante expresión en catalán que deberíamos conocer –pues a los seres humanos nos cuesta prestar atención a lo que no tiene cara y ojos. Nuestra naturaleza de simios supersociales nos lleva a magnificar las interacciones y conflictos personales –y tendemos a ignorar lo demás. Pero el calentamiento climático no tiene cara y ojos,[2] la acumulación de capital no tiene cara y ojos, la maquinización del mundo no tiene cara y ojos… Nos cuesta Dios y ayuda hacernos cargo de las dinámicas sistémicas, y de los aspectos estructurales de la realidad.

 


[1] En castellano viene a significar “como debe ser”, “como mandan los cánones”, “como Dios manda”.

[2] En un artículo titulado “Ojalá que el sexo gay causara el calentamiento climático”, el psicólogo de Harvard Daniel Gilbert identifica cuatro grandes dificultades psicológicas que explican parcialmente la pasividad e inacción con que (no) abordamos el calentamiento climático –y, más por extenso, la crisis socioecológica mundial–. “¿Por qué estamos menos preocupados por el desastre más probable? Debido a que el cerebro humano ha evolucionado para responder a las amenazas que tienen cuatro características – características que el terrorismo tiene y que el calentamiento global no tiene.

En primer lugar, el calentamiento global no tiene bigote. ¡No es broma! Somos mamíferos sociales cuyos cerebros están altamente especializados en pensar en los demás congéneres. La comprensión de aquello en lo que están los otros -lo que saben y quieren, lo que están haciendo y planificando- ha sido tan crucial para la supervivencia de nuestra especie que nuestros cerebros han desarrollado una obsesión con todas las cosas humanas. Pensamos en las personas y sus intenciones; hablamos sobre ellos; los buscamos y los recordamos.

Por eso es por lo que en EEUU nos preocupa más el ántrax (con un número de muertes anuales de aproximadamente cero) que la gripe (con un número de muertes anuales que oscila entre un cuarto de millón y medio millón de personas). La gripe es un accidente natural, y el ántrax es una acción intencional humana, y la más pequeña acción capta nuestra atención de una manera en que el mayor accidente no lo hace. Si dos aviones hubieran sido alcanzados por un rayo y se hubiesen estrellado contra un rascacielos de Nueva York, pocos de nosotros lograríamos nombrar la fecha en que ocurrió.

El calentamiento global no está tratando de matarnos, ¡qué vergüenza! Si el cambio climático hubiese sido encaminado hacia nosotros por un dictador brutal o un Imperio del Mal, la guerra contra el calentamiento sería la máxima prioridad de esta nación.

La segunda razón por la que el calentamiento global no pone el cerebro en alerta naranja es que no viola nuestra sensibilidad moral. No hace que nos hierva la sangre (al menos no en sentido figurado) porque no nos obliga a considerar pensamientos que nos parezcan indecentes, impíos o o repulsivos. Cuando las personas se sienten insultadas o disgustadas, generalmente hacen algo al respecto, tal como golpearse las cabezas mutuamente, o votar. Las emociones morales son los llamamientos del cerebro a la acción.

A pesar de que todas las sociedades humanas tienen reglas morales acerca de la comida y el sexo, ninguna tiene una regla moral sobre la química atmosférica. Y así, nos indigna cualquier violación de protocolo excepto la del Protocolo de Kyoto. Sí, el calentamiento global es malo, pero no nos hace sentir náuseas o enfado o desgracia, y por lo tanto no nos sentimos obligados a embestir contra él como sí que lo hacemos contra otras amenazas trascendentales para nuestra especie, como la quema de banderas nacionales. El hecho es que si el cambio climático lo causaran las relaciones homosexuales, o la práctica de comer gatitos, millones de manifestantes estarían concentrándose masivamente en las calles.

