Mundo: El papa Francisco autoriza oficialmente que las mujeres sean lectoras y acólitas en el altar

El sumo pontífice anunció que las mujeres podrán realizar la lectura de la biblia y distribuir la comunión durante las misas. Sin embargo, la Iglesia Católica no da muestras de abrirse al sacerdocio femenino.

En un nuevo «motu proprio» (documento pontificio) que introduce cambios en el actual código de Derecho Canónico,  el papa Francisco ha autorizado que las mujeres puedan leer la Palabra de Dios, ayudar en el altar durante las misas y distribuir la comunión, aunque, por ahora, ha descartado el sacerdocio femenino.

En este «motu proprio» se revisa el documento de San Pablo VI «Ministeria quedam» (1972) que solo permitía a los varones recibir los ministerios del Lectorado y el Acolitado. El lector es el encargado de leer la Palabra de Dios en las ceremonias, mientras que el acólito ayuda al diácono y al sacerdote en el altar y también puede distribuir la comunión, entre otras funciones.

Aunque actualmente las mujeres ya realizan estos ministerios en lugares donde faltan sacerdotes, en la última asamblea del Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía se había aprobado un punto para que fuese finalmente institucionalizada.

«Por estos motivos, me pareció oportuno establecer que pueden ser instituciones como Lectores o Acólitos no solo hombres sino también mujeres, en quienes, a través del discernimiento de los pastores y después de una adecuada preparación, la Iglesia reconoce la firme voluntad de servir fielmente a Dios y al pueblo cristiano», escribe el papa en una carta al Prefecto de la Congregación de la Fe, el español Luis Ladaria.

El Vaticano explicó en una nota que las mujeres que leen la Palabra de Dios durante las celebraciones litúrgicas o que realizan un servicio en el altar, como monaguillos o distribuyen la Eucaristía, ciertamente no son nuevas: en muchos comunidades de todo el mundo son ahora una práctica autorizada por los obispos.

«Hasta hoy, sin embargo, todo esto se llevó a cabo sin un mandato institucional real, no obstante lo establecido por San Pablo VI, que en 1972, aunque abolió las llamadas «órdenes menores», decidió mantener el acceso restringido a estos ministerios a los hombres solo porque los consideraba preparatorios cualquier acceso al orden sagrado», explica.

Por ello, Francisco, también a raíz del debate que ha surgido desde los últimos Sínodos de Obispos, quiso hacer oficial e institucional esta presencia mujer en el altar. El papa también especifica que «con respecto a los ministerios ordenados, la Iglesia no tiene de ninguna manera la facultad de conferir a las mujeres ordenación sacerdotal», recalcó.

Aunque el sumo pontífice estableció una comisión para estudiar cuál fue el papel o si existieron las llamadas diaconisas en los primeros años del cristianismo, por el momento el tema de la ordenación sacerdotal de las mujeres ha quedado totalmente estancado.

Fuente: https://www.dw.com/es/el-papa-francisco-autoriza-oficialmente-que-las-mujeres-sean-lectoras-y-ac%C3%B3litas-en-el-altar/a-56197201

 

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El sincretismo religioso en Latinoamérica

Por: Pluma invitada

Ser latinoamericano significa haber nacido en una región que ha sido escenario de grandes y profundas pérdidas, heridas y despojos por manos conquistadoras occidentales; así como también de sueños místicos perfumados con aroma de rebelión, esperanza de igualdad y libertad por parte de miles de indígenas y negros esclavizados y sus hijos mestizos, quienes a lo largo de seis siglos, se han afanado por definir su identidad, labor que aún parece no tener frutos.

Latinoamérica realidad multidiversa

Mucho se habla sobre los problemas de identidad que nos defina en Latinoamérica, pero ¿qué se entiende por latinoamericanidad? Sobre este particular, Villoro (1998:53) comenta que “identificar a un pueblo sería señalar ciertas notas duraderas que permitan reconocerlo frente a los demás, tales como: territorio ocupado, composición demográfica, lengua, instituciones sociales, rasgos culturales”. Tomando lo anterior y siendo Latinoamérica una región resultante de diversos procesos históricos en los cuales el sincretismo ha ido configurando toda una cosmovisión muy particular, cabe preguntarse ¿Cuál será entonces nuestra identidad cultural como pueblo latinoamericano?

Estudiosos sobre el tema han dedicado valiosos aportes dirigidos a dibujar un retrato de nuestra identidad; Según Rodó (1976: 3), el ideal de ésta se materializa metafóricamente en el Ariel de Shakespeare, personaje intelectual y poético de su obra La Tempestad “la parte noble y alada del espíritu” pero que es un esclavo de Próspero. La propuesta de Rodó consiste en volver a las raíces europeas, a través de la refinada educación de los jóvenes y cubrir, de alguna forma, nuestros orígenes negros e indígenas para sumergirnos en el llamado primer mundo (o la realidad de Próspero). Contrariamente, Fernández Retamar (1973) y Aimé Cesaire (2000) consideran que somos más como Calibán, otro protagonista también esclavo pero caníbal y medio primitivo, aguerrido y sublevado, a pesar de su condición. De tal manera que Calibán “representa al hombre común”, al mestizo rebelde, quien “tuvo que aprender la lengua de su amo, para poder maldecirlo”. Diversos autores, entre estos García Canglini (1996), nos conciben como un pueblo híbrido; en otras palabras, somos a la vez Ariel y Calibán. De modo que ser latinoamericano representa tener, al menos, dos caras en una misma medalla.

Nuestro territorio es amplio, cuyos ríos y mares han sido navegados en canoas y carabelas; están minados de tiburones y cocodrilos y adornados con guacamayas. Aquí se toma masato y Coca Cola, se comen hayacas o tamales, sancochos y mondongos, pero también paella y arroz con leche. Se profesa la religión católica; se va a misa y se usan contras, azabaches y medallitas de la Virgen como amuletos para la protección personal; se realizan despojos para espantar la mala suerte; se baila el tambor en algunas fiestas religiosas como San Juan y San Benito; se alaba  a la Virgen María  y a la reina María Lionza;  también es tierra de espantos famosos como el Silbón, la Llorona, la Sayona, leyendas narradas en español que es la lengua predominante aunque también se habla portugués. Haber nacido en estas tierras implica conocer de cerca el sentido de términos como esclavitud, discriminación, pobreza, enfermedad, ignorancia, hambre y tercermundismo y de otros como alienación, rebelión, emancipación y lucha.

Suena variado ¿cierto? La variedad es un concepto que los latinoamericanos entendemos muy bien, tal vez porque no somos europeos aunque nos parezcamos a ellos; ni africanos, pese a tener nariz chata y cabello rulo, y mucho menos indígenas a pesar de la melancolía ancestral que hemos arrastrado desde hace casi 600 años por nuestras madres aborígenes quienes tal vez fueron seducidas para luego ser violentadas y esclavizadas por los españoles en la época colonial, representadas en la leyenda de Malinche. Indias encandiladas por los españoles pero que no dejaron de ser víctimas, madres quienes alumbraron hijos mestizos, los cuales aún estamos preocupados por buscar una identidad que mal llamamos perdida y que siempre nos hemos empeñado en perseguir, a pesar de no tener claro cuál es. Quizás es porque somos mestizos, híbridos, sintéticos o como diría Vasconcello (1925) una “raza cósmica”.

Un latinoamericano lleva dentro de sí una mirada multifocal porque es a su vez negra, blanca e india. Resulta difícil definirnos, identificarnos con una sola de esas tres culturas. Así pues es natural que al resto del mundo, hijo legítimo o por adopción de Occidente, le resulte algo complicado comprendernos Tal cual como lo firma Guerrero Briceño (1966). Y es que no es simple lidiar con quien lleve dentro de sí y de manera simultánea a un occidental y a un “bárbaro”. Profesamos la cultura helénica que es lógica y progresista, cordón de plata que nos une a Europa y al mismo tiempo, tenemos pensamientos místicos, poéticos, sensibles y mágicos.

Latinoamérica siempre ha sido concebida románticamente, como un territorio místico y milyuanochesco. En plena conquista, se narraban en Europa leyendas sobre mujeres amazonas y El Dorado, las cuales hacen que “estamos infestados de mitología y utopismo”, en palabras de Vargas Llosa (2013), porque América no “fue descubierta sino inventada” como lo declara O’Gorman (2010). Somos al unísono la melodía resultante entre civilización y pueblos originarios, aspectos que parecen mutuamente excluyentes, pero que en Latinoamérica se dan el lujo de coexistir dentro de una misma cultura.

Esa concomitancia de miradas en el pensamiento latinoamericano ha generado, de acuerdo con de Briceño Guerrero (ob.cit), una cultura sincrética, mezclada; en otras palabras, una hibridación de la tres originarias. Asumiendo que sean tres, pues los españoles que llegaron a América eran producto de mestizaje con África y realmente no procedían de la Europa occidental (Bernal: 1987). Aunado a ello, se ha especulado sobre la presencia en estas tierras de emigrantes asiáticos, en momentos históricos previos a la llegada de Colón. Por lo tanto, es difícil en términos culturales o hasta biológicos hablar sobre razas y culturas originarias puras (a pesar del ensayo sobre la desigualdad de las razas escrito por Gobineau en el siglo XIX) pues los seres humanos tendemos más a la hibridez que a la homogeneidad como lo señala García Canglini (ob.cit). El contacto ha sido característico de los humanos lo que hace imposible suponer purezas, sobre todo de tipo cultural.

Así pues, el término cultura ha sido empleado a lo largo del tiempo para designar las formas de actuar y de vivir del hombre en determinado contexto. La palabra tiene etimología latina cultüre y su significado literal hace referencia a cultivar o practicar algo colere.  También tiene relación con el acto de honrar algo, bien sea una deidad religiosa, un cuerpo o un espíritu. En el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), las diferentes acepciones del término se refieren al cultivar el conocimiento así como también al conjunto de modos de vida y de costumbres de un determinado grupo en un contexto geohistórico específico. Por su parte, Boas (1945:166) la define como “la totalidad de reacciones y actividades mentales y físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e individualmente, en relación a su entorno natural…”. En otras palabras, la cultura es un sistema de representaciones mentales que poseen los seres humanos sobre las actividades que realizan en una sociedad de la cual forman parte. En esta misma línea, Geertz (1957:20) explica el término:

La cultura es la trama de significados en función de la cual los seres humanos interpretan su existencia y experiencia, así mismo como conducen sus acciones, la estructura social (sociedad) es la forma que asume la acción, la red de relaciones sociales realmente existentes. La cultura y la estructura social no son, sino diferentes abstracciones de los mismos fenómenos.

Es decir, la cultura es el sistema de símbolos y significados socialmente compartidos por unos actores que son conductores de aquella, una red de signos, una interacción o comunicación, por lo que el autor otorga a la cultura un valor como instrumento informativo y realza la importancia que posee la relación entre la cultura y el lenguaje.

La voz cultura ha alcanzado una gran extensión en su significación que puede ser interpretada como un hecho empírico o como instrumento de construcción de identidad así pues se distingue entre cultura popular, de masas, del consumo;  entre otros. Bordeau (1970) observó dentro la cultura elementos que sirven como instrumentos de dominación como la moda, los deportes, la comida, las artes y la literatura. De manera que la cultura es el plano en cual se entretejen relaciones de poder entre grupos dominados y grupos dominantes, en el la que cada punto donde se ejerce el poder genera un foco de resistencia (Foucoult: 1980).

Sobre este particular, se ha estudiado y analizado la identidad cultural latinoamericana pues, históricamente surge a partir de un proceso de aculturación patrocinado por España, en su afán de dominar y colonizar, y la cual posteriormente, sufre una incorporación de diversos elementos que la han llevado a presentar un carácter sincrético. No obstante, pensadores latinoamericanos como Ortiz (1999) han concebido nuestra cultura como fenómeno de transculturación pues si bien se llevó a cabo inicialmente una aculturación, en especial por la imposición del uso de la lengua castellana, en el transcurrir histórico se fueron incorporando elementos autóctonos de los grupos indígenas y africanos. Esta presencia de elementos variados es evidenciada en diversos ámbitos que configuran el quehacer cultural en toda la región. En la música, por ejemplo, se observan componentes aborígenes y africanos, en manifestaciones como la cumbia colombiana, el Calipso brasileño y los Tambores venezolanos; también, están presentes en la Salsa y el Merengue que caracterizan musicalmente a casi toda la región. En la literatura, Rama y García Canglini señalan que híbrido sería el término adecuado para referirse a la obra mestiza de autores como Rulfo, García Márquez, José Martí, Ruben Dario, Alejo Carpentier, José María Arguedas, Nicolás Guillén, Octavio paz y Pablo Neruda; entre otros, en los que se pueden apreciar elementos de origen negro, así como también elementos mágicos y místicos propios del pensamiento indígena. En el arte, el mestizaje se puede vislumbrar en el estilo barroco de diversas edificaciones en toda la región. En la pintura la última cena del peruano Marcos zapata, en la cual incluyó un cuy o conejillo de indias como plato principal, representa la inclusión de elementos autóctonos en las expresiones artísticas.

Lo anterior ha generado que estudiosos de la cultura latinoamericana como Briceño Guerrero (ob. cit) Y Uslar Prieti (1996) afirmen que somos un pueblo mestizo, no sólo genéticamente sino también desde un punto de vista cultural. Negros, blancos e indios fusionaron sus culturas, saberes y sabores, cada quien a su modo, y generaron toda una nueva forma de ver el mundo, única, convergente, armónica, como consecuencia tuvo su génesis toda una cultura particular. Al respecto señala Uslar Prieti (ob.cit):

Lo que vino a realizarse en América no fue ni la permanencia del mundo indígena, ni la prolongación de Europa. Lo que ocurrió fue otra cosa y por eso fue Nuevo Mundo desde el comienzo. El mestizaje comenzó de inmediato por la lengua, por la cocina, por las costumbres. Entraron las nuevas palabras, alimentos, los nuevos usos.

Ahora bien, esta fusión trajo como consecuencia otros fenómenos que poco se mencionan en los libros de historia. El contacto de culturas provocó la mutua influencia que aunque no de manera voluntaria, fue algo inevitable. España dominaba gracias a su desarrollo militar, sin embargo, la cultura indígena y negra permearon los escudos españoles con sus elementos lingüísticos puesto que al llegar a América, el contexto exigió a los conquistadores que utilizaran diversos vocablos indígenas para poder nombrar la nueva realidad que estaba frente a sus ojos. Conocieron la papa, el maíz y el chocolate, también el árbol de quinua cuyo producto la quinina ayudó a controlar el brote de malaria en Europa, en el siglo XVII. El famoso poema escrito por  Juan Castellanos Elegías de Varones Ilustres de las Indias, escrito a finales del siglo XVI, sirve de evidencia para este hecho de fusión lingüística. En éste debió incorporar por primera vez voces aborígenes para poder reseñar y describir la realidad que visualizaba, pues la lengua castellana había llegado en ese momento al límite de su creación, como bien lo explica Lapesa (1980:125) por lo que carecía de voces suficientes para nombrar el nuevo mundo, lo que originó que el español se expandiera y se transformara hasta crear el español de América.

La religión católica y la lengua española como instrumentos de dominación de la corona española en el siglo XVI

Nuestros aborígenes padecieron todo un proceso de aculturación en el proceso de la colonia. Les fue impuesto el aprendizaje y uso de la lengua castellana.  Es decir, tuvieron que aprender una lengua ajena a su contexto, que describía una realidad desconocida y por ende inimaginable para ellos, pues sus símbolos y significados eran totalmente distintos a los de los ibéricos. La España que pisó estas tierras en el siglo XVI era heredera de la cultura occidental minada de inventos científicos, ideas de progreso y orden, caballeros de la corte, reyes, doncellas, palacios, dinero, arte, moda, educación, escritura, religión católica y capitalismo. Todos conceptos ajenos y extraños a la cultura aborigen. Lo anterior produjo lo que llamaría un choque cultural, a causa del idioma y, retomando el concepto de cultura de Geertz (ob.cit), de los significados atribuidos a los distintos símbolos y representaciones culturales que poseía cada grupo étnico involucrado en el proceso de conquista. De modo que no se puede entender ni nombrar lo que no se conoce. La cosmovisión de cada pueblo está dada por el contexto sociocultural en el que nace cada persona y la lengua sirve de instrumento para comprender el mundo circundante, Wittgenstein (1921). ¡Desaventurados nuestros ancestros aborígenes! Tuvieron que hablar de seda, vino y aceitunas cuando en América usaban guayuco, bebían chicha y comían casabe.

Pese las diferencias culturales y lingüísticas mencionadas, España exigió que los indios adquirieran el español y fueran evangelizados en esa lengua, recordemos en este punto lo planteado por Foucoult (ob.cit) y Bordeú (2001) sobre la idea la capacidad de dominación que poseen los elementos culturales y el capital simbólico, así la implantación de la religión católica, entre otros aspectos, sirvió como elemento subyugación en el Nuevo Mundo. Bordeau (ob. Cit: 4) concibe la aculturación como otra forma de violencia:

Todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legítimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerza.

Como bien es sabido que nuestros aborígenes no sólo fueron exterminados físicamente si no que también se intentó anularlos culturalmente, situación que no fue del todo posible pues aún quedan vestigios de su cultura ancestral en nuestra cosmovisión moderna.

Ahora bien, dado el marco histórico explicado, vale la pena reflexionar acerca de las consecuencias que generó la implementación de la lengua castellana y de la religión católica en la cosmovisión de nuestros ancestros aborígenes y cuál fue el resultado histórico que surgió a partir de esos hechos.

Consecuencias de la conquista: nuestro capital simbólico ancestral reducido a mitología

Al momento del “encuentro de los dos mundos”, como lo han denominado algunos historiadores, los habitantes de la América precolombina poseían toda una visión del mundo muy distinta a la del hombre occidental, me atrevería a decir que inclusive opuesta. A parte de estar en intima relación armónica con el medio ambiente, sus creencias tenían un carácter cosmocéntrico, en las cuales el Sol y la Luna eran considerados dioses, a causa de su influencia sobre el medio ambiente.  Al respecto, Marzal (2002) explica que su concepción sobre lo bueno y lo malo no era igual a la de los occidentales quienes creían en el cielo y en el infierno. Las creencias indígenas estaban determinadas por la abundancia de cosecha y la salud; lo contrario representaba el mal. Al respecto, algunos autores señalan que eran politeístas; no obstante, Eliade (1967) considera que todos los pueblos originarios tenían la creencia en la existencia de un único ser supremo que no tenía contacto con el hombre y lo hacía a través de otras deidades o divinidades que se relacionaban a elementos naturales. Para ellos los dioses eran su vez femeninos y masculinos y dignos de veneración, la cual se practicaba a través de rituales cuyo propósito era agradar a los dioses y mantener el equilibrio. Estos saberes y creencias eran transmitidos de manera oral y pasaban de generación en generación. Así se aseguraban de mantener sus costumbres y creencias, valores y tradiciones.

Por otra parte, Marzal (ob.cit) resalta que la fe humana siempre ha poseído un carácter dual, a saber: bueno/malo, sagrado/profano. Ahora bien, de acuerdo con este autor, las culturas aborígenes tenían su sistema de creencias que era perpetuado a través de los mitos y las leyendas y cada uno se representaba a través de un rito. Los mitos son historias sagradas que se narran para establecer una creencia, casi siempre tienen un carácter religioso, atemporal y cíclico, con el propósito de mantener el orden social; mientras que las leyendas tienen un carácter histórico y social que tratan de explicar el origen de una persona, comunidad o hecho histórico.

Existen diversas definiciones del término. Yalman (1967:62) los concibe como “un ejemplo de la actividad mental de las personas» es decir el mito es una actividad del pensamiento. Otros investigadores como Strauss (1967) y Barthes (1976) lo consideran como un tipo de lenguaje y el último autor lo considera incluso un sistema semiótico pues tiene un sentido interpretable y comunica los valores de una sociedad. Cabe resaltar, que la posición que asumimos en este ensayo en cuanto al mito trasciende la idea tradicional de simple relato o narración oral pues de acuerdo con Burridge (1960) los mitos son el modo que los miembros de una determinada cultura tienen de conseguir información sobre esa su cultura y sobre sí mismos.

Desde un punto de vista antropohistórico, Eliade (ob.cit) explica que la creación de mitos surge a partir de la visión antropocentrista del hombre prehistórico, quien se consideraba a sí mismo la medida del mundo, por lo que a todo lo que no era causado por él y no podía explicarlo, le asignó un sentido sobrenatural. Así surge la creencia en lo sagrado y de alguna manera, la religión. Marzal (ob.cit:27) define religión como: “sistema de creencias, de ritos, de formas de organización, de normas éticas y sentimientos y por cuyo medio los seres humanos se relacionan con lo divino y encuentran un sentido trascendente en la vida”. Se puede afirmar entonces que los pobladores originarios de América, tenían su propia religión y aunque, culturas como la incaica y la maya poseían sistemas de escritura iconográfica (Houaiss, 1980), los demás pueblos eran ágrafos, por lo que la narración oral era su medio ideal para transmitir sus creencias, costumbres, tradiciones, religión y cultura.  Los mayas, por ejemplo, plasmaron toda su paidea en el bien conocido Popol Vuh. Sin embargo, no hay mayor registro de documentos escritos de otras civilizaciones pues la mayor parte de su material intelectual concreto, si existió, fue quemado o destruido por los conquistadores para exterminar las idolatrías. De modo que, en el periodo de conquista, casi todas las poblaciones indígenas se valieron de la tradición oral, la cual se dilata más en desaparecer, para perpetuar sus creencias, en sus hijos mestizos.

Como consecuencia de esto y a pesar de su resistencia, ese hombre místico y de religión cosmocéntrica sufre un proceso de pérdida de su identidad cultural, principalmente por la adopción de otra lengua y de la religión cristiana. Los reyes españoles profesaban la religión católica por lo que todo aquel que venerara a un dios distinto era considerado un pecador y por ende su dios era pagano. Es decir, los indios eran bárbaros, pecadores y de religión pagana. Todos debían ser cristianizados para que pudieran tener alma. Al respecto, Ossio (1986) explica que las creencias incas se basaban en la existencia de un monarca capaz de restaurar el orden perdido, una especie de salvador, por lo que los sacerdotes españoles, se aprovecharon de esto y les vendieron la imagen de Jesús como un monarca divino, lo que facilitó la supuesta implementación de la religión católica. No obstante, algunos autores como Carrasco s/f señalan que a pesar de la implantación forzada de la religión y la aparente sumisión indígena, para la época, existía una dualidad religiosa. Los indios enterraban a sus ídolos debajo de los altares para adorarles en secreto. La religión católica, como diría Vargas Llosa (ob.cit), “cambio las apariencias pero no las almas”. Muchos realizaban sus rituales en los ámbitos privados, lejos de la mirada del sacerdote así “perduraron desde la sombra”. Esto lo pudieron lograr porque su religión se parecía a la católica, en cuanto a su dimensión ritualística.

Sobre lo anterior, Marzal (ob.cit) señala que el sistema religioso posee cinco dimensiones: creencia, rito, organización comunitaria, ética y emoción. Cada religión enfatiza un aspecto, de modo que existen religiones más organizadas o más ritualísticas y, así por el estilo. Para explicar un poco, la creencia se refiere a la existencia de un ser supremo o de divinidades que regulan las diferentes actividades del hombre, tal como lo suponían los antiguos griegos. El rito se corresponde con las diferentes formas con las que el humano se comunica con los seres supremos o el ser supremo, pueden ser públicos privados y se clasifican en oraciones y sacrificios. La organización comunitaria implica la congregación en iglesias o cofradías. La ética tiene que ver con los principios morales implícitos en casi toda religión como no matar, no mentir, etc. Ésta tiene incidencia sobre el perfil de quien profesa determinada religión, como por ejemplo el no tomar café de los mormones. Finalmente, la dimensión emoción se relaciona con la cantidad de afectación que tiene el individuo en poner practica los postulados de su religión o grupo de creencias.

Diversos autores como Strauss (1967) y Douglas (1975) señalan la estrecha relación existente entre mito y rito. Strauss concibe el rito como el ente capaz de hacer corpóreo al mito, el cual permanece en lo abstracto y que sólo a través del rito puede llegar a ser tangible. Douglas (ob. cit) por su parte, considera que mito y rito son redundantes aunque el rito es socialmente más evidente y por tanto, puede llegar a ser analizable.

De igual forma, los mitos han sido ampliamente estudiados por otros investigadores como Eliade (2010) y Malinowsky (1985).  Eliade (ob. Cit) propone una clasificación y los divide en: cratofanías, relacionados con piedras y minerales y poseen un valor espiritual sagrado; epifanías, en los que los portadores de lo sagrado son plantas, animales, ríos y bosques; teofanía o hierofanías, en los que los dioses o seres sobrenaturales se encarnan en los dioses o seres humanos. Se puede observar con lo anterior que existen diferentes tipos de mitos, cada uno para un propósito específico.

Así pues, el mito era utilizado por los ancestros americanos como instrumento para propagar sus creencias, tradiciones, costumbres y valores, por lo que propongo utilizar el nombre capital simbólico ancestral; en lugar de la voz mito, que sólo alude a narraciones orales fantásticas pues para Europa, las creencias latinoamericanas no eran sino cuentos místicos. Cito la definición de la Real Academia Española (2001) para evidenciar qué se entiende por la palabra mito:

  1. m.Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad.2. m. Historia ficticia o personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal.3. m. Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima.4. m. Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen.

Dado lo anterior, resulta insultante nombrar nuestra herencia ancestral con la voz mito pues nos lleva a desvalorizarla e incluso negarla. Detienne (1986) considera que emplear la voz mito para referirse al sistema de creencias de los habitantes de la América precolombina es concebirla desde una visión eurocéntrica. De tal modo que debemos comenzar a revisar las categorías que utilizamos para describir nuestra realidad y específicamente, nuestra herencia cultural ancestral.

El mito como narrativa no exclusiva de Latinoamérica sino de la humanidad

Al parecer el hombre de todas las culturas ha creído desde siempre en seres superiores, mágicos y sagrados. Eliade (1967) recopiló las diferentes creencias religiosas de todos los pueblos antiguos del mundo, demostró que cada región poseía sus propios mitos cosmogénicos y tenía sus propios dioses. Clarac de Briceño (1981), en sus estudios sobre el mito, en el espacio tiempo americano nos dice:

“No debe sorprender que pueda haber una estructura mítica común, en regiones tan variadas y tan lejanas unas de otras, geográfica, lingüística y culturalmente. La razón de la presencia de esta universalidad del mito en nuestro continente sugiere que es posible que se trate de una estructura universal que ha encontrado en el espacio americano un buen terreno, tal vez porque tenemos aquí grupos humanos que han vivido algunos más de 40.000 años juntos, en el norte como en el sur, y han intercambiado en esos 400 siglos, sus espacios, su tecnología, sus mitos, creencias y productos.

En la antigua Grecia, por ejemplo, existían mitos sobre los dioses del Olimpo, resulta interesante resaltar que parte de su literatura fue oral, tal como los mitos de Platón. Es decir, la cultura helénica también tenía una historia de narraciones orales y de creencias, tal como nuestros indios “bárbaros”. No fue sino hasta la llegada de Pablo de Tarso en el siglo I, quien con el interés imperialista y conquistador de los romanos liderados por Constantino, que se generó todo un proceso de transcultural en Grecia, presentándole el teo no nombrado, que en este caso era dios judío Jehová. Valga mencionar que en la religión que creó este dictador, sólo se incluyó en el famoso concilio de Nicea, lo que él considero relevante, especialmente las cartas de Saulo o Pablo de Tarso quien se dice no conoció directamente a Jesús, eliminando cualquier otro material que hablara sobre la vida de Cristo. La cristianización del pueblo helénico, trajo como consecuencia que los pueblos conquistados por estos, fueran cristianos automáticamente. De este modo, podemos observar como la religión, históricamente, ha tenido una función imperialista y dominadora y de algún modo acomodaticia a los beneficios de los poderosos de turno. Todo lo que era diferente al interés de los imperios era suprimido de la historia. De manera tal que en nombre de Dios judío se cometieron los crímenes más terribles que han existido, como el holocausto que causaron los europeos en América.

Los procesos históricos nos han formado con sangre y dolor una identidad latinoamericana, que nada entre magia, ritos, y religión cristiana, dando como resultado un sincretismo cultural y por ende religioso. Este sincretismo más allá de percibirse como algo negativo debe asumirse como muestra de nuestra propia identidad, tal como lo plantea O’ Gorman (1947) “la identidad de América Latina no es otra que la que tenemos”.

El sincretismo religioso en Latinoamérica

Cuando Colón pisó por primera vez la tierra americana, los grupos indígenas podían clasificarse en cazadores-recolectores y los pueblos agrícolas. El primer grupo adoraba a las divinidades selváticas, aunque creía en un ser supremo. Estos realizaban ritos para incrementar los peces y los animales. El segundo grupo, por su parte veneraba a las divinidades chtónicas. En sus creencias, existe un héroe cultural que enseñó al hombre todo sobre la agricultura y luego desapareció. Así pues, le realizaban cultos para la fertilidad de la tierra.

Al llegar los europeos, se impuso la doctrina católica como forma única de creencia; no obstante, los indígenas buscaron la forma de encontrar en la nueva religión elementos que pudieran ser comunes a la suya y de ese modo, mantenerla al esconder sus dioses en elementos cristianos. El arribo de los misioneros españoles favoreció esta práctica pues los jesuitas consideraron que era necesario ordenar sacerdotes bilingües. Así, invistieron a varios mestizos para profesar la fe, no obstante; esos mismos colaboradores de la iglesia, realizaban ritos indígenas cuando no estaba cerca la supervisión de un sacerdote. Los indios comenzaron a hacer equivalencias de sus dioses con el dios católico. De modo tal que al venerar al Dios de Israel y a la Virgen María, en realidad estaban adorando a sus dioses y a la Pachamama. En las celebraciones se oían sus cantos en lengua aborigen, pues pocos españoles les entendían y realizaban ciertos ritos como vestir a María con mantos indígenas para rendirle tributo, tradición que aún en la actualidad mantenemos.

Surgen así, elementos que darían origen a una religión al principio con doble cara por temor a la represión de la corona española pero que luego se convertiría en sincrética o mestiza, pues a pesar del paso del tiempo, aquellas creencias indígenas sobre el origen y creación del mundo, sobre dioses del fuego y de los ríos, se mantuvieron presentes en las tradiciones orales de los pueblos mestizos y se fundieron con su fe cristiana. Olvidadas quedaron las intenciones ocultas. Todo el proceso se fue asimilando como tradicional. De hecho, en la actualidad, en Latinoamérica, se realizan las procesiones marianas más efervescentes de todo el mundo como la de la Virgen de Guadalupe en México y la Divina Pastora en Venezuela.  Desde 1736, cada año, una familia le es concedido el honor de diseñar y elaborar el vestido de la Divina Pastora de las Almas, patrona del estado Lara, tradición que los fieles realizan con mucha fe y devoción aquí en Venezuela. El hecho de tener en nuestro país un santo patrón de cada estado es muestra del sincretismo religioso pues es de origen indígena, en sus creencias cada elemento de la naturaleza estaba representado y resguardado por una deidad. Lo anterior se debe, según Marzal (ob.cit), a que las prácticas cotidianas incidían directamente sobre el sistema de creencias del hombre americano para lograr la supervivencia, por lo que asumió el catolicismo como religión, dejando poco a poco en el olvido sus creencias originales, a pesar de que permanecen en nuestra cultura vestigios de éstas, gran parte de ellas se han perdido.

Algunas contribuciones en pro de rescatar nuestro capital simbólico ancestral

Los primeros aportes para preservar las creencias aborígenes fueron realizados por americanos mestizos en la época colonial, tal es el caso del cronista Inca Garcilaso de la Vega quien se dedicó a hacer registros escritos sobre la cultura inca. Era hijo de una princesa inca (Isabel ChimpuOcllo) con un Español (Sebastian Garcilaso de la Vega) y quien tuvo acceso a una educación privilegiada en España, donde  conoció a Platón y a toda la cultura helénica, lo que en palabras de Vargas Llosa (ob.cit) “pudo haber incidido negativamente en sus historias”. Pues era mestizo de color y corazón pero no de pensamiento, por lo que el autor duda del carácter fiel e histórico de su aporte. No obstante, constituye uno de los primeros intentos por conservar la paidea de los pueblos indígenas ancestrales.  De igual modo, existieron otros recopiladores y cronistas, poetas mestizos reconocidos y poco nombrados en la historia actual como Felipe Guamán Poma de Ayala, Juan de Espinoza Medrano, Juan Wallparrimachi, Hernando de Alvarado Tezozómoc y Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl.

Trasladándonos a épocas más recientes, el venezolano Finol (1984) analizó mitos y leyendas guajiros recopilados por Paz (1973) y por Perrín (1976), como un intento de escudriñar nuestras raíces ancestrales (cabe señalar que utilizo la palabra mito, respetando el aporte del autor porque se refiere a estos de esa manera; no obstante, mantengo mi posición de revisar la terminología). El investigador de origen zuliano pudo constatar que los mitos guajiros tenían como función explicar la creación del mundo, poseían un carácter místico, mágico, religioso y sagrado. Al respecto, cabe mencionar que el mito más popular en Venezuela es el de Amalivaca, en Colombia el de yurupari, en Perú el Zorro y el Cuy y en Ecuador, Cumanda. Otros mitos encontrados en América Latina por el antropólogo francés Perrín (ob.cit) son los mellizos transformadores, el origen del fuego, la historia de Ulepapala, los malos consejos de Sekerut y el origen del nombre de las tribus guajiras.

Los autores mencionados explicaban que la traducción de los mitos al español presentó varios limitantes, entre las que se pueden nombrar: la transformación de los mitos a través del tiempo, la pérdida de valores intrínsecos, cambios por pérdida de memoria de los hablantes y el problema de las equivalencias culturales en español para palabras indígenas. Desde un punto de vista lingüístico, aunque una persona aprenda una segunda lengua, siempre estará interferido por su cultura materna y por lo tanto su alcance en la comprensión de la segunda lengua estará restringido. Existen elementos de la lengua que sólo pueden comprenderse en el seno de cultura específica, por lo que muchas veces resulta imposible realizar traducciones de esas ideas a otras lenguas, en las que dichos elementos no están presentes.

De tal modo que aquellos mitos y leyendas ancestrales han sido modificados, con la transcurrir del tiempo. No obstante; aún permanecen los ecos de aquellas voces primigenias, en la cultura mestiza latinoamericana. En este punto es importante señalar que también se han encontrado, en menor medida, mitos y leyendas de origen africano en nuestro acervo cultural. Estos se perpetuaron gracias a que eran narrados por las nodrizas negras a los niños blancos y mestizos. Entre los que se pueden nombrar tío conejo y tío tigre, la Llorona, la Sayona, la Dientona, el Descabezado. Aunque algunas fuentes como Cocimano (s/f) identifican a la Llorona como producto de la cultura popular resultado de la critica por la fascinación hacia lo foráneo que tenían los pueblos indígenas y surgidas a partir de la leyenda de Malinche.

Se observa entonces que a pesar de los cambios, adaptaciones y tal vez supresiones, en la actualidad esos mitos y leyendas sobreviven en nuestra cultura, aunque no son todos exclusivamente de origen indígena y negro. Los españoles que llegaron a estas tierras tenían creencias en seres fantasmales, duendes, aparecidos y brujas, muy comunes en Europa, a pesar de tener sus creencias religiosas y profesar la fe católica. Así pues, lo mágico y lo oculto siempre se ha mantenido en las mentes humanas, independientemente de la ubicación geográfica.

A manera de colofón

El sincretismo cultural y religioso resultante de la fusión de tres grandes cosmovisiones nos ha dejado una gran enseñanza y es el reconocer y valorar el aporte cultural que cada región geopolítica puede hacerle a otra, a manera de intercambio de saberes. Somos una sociedad mestiza, como bien lo afirma Uslar Prieti (ob.cit) y yo diría que actualmente podríamos considerarnos pluriculturales.

Ante la constante búsqueda de nuestra identidad como pueblos mestizos, considero que debemos sanar las viejas heridas y superar el sentimiento de orfandad y de abandono, de despojo y humillación que hemos cobijado en nuestros corazones latinoamericanos. Asumamos y aceptemos nuestra cultura moldeada por la diversidad de colores presentes en las caras de Latinoamérica que es lo que nos hace únicos o prototípicos como bien lo diría Vargas Llosa (ob.cit).

A lo largo de los siglos, hemos sido nombrados barbarie por los ecos de las voces griegas quienes como olas de tsunami llegan, nos ahogan, aplastan y someten y cuyo golpe resuena en nuestras endebles espaldas, obligándonos a bajar la cabeza y a tragar agua salada. Todavía, en el fondo del mar que es nuestro nuestro corazón, creemos en las historias que nos obligaron a comprar, en las que se narra que ser blanco es mejor porque es la raza de los grandes dominadores y que nuestro capital simbólico ancestral no era más que mitos, cuentos, creencias fantásticas que se inventaron unos “indiecitos” ignorantes.

Europa nos hizo creer muchas, aún lo hace. Todavía creemos que lo mejor, lo más culto y refinado tiene el aroma de Helena, por lo que desarrollamos un complejo de inferioridad pues somos hijos bastardos de Occidente. Ante ello, quisimos sentirnos importantes y llamamos “madre patria” a aquella sociedad occidental que nos ultrajó, nos arrebató nuestras raíces, nos sometió, nos “subdesarrolló”, en palabras de Fernandez retamar (ob.cit). Creo que la palabra madre es totalmente opuesta a estos sentidos. ¡En el diccionario de la Real Academia Española aparecen 52 acepciones para el término y ninguno encierra relaciones holocaústicas! Por tanto, no tenemos “madre patria” somos de Latinoamérica, territorio sincrético y donde se reza el padre nuestro, se cree en los curanderos y se hacen despojos para alejar la mala suerte. No somos ni Ariel ni Calibán porque a pesar de las virtudes de cada uno, eran esclavos y nosotros hace ya tiempo que nos soltamos las cadenas,

En la medida en que reconozcamos nuestra identidad como latinoamericana podremos deslastrarnos de prejuicios y comenzar a ver nuestra cultura con nuestros propios ojos y no desde los ajenos. Nuestra realidad es muy específica y distinta a cualquier otra. Es necesario comenzar a describir nuestra cultura desde nuestra realidad inmediata, utilizando categorías que nos calcen y no que nos queden apretadas, grandes o que simplemente nos conduzca a la anulación, al no ser. ¿Quién mejor que nosotros para hacerlo?

REFERENCIAS

Arguedas, J (1981). Formación de Una Cultura Nacional Indoamericana. Fondo de Cultura Económica, México.

Briceño G, J.  (1966). América Latina en el Mundo. Caracas: Arte.

Burridge, k. (1960). Mambu: a melanesian millennium. London: methuen & co, ltd.

Clarac De Briceño, J. (1981). Dioses en Exilio. Fundarte, Caracas

Detienne, M. (1986). Los maestros de verdad en la Grecia arcaica. Madrid, España: Taurus Ediciones

Eliade, Merce. (2010). La Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas: Volumen I: de la Edad de Piedra a los Misterios de Eleusis. Ediciones Paidós,

Fernández, R. (1971). Calibán. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel De Cervantes, 2010. Documento en Línea Disponible en: [Http://Www.Cervantesvirtual.Com/Obra/Caliban-1971-Con-Postdata-De-1993–0/]

Finol, E. (1984). Mito y Cultura Guajira. José Gregorio Vásquez. Venezuela

Foucault, Michel (1971), “Más Allá Del Bien y del Mal” En Microfísica Del Poder, Ed., La Piqueta, Madrid 1993.

García C, Néstor. (1990).Culturas Híbridas (Estrategias Para Entrar Y Salir De La Modernidad). México, D.F: Grijalbo.

Geertz, c. (1987) La Interpretación de las culturas, Barcelona, Gedisa.

Lapesa R. (1981). Historia de la lengua española. Editorial Gredos.

O’Gorman, E. (1947). Crisis y Porvenir de la Ciencia Histórica. México, Imprenta Universitaria.

Ortiz, F, (1999). Contrapunteo Cubano Del Tabaco Y Del Azúcar (Advertencia De Sus Contrastes Agrarios, Económicos, Históricos Y Sociales, Su Etnografía Y Su Transculturación). Cubaespaña, Madrid.

Perrin, M. (1980). El Camino De Los Indios Muertos: Mitos Y Símbolos Guajiros. Monte Ávila Editores.

Rama, Á. (1974). Rubén Darío y el Modernismo. Colección Trópico. Caracas

Rama, Ángel. (1982). Transculturación Narrativa En América Latina. México: Siglo XXI.

Rodó, J. (1976) Ariel/Los Motivos De Proteo. Biblioteca Ayacucho. Tomo 3. Caracas

Uslar Pietri, A. (1966).  La Invención De América Mestiza. (Compilación Y Presentación De Gustavo Luis Carrera). Fondo De Cultura Económica. México. Primera Edición.

Vargas Llosa (2013). Latinoamérica: Unidad y Dispersión. Conferencia.  Documento en Línea Disponible en:  [Http://Www.Fundacionvidanta.Org/Fundacion/Doc/Pdf/Keynote/02-America-Latina-Unidad-Y-Dispersion-V-Llosa.Pdf].

Villoro, Luis. (1998) Sobre la Identidad de los pueblos. Revista Estado Plural, pluralidad de culturas. México: UNAM/Paidós.

Yalman, Nur (1967). «Crudo: cocido: cultura. Observaciones sobre Le crue et le cuit». En El estructuralismo, mito y totemismo. Ediciones Nueva Vision, Buenos Aires, 1970, pp. 105-126.

Fuente:

Imagen tomada de: http://www.educacionfutura.org/wp-content/uploads/2019/07/8F7qRa8A_400x400.

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Italia: El Papa canoniza al español Faustino Míguez, el nuevo santo ‘feminista’

Italia/16 octubre 2017/Fuente: El Mundo

Defendió los derechos de la mujer en el siglo XIX

Defendió los derechos de la mujer en el siglo XIX, cuando hacerlo suponía una apuesta a contracorriente, trabajó en el impulso de la educación como medio para renovar la sociedad e hizo de buscar una oportunidad a quien normalmente no se le conceden oportunidades su gran empeño. Faustino Míguez, gallego y cosmopolita por vocación, además de al sacerdocio y a la pedagogía, también dedicó su vida a la ciencia. Desde este sábado, su nombre figura en el Libro de los Santos de la Iglesia. El Papa Francisco lo ha canonizado en una multitudinaria ceremonia en la plaza de San Pedro.

Nació en 1831 en Xamirás, una aldea de la provincia de Orense, desde la que se trasladó a Madrid para formarse y de ahí, a Cuba. Después de unos años volvió a España, donde la localidad gaditana de Sanlúcar de Barrrameda lo marcó especialmente. Allí se dio cuenta de la dura realidad que vivían las niñas y de que tenían vetado el acceso a la educación y fundó el Instituto Calasancio Hijas de la Divina Pastora, dedicado a la formación integral de la infancia y juventud y a la promoción de la mujer. Esta etapa de su vida se destacó en la biografía que se leyó durante la ceremonia. Allá donde estuvo, mujeres, niños y enfermos fueron su tríada predilecta y los cimientos de su obra. «Renovar la sociedad desde su misma base y hacer la felicidad humana mediante una educación sincera», escribía el entonces padre Faustino.

La superiora general de las Hermanas Calasancias, Sacramento Calderón, lo define como «un feminista, en el buen sentido del término, porque luchó para que la mujer tuviera el papel que le corresponde en la sociedad. Le restituyó la dignidad que no se le daba en esos momentos. Luchó por la mujer, lo que era toda una conquista». San Faustino consideraba a las mujeres «heroínas» y defendía su papel como «el alma de la familia y la parte más interesante de la sociedad». «Él les da la palabra que se les arrebató», dice la superiora general.

Precisamente su fiesta se celebra el 8 de marzo, fecha de su muerte y que coincide con el Día de la Mujer. Nombre femenino tiene también el milagro reconocido por la Iglesia que le permitió la subida a los altares: la curación de la chilena Verónica Storberg, que participó en la ceremonia de canonización llevando las ofrendas. Hace catorce años, Verónica se desangraba en un hospital de Santiago de Chile tras dar a luz a su cuarto hijo, hasta entrar en coma. Después de varios días sin evolución, los médicos decidieron desconectarla y llamaron a su marido para que fuera a despedirse. Antes del difícil trago, decide ir al colegio de sus hijas y rezar a su fundador, el padre Faustino. «Pelaíto, dale una mano a mi señora», le implora. Cuando llega al hospital, los signos vitales de su esposa habían cambiado.

La religiosa Patricia Olivares, del colegio de las niñas, la Divina Pastora, también visitaba a Verónica con las reliquias del padre Faustino. «Yo las sentía en mi pecho», declara Verónica. «Iban a desconectarme y entonces subió el nivel de coagulación para poder operarme», añade.

