México: El profesor que resuelve enigmas educativos o cómo la niña más pobre sacó la mejor nota

Redacción: El Confidencial

A sus 83 años, el profesor Ken Bain ha pasado décadas investigando sobre innovación educativa y qué hace falta para que los estudiantes aprendan de verdad.

En 2012, lo que no debería haber sido más que una nota a pie de página en la sección de educación sacudió la actualidad mexicana, hasta el punto de que sus ecos llegaron al otro lado del Río Grande, a Estados Unidos. La nota más alta (921) en la prueba de matemáticas, un 10 sobre 10, había sido obtenida por una niña de 12 años llamada Paloma Noyola. No era una de las hijas de las familias ricas de México D.F. Se había criado en Tamaulipas, en un pueblo sin agua corriente ni líneas telefónicas fijas, y era huérfana de padre. Otros nueve compañeros habían obtenido notas superiores al 900. Algo pasaba en Matamoros.

Las miradas se centraron en Sergio Juárez Correa, su profesor. “Había desarrollado un método muy ingenioso”, recuerda a El Confidencial Ken Bain, autor de ‘Lo que hacen los mejores profesores universitarios‘, vicerrector de Asuntos Académicos de la Universidad del Distrito de Columbia y presidente del Best Teachers Institute. “Había preguntado a sus alumnos qué querían aprender y con eso había creado su programa, además de añadir de vez en cuando alguna cuestión sobre aspectos que consideraba que podrían fascinar a sus alumnos”.

Los profesores hemos malgastado el tiempo en dar información, cuando deberíamos haberlos ayudado a pensar de forma crítica

Correa entró un día entró a clase y pidió a los alumnos que sumasen todos los números de 1 a 100. ¿1+2+3+4… así hasta 100? Noyola encontró rápidamente la respuesta, a la que probablemente no habrían llegado la mayoría de adultos. Se dio cuenta de que sumar 1 y 100 daba 101, que sumar 2 y 99 daba 101, que sumar 3 y 98 daba 101… así que lo único que tenía que hacer era multiplicar 101 por 50. Y, acto seguido, hizo algo que para el antiguo profesor de Historia marcó la diferencia para sus colegas: “Ayudó a sus compañeros a que lo entendiesen”. Paloma se convirtió en un icono de superación y fue comparada con Steve Jobs en la portada de ‘Wired’.

La portada de 'Wired' con Paloma en ella.
La portada de ‘Wired’ con Paloma en ella.

Para Bain, que disfruta coleccionando épicas historias de mejora educativa, es un buen ejemplo de hacia dónde debe dirigirse la educación en el futuro. “Lo que hemos hecho siempre ha sido malgastar el tiempo en proporcionar de forma oral información que podían haber obtenido fuera, en lugar de ayudarles a pensar de forma crítica”. El profesor, que debido a sus problemas de salud ofreció por videoconferencia una charla organizada por el Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra el pasado mayo, disfruta a sus más de 80 años ofreciendo sin parar sus ejemplos preferidos de metodologías innovadoras en todo el mundo.

¿La clave? La motivación del estudiante. “Algunos no adoptan un acercamiento profundo que les permita aplicar lo que han aprendido”, explica. “Su enfoque es estratégico o superficial, les sirve para aprobar el curso”. El gran reto para el profesor hoy es, como ayer y mañana, que el estudiante aprenda, pero quizá no de la misma manera que antes.

No es el docente ni el alumno. Tampoco la tecnología o los recursos. La clave se encuentra en crear entornos “naturales y críticos” –el nombre que les da una y otra vez a lo largo de la entrevista– donde los estudiantes se impliquen, aprendan y pongan en cuestión lo aprendido. ¿El truco? “Plantear buenas preguntas, que consideren importantes, intrigantes o simplemente bellas”. Bein lo repite una y otra vez. “Intrigante y bello”. Así es como debe ser el aprendizaje.

Y el profesor se lanza a contar historias y resolver misterios.

Los médicos que experimentan con gaseosa

El método más popular hoy, el aprendizaje en grupos, cuya receta pasa a desgranar. Primer paso, “que los estudiantes se preparen en casa leyendo los materiales o viendo vídeos, antes de ir a clase”. Segundo paso, “que nada más llegar realicen un pequeño examen, tanto de forma individual como en grupo, hasta que obtengan una puntuación perfecta”. Tercer paso, “se les presenta problemas que deben intentar resolver como grupo”.

Un profesor de literatura rusa animó a sus alumnos a que visitasen a los presos para discutir sobre los temas de ‘Guerra y paz’

Una metodología, recuerda Bain, que hoy es muy común en las facultades de medicina, donde los estudiantes son animados a resolver problemas médicos “que requieren un razonamiento sofisticado”. ¿Y el profesor? Ya no es la fuente de información –lo son los libros, los vídeos, la infinitud de materiales disponibles–, sino quien resuelve sus dudas y les proporciona ‘feedback’.

Buenas preguntas, grandes respuestas

Bain sigue con las pruebas de concepto. Una vez más, todo comienza encargando a los estudiantes tarea para su casa. De retorno al aula, tienen que enfrentarse con “problemas conceptualmente ricos” en grupo. La clave se encuentra en plantear problemas lo suficientemente interesantes (y sí, también bellos e intrigantes).

Como aquel profesor de Derecho que entró hace un par de años en su clase y preguntó a sus alumnos cómo era posible que EEUU fuese el país con una mayor proporción de población encarcelada. “Lo primero que hizo fue dejarles que especulasen antes de investigar”. O el profesor de literatura rusa de la Universidad de Virgina que animó a sus alumnos a que visitasen la cárcel local para hablar con los presos de los grandes temas (¿quién soy? ¿cuál es mi destino? ¿cuál es mi papel?), esos que aparecían en novelas como ‘Guerra y paz’ de Tolstói o ‘Padres e hijos’ de Iván Turguéniev. “Les ayudaron y, además, aprendieron muchas cosas sobre literatura rusa”.

Pero no se trata simplemente de preguntar, sino de saber cómo llegar a una respuesta. “Una de las cosas que sabemos hoy es que los estudiantes jóvenes son mejores a la hora de ayudar a los principiantes que los avanzados”, recuerda Bain. “Por lo que para los estudiantes trabajar juntos para poner solución a un problema es más beneficioso que tener un profesor delante que le dé las respuestas”.

Cualquier lugar puede ser un entorno de aprendizaje. (Reuters/Shannon Stapleton)

Cualquier lugar puede ser un entorno de aprendizaje. (Reuters/Shannon Stapleton)

¿Es entonces posible un mundo sin profesores? “No”, niega categóricamente el también autor de ‘Lo que hacen los mejores estudiantes de universidad‘, la continuación del volumen anterior. “No se pueden eliminar sin disminuir la calidad de la educación. Que su rol haya cambiado no quiere decir que tenga que ser eliminado. Puedes aprender sin profesor, pero necesitas una fuente de motivación e inspiración, alguien a quien hacerle preguntas”.

China, qué bella eres

Un inciso. Bain explica con admiración una de las últimas visitas que realizó a un colegio del sudoeste chino. “Conocí a los estudiantes en persona y su motivación me dejó sin palabras”. ¿Qué hacían exactamente? Juntar al profesor de Biología, al de Ingeniería y al de Economía, además del de Psicología y Educación Física y proponer un reto a los estudiantes: ¿qué idea vendible en el mercado se les ocurre para mejorar el deporte, poniendo en práctica sus conocimientos de ingeniería?

Los resultados fueron espectaculares, como nuevos aparatos para el gimnasio con los que, asesorados por sus profesores de Biología y Educación Física, tenían que comprender qué efecto causarían en elorganismo de los usuarios. “Los grupos multidisciplinarios son un gran ejemplo, porque son muy ricos, muy motivadores, dan respuesta a todos los problemas en los que los estudiantes puedan estar interesados”, señala Bain.