La tercera razón por la que el calentamiento global no desencadena nuestra preocupación es que lo vemos como una amenaza para nuestro futuro – no para nuestra sobremesa. Como todos los animales, los humanos somos rápidos en responder a peligros evidentes y presentes, por lo que nos lleva sólo unas milésimas de segundo agacharnos cuando una pelota de béisbol díscola viene a toda velocidad hacia nuestros ojos.

El cerebro es una máquina “aparta-del-camino” magníficamente diseñada que constantemente está inspeccionando el medio ambiente para identificar las cosas fuera de cuyo camino hay que apartarse justo ahora. Eso es lo que hicieron los cerebros durante varios cientos de millones de años – y a continuación, hace tan sólo unos pocos millones de años, el cerebro mamífero aprendió un nuevo truco: predecir el momento y el lugar de ciertos peligros antes de que realmente sucedieran.

Nuestra capacidad para esquivar lo que todavía no está sucediendo es una de las innovaciones más impresionantes del cerebro, y sin ella no tendríamos hilo dental o planes de jubilación 401(k). Pero esta innovación está en las primeras etapas de su desarrollo. El dispositivo que nos permite hacer frente a pelotas de béisbol visibles es antiguo y seguro, pero el complemento técnico que nos permite responder a amenazas que se ciernen en un invisible futuro todavía está en fase de pruebas.

No hemos progresado lo suficiente en el truco de tratar el futuro como el presente en que pronto se convertirá porque sólo hemos estado practicando durante unos pocos millones de años. Si el calentamiento global le sacara de vez en cuando un ojo a alguien, la OSHA (Occupational Safety & Health Administration) lo aniquilaría por vía legal.

Hay una cuarta razón por la que parece que no podemos ponernos nerviosos por el calentamiento global. El cerebro humano es extremadamente sensible a los cambios de luz, sonido, temperatura, presión, tamaño, peso y casi todo lo demás. Pero si la tasa de cambio es lo suficientemente lenta, ese cambio va a pasar desapercibido. Si la intensidad del zumbido de un refrigerador fuera aumentando poquito a poco a lo largo de varias semanas, el aparato podría estar cantando como una soprano a fin de mes y nadie se daría cuenta.

Debido a que apenas se notan los cambios que se producen gradualmente, aceptamos cambios graduales que rechazaríamos si llegasen de repente. La densidad de tráfico de Los Ángeles ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, y los ciudadanos lo han tolerado sin más que con los gruñidos de rigor. Si el cambio hubiese ocurrido en un solo día del verano pasado, los angelinos habrían cerrado la ciudad, llamado a la Guardia Nacional y linchado a todos los políticos que pudieran caer en sus manos.

Los ecologistas se desesperan por la velocidad con que está avanzando el calentamiento global. De hecho, no está ocurriendo lo suficientemente rápido. Si el presidente Bush pudiera meterse en una máquina del tiempo y experimentar un solo día del año 2056, volvería al presente conmocionado y espantado, dispuesto a hacer todo lo necesario para resolver el problema.

El cerebro humano es un notable dispositivo diseñado para estar a la altura de las ocasiones especiales. Descendemos de cazadores-recolectores cuyas vidas fueron breves, para quienes la mayor amenaza era un hombre armado con un palo. Cuando los terroristas atacan, respondemos con fuerza aplastante y resolución firme, igual que lo harían nuestros antepasados. El calentamiento global es una amenaza mortal precisamente porque no hace que se dispare la alarma del cerebro, lo cual nos deja profundamente dormidos en una cama que está ardiendo.

Aún está por ver si logramos aprender a estar a la altura de nuevas ocasiones.” Daniel Gilbert, “If only gay sex caused global warming”, Los Angeles Times, 2 de julio de 2006 (traducción de Jorge Riechmann).

 

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Transparency, accountability and anti-corruption measures in education (IN FRENCH)

After a decade of research on corruption in education, the IIEP launches its second course on ‘Transparency, accountability and anti-corruption measures in education’ (in French). Applications are now open.

