Robinsonadas Bolcheviques

Por: Heriberto Rivera

Tiempo que llega, tiempo que se va; Se está cumpliendo el primer centenario de un hecho histórico que cambio el mundo, que fue determinante para toda la humanidad, como lo fue el octubre luminoso de la revolución de octubre, de la revolución bolchevique, la creación humana mas cerca de la redención social de los pueblos.

Sin duda alguna, a la cabeza de ese proceso revolucionario estuvo el gran LENIN, quien junto a otra luminaria del pensamiento y la acción, me refiero a Trotsky, seudónimos de ambos que han trascendido los eventos revolucionarios del siglo XX, y hoy en pleno siglo XXI, siguen dando enseñanzas de su legado.

Para comentar sobre la revolución rusa, es necesario tener presente, más allá de los sentimentalismos y romanticismos- que son un riesgo que agobia el pensamiento- decía tener presente la educación, la escolaridad en el zarismo y luego en el comienzo y su posterior desarrollo de la revolución  de los soviets.

El sistema  educativo en la época de los zares puede ser considerado ineficaz y retrogrado, que no alcanzaba a todos los sectores de la población, en una sociedad extremadamente rural, donde el analfabetismo era del 78 %, cifras que mejoran en los primeros momentos de la revolución y que en el año 1933  logra situarse en 33%.

Rusia, cuya población diezmada y país atrasado culturalmente hablando, paso a ser una potencia industrial, gracias a los planes económicos desarrollados en sus setenta años de la existencia de la llamada URSS; pero esto obedeció a la transformación de su educación.

Es así, que el primer paso es la creación en noviembre de 1917 del NARKOMPROS, que fue el comisionado popular de educación, que nacionaliza y rescata todas las instituciones educativas, declarando la separación  iglesia escuela y estableciendo la unificación del sistema escolar creándose  un sistema politécnico.

El sistema politécnico, había sido un señalamiento de Carlos Marx,  cuyos principios sobre el régimen combinado  de producción material y enseñanza, que seria el fundamento de la escuela y trabajo, la escuela y taller de nuestro Simón Rodríguez; sin duda, que se estaba tras la huella de Marx, quien no tuvo tiempo para escribir sobre el tema educativo, pues su ocupación fue estudiar el capital y crear su metodología dialéctica para el análisis social y económico; sin embargo mantuvo que la educación es un problema a resolver para transformar una sociedad.

El régimen combinado se basa y tiene sus razones  en la necesidad de que trabajo e institución (trabajo material y trabajo intelectual) no vallan cada uno por su lado, hay que entenderla dentro de su crítica general a la división del trabajo, precisamente porque, según  Marx y Engels la división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separan el trabajo material y el mental.

La división del trabajo no sólo es la base de la división de la sociedad en clases, sino que además es la causa de la enajenación del hombre por el trabajo, de la extrañeza del hombre respecto a su propia actividad, de la esclavización del hombre al trabajo.

Es así como en plena revolución bolchevique nace el fundamento de la pedagogía socialista. De acuerdo con dicho cimiento es preciso que el trabajo fabril constituya la base y el centro de la educación. De igual modo, este trabajo constituye la base de la escuela socialista. La enseñanza intelectualizada y academicista con su «contenido de clase específico», debe ser sustituida por una «pedagogía del trabajo», con un objetivo a la vez económico y humano en sentido universal. El trabajo práctico-productivo debe ser el medio por el que se lleven a cabo la educación y la instrucción del hombre socialista del futuro, ya que, de acuerdo con Marx y Engels, sólo el trabajo social puede volver a humanizar al «hombre deshumanizado» a lo largo del proceso histórico, pensamiento que hoy en pleno siglo XXI está completamente vigente.

El hombre, aunque unilateral «en acto», es polivalente «en potencia» y es esta polivalencia la que es colocado como el fin de la educación. ¿Qué es lo que debe entenderse por polivalencia? Dietrich nos ayudará de nuevo en este punto:

Marx entiende por «polivalencia» la «movilidad absoluta del trabajador» en la industria y en la sociedad. El trabajador, el hombre, debe poseer una formación polivalente, lo que quiere decir que debe ser posible emplearle en cualquier trabajo. Esto permite pensar los fundamentos de una formación intelectual en función de una actividad tan universal como sea posible.

El gran líder de la revolución, Lenin, siempre tuvo claro, que la escuela era una herramienta fundamental para construir la sociedad socialista del futuro, que la clase obrera por si sola era incapaz de prepararse para comenzar su transformación. De allí, que se hace necesario lograr una gran formación, claramente delineada, con metas y objetivos claros para que no se desvié  el proceso revolucionario.

El objetivo era preparar a una nueva generación para que asuma su papel como clase trabajadora y convertir a los individuos en elementos activos de una sociedad socialista (dentro de  una sociedad en transición de lo agrícola a lo industrial).

En el campo de la pedagogía socialista de la revolución, hubo tres personajes que se destacaron en el campo educativo e hicieron grandes aportes ala transformación de la educación; una de ellas fue Nadezhda Krupskaya, esposa de Lenin, pero quien brillo con luz propia en el pedagogía revolucionaria, haciendo aportes al tema de  la educación popular y democracia, distinguiendo entre educación capitalista que reprime la identidad y bloquea la conciencia, y la socialista, que hace florecer la identidad propia.

Otro pedagogo fue  Anton Makarenko, para algunos fue un pedagogo controvertido, murió a temprana edad escasamente a los 40 años; fue el creador de las comunas de trabajo para jóvenes, siendo su trabajo en condiciones difíciles, pues Rusia era un país devastado, la guerra de intervención extranjera, los dramas de la revolución; niños abandonados, huérfanos desenraizados.

Para Makarenko, el trabajo educativo es, ante todo, un trabajo de organización, perseguía un nuevo estilo, por encima de métodos y técnicas pedagógicas, pues la educación es para él un proceso social, lo esencial es la formación en el colectivo, es el colectivismo.

Pavel Blonskij, otro gran pedagogo de la revolución bolchevique, que según el escritor alemán  Th. Dietrich, citado por Palacios, Blonskij, fue el primero y el único que trato de tomar en serio la definición que  Marx había dado de la educación politécnica, ateniéndose fielmente al sentido que la había dado Marx.

Consecuentemente, Blonskij, estuvo convencido, según  Palacios (1997)  “de que la confluencia del proceso histórico y la reunión de la educación y la producción material conducirían al hombre nuevo y desarrollado”.

Blonskij, fue el gran impulsador de la escuela del trabajo, con dos ejes fundamentales, uno la formación politécnica y el otro eje procede del movimiento de reforma de la educación, donde el niño debe ser liberado de los obstáculos que suponen unas concepciones educativas hechas a medida de los adultos; Según Palacios, “el niño tiene que estar en el centro del trabajo pedagógico y en función del niño deben organizarse todas las tareas en las que él esté implicado”.

La idea de Blonskij combinaba  la formación politécnica y la sociedad nueva, seria una actividad de carácter vinculante, pues no podría construirse  la nueva sociedad o la sociedad  del futuro socialista con la vieja formación ligada a los oficios artesanales.

Para ello, Blonskij con su pedagogía, plantea la unificación de la vida activa y la enseñanza, “convencido de que a través de esta unificación será posible  el aprendizaje  de los trabajos productivos como las bases económicas de la vida”.

La formación politécnica, fue su basamento, pues sabia que la misma permite la superación del pasado clasista de la sociedad; su planteamiento fue más lejos, al plantear “una escuela sin escuela” ya que la escuela y la vida no deben ser extrañas la una a la otra, “la escuela del futuro debe identificarse, con la vida social, es decir, la sociedad debe hacer desaparecer la escuela en cuanto institución del estado y trasladarla  a la vida del trabajo social”.

En cuanto a la organización de la educación, para dar paso a la escuela del trabajo, deben desaparecer entre otros elementos, el tiempo de clase, las materias escolares, el concepto de clase que agrupa a los niños según la edad y no sobre su nivel de desarrollo, el maestro como funcionario autoritario, la importancia del academicismo e imitación y el menos precio por la actividad manual, el estar tranquilos y sentados durante toda la clase.

Ya desde ese tiempo, se hacía y hoy mas que nunca, superar el modelo curricular fundamentado en lo que algunos llaman la Ley de tres unidades: unidad de tiempo, unidad de lugar y unidad de acción (todos en el mismo lugar, al mismo tiempo, realizando las mismas actividades de aprendizaje) Rivera (2014).

Esa nueva educación de Blonskij, se fundamenta en tres momentos diferenciados, donde los niños y adolescentes se  deben formar en actividades libres, donde experimenten sus propias vivencias a través de lo él dio en llamar ROBINSONADAS, donde deben de vivir como hombres primitivos, inventando herramientas, construyéndose refugios, procurándose ropas y alimentos, reproducción creadora, forjando filosofía de la vida, haciendo buen uso del ocio creativo.

Es esas actividades Robinsonadas, donde  el principio de Marx de educación y producción material encuentra su mas clara concreción.

Este robinsoneo práctico de Blonskij, es la oportunidad para abrirse al mundo, a la vida, al trabajo, al genio del hombre, aprendiendo e intercambiando experiencias y educándose mutuamente.

Referencias:

Dieterich, Th. Pedagogía Socialista.

Palacios, J. (1997). La Educación en el siglo XX (III). La critica radical. 2da edición.

Rivera, H. (2014). Educación y política. Serie política y democracia. Dictus plublishing.

hriverat1@hotmail.com

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¿La escuela capitalista hay que readecuarla o disolverla en la educación socialista?

Por: Jorge Díaz Piña.

No se han sopesado en todas sus dimensiones todavía, las consecuencias del trágico fracaso  del titánico esfuerzo histórico por  instaurar la primera sociedad socialista en la Rusia zarista a comienzos del siglo XX, que conllevó al resurgimiento o a la restauración capitalista en su lugar. Alimentando de este modo, la creencia ideológica que refuerza al capitalismo, de la inviabilidad del socialismo. Obstáculo ideológico éste que a semejanza de un espectro, se pasea en la mente de inmensos sectores sociales en el planeta a la hora de  considerar  la posibilidad de transformar revolucionariamente el modo de reproducción del capital, con la finalidad de liberarse de su explotación económica, dominación política y hegemonía ideológica.  Falta mucho por indagar reflexivamente aún para responder de modo convincente, la pregunta sobre ¿cómo pudo albergar la revolución rusa de 1917, el surgimiento o la restauración capitalista en su seno desde su origen histórico? Respuesta necesaria e indispensable para orientar correctamente los esfuerzos actuales que en esa misma dirección se dan.  Aquí no cabe la excusa evasiva de que estamos en otros tiempos y espacios o contextos geohistóricos, ya que por más cambios o discontinuidades que se hayan dado, en la actualidad el desafío principal contra la lógica o racionalidad reproductora del capitalismo se mantiene en la discontinuidad de la continuidad revolucionaria, por más paradójico que parezca.  Esto es, la revolución estructural deseada, sigue siendo contra el capital. Así como, pese a todas las críticas asumidas en su replanteamiento, debidas a sus degeneraciones, aberraciones, claudicaciones, distorsiones, traiciones y errores cometidos históricamente, se mantiene prevalecientemente que la opción alternativa al capitalismo, es el socialismo  reformulado críticamente.  Sin duda, hay que tener en cuenta, a estos efectos, que hay dos versiones del socialismo enfrentadas a su vez, una socialdemócrata, y otra, revolucionaria.  La socialdemócrata, aspira tan solo a  reformar neopopulistamente al capitalismo neoliberal; mientras que la revolucionaria, desea radicalmente cambiarlo de raíz o estructuralmente.

Siendo que este año se cumplen cien años del triunfo de la Revolución de Octubre, cuando se “tomó el cielo por asalto” por vez primera, no hay mejor tributo a esos millones de seres humanos que dieron sus vidas y mejores esfuerzos por la liberación del pueblo ruso y de la humanidad toda, que reivindicarlos al garantizar históricamente que no se torcerá más el rumbo esperanzador de la lucha emancipadora por la instauración del socialismo. Y esto solo es posible si penetramos y escarbamos como topos laboriosos en las causas que socavaron la realización de su esperanza y la de toda la humanidad que se esperanzó  con ellos.  Nos parece una superficialidad irresponsable remitir a tan solo una razón, a la personificación de las causas en un bárbaro político burócrata, como fue Stalin, asimismo a la personificación de Lenin o Trostky, