I Congreso Mundial de Educación. Fernando Santana, Mesa: Coordinación global de luchas. Argentina

Buenas tardes a todas, a todos, a todes

Esta mesa, creo, que es uno de los aspectos más provocativos que tiene este Congreso Mundial en Defensa de la Educación Pública que estamos transitando, porque nos invita a coordinar las luchas frente a un escenario de fragmentación social y, especialmente, de las izquierdas, agravado aún más por el contexto de pandemia en el que estamos, que ha quitado o reducido el espacio de la acción de los movimientos sociales en la toma del espacio público, a la par que nos encontramos con un escenario en el que la derecha se ha dado a la ocupación de las calles, enmarcada en discursos economicistas que hablan de privilegiar las ganancias por encima de las vidas (tal es el falso dilema que se plantea desde los medios hegemónicos ante las políticas públicas que promueven el aislamiento social preventivo) y en la supuesta defensa de las libertades individuales por encima de las coacciones que se pretenden legitimar a raíz de la expansión del virus.

Por otro lado, siempre quien habla lo hace de manera situada. Es decir, elige un marco desde el cual posicionarse, y el mismo debe fundamentarse en una práctica empírica y militante que permita sustentar lo que se dice en un entramado de relaciones y experiencias en las cuales basarse, y en este caso, ese campo es el de las educaciones populares, el de las pedagogías críticas y el pensamiento del sur latinoamericano, que busca sentar las bases de la emancipación, anclada en la territorialidad de América Latina como fuente epistemológica de saberes y conocimientos, a partir del cual horadar la base del pensamiento único, como construcción de las clases dominantes para legitimar el orden social y las relaciones sociales que promueve y que se sustentan sobre la base de la desigualdad social.

En ese sentido, una de las bases para la construcción de cualquier agenda global de lucha tiene que partir del reconocimiento de estos aspectos y, de su mano, de la afirmación de que, pese a quienes nos pese, el discurso de las derechas es y ha sido eficaz. Su eficacia radica, justamente, en el poder de calar en el sentido común de los sectores populares y hacer que se produzca una identificación con él incluso cuando el mismo vaya en contra de los propios intereses fundamentales que se tengan como clase. No importa aquí la discusión acerca de si la categoría de clase resulta en estos tiempos suficiente o no para explicar estos procesos de alienación. Lo que importa es cómo esa visión de mundo que propone ha logrado instalarse en el imaginario colectivo como un deber ser, aparece legitimada activamente por aquellos y aquellas que son víctimas de dicha opresión, y genera un quietismo inmovilizador que perpetua las bases que generan la reproducción social de la inequidad. Los procesos de construcción de hegemonía nos permiten pensar en estos términos, a la vez que delinear un camino a seguir, en clave de contribuir a la construcción de otros mundos posibles. La hegemonía en tanto consenso activo de las clases subalternizadas no es solo resultado de mecanismos de imposición cultural, sino que lleva en sí misma también la propia validación activa de aquellos y aquellas que quedan por fuera de la visión que encarna.

Los movimientos sociales, los sindicatos, los y las intelectuales del campo popular, tenemos la obligación de dar la batalla cultural para la construcción de la filosofía de la praxis. Hablar de batalla, incluso aunque nos remita a términos agonísticos, resulta en sí misma una metáfora interesante. Porque no se trata de la imposición ni de la negación de esas visiones subalternizadas, sino que se trata de construir con ellas y a partir de ellas, rescatando sus núcleos de buen sentido, para ordenarlos en un todo coherente que permita entender y comprender al mundo, ya no como una realidad extemporánea a los sujetos, que se les impone, sino en su dinamismo, en la que incide la acción humana, y que reconoce que es en esas acciones de hombres y mujeres que la realidad puede ser modificada y transformada. La idea de batalla también nos habla de relaciones de fuerzas. Es lógico afirmar que las herramientas de las que se valen las clases hegemónicas para consolidar su ideología tienen un poder de propagación y de consolidación mayor, amparado en los medios de los que se valen para llegar a las grandes mayorías de la población. No por nada hace ya un siglo atrás autores como Gramsci nos hablaban del lugar central que ocupaban las escuelas y los medios de comunicación en lo que hace al alcance de las ideas que propagan.

Una agenda de lucha coordinada desde los diferentes espacios que conformamos este Congreso tiene que partir de la base de afirmar que es necesaria la pelea por la construcción de otro sentido común, sentido común que tiene que partir de los territorios y de las comunidades de base, y que permita también la apuesta a lo colectivo como medio de resolución de conflictos y como forma de estrategia de lucha frente a los embates de este sistema. Así, el papel de la escuela se torna clave, y la defensa por una escuela pública se hace una bandera que no podemos negarnos a levantar y reivindicar más que nunca. Sabiendo que esta misma escuela tiene que poder ser pensada y revisada, permitiendo la participación de las comunidades, construyendo comunalidad, transformándose en una escuela pública popular. Es en el ámbito de la escuela donde también será central la clave por un currículum que dé cuenta de los saberes históricamente soterrados o ninguneados por la historia. Movimientos sociales contemporáneos nos hablan de la lucha por la construcción de un currículo que permita enraizarse en los territorios y colocar en el plano de la lucha la reivindicación de derechos de los pueblos, olvidados en las grandes prescripciones oficiales. Otros, en cambio, han optado por generar sus propias experiencias educativas con el fin de construir desde el pueblo una escuela que sea funcional a los intereses que este sector representa. De una manera o de otra, hay que entender que la escuela es un territorio en disputa y que de ninguna manera puede regalarse a los intereses neoliberales ni al juego de posiciones y naturalizaciones que éste supone. Pensar la escuela en esta clave nos coloca en la obligación histórica de discutir cuál es la educación que queremos para nuestros pueblos. A la vez que nos llama al desafío de superar las contradicciones y las diferencias en pos de una estrategia común, que contribuya a construir otras relaciones sociales que no estén enmarcadas por relaciones de opresión ni de injusticia social. La educación popular puede darnos algunas claves para alimentar esta tarea. No sólo porque ha sabido acompañar los grandes procesos revolucionarios de Latinoamérica, sino que porque sus proclamas siguen siendo actuales y siguen colocándonos en la necesidad de generar espacios para la emancipación y no para la naturalización. Una escuela emancipadora, en un entramado con los movimientos sociales y con el territorio en el que se erija, aparece como meta nodal de esta construcción. Poder recuperar las experiencias que ya existen, poder sistematizar las experiencias que los trabajadores y las trabajadoras vienen realizando en sus territorios en clave de una educación para la liberación, para rescatar de ellas las claves de una pedagogía en construcción, pero con un acumulado que se sustenta en años de aprendizaje, tiene que ser una tarea presente. Por otro lado, no hay hegemonía que no se cristalice también en un lenguaje. Si bien, podemos pensar al lenguaje como un territorio también en disputa, como la arena de lucha de las clases sociales, quizás sea momento de empezar a nombrar lo que ya existe con otras palabras diferentes a las del lenguaje que nos habla. Aún siguen siendo las categorías de la tradición normalista escolar las que nos hablan y nos interpelan en nuestras prácticas. Y sabemos que la derecha tiene también el poder de apropiarse de nuestros discursos y reutilizarlos dentro de otro entramado que lleva a la pérdida del sentido que tenían en sus raíces. Así, habrá que ver si la lucha tiene que ser por disputar esos sentidos o en cambio, encontrar una manera nuestra de decir, de nominar, de pensar con los pies anclados en los territorios y en las experiencias. Hay que construir y allí también puede haber un desafío, otro lenguaje educativo: no tenemos que ya más importar categorías pre-hechas e intentar resignificarlas, sino que se trata de crear un nuevo lenguaje. Un lenguaje desde la docencia combativa y militante, desde el movimiento social, desde las luchas y resistencias de los pueblos. La crisis actual que estamos viviendo, como cualquier otra crisis vivida, tenemos que poder resignificarla en términos de oportunidad, en términos de propuesta, de reacción y acción que permita mirar a futuro.

Por otro lado, y más allá de lo educativo, la propuesta tiene que ser por la construcción de una agenda común de luchas, que puedan ser replicadas en diversas geografías a escala planetaria. Conformarse como movimiento, que tenga una voz y una incidencia en distintos campos, tiene que ser una de las metas que nos propongamos. Y en ese sentido este Congreso tiene que ser su carta fundacional a partir de la cual invitar a otras y otros a sumarse y pensar desde lo local, pero para trascender a lo mundial.

En la medida que podamos pensar las luchas más allá de lo eminentemente reivindicativo y podamos pensar en transpolar las fronteras, sin dudas estaremos más cerca de la construcción del mundo que soñamos. Pensar en encuentros sistemáticos con alguna regularidad (por ejemplo, cada dos meses), en los que participen representantes de las distintas organizaciones que fueron parte de este espacio, permitirá avanzar en pronunciamientos y proclamas, en acciones políticas y pedagógicas que busquen la construcción de contrahegemonía y permitan la construcción de espacios de realización de la utopía. Porque la utopía es también una construcción en el presente, que hay que empezar a vivenciar en el aquí y ahora. En un mundo que nos ha despojado a fuerza de represiones, desaparecidos y asesinatos de la capacidad de pensar en realidades alternas, pensar en términos utópicos es también un acto de rebeldía. Pero que esa rebeldía, esa justa indignación, esa rabia construyan la matriz a partir de la cual ponernos a caminar, porque necesitamos hoy, comenzar a incidir en acciones transformadoras que nos permitan recuperar el sentido de humanidad que han pretendido arrancarnos. Que éste sea el germen que permita cosechar la esperanza y apresurar la urgencia. Hasta la victoria, siempre.

Fuente: I Congreso Mundial de Educación 2020

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Categorías de las luchas de resistencia desde el siglo XVIII al XIX en Venezuela. (La otra cara de la moneda).

 

“Los hijos de nadie, los dueños de nada, los ningunos, que no son aunque sean. Los que no hablan idiomas,  sino dialectos, que no profesan religiones sino supersticiones. Que no practican arte, sino artesanía. Los que no practican cultura, sino folklore. Que no tienen nombre sino número. Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local. Los nadie que cuestan menos que la bala que los mata”.

(Galeano. Ventanas 2012)

Hacer un recuento de la historia sobre la resistencia de los pueblos y establecer categorías sobre este hecho es a todas luces difícil puesto que implica encaminarse por las fuentes históricas escritas por los vencedores, es decir, a contrapelo de los vencidos, puesto que no siempre quienes resistieron, vencieron.

En el caso venezolano, este camino se inicia con la resistencia indígena y se continúa con los movimientos que surgieron por parte de los nuevos habitantes de esta América: los africanos esclavizados, los criollos oprimidos económica y políticamente por la Metrópolis, los peninsulares haciendo su nueva vida en Las Indias descontentos por los monopolios y los criollos libertarios. Lógicamente estos movimientos de resistencia tienen otros matices  que difieren de los indígenas, los habitantes originarios americanos sensu stricto. Desde esta perspectiva, las luchas tienen otras modalidades, existe otro contexto en donde está instalada una sociedad colonial y, en este sentido,  las luchas son relacionadas con el sistema colonial ya instaurado con todos sus vicios y sistemas de exclusión

En consecuencia, esta nueva perspectiva debe partir de los movimientos indígenas, pasando por los hitos que significaron  el negro Miguel, el zambo Chirinos, Gual y España. Esto es narrar la historia de las cimarroneras y rebeliones negras, y los  movimientos de los comuneros, pocos conocidos, que se extendieron por toda Hispanoamérica. De allí a los movimientos que dieron luz al proceso de independencia. Posteriormente, revisar las insurrecciones ocurridas después de 1830, en este caso en Venezuela, pero que no dejaron de darse en todo el subcontinente, que tuvieron como motivación la traición generalizada a las banderas esgrimidas durante la cruenta lucha de independencia. Quizás el más importante, los movimientos campesinos que dieron origen finalmente a la Guerra Federal, también traicionada políticamente pero también ocultada y tergiversada por los historiadores de la clase dominante.

La resistencia e insurrecciones en Venezuela.

“Sequemos con el fuego sagrado de nuestra conciencia, sequemos pues las lágrimas del África, también las lágrimas de América Latina,… para que juntos… el llanto de nuestros siglos regrese hecho lluvia para comenzar la siembra  del Siglo XXI.

Hugo Chávez Frías (2006)  Cumbre de Banjul

La resistencia indígena

Como resultado del despojo territorial colonial, las comunidades indígenas redefinieron las formas como se articulaba su identidad con sus nuevos territorios, a la vez que reorganizaron los símbolos comunitarios para lograr dar coherencia, cohesión y legitimidad a sus formas de organización política, y usarlos como armas de resistencia cultural ante las modificaciones introducidas.

La forma de ver el mundo desde una cosmovisión que incluye sus  creencias, saberes y valores, se expresa una sabiduría  a partir de la experiencia y su mundo de vida. Una visión de carácter colectivo que se manifiesta en los mitos, rituales y creencias, que ha contribuido a que se fortalezca su identidad, el arraigo a sus creencias, convirtiéndose estos en factores importantes para la resistencia que hasta hoy día en mayor o menor grado se mantiene.

En este sentido, David Vela afirma que  “el indígena se siente y actúa dentro de su tradición, con una conciencia comunal, con una cosmovisión con idénticas motivaciones de sus antepasados”.

En este sentido, el profesor Ronny Velásquez, en comunicación personal, sugirió posibles categorías relacionadas con la resistencia indígena:

  1. Sustancia de la etnicidad. Eso implica respeto por su cultura, la cual ha sido un baluarte para la lucha y resistencia de sus culturas.
  2. Cantidad de pueblos indígenas que se resistieron a cambiar de vida social aunque adquieran algunas ofertas de cultura dominante
  3. Virtudes que siguen conservando para vivir en armonía con su medio ecológico
  4. El idioma y su religión auténtica, curas shamánicas.
  5. Relaciones entre ellos. Los pueblos indígenas han estado siempre interconectados a pesar que en algunos casos han tenido conflictos entre ellos.
  6. Han defendido el espacio hasta con su vida. Significa mucho para ellos dentro de su concepción cosmogónica.
  7. Su manera de vivir el tiempo es completamente diferente a las culturas dominantes y las dominadas a la vez por los moldes europeos, como calendarios, días, semanas y años. Ellos poseen otras formas de percibir el tiempo.

Valores como integración, cooperación, organización, solidaridad entre ellos les permitió mantenerse unidos y estar fortalecidos frente a la conquista. En este sentido, la espiritualidad ha sido un instrumento de redención, en donde la religiosidad es el todo y las partes.

Son estos aspectos que forman parte del patrimonio tangible e intangible de los aborígenes que incitan y promueven una resistencia que hasta hoy les ha permitido tener –en muchos casos- su cultura intacta.

Por otra parte, esa resistencia ha sido también una resistencia que los ha llevado a  defender con armas y con algunas tácticas que fueron implementando a los largo del tiempo demostrando que eran aguerridos y valientes.

En este sentido, en el libro “Invasión europea y resistencia ante el sistema colonial”, se afirma que:

“Ante la invasión y conquista indígena, estos sacaron a relucir sus virtudes. Conocedores de sus terrenos, dominaban a plenitud las alturas y los farallones. La habilidad con las flechas, y sus gritos intimidantes hacían retroceder a los expedicionarios. Conformaban  grandes alianzas para repeler a los europeos tanto de las costas como de las islas”.

Igualmente Federman se refiere a  los caquetíos, de la siguiente manera:

“como podíamos apreciar, no nos tenían miedo, pues como he dicho estaban conscientes de su fuerza”. “creo que estos 23 pueblos podrían reunirse fácilmente en medio día, treinta mil indios guerreros que se dedican a la guerra y se ejercitan en ella  (…) tienen y poseen además poblaciones bien fortificadas que no podrían ser tan fácilmente asaltados como las que habíamos conocido antes”.

Queda claro que lo que se encontraron los conquistadores -en muchos casos-, fue el carácter temerario combativo y guerrero de los indígenas. Las armas principales de los indígenas eran la cerbatana, las lanzas, el arco y la flecha.

Su estrategia de combate era la guerra de guerrillas, aprovechando su conocimiento del terreno, lo intrincado de la vegetación y su minusvalía ante las armas de los españoles. Utilizaban mayormente la emboscada y el ataque sorpresivo, aunque al rodear al enemigo entraban en el combate cuerpo a cuerpo.

Estos grupos protagonizaron numerosos levantamientos y sublevaciones y guerra de guerrillas durante la colonia. Ciento treinta rebeliones y motines fueron develados en Cumaná, Angostura, en Guárico, Apure y Barinas, y en diversas otras regiones. (Vargas 2003)

En ese proceso, las clases sometidas reinventaron y potenciaron sus tradiciones culturales ancestrales, incluyendo las formas de solidaridad y reciprocidad que les eran características. En efecto, a pesar de que la colonia supuso la transformación traumática de las comunidades indígenas originarias, no logró borrar en la sociedad mestiza la impronta histórica de milenios de vida social. Al respecto Vargas (2007), expresa que dentro de la población indígena se mantuvieron la valores como solidaridad, la reciprocidad y la cooperación a nivel comunitario, formas de relación social que todavía persisten en nuestros días entre los sectores populares urbanos.

Por otra parte, Acosta (2012), sostiene que

“Los siglos XV y XVI en Venezuela, fueron una compleja red de acontecimientos bélicos de conquista y represión; también un tiempo y un espacio renovados, de estructuras nuevas y con frecuencia inéditas. Fueron siglos de inesperados y mutuos encuentros, en los cuales se entrelazaron múltiples relaciones de toda índole, que permitieron surgir un mundo nuevo donde son descifrables interrupciones y continuidades. A través de ellas, vislumbramos el tejido de la sociedad indohispana, cuya herencia aún es perceptible en los momentos que vivimos”.

En la relación dominado-dominador, las clases sometidas usaron sus legítimos resentimientos para enfrentar sus situaciones de carencias y subordinación, ubicando la culpa en sus opresores, lo que propició sostenidos mecanismos de resistencia, que abarcaron también luchas abiertas, entre las cuales destacan las de los negros cimarrones y las de éstos aliados con los indígenas, sobre todo con los caribes.

Pero las luchas de los  indígenas venezolanos, no quedaron allí, años más tarde los ubicamos participando activamente en las luchas de independencia como soldados, como baquianos, como expertos en diversos aspectos de la logística alimenticia de los ejércitos, y aportaron sus conocimientos de etnomedicina; participaron como marineros de los bongos y flecheras que constituían la flota fluvial de la República, todos estos aspectos fundamentales para el mantenimiento de la capacidad combativa de los soldados que derrotaron al imperio español y nos hicieron libres (Vargas, 2007: 211-212).

Vale resignificar como símbolos de resistencia y lucha indígena  el coraje, la audacia y valentía de líderes como Guaicaipuro, Tiuna, Chacao, Paramaconi, Tamanaco, Sorocaima, Terepaima, Sorocaima, Maracay y los miles de bravos combatientes.

Cimarroneras refugios secretos de resistencia y libertad.

Otro aspecto de gran relevancia para categorizar la resistencia en Venezuela y que es digno de estudio, son las cimarroneras y las rebeliones de negros, lo cual eran llamados refugios secretos para la libertad. Estos espacios  estaban constituidos no solo por esclavizados negros escapados sino que también contaban con la presencia de indios, pardos y hasta blancos pobres. Existían en estos espacios dinámicas sociales y económicas de autogestión. Recrearon en estos espacios la vida que les había sido arrancada al ser vendidos como semovientes.

En el libro “Invasión europea y resistencia ante el sistema colonial”, se dice que:

“Estas expresiones de resistencia se dieron bajo diversas circunstancias, pero en el fondo guardaban la misma esencia: la libertad. Bien sea el yugo de la esclavitud o la amenaza ante la violación de una esposa o hija”.

La idea era librarse de la esclavitud, desarrollar una agricultura de subsistencia y mantener sus prácticas religiosas sin temor a ser castigados. No siempre fueron espacios para la resistencia armada, también eran espacios para la convivencia, hecho que también se convertía en una categoría para la resistencia en sí misma.

Por ello es necesario comprender estos espacios  como una   experiencia social,  que involucra lazos que unen a una familia o comunidad con otras, de experiencias de lucha, pero también de cooperación. Acosta Saignes (1967), que hizo un extraordinario en su libro: vida de los esclavos negros en Venezuela, dice que los  quilombos o cumbes «en los siglos XVII y XVIII eran partidas de negros y mulatos libres, incluso indígenas y españoles que se encontraban arrochelados y causando desórdenes cerca de las haciendas de Caucagua, Tacarigua, Mamporal, Río Chico, Guapo, Capaya y Curiepe». En el mencionado estudio Acosta Saignes estudia sobre la convivencia que resurgía en estos espacios, en donde para poder resistir era necesaria la unión, la convivencia y la cooperación, características que propias de los pueblos libertarios y en cierto modo, descolonizados o enrumbados hacia ese proceso.

Emergió de estos espacios la insurrección del Negro Miguel en 1553, en las minas de Burí de Yaracuy. El Negro  Miguel, con mucha sabiduría y simbolismo había constituido un reinado independiente en las montañas conformado por negros e indígenas. Así,  instauró  una  corte, donde él era el rey y su mujer Guiomar, su reina. Construyó una iglesia y eligió de entre sus combatientes a un obispo disidente para luchar en favor de la libertad de los esclavos. Extendió su lucha hasta 1555. (Véase, Carpentier, Alejo, 2005. Visión de América. Pp.183, Brito Figueroa y Marcial Ramos Guédez, también hacen alusión a estos hechos)

A finales del siglo XVIII y principios del XIX de la historia venezolana parecen algunos movimientos que, aunque no llegan a su objetivo final, se constituyen a un gran paso hacia la independencia.

El pueblo empieza a tomar conciencia de sus derechos y se despierta el espíritu de libertad en los venezolanos que abrazan la causa de la independencia. Durante esta época se ponen de manifiesto las nuevas doctrinas filosóficas y las repercusiones de la Independencia de los Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Independencia de Haití, hechos que reforzaron la conciencia rebelde del pueblo que venía marcado por un injusto régimen colonial español.

Tenemos por ejemplo las insurrecciones del zambo José Leonardo Chirino, que movido por la condición en que se encontraban los negros -la gran mayoría de ellos esclavizados, junto con grupos indígenas en diversas formas de opresión servil- despertaron sus ideales de libertad y de insurrección

El movimiento encabezado por Chirino y José Caridad González, de hondas raíces sociales, llamó la atención de las autoridades coloniales sobre las diferencias existentes y las injusticias, particularmente en lo tocante al cobro de impuestos a las clases humildes.

Tenía entre sus objetivos el justo reclamo al solicitar una serie de consideraciones ante  los esclavistas: liberar la República, eliminar la esclavitud, poseer igualdad de clases sociales, supresión de los privilegios de los llamados “blancos”, eliminar los impuestos de alcabala, entre otras reivindicaciones.

Esta insurrección, que estuvo seguida de la más atroz represión, con numerosas muertes de los implicados; sin embargo, no fue estéril. Impactó política, social y económicamente a la sociedad colonial venezolana. Este movimiento se considera – según algunos estudiosos- como la génesis de la Independencia americana.

Hay un hecho simbólico digno de nombrar que fue la creación de una escarapela cuatricolor (blanco, azul, amarillo y rojo) en representación de las 4 etnias de blancos, pardos, indios y negros. Por otra parte, el movimiento contaba con un conjunto de documentos teóricos e instrucciones de carácter organizativo práctico. Se previeron incluso cantos revolucionarios como la Carmañola americana, inspirada en su homónima francesa, y una Canción americana surgida de la propia entraña del medio social, aunque con ecos de La Marsellesa.