Course objectives

The objective of the course is to strengthen the skills of participants in assessing corruption risks and in designing adequate tools and strategies to address the lack of transparency and accountability in the education sector.

Upon completion of this course, participants should be able to:

  • Define key concepts related to transparency, accountability and corruption issues in education;
  • Map major corruption risks in selected domains of educational management, namely financing, teacher management, public procurement, and academic fraud;
  • Describe the main characteristics and uses of Public Expenditure Tracking Surveys (PETS), Quantitative Service Delivery Surveys (QSDS), audit methods and report cards to diagnose and assess corruption problems;
  • Formulate adequate policies and strategies for improving transparency and accountability in selected domains of educational management.

Who can apply?

Country teams will be composed of planners and administrators from Ministries of Education in developing countries worldwide. Individual applications from representatives of anti-corruption commissions, inspection/audit agencies, CSOs and donor agencies will also be accepted.

Teaching methods

The course will rely on an interactive and practice-oriented learning approach. Throughout the course, country teams will be asked to prepare a project proposal which will allow them to directly apply the skills acquired.

Applications should be completed before Monday, 25 July 2016. Access the application by clicking here.

Please don’t hesitate to contact us for further information:
etico@iiep.unesco.org

Price:
550 US$
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Sobre feminismo, renta básica, trabajo asalariado… “El trabajo no es la esencia de lo que significa ser humano”. Entrevista a Kathi Weeks

En 1930, John Maynard Keynes predijo que gracias al incremento de la productividad y a la incorporación de la mujer a la fuerza de trabajo, la generación de  sus nietos trabajaría 15 horas a la semana. Tres generaciones después, trabajamos más que nunca y la izquierda ha abandonado casi por completo su lucha para reducir la jornada laboral. Tomando como inspiración a los autonomistas  italianos de los 70 , la teórica feminista Kathi Weeks reivindica esa lucha en su libro El problema del trabajo. Habla con CTXT sobre el poder de las “reivindicaciones utópicas” y explica por qué piensa que deberíamos concentrarnos en trabajar menos horas y en crear condiciones para imaginar un mundo fuera del trabajo.

¿Cómo definiría el concepto de trabajo?

El trabajo es una actividad productiva basada en el modelo del trabajo asalariado. Si le preguntas a la gente en qué trabaja, asumen que te refieres a su trabajo remunerado. A lo largo de la historia ha habido luchas sobre qué debería ser considerado trabajo. Estoy pensando en la lucha feminista para que el trabajo doméstico se reconozca como trabajo real, aunque no esté pagado.

Su libro es en parte una crítica al enfoque ‘productivista’ tradicional de la izquierda. ¿Cuál es esta tradición?

Ha habido una tendencia general a aceptar la idea de que el trabajo es una especie de esfuerzo humano sagrado. Hay también discursos  feministas muy consolidados que se dedican a abogar por la igualdad de oportunidades en el trabajo asalariado para las mujeres, y argumentan que el trabajo remunerado sería el billete de salida de la domesticidad impuesta culturalmente. En general, en la izquierda ha habido un énfasis socialdemócrata en programas laborales, en cómo introducir a gente en el ámbito del trabajo y en cómo empoderarlos como trabajadores.

¿Qué ofrece para contrarrestar esa tradición ‘productivista’?

Lo que necesitamos es un asalto frontal a la cultura y a las instituciones del trabajo, a sus ideologías y estructuras. Y no creo que esos discursos de los que he hablado tengan esa capacidad porque comparten los mismos valores, percepciones y suposiciones. En estos tiempos, en los que el trabajo está fallando, en los que el sistema de distribución de la renta se está desmoronando, creo que es hora de arremeter contra ese concepto y las ideologías que lo sustentan, cantando las alabanzas del trabajo como si fuera una actividad más humana e importante que cualquier otra.

Escribe sobre el ‘efecto disciplinario’ del trabajo. ¿Cómo de importante es en nuestra cultura?