Aulas personalizadas con miles de alumnos

Todo suena muy bonito, pero ¿no resulta difícilmente aplicable a las aulas universitarias donde suelen juntarse cientos de alumnos? ¿No suena un tanto elitista? Una vez más, la respuesta es negativa. “Eric Mazur desarrolló una metodología con la que puede dar clase a cientos de estudiantes”, explica Bain. “Primero, les proporciona artículos y libros; inmediatamente después, se enfrentan con problemas intrigantes, interesantes, conceptualmente ricos, y les piden que los resuelvan inmediatamente”.

Los humanos somos animales naturalmente curiosos, pero también queremos autonomía y que no nos digan qué debemos aprender

Muchas (o la mayoría) de las respuestas que proporcionan esos estudiantes están equivocadas, pero eso no es un problema. Como explica el profesor, Mazur pide a sus alumnos que se pongan de pie, encuentren a alguien que haya proporcionado una respuesta diferente a la suya, y que conversen entre ellos. “Entonces vuelven a hacer el examen. En el proceso, han aprendido muchas cosas en las que no habían pensado antes”. ¿Un aliado? Los clickers, esos cacharros que permiten interactuar con la audiencia de un programa televisivo… o un aula.

Una lección de historia

El propio profesor ha intentado aplicar a la enseñanza de Historia su modelo de los ‘natural critical learning environments’. Por ejemplo, llevando los juegos tradicionales de instituto a los adultos. “Los estudiantes interpretan roles e intentan convencer a sus compañeros de su posición, por ejemplo, cómo responderías al conflicto entre republicanos y conservadores si estuvieses en 1935 en España”, explica.

“Como es un juego, es algo que suele hacerse con estudiantes de entre 15 a 20 años, pero algunos hemos creado versiones donde estudiantes en clases muy grandes hacen lo mismo con personajes históricos y períodos que han investigado previamente”, añade. “¡Y están muy motivados porque quieren ganar!” La clave es trabajar en grupo, como en un entorno laboral real, “que es lo que tendrán que hacer en su trabajo”.

Somos ardillas

Ya lo dijo Sócrates: “Los jóvenes son maleducados, desprecian la autoridad y chismorrean cuando deberían trabajar”. ¿De verdad se distraen más fácilmente? “Hoy tenemos una visión más rica, gracias a los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan, de que el ser humano esun animal naturalmente curioso”, responde Bain. “Pero también sabemos que los humanos se mueven por el deseo de autonomía, no les gusta que les controlen”.

De estímulo en estímulo, como ellas. (iStock)

De estímulo en estímulo, como ellas. (iStock)

Los humanos, añade, somos como ardillas. “Van a un árbol por nueces, las cogen y si ven que hay otro árbol cerca que también tiene, dejarán las que queden e irán a ese”, narra el profesor. “Los humanos somos así, estamos buscando continuamente información, y si la conseguimos fácilmente, saltaremos al siguiente árbol, a la siguiente página web, ante el miedo de perdernos algo importante”. La solución quizá pase por que sean los propios alumnos quienes establezcan sus reglas para evitar distraerse. “Es mejor darles autonomía que golpearlos con un látigo por mirar el móvil”.

Lo que ocurre a menudo en los colegios, donde “la única manera de motivarlos es amenazarlos con malas notas”. Algo que termina horadando poco a poco su motivación. “A los cinco años están llenos de preguntas y a los 14 han perdido toda la curiosidad, porque han vivido en un entorno controlador, no en uno que les pidiese que hiciesen preguntas interesantes y que pongan a prueba lo que saben”. Por ejemplo, la clase de pregunta que Sergio Juárez le hizo a Paloma Noyola. Una cuestión que lo cambió todo.

Fuente: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2019-08-03/ken-bain-educacion-enigmas-educativos_2142967/

 

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Rwanda: Evening classes should be handled with extra care

África/Rwanda/31 Julio 2016/Fuente:Newtimes /Autora: Cristine Osae

Resumen: Alta matrícula, horarios de trabajo del alumno en conflicto, y la pura comodidad de clases una vez a la semana han empujado a muchas universidades para programar cursos nocturnos.  Las clases nocturnas traen desafíos especiales de enseñanza. Estos estudiantes tienden a interactuar socialmente más de estudiantes de día, lo que exige intervenciones instructor frecuentes para mantener la calma y el orden, y muchos vienen a clase abrumado, hambrientos y cansados.

High enrollments, conflicting student work schedules, and the sheer convenience of once-a-week classes have pushed many universities to schedule evening courses.

Held from 6pm to 9pm or 7pm to 10pm, these classes at some institutions are typically packed, sometimes with more than 100 students in a large lecture theater. How can faculty effectively teach, control, or even simply keep awake the students in such classes, many of whom start their days very early in the morning with unimaginable responsibilities?

Those out in the working world would agree that it’s just not often practical to get time to up-skill and, as a result, full-time education isn’t an option. Part-time or evening courses represent a more practical alternative. Make no mistake; gaining work experience is absolutely vital in improving your employability status. An evening course provides a student with the time needed to gain valuable work experience that perhaps a full-time student may not have.

However, one can agree that it is tedious because classes are taken when one is too exhausted. In addition, balancing school work and employment is quite a crack-down. Plus, one may not get to consult with the lecturers or even get time for extensive reading because time is a luxury. Nevertheless, with the right attitude comes the determination to excel. If anything, what are the options?

Evening classes bring special teaching challenges. These students tend to interact socially more than day students, necessitating frequent instructor interventions to maintain calm and order, and many come to class overwhelmed, hungry and tired. In addition, there are the usual challenges: poor lighting conditions in many large lecture theaters; lack of, or poor-quality, audiovisual equipment; and distractions caused by student electronic devices such as cell phones, iPods, or laptops. Under such conditions, even the most ardent instructor can become frustrated.

How educators can help

In most large evening classes, there is always a mix of students, ranging from the highly motivated to the couldn’t-care-less types. To enhance student engagement and maintain interest, one ought to incorporate strategies such as combining audiovisuals (PowerPoint presentations, short video clips, and transparencies) with class discussions and activities. Doing so is challenging in large classes set in «lecture-only» theaters. However, passionate educators are quite creative and can improvise.

Although PowerPoint isn’t exactly a brand-new technology, most traditional lecturers would rather use chalk or markers. This is not to ridicule chalk or markers but rather call for more creativity. The argument is that use of illustrations and pictures interspersed with text slides as much as possible may engage the student’s interest. Many students are usually relatively fresh at the beginning of class and are likely to remain attentive through the whole lecture should you make it stimulating and relatable. A point noteworthy is that PowerPoint presentations can make learners passive unless the lecturer involves them.

Intergroup questions are equally an amazing approach with evening students. Before the first class meeting of a semester, organise students in groups of five to ten and post group numbers and the names of group members on a notice board, where students can access them. During the first meeting, call students’ names and ask them to move into their groups for a «get-to-know-each- other» session and information exchange. To maintain regularity, ask group members to stay with their groups at the same location in the lecture theater in future meeting sessions. Each group can prepare intergroup questions for other groups to answer, or the lecturer can assign topics for discussion. With these groups, a lot can be achieved within the lecture room.

This system works well in a number of ways. It encourages students to read course material ahead of time; helps the instructor cover course content and explain concepts and material that are not clear during the question-and answer session; keeps students motivated and energized by requiring individual responsibility, attention, and group commitment (no one wants to be blamed for letting the group down); encourages active participation among students, allowing them to develop and polish their oral communication skills; gives students a sense of owning the questions and the learning; and creates excitement and a sense of achievement, especially if group members answer their questions correctly.