En este sentido, afirma Irazábal (1980) que el ingeniero Lartigue de Condé se ofreció para componer su música, se imprimieron  numerosísimos ejemplares de la Canción americana (8.000, al parecer) y más de 2.000 del folleto titulado Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas y un discurso preliminar dirigido a los americanos, con el pie de imprenta apócrifo «Madrid, en la imprenta de la Verdad, 1797».

Sigue Irazábal (1980) afirmando que:

“El movimiento encabezado por Chirino y José Caridad González, fue una insurrección que impactó política, social y económicamente a la sociedad colonial venezolana. El legado de Chirino y de otros afrodescendientes, como José Joaquín Veroes, Gerónimo Guacamaya, José Tomás León, Leonardo Infante, Francisca Paula Aguado, Hipólita Bolívar, Marta Cumbale, José Ascensión Farreras, Inés María Páez; Matea Bolívar y Pedro Camejo en diferentes tiempos contribuyeron con la independencia, consolidación de la libertad y soberanía en Venezuela”.

Esclavizados que nunca se doblegaron por voluntad ante sus esclavistas, sino,  que mantuvieron con altivez su legado, su fuerza, su acervo tradicional y una añoranza infinita por volver a su lugar de origen con esa fuerza del extrañamiento. Nada fue más difícil para los esclavos africanos que liberarse de unas cadenas que  los oprimían ante unos esclavistas devoradores de la esencia, de la sustancia, de la condición de ser humano o de cualquier otra persona que no fuera similar a ellos tanto en color de piel, como en idioma, o en características físicas o religiosas egoístas, porque siempre consideraron que ellos -los castellanos-  eran hijos de Dios y los demás, sólo eran hechuras de los demonios y muy especialmente, los africanos, que según la visión castellana, no tenían ni reyes, ni reinas, ni dioses. Por tanto,  si no tuvieron Paraíso, la consecuencia lógica para su interpretación es que ellos no habían sido  redimidos por Dios ni mucho menos por Cristo, sencillamente porque no formaron parte de ningún  Edén.

Otras conspiraciones en Venezuela.

Entre las conspiraciones dignas de mencionar que se dieron en el país, emerge la conspiración de Gual y España, que aunque no lograron consolidar sus ideales de libertad, emanaron  de este movimiento revolucionario ideales plasmados en textos que tuvieron considerable influencia en el movimiento emancipador de Hispanoamérica. El conjunto de textos emanados de la conspiración de Gual y España convierte esta conjura en la de mayor contenido teórico, la más orgánica y completa, con perfecta definición de ideario y fines, de todos los movimientos precursores de la independencia de América meridional.

Sin embargo, es de hacer notar que aunque estos levantamientos tuvieron quizás influencia en los procesos independentistas, con frecuencia respondían a motivaciones localistas. Al respecto, la profesora Bohórquez  afirma:

“En general los levantamientos y rebeliones que se habían dado en América tuvieron casi siempre un objetivo específico: hacer derogar un impuesto excesivo, protestar contra el abuso de un funcionario real, oponerse al monopolio comercial por parte de las compañías como la Guipuzcoana o, como también sucedió, establecer un enclave autárquico que sirviera de refugio a los esclavos que lograban burlan la vigilancia de sus amos”.

Concluye Vladimir Acosta diciendo:

“El siglo XVIII hispanoamericano es un siglo lleno de conflictos, de rebeliones de indígenas y esclavos negros, de protestas de la élite criolla, y de amenazas internas. Esto no resulta demasiado sorpresivo porque, de hecho, como ocurre en cualquier régimen colonial. Las protestas y rebeliones suelen ser frecuentes. Y en nuestro caso la hubo a todo lo largo de la colonia, desde el siglo XVI, e incluso en el supuestamente apacible siglo XVII. Pero esas conspiraciones, protestas y rebeliones se aceleraron en la segunda mitad del siglo XVIII en todas partes”.

Todo esto estaba conformando las bases de quizás el proyecto más ambicioso de Venezuela y América Latina que se estaba conformando en la mente de un poderoso visionario de nuestra América: Francisco de Miranda, extraordinario erudito en política, cultura, viajero incansable y primer pensador con visión internacionalista e integracionista de la América española.

Bohórquez cita la síntesis programática de Miranda:

“América del Sur se librará del yugo imperial y se constituyera en una sola nación, una nación que dadas las extraordinarias riquezas naturales alberga un inmenso territorio, estaba llamada a convertirse en una de las más preponderantes de la tierra y en un bloque de poder político, que ayudaría a mantener el equilibrio internacional y mantener la paz en el mundo”.

Este pensamiento permeó las bases políticas del Libertador quien posteriormente asume la titánica tarea de ponerlas en ejecución con mayor éxito que El Precursor. Aunque Miranda fue vituperado y perseguido por sus ideales en su tiempo, y su muerte en 1816 pareciera no haber conmovido a las masas, el espíritu de este noble genio se encuentra omnipresente en Nuestra América hasta nuestros días, retumbando en la conciencia de los oprimidos, activando la resistencia de los pueblos.