Es absolutamente crucial. Es en lo que se ha convertido el trabajo. El sistema económico está funcionando muy bien como modo de producir capital pero no como manera de distribuir la renta. Todavía es útil para disciplinar a la gente y para cargar de responsabilidades a aquellos que están excluidos del trabajo, a los que culpa de falta de esfuerzo o de iniciativa.

¿Algo de eso está autoimpuesto, ligado a la hegemonía, no? 

Sí.

¿Es lo que significa la ética laboral?

Es difícil separar estructuras e ideologías. Hay muchos elementos que nos obligan a trabajar: la necesidad de pagar el alquiler y la comida son las más importantes. Esos argumentos se ven reforzados por todo un acervo cultural e ideológico que presentan el trabajo como la principal obligación del ser humano y como un inapelable requerimiento moral. Operan en tándem.

Muchos en la izquierda consideran que no es el trabajo lo que aliena, sino las condiciones en las que se desarrolla, o la falta de democracia a la hora de tomar las decisiones sobre el trabajo. ¿Qué opina?

Esa sigue siendo la tradición que pretende eliminar las categorías explotadoras y alienantes del trabajo asalariado dentro del capitalismo. Yo diría: ´De acuerdo, pero hay mucho más que hacer´. Tenemos que cambiar el espacio que ocupa el trabajo asalariado en nuestras vidas y en nuestro imaginario colectivo. No queremos sólo trabajar mejor; queremos trabajar menos. Y esa postura es difícilmente compatible con la que dice: ´Pero si el trabajo fuese maravilloso, querríamos hacerlo todo el rato´.

¿Cree entonces que es una fantasía?

Sí. Y una fantasía muy peligrosa.  Porque lo que podrías terminar consiguiendo al  usar ese tipo de argumento serían trabajos en McDonald´s para todos, lo que obviamente sería un fracaso. Por otro lado, la promesa de un trabajo tan satisfactorio y no alienante que todos quisiéramos dedicarnos a él todo el rato es lo que algunas compañías, como Google, pretenden ofrecer de manera tramposa a sus empleados. Han tenido éxito haciéndolo justo por la ideología del trabajo y nuestra falta de tiempo e imaginación para cultivar una vida rica fuera del trabajo y su satélite: la familia.

Una parte de la agenda feminista más aceptada es la que pretende lograr un equilibrio entre la vida familiar y la laboral. ¿Usted rechaza esto, verdad?

El trabajo y la familia forman parte del mismo sistema. No son alternativas. Uno organiza cierto tipo de trabajos y la otra, normalmente por la división de tareas basada en el género, otro tipo de trabajo. El trabajo puede ser importante, la familia también, pero son parte del mismo sistema, y deberíamos pensar en la posibilidad de generar alternativas a estos dos tipos de instituciones.

También tenemos niveles altos de desempleo. Mucha gente está desesperada por encontrar trabajo. Y a la vez, un problema de saturación de trabajo, trabajamos más y más horas incluso cuando la productividad sube. ¿Cómo valora estas tendencias aparentemente contradictorias? ¿Se refiere a eso cuando habla del sistema laboral fallido?

Sí. Para algunos analistas marxistas los desempleados y los sobreexplotados no tendrían nada en común. Muchos tenemos problemas con el trabajo, bien porque trabajamos mucho o bien porque no podemos encontrar trabajo. Es una oportunidad para hacerse más preguntas sobre el sistema de trabajo asalariado como modelo social de inclusión y de distribución de renta. Porque no solo no funciona para los desempleados, tampoco funciona para mucha gente.

Se inspira en el movimiento autonomista italiano de los años 70 y en su crítica al trabajo, que articula como rechazo al trabajo. ¿En qué consiste y por qué es relevante hoy en día?

El rechazo al trabajo se entendía no como una prescripción para individuos –muchos de nosotros no podemos permitirnos el lujo de rechazar el trabajo; no hay alternativa– sino como proyecto colectivo. Consiste en reconocer que rechazamos trabajar todos los días con pequeños gestos, como llegar tarde al trabajo, pretender que estamos enfermos, o tener mala actitud, pero también como un  proyecto político que dice ‘no’ a este sistema de trabajo.

¿Qué hay del movimiento  de los 70 que demanda que el trabajo doméstico sea asalariado, el movimiento ´Wages for Housework´ (salarios para el trabajo doméstico)? ¿También se inspiró en él?

Hicieron del rechazo al trabajo algo incluso más relevante, aunque más difícil. Se asoció a una reivindicación concreta:  queremos sueldos para el trabajo doméstico. Fue muy instructivo y relevante. Intentaban desmitificarlo, y destronar la idea absoluta del amor de las mujeres hacia sus familias. Intentaban decir ´Mira, esto es trabajo de verdad´ y a la vez ´Es solo trabajo´.

¿Cuál era el valor de esa reivindicación?

Supuso una crítica a la institución de la familia, de la división de trabajo por género. Planteaban esa reivindicación como una provocación. Intentaban decir que el proceso de exigir salarios para el trabajo doméstico era en sí mismo una actividad política de valor. En ese momento, en los 70, decías ‘salarios para el trabajo doméstico’ y la reacción era ‘Qué?’ Se entendía como lo que llamo una reivindicación utópica.

Hablemos de ese término. Uno piensa en el término reivindicación como algo muy concreto, pero utopía tiene casi una connotación opuesta. Habla de reivindicaciones como provocaciones. ¿Es ahí donde empieza este tipo de conexión?

Sí. Alguna de las reivindicaciones que me interesan no son sólo reformas que pueden mejorar la vida de la gente y se pueden lograr, sino también reformas que pueden, en el proceso de lucha y debate, abrir nuevos horizontes para pensar, desear e imaginar el mundo en el que queremos vivir. Por ejemplo, las reivindicaciones de jornadas laborales más cortas son una manera de crear más puesto de trabajo para otros, una  manera de dar tiempo a más gente para poder realizar otras actividades productivas que tienen que hacer fuera del espacio del trabajo asalariado. A la vez, ese proceso reivindicativo fuerza a la gente a decir ‘¿qué haría si tuviese más tiempo?’ No es difícil entender por qué alguien quiere un aumento de sueldo. Para entender por qué es razonable pedir una renta básica garantizada, o una jornada de seis horas,  hay que hacer un esfuerzo mayor: determinar qué no funciona en el sistema actual. Implica una crítica más amplia. Por lo tanto, cuanto más utópica es la reivindicación, más está basada en una crítica sustancial, y más nos obliga a pensar con imaginación  sobre las maneras diferentes de organizarlo. El revindicar tiene mucho de arte.

Las dos que propone –renta básica y la reducción de la jornada laboral– parecen utópicas pero a la vez alcanzables. ¿Por qué ha elegido esas dos?

Nos obligan a imaginarnos una vida fuera del trabajo. Suponen un gran desafío a la idea de que el trabajo debe ser el centro de nuestra existencia. La reivindicación de una renta básica ayuda a comprender que el sistema del trabajo asalariado no funciona. Tener salarios más altos ayudaría a la gente que puede tener trabajo, pero hay mucha gente que no tiene esa capacidad, y muchas de nuestras actividades, que son discutiblemente útiles y productivas, no están remuneradas. Estamos en una situación de  crecimiento sin empleo (‘jobless recovery’). Está claro que el sistema no está funcionando.

Uno de los argumentos en contra de la renta básica universal es que puede llevar a que la sociedad progrese menos. ¿Disociar el trabajo de la renta puede llevar a un estancamiento de la productividad y a una sociedad que no progresa?