Este pionero que destacó por colocar la primera piedra donde nadie estaba por la labor, también será conocido como el santo que no quiso ser ajeno a nada ni nadie, del pueblo y del día a día. «La del Padre Faustino Míguez es una santidad tejida de cotidianeidad, que nos señala la senda por la que transitar hacia ella y que nos la hace más cercana», explicaba Sacramento Calderón ante los peregrinos calasancios antes de la canonización. «Como escolapio, soy del pueblo y para el pueblo», decía él.

En la ceremonia, el Papa también proclamó santos a otros 34 beatos, entre ellos, los llamados «tres niños Mártires de Tlaxcala», en México, que fueron asesinados entre 1527 y 1529; un grupo de 30 brasileños, considerados los primeros mártires del país y el capuchino italiano, Angelo da Acri.

Fuente: http://www.elmundo.es/sociedad/2017/10/15/59e36f87468aebe26a8b4683.html

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Inauguración Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Chile/11 septiembre 2017/Fuente: Gobierno de Chile

S.E. la Presidenta de la República, Michelle Bachelet, asiste a la ceremonia de presentación de la Escuela de Gobierno de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Amigas y amigos:

Gracias por la invitación a compartir con ustedes este verdadero hito académico para la Universidad y para Chile, destinado sin duda a enriquecer el debate y el ejercicio de lo público en una de las casas de estudio más prestigiosas de nuestro país.

La discusión sobre el rol del Estado en la vida moderna ha estado en el centro de la vida intelectual y política durante muchos años. Cuánto Estado debemos tener y cómo debe actuar es la pregunta a partir de la cual se articula uno de los clivajes más poderosos existentes, estructurado además el posicionamiento de los actores y dando origen a una amplia literatura, desde la economía hasta la salud pública, pasando por la historia, la administración y hasta el arte.

Entre nosotros hay quienes, como el historiador Mario Góngora, le otorgan al Estado el protagonismo en la construcción de nuestra identidad histórica como nación, y su mayor o menor relevancia constituye también una divisoria de las aguas entre las grandes visiones existentes sobre el país, sobre todo en cuanto al papel que se le asigna en el desarrollo económico y político.

En lo grueso y de un lado, hay quienes sostenemos que el Estado y las políticas públicas son no las únicas, pero sí las principales herramientas para acercar los resultados de la vida social a una idea de justicia equitativa, y que constituyen uno de los pilares de la cohesión social. De otro, hay quienes sostienen que el Estado debe jugar, más bien, un rol correctivo respecto de las fallas de mercado y dirigir su acción social hacia los más pobres. Es decir, un enfoque de derechos sociales versus una mirada de subsidiariedad y focalización.

Claro, esto es extremar posiciones porque hay visiones con muchos matices, es cierto, pero que yo diría configuran, en lo esencial, nuestra arena política e ideológica.

Sin embargo, yo no quiero poner el punto en las diferencias, digo que hay diferencias de mirada, pero más allá de las diferencias –que, como sabemos, pueden llegar a veces a ser muy profundas– existen puntos de conexión y complementariedad sumamente importantes para el país, cualquiera sea la opción que se adopte como punto de partida.

Porque un Estado competente, moderno, transparente y probo es una exigencia crecientemente transversal, que cruza las fronteras de las ideas políticas. La eficacia técnica y la seriedad profesional no son patrimonio de uno u otro sector, sino que deben ser la regla de desempeño de un Estado en cualquier circunstancia y bajo la conducción de quienes la democracia defina.

Ahora, es re’fácil plantearlo, pero es bastante más difícil lograrlo. Generalmente, las demandas que recaen sobre el Estado tienen que ver más bien con fines que con medios. Tienen que ver más con los resultados que se esperan que con cómo lograrlo. Por eso es que, muchas veces, se descuidan aspectos fundamentales de un buen gobierno, incluso por parte de quienes le asignan un protagonismo mayor al Estado.

La agenda de modernización del Estado en Chile tiene ya dos décadas. Desde los tiempos del Presidente Frei Ruiz Tagle hasta hoy, hemos ido empujando reformas en diversos ámbitos, que incluyen la creación de instituciones y el mejoramiento de procesos; la instauración de estándares más elevados en el “delivery” del sector público y el establecimiento de normas cada vez más severas y exigentes en materia de transparencia y probidad.

Y si miramos en retrospectiva, el resultado es alentador. Sólo por señalar algunos ejemplos, pusimos en marcha un servicio civil cada vez más profesionalizado y desvinculado del ciclo político, el cual se ha ido perfeccionando con los años; creamos también sistemas de compras públicas y de recaudación fiscal que son de clase mundial; incorporamos el uso intensivo de las nuevas tecnologías en los procedimientos del Estado; y establecimos las bases de un sistema de integridad en el servicio público, con pilares como la Contraloría y el Consejo para la Transparencia, el que además se ha visto fortalecido con la Agenda de Transparencia implementada a partir de las recomendaciones dadas por la así llamada Comisión Engel.

Entonces, tenemos, en consecuencia, un sector público que se ha ido adaptando a los cambios sociopolíticos y económicos, con logros muy importantes que mostrar.

Pero también sabemos que la agenda de reforma del Estado no se agota, sino que es un proyecto en permanente construcción. Por eso que hoy también el Estado se ve exigido.

Estamos llevando adelante cambios de gran magnitud, que exigen un sector público que esté a la altura de la promesa. Porque si, por ejemplo, queremos devolver a la educación pública el rol estructurante de la República que siempre tuvo, o si queremos garantizar el derecho a la salud para todos sin que su capacidad de pago cuente, o tener gobiernos regionales electos que sean efectivos cuerpos conductores en sus territorios, debemos contar entonces con organismos públicos de primer nivel, que permitan realizar estas complejas tareas con solvencia.

Es a ese desafío como país que viene a contribuir, me parece, la Escuela de Gobierno de la Universidad Católica, así como su recientemente inaugurado Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales –en que también tuve la ocasión de participar en su lanzamiento– los cuales contribuyen a la mirada crítica y al aporte permanente de la calidad de las políticas públicas.

Y no es un misterio que la gestión del Estado no ha sido una de las estrellas rutilantes de la academia. No siempre ha logrado captar la atención de los investigadores o de los journals del modo como lo han hecho la disputa por el poder político o las instituciones electorales. Al parecer, ha importado más reflexionar sobre cómo se gana el poder que sobre cómo se gobierna.

Sin embargo, hoy la sociedad camina en una dirección que trasciende la sola definición de las diferencias políticas y exige cada vez más involucrarse en el ejercicio del Gobierno. Surgen nuevos espacios para incidir crecientemente en las decisiones políticas y de políticas públicas, y se hace cada vez más relevante el aspecto comunitario y la construcción de las prioridades de Gobierno desde cada territorio. Y eso repercute no sólo en la agenda de los actores sino también en la del mundo académico.

Estudiar el buen –o mal– gobierno, el ciclo completo de las políticas públicas y la gestión de los servicios, y junto con ello formar profesionales de excelencia para todos los niveles de la administración, es hoy imprescindible.

Ahora, quiero comentarles que pensando yo cómo compartía con ustedes dado que yo he vivido toda mi vida en la gestión pública, salvo un pequeño período donde la historia no me lo permitió y estuve en una ONG, el resto he estado permanentemente en el servicio público. Y, por lo tanto, yo me preguntaba ¿Habrá cosas que se pueden enseñar? ¿Habrá talentos, capacidades que pueden compartirse, sobre todo en nivel universitario? Porque desde la práctica de toda mi vida yo creo que es cierto que es súper importante tener claridad en métodos, en sistemas, siempre se pueden ir perfeccionando, pero hay elementos que uno se pregunta si son aprendibles o tienen que ver como por ejemplo la vocación de servicio público.