Short quizzes also come in handy if the evening students are to be kept on toes. During the last ten to fifteen minutes of each evening session, an optional extra-credit quiz worth ten to fifteen points can be given. The quiz, which can be multiple-choice, is given on a projection screen (eliminating unnecessary copying). Of course during the quizzes, the instructor has to remain vigilant, moving around the room to discourage students who whisper to each other, exchange answer sheets, or check their notes. All the points students accumulate over the weeks can be put into a «point savings account» that students can see on the board. The «fatter» the account gets, the more motivated students become to keep it high.

The quiz is very popular and has obvious benefits. It allows students to monitor their understanding of the lecture session’s material right away; it gives the instructor feedback about the quality of instruction and student understanding; it motivates (or forces) students to stay for the entire class, as the quiz is administered at the very end; it encourages students to pay attention to the material presented (because of the pressure of immediate assessment); it allows the instructor to monitor daily attendance; and it saves the instructor’s time, because some of the quiz questions can be rephrased and used on midterms and the final.

Today, with an increasing number of nontraditional students returning to school, we are challenged to develop creative and innovative ways to make our classes work for them and to make our course material relevant to their daily lives. Evening classes, which afford these students flexibility and convenience, are one way to meet their needs.

Fuente de la noticia: http://www.newtimes.co.rw/section/article/2016-07-20/201861/

Fuente de la imagen: http://footage.framepool.com/shotimg/qf/799929145-banco-de-escuela-curso-para-adultos-nairobi-asistencia-a-la-escuela.jpg

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Juan, un médico con parálisis cerebral que desafía a la academia

Colombia/19 de Junio de 2016/Entorno Inteligente

Por: Juan Manuel Collazos

El día de su grado, Manuel José Collazos, caminó apoyado en el brazo de su padre. Lo hizo despacio por el pasillo del auditorio de la Universidad para recibir su diploma, mientras escuchaba los aplausos de los asistentes, que a su paso se ponían de pie.

“No pude contenerme, lloré mucho, todos llorábamos. Lo había conseguido, se había graduado como médico”, recuerda su esposa Marcela Peláez, la fonoaudióloga a quien conquistó a través del Facebook y con quien tiene un bebé de un mes de nacido y la que hace las veces de intérprete.

“Hasta yo mismo dudaba de que el Ministerio me dejara graduar”, dice el médico Collazos.

Y no es para menos. Su nacimiento se retardó y sufre de parálisis cerebral por hipoxia, falta de oxígeno al nacer.

El médico Juan Manuel admira al astrofísico británico Stephen Hawking, cuyo nombre se le dificulta pronunciar. Al hablar se le entiende poco.

Pero, a diferencia del astrofísico, el médico Collazos, con motricidad limitada, puede mover las manos y con algo de dificultad saca del bolsillo de su pantalón un celular y busca en Google la fotografía del hombre que más admira.

“Pese a su discapacidad cambió el mundo, ha hecho cosas increíbles”, dice al referirse al hombre de la ‘Teoría del todo’.

Juan Manuel tiene 26 años y en diciembre pasado se graduó como médico en la Universidad Santiago de Cali. Le tomó nueve años terminar la carrera, tres años más que a sus compañeros de clase.

No le resultó fácil conseguir un cupo para estudiar medicina. Dice que la única que lo aceptó fue la Usaca. El lío es que la carrera combina lo teórico con la práctica y Juan Manuel no tiene precisión de agarre, justo lo que un médico necesita. Para la Santiago fue todo un reto académico.

“A los profesores les insistía en que no iba a tocar pacientes, que podía estar en los laboratorios, que yo sabía manejar el Internet”, recuerda Juan Manuel.