Con Miranda se inicia el devenir histórico de la lucha independentista de Venezuela prodigiosa en numerosos hitos en los que ya Bolívar aparece con todo su fuerza, incipiente en los primeros movimientos de 1809 – 1810 – 1811, este último, de la firma del Acta de la Independencia, pero cada vez con mayor protagonismo. Los fracaso y éxitos marcados por la pérdida de la Primera República, la Campaña Admirable, en 1814 la rebelión popular de Boves y la pérdida de la segunda República, la liberación de Guayana y la creación de Colombia, la Batalla de Boyacá que libera a Nueva Granada y abre las puertas para la liberación definitiva de Venezuela en 1821 con la Batalla de Carabobo, son seguidos por el inicio de la epopeya de liberación del resto de la América del Sur que culmina con la gloriosa Batalla de Ayacucho. Se cierra este ciclo histórico en 1830 con la muerte física del Libertador y de su posible sucesor, el Mariscal Sucre, y se abre el de las nuevas Repúblicas con sus grandezas y miserias.

Otras luchas de resistencia se inician entonces. Muchas de ellas como consecuencia de las traiciones a las conquistas sociales, políticas y económicas que con tanta sangre y sacrificio se habían logrado. Con frecuencia el pueblo en contra de los antiguos héroes independentistas y sus nuevos aliados, con notoriedad, Páez quien ejerció gran poder e influencia en la actividad política y militar de Venezuela por muchos años.

Se desatan los movimientos de rebelión campesina, entre ellos el liderado por el indio Francisco Rangel, luego aliado de Ezequiel Zamora desde los años 40 del siglo XIX, que forman la base de la Guerra Federal, exitosa militarmente y en enraizamiento con el pueblo pobre y oprimido, pero, de nuevo, traicionada por las nuevas y viejas oligarquías.

Veamos la condición en el contexto en donde se produce la guerra federal en palabras del Gil Fortoul:

“¿La libertad política? Había sido privilegio del ciudadano rico, del amo, del doctor, del hacendado. ¿La Patria? Idea confusa, casi tanto como la de los llaneros de Páez en la época de emancipación; en todo caso, la idea de patria apenas se distinguía del hecho de poseer tierra. Propietario y oligarca eran casi sinónimos para el peón. De todas las teorías políticas, leídas por algunos en periódicos, oídas por los más, en rápidas conversaciones, la única que podía penetrar en la masa anónima era la de igualdad o igualación de clases. Este debía ser el credo de los pobres, de los oprimidos, de los eternos miserables, de los despreciados por el color de su piel. ¡Por fin el negro igual del blanco, el liberto igual del amo, el pobre igual del rico, el pobre rico!”.

La consigna tierras y hombres libres que venían de ser enarbolada por Rangel y Zamora en la guerra campesina, se constituyen el

 

Dicen Sanoja y Vargas (2003)  al respecto:

“A partir de entonces, el pueblo pasó a formar una masa irredenta, que ha buscado reiteradamente salir de esa condición, siguiendo a líderes como Zamora, a mediados del siglo XIX, quien logró galvanizar la voluntad de los campesinos irredentos en su lucha contra el latifundio y por la democratización de la tierra. La segunda parte del siglo XIX culminó con una serie de confrontaciones armadas entre los diferentes sectores sociales, para lograr y conservar el poder central”.

Al igual que en 1814 (se refiere a la muerte de Boves – NA), la muerte del líder que guiaba el movimiento revolucionario de las masas, Ezequiel Zamora, dejó inconclusas las aspiraciones del campesinado. La Federación bajo la conducción de Falcón y Guzmán Blanco terminó siendo una caricatura de lo que originalmente había delineado Zamora.

La Guerra Federal, aunque traicionada, dejó en el interior del pueblo venezolano los valores de la igualdad, de la horizontalidad, que a veces roza la altivez, tan lejos de comportamientos que rayan en lo servil en ciertas capas sociales de otras culturas de nuestra América. Tuvo una amplia significación para la sociedad venezolana, pues no fue solamente un modelo político para la organización de la República, sino que se convirtió en sinónimo de libertad para los sectores desposeídos.

En palabras de Pérez Arcay (1977) la Revolución Federal tuvo como una de sus principales consecuencias el consolidar las bases del igualitarismo social que caracteriza a la sociedad venezolana actual.

Esto tiene que ver con el hecho de que la Guerra Federal se puede decir que fue un movimiento popular surgido de las entrañas de esas capas sociales oprimidas, sometidas al servilismo y a la explotación inmisericorde de propietarios de tierras y prestamistas. De allí las expresiones en la música marcial, guerrera, descarnada y profundamente clasista. El músico Ignacio Barreto, refiriéndose al Himno de la Guerra Federal, dice que es un canto hecho bajo el espíritu emocionado y efervescente de un pueblo en victoria, no de un gobierno”. Frases como “El cielo encapotado anuncia tempestad” o “Marchemos liberales en recia multitud a romper las cadenas de vil esclavitud” fueron algunos de los versos que agrupados formaron la canción de Oligarcas, temblad, canción exenta de florituras académicas pero con un alto contenido social, político y combativo. Esto lo refleja modernamente la voz de la vieja ex guerrillera que Rengifo llamó Brusca la loca: “¡Salgan para afuera… nalgas sucias… vengan a pelear…! ¡Hay que seguir peleando..!”

Carlos Irazábal (1974) resume así las consecuencias de la guerra federal:

“El conservatismo quedó herido de muerte,  la preeminencia de la oligarquía conservadora implicaba lógicamente que fuese suya la ideología dominante y, como es sabido, estaba saturada de La Federación, al violentar los prejuicios aristocráticos y étnicos de las clases dominantes, democratizó las relaciones familiares, las añejas costumbres, los exclusivismos nobiliarios heredados de la Colonia”.

Supuestos de categorías de resistencia

Los motivos  por lo que resurgen las luchas populares, los movimientos de resistencias en América Latina, tienen variables comunes, y quizás se pueda hacer una analogía con los mismos motivos con que resurgen los movimientos sociales, la cual han sido desde siempre, el mismo sector excluido. Los oprimidos que habla Freire y se hace referencia Rengifo, y materializa en su obra Eduardo Galeano.

Sin embargo, en cada periodo de lucha y resistencia tienen variables diferentes que se relacionan con el contexto histórico de cada momento y las injusticas, que tienen la misma cara pero con nombres diferentes.

Los procesos de resistencia de los aborígenes en las que se unen su cosmovisión, su identidad y valoración a su religión, territorio, y forma de vida en general, se difiere a las formas de luchas que resurgen ya desde una sociedad colonial que se transforma en capitalista, rentista.

Cabe mencionar acá las palabras de Carlos Monsiváis en 1987, cuando le preguntaron sobre el tema:

¿Cómo surge una rebelión y un movimiento social? Desde fuera parece un accidente de la voluntad, la generación espontánea de efectos cuyo vigor minimiza cualquier vaguedad o la precariedad de la vida cotidiana. Desde dentro, la impresión es diferente: en el momento justo cristalizan experiencias y necesidades de años, y un sector excluido decide no delegar ya pasivamente su representación, y condensa el golpe de exigencias y maneras de ser”.

Igualmente Brito García enumera algunas categorías de los movimientos sociales, en las cuales identifica de la siguiente manera:

  1. El surgimiento de vastas movilizaciones sociales que tiende a reunir grupos, organizaciones y sectores diversos, sin buscar encuadrarlos en una estructura organizativa predeterminada ni subordinarlos a ellos.
  2. El nucleamiento en torno a un problema específico tal como la tierra, las aguas la ecología, los derechos humano, la igualdad étnica para constituir plataformas reivindicativas.
  3. No se plantean como meta primaria la constitución de un partido
  4. El empleo de una variedad de forma de luchas que incorporan las redes de solidaridad social, las cooperativas el uso de medios alternativos.
  5. La tendencia a colaborar entre movimientos surgidos de causas eswpecificas y de naturales y estructuras diferentes.

En resumen se pueden identificar cinco categorías de las luchas de resistencia del pueblo en Venezuela:

  1. La resistencia indígena a la conquista de los españoles que se inicia en 1492 cuando se encuentran las dos civilizaciones y continuó hasta bien entrado el siglo XVIII, incluso contra la invasión de sus espacios y culturas propias por parte de los nuevos dominantes criollos.
  2. Las luchas de resistencia de los afrodescendientes esclavizados y sectores indígenas sometidos a la servidumbre por españoles y criollos terratenientes.
  3. Las luchas de resistencia de grupos sociales criollos ante la opresión por motivaciones locales tales como imposición de impuestos, monopolios, autoridades abusivas, etc.
  4. Los movimientos independentistas desde Gual y España, Miranda y la gesta de Bolívar.
  5. Las rebeliones campesinas y la Guerra Federal.

En este recorrido histórico, se encuentran categorías especificas presentes en cada movimiento de insurrección tales como la colaboración, la unión, la organización, la comunión, la sublevación, emancipación, rebeldía, el despertar de conciencia, ideales de libertad y manifestaciones artísticas para la lucha como el canto, la poesía, desde una mirada descolonizada e insurrecta.

Cada una de estas categorías puede abrir el telón para otros estudios que las conceptualice y profundice.  En donde se abran jornadas con los siguientes episodios: el teatro como elemento de emancipación en las luchas independentistas, los cantos e himnos de resistencia en Venezuela y América latina, el arte pictórico y gráfico como elemento de resistencia, es una materia pendiente que queda abierta para otras escenas de investigación.

 

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Fuente: La autora escribe para el Portal Otras Voces en Educación

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