Es interesante que haya dos líneas de crítica dominante a la renta básica garantizada: una es ‘¡La gente necesita trabajar! Somos trabajadores’, si les quitas el trabajo les estarías privando de algo esencialmente humano. Por el otro lado, está el miedo de que ‘¡Nadie trabajará nunca más!’,  que supone reconocer que la única razón por la que uno trabaja es porque hay un incentivo monetario, que la necesidad es lo único que empuja a la gente a trabajar. Resulta gracioso que convivan estas dos críticas, completamente divergentes, y ninguna de las dos lo suficientemente persuasiva. No creo que el trabajo sea ni el todo ni la esencia de lo que significa ser humano. Podemos entender otras maneras de estar en el mundo y relacionarnos con otros y con el medioambiente, más allá de lo laboral. Pero seguramente, incluso disfrutando de una renta básica garantizada y suficiente, la gente querrá, además, un trabajo remunerado. Es un complemento al trabajo asalariado, por eso no es una reivindicación revolucionaria, sino reformista y utópica.

Además, la mayoría de la gente trabaja en tareas que no son socialmente necesarias. No es difícil entender que alguien que está creando la enésima marca de champú esté trabajando en algo socialmente necesario.

Cuando piensa en las posibilidades que nos abrirían la renta básica universal y la reducción de la jornada laboral, ¿qué se le ocurre?

No suelo jugar ese juego. Lo que intento hacer es obligar a la gente a pensar en qué harían y en por qué se resisten a ello. Puedo pensar que yo estaría mejor creando arte y haciendo política, pero otros pueden pensar de otra manera.

Está haciendo alusión a una especie de miedo a la libertad. ¿Eso es parte de lo que pasa?

Sí. Creo que hay miedo a perder lo que significa ser humano –lo que ofrece un percepción de cómo nos ha construido como humanos la cultura– o a que derive en una descomposición social masiva, traducida en forma de disturbios, por ejemplo. Imaginamos una suerte de indisciplina de masas porque pensamos en el trabajo como la única herramienta que nos puede tener controlados, o imaginamos a gente completamente pasiva, incapaz de levantarse de la cama. Creo que hay un miedo real a estas dos situaciones. Ese miedo es profundo y resulta esclarecedor sobre la posición que el trabajo ocupa en nuestro imaginario y sobre lo que significa ser humano y relacionarse con los demás.

(La entrevista la realizó para CTXT Álvaro Guzmán Bastida)

feminista, su último libro es El problema del trabajo.
Publicado originalmente en Sinpermiso
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ODS/ Objetivo 16: Paz, justicia e instituciones fuertes

Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas a todos los niveles

La paz, la estabilidad, los derechos humanos y la gobernabilidad efectiva basada en el Estado de derecho son vías importantes para el desarrollo sostenible. Vivimos en un mundo cada vez más dividido. Algunas regiones gozan de niveles permanentes de paz, seguridad y prosperidad, mientras que otras caen en ciclos aparentemente eternos de conflicto y violencia. De ninguna manera se trata de algo inevitable y debe ser abordado.

Los altos niveles de violencia armada e inseguridad tienen consecuencias destructivas para el desarrollo de un país, afectan el crecimiento económico y redundan a menudo en agravios arraigados entre comunidades que pueden extenderse por generaciones. La violencia sexual, los delitos, la explotación y la tortura también son fenómenos generalizados donde existen conflictos o no hay Estado de derecho y los países deben tomar medidas para proteger a los sectores que corren más riesgos.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible buscan reducir sustancialmente todas las formas de violencia y trabajan con los gobiernos y las comunidades para encontrar soluciones duraderas a los conflictos e inseguridad. El fortalecimiento del Estado de derecho y la promoción de los derechos humanos es fundamental en este proceso, así como la reducción del flujo de armas ilícitas y la consolidación de la participación de los países en desarrollo en las instituciones de gobernabilidad mundial.

Promover la paz y la justicia es uno de los 17 Objetivos Globales de la nueva Agenda para el Desarrollo Sostenible. Un enfoque integral es crucial para avanzar en los diversos objetivos.

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