Creo que las personas que llegan al sistema público tienen que tener una verdadera vocación de servicio público, un verdadero compromiso, y no personas que pueden llegar a él porque tienen estabilidad laboral, porque tienen otro tipo de incentivos que permitan que ésa sea su vocación. Creo que es clave el cómo generamos y aseguramos la verdadera vocación pública, que lleguen en el fondo al servicio público por buenas razones.

La segunda pregunta que yo me hacía, que es clave en todo servidor público, por supuesto que sea serio, que sea honesto, que sea probo, que esté comprometido, pero también que tenga una actitud permanente que es algo que a veces uno ve que se pierde en la gente, que por estar en una tarea estable, por enamorarse de sus obras, deja de mirar con un espíritu crítico y autocrítico lo que realiza.

Bueno, yo voy a hacer un comentario que puede ser inadecuado pero yo siempre he preferido estar en el grupo de los autoflagelantes que de los autocomplacientes, como se ha dicho en política: no porque me pegue latigazos todos los días sino que en el sentido de preguntarme siempre si lo que estamos haciendo va en la dirección correcta y si estamos logrando los resultados.

Muchas veces uno siente, cuando trabaja con gente en la gestión pública, que terminan tan entusiasmados con sus obras que no ven si realmente tienen el resultado que se buscaba y se logra lo que se quería.

Entonces, yo diría que eso también es clave, el poder desarrollar esa capacidad crítica y autocrítica que creo que es una tarea que tenemos que desarrollar desde muy pequeños en la sala cuna, jardín infantil y luego en el colegio. Y, por cierto, reforzarlo en la universidad.

Y lo tercero desde la experiencia: esto es pura cosa empírica y muy pragmática pero que creo que es clave, es que cualquier servidor público lo que tiene que colocar en el centro son las personas, que las políticas públicas se centren en las personas, cómo afecten, impactan positiva o negativamente, y eso es clave para que realmente esas políticas públicas puedan responder a las necesidades pero también a las expectativas de los ciudadanos. Hay muchas cosas más que puedo compartir, pero me voy a quedar aquí para no latearlos.

Por eso, celebro la apertura de esta escuela. Yo creo que es una respuesta oportuna, porque el país lo necesita con urgencia, y también maciza, que se levanta desde la tradición de calidad de este centro universitario.

Aquí hay un aporte muy importante a la formación de nuevos cuadros profesionales del sector público. Y también una contribución al desarrollo de ideas desde la impronta normativa y valórica de la Universidad Católica, lo que enriquece nuestro debate democrático.

Con esta Escuela de Gobierno, la Universidad Católica se incorpora al seno de una comunidad académica y formativa en la que la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago han abierto el camino, al que se han sumado otras universidades a lo largo del país.

Por eso que los felicito por este gran paso. Estoy segura de que la solidez institucional de la universidad y destacada trayectoria del cuerpo docente va a permitir tener, desde sus inicios –desde que ya partió– una escuela universitaria de primer nivel.

Muchas gracias y muchas felicitaciones.

Fuente: https://prensa.presidencia.cl/discurso.aspx?id=60790

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The importance of public education to Canadian society

Canadá/Mayo de 2017/Autores: Bert de Gooijer y Larry Huber/Fuente:Regina Leader Post

Resumen: La importancia de la educación pública para el tejido y el carácter de la sociedad canadiense ha sido en gran parte dejado fuera de la reciente discusión y debate sobre la decisión de la Justicia Layh de no financiar a los no católicos que asisten a escuelas católicas separadas. En una provincia cada vez más diversa y multicultural, el sistema de escuelas públicas ofrece el potencial más prometedor para construir una sociedad armoniosa y tolerante. Es el sistema escolar público en el que todas las creencias religiosas y no religiosas son tratadas como iguales. El sistema público ha sido creado para cumplir con ciertas misiones que van más allá de los propósitos puramente académicos de las escuelas.

The importance of public education to the fabric and character of Canadian society has been largely left out of the recent discussion and debate around Justice Layh’s decision to not fund non-Catholics attending Catholic separate schools.

In an increasingly diverse and multicultural province, the public school system offers the most promising potential for building a harmonious and tolerant society. It is the public school system in which all religious and non-religious beliefs are treated as equal. The public system has been created to fulfil certain missions that go beyond the purely academic purposes of schools:

  • To provide universal access to free education;
  • To guarantee equal opportunity for all children;
  • To unify a diverse population;
  • To prepare people for citizenship in a democratic society;
  • To prepare people to become economically self sufficient;
  • To improve social conditions.

Public school divisions are required by law and expected by society to carry out these purposes as a primary mission.

Public education is highly valued by Canadian citizens because they have recognized the impact that a strong public education system has made to the Canadian way of life. Michael Den Tandt, a national political columnist for Postmedia News, wrote in 2012, “The acceptance, respect and ‘openness to all’ that are fundamental to public education has helped to shape Canada and influence the world.”

A public school system exists to nurture kids in the understanding that they live and will live together, regardless of differences of race, religion, economic circumstances, intellect, whatever. Public school education can and does teach about religion and spirituality. It takes care, however, to recognize that faith is personal, and that it would be wrong for the institutions of the state to bring their weight to bear in promoting one faith over another.

Rick Salutin, respected columnist with the Globe and Mail, wrote a series of articles in 2012 strongly in favour of public education entitled, Keeping the Public in Public Education. “Simply by being what they are, they can teach kids about the society they live in. What’s unique about public education isn’t only the education part, it’s the ‘public.’ In public schools the medium really is the message; the classroom is the curriculum.”

School boards in Saskatchewan value and embrace the responsibility of serving the children and youth of our communities. It is imperative that rules and structures be defined to enable school boards to plan for the education challenges of the future and to focus without distraction on their students. It is important to respect the mandates of public and separate systems or move further along the path to two parallel public school systems.

Fuente: http://leaderpost.com/opinion/columnists/the-importance-of-public-education-to-canadian-society

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El 63% de alumnos elige cursar religión católica en España

España/27 marzo 2017/Fuente: El Universo

Datos revelados el jueves pasado por la Comisión de Enseñanza de la Conferencia Episcopal Española (CEE) dan cuenta de que el 63% de los alumnos españoles elige estudiar la asignatura de religión católica en el curso 2016-2017.

Son 3,6 millones del total de 5,7 millones de alumnos escolarizados, según el portal abc.es, que añade que la información fue recabada en 68 diócesis.

El portal rtve.es dice que los matriculados del 2006-2007 eran el 77% frente al actual 63%. Ante estas cifras, los obispos presentarán la campaña Me apunto a religión, que busca promover la matriculación en esta materia entre los jóvenes.

Primaria es la etapa en la que más alumnos se han inscrito en religión católica este año, con el 68% (dos puntos menos que el año pasado), frente a Bachillerato, donde ha elegido cursarla el 46% (tres puntos menos). Mientras, en Educación Infantil la elige el 63% de los padres de los niños, y la educación secundaria obligatoria es la única etapa en la que aumenta con el 58%, citó abc.es.

A su vez, la Comisión de Enseñanza y Catequesis de la CEE indica que los porcentajes son “muy semejantes” al año anterior. La organización católica citó e invitó a los padres de familia a elegir la enseñanza religiosa para sus hijos, ya que es “decisiva para una educación integral” y favorece “la acogida y comprensión del otro”.(I)

Fuente:http://www.eluniverso.com/noticias/2017/03/26/nota/6107518/63-alumnos-elige-cursar-religion-catolica-espana

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