“Con Juan rompimos paradigmas. La Santiago le abrieron las puertas. Como no existía un programa especial para personas discapacitadas, fue preciso hacer reformas curriculares, pero de ahí salió la idea de enfocarlo hacia la investigación, que es muy válido. De hecho, un médico investigador es mucho más importante porque los avances de la medicina vienen de él. Hubo mucha resistencia de algunos médicos, somos una especie muy sui géneris, creo que era más un conflicto de egos, que de lo que podía hacer Juan”, comenta su tutor, el médico internista nefrólogo, Roberto Rodríguez.

Mientras sus compañeros de clase hacían las prácticas en medicina interna, Juan Manuel se encerraba a investigar sobre los mismos temas: Corazón, hígado, riñones; si la práctica era en el área de la ginecología, pues a plantear un nuevo enfoque investigativo.

‘Caracterización gineco-obstétrica y sociodemográfica de un grupo de adolescentes gestantes del Hospital de San Juan de Dios en Cali en los años 2010 y 2011’ y ‘Caracterización clínica y sociodemográfica de un grupo de pacientes con antecedentes de malformaciones maxilofaciales congénitas en la fundación ‘Gracias a Dios un niño sonríe’, durante los años 2008 a 2013’, son solo algunos de los resultados del trabajo investigativo que adelantó en la Universidad.

Ginecología y anatomía fueron las materias más difíciles, le tocó repetirlas.

“Son complicadas, mucho nombre. La ventaja es que tengo muy buena memoria visual, aprendo mediante la relación de las cosas”, comenta.

Leyó los mismos libros que sus compañeros, presentó los mismos exámenes, pero las exposiciones fueron pocas y no todos los profesores tuvieron la paciencia para escucharlo.

“Conocí a Juan evaluándolo en una exposición sobre embarazos adolescentes. Todos pusimos nuestro granito de arena, pero el que más granos puso fue él. Conmigo todos los exámenes fueron sustentados”, recuerda el doctor Ramírez.

En esa exposición tardó una hora y 40 minutos, mientras a sus compañeros les tomó 35 minutos.

“Toda la vida quise ser médico. Por mi enfermedad crecí rodeado de médicos. Soñaba ser como ellos y descubrir qué me pasó para ayudar después a otros como yo”, dice Collazos.

Después de superar las ciencias básicas, llegó la parte clínica de la carrera, y los primeros rechazos.

“Algunos médicos en los hospitales fueron despectivos con Juancho. ¡Qué hace aquí!, le decían al verlo llegar en su silla de ruedas. Fue duro, veníamos de un campus incluyente, donde ricos y pobres, negros y blancos, somos iguales”, recuerda el doctor Henry Ponce, compañero de clase.

“Algunos docentes tienen mentalidad prehistórica, ni siquiera medieval, no querían darle la oportunidad a Juan; quizá no se querían dar la oportunidad a sí mismos de probarse como profesores”, dice el doctor Ramírez, quien será el padrino de bautismo del bebé de Juan Manuel y Marcela.

“No me quejo, todo fue muy constructivo, solo tengo agradecimientos para la Universidad”, dice el médico Juan Manuel Collazos.

Su centro médico

El médico Juan Manuel Collazos acaba de terminar un diplomado virtual en genética médica de la Universidad de Valencia, en España, y está a la espera de que la Universidad Libre de Cali le comunique si lo aceptará o no en la maestría de epidemiología.

Por lo pronto, anda en busca de pacientes. Esa será su próxima lucha: lograr que confíen en él.

“La parte académica es pan comido, lo difícil es convencer a la gente de tus capacidades, que sepa que tú no eres ningún tonto”, dice Juan Manuel.

“Tiene un problema motor, pero su desarrollo intelectual es normal”, dice el médico Roberto Ramírez.

Cuando le llegó la hora del año rural, solo en una clínica lo aceptaron, pero después se arrepintieron.

¿Cómo así que no me dejan trabajar porque soy discapacitado? Pensó, y comenzó a madurar la idea de tener su propio centro de consulta.

Por estos días termina de amoblarlo, se llamará ‘Cimasd’ (Centro de Investigación Médica, Atención en Salud y Discapacidad). Para abrirlo solo depende de que le aprueben todos los permisos reglamentarios.

“El problema no es que el paciente hable o no, lo importante es ver la forma en que pueda ser funcional a nivel social, educativo y laboral. Nos propondremos su rehabilitación”, dice el médico Collazos, mientras se desplaza en un scooter adaptado para él.

“No bastará con la terapia, tenemos que lograr que se desenvuelvan”, agrega.

Sube las gradas del ‘Cimasd’ sin ayuda, lo hace despacio, mientras su cuerpo se tambalea un poco.

“Tranquilos, nada le va a pasar”, advierte don Manuel Carabalí, su conductor, quien no lo desampara y quien también hace de intérprete.

El diploma que recibió el pasado 9 de diciembre del 2015 pesa mucho sobre él.

“Estaba muy emocionado, no me lo creía. Pero, al mismo tiempo, sabía la responsabilidad tan grande que implicaba. Es como si llevara una bandera para que otras personas como yo también lo intenten y lo logren. Se que en Cúcuta hay otro médico en las mismas condiciones mías, solo que a él se le entiende un poco más al hablar”, comenta.

Su educación básica la terminó en el 2006 en el Fray Damián, un colegio de educación formal y prestigioso de la ciudad; fue voluntario de la Cruz Roja en el 2007 y en el 2014 recibió de la Comisión Segunda Constitucional Permanente del Senado la Medalla Pedro Pascasio, Orden Mérito a la Democracia, ‘Por su férrea convicción que las limitaciones no son impedimentos para alcanzar las metas propuestas’.

“La gente con discapacidad ya puede exigir que la acepten en los trabajos, colegios, universidades, pero falta reformar la parte pedagógica para que puedan desenvolverse en esos ambientes. Pero todavía hay mucho miedo en las entidades para asumir su rol”, dice.

A escuchar con paciencia

No es fácil entender lo que dice, hace un esfuerzo enorme para gesticular cada palabra y cuando la conversación es prolongada, parece perder el aliento. Es preciso ponerle mucho cuidado, pero después de unos 20 minutos, el oído se adapta a sus sonidos y comprende la mayoría de sus palabras.

Pero esa dificultad en el habla la compensa con la escritura. Él mismo prende el computador y una vez logra dominar el ordenador, no se detiene.

“No olvide de escribir que, en todo este proceso, la familia es muy importante”, advierte el médico Juan Manuel Collazos.

“No toda persona con alguna discapacidad tiene que ser retardada. Muchas familias guardan a sus hijos en sus casas, los limitan. A mí me exigieron, estudié y me gradué”, dice.

Armando Carabalí, el conductor que lo transporta desde niño, lo llevaba todos los días a la universidad, en medio de las miradas del resto de estudiantes que no ocultaban su curiosidad por ver quién era ese muchacho del ‘scooter’ que estudiaba medicina y al que no le entendían nada.

“Yo si le entiendo todo. Para mí es como un hijo, al niño que acaba de tener le digo que soy su abuelo negro”, comenta Carabalí, en medio de risas.

“El primer día de clases en la Santiago me miraban mucho. Siempre he despertado la curiosidad de la gente, pero es algo superado”, comenta.

Así como no olvida su primer día de clases en la Santiago, tampoco olvida el año de internado. Le tocó en el San Juan de Dios.

“Allá sí que se vive la crisis de la salud del país, vi los pacientes en el suelo y por más que uno quiere ayudar, no puede hacer mayor cosa”, comenta.

Ahora trabaja en otra investigación: ‘Caracterización de los conocimientos y comportamientos sobre salud sexual y reproductiva que tiene un grupo de personas con discapacidad residentes en Cali’.

“Sueño con el Premio Nobel”, dice el médico Collazos.

http://entornointeligente.com/articulo/8585522/Juan-un-medico-con-paralisis-cerebral-que-desafia-a-la-academia-19062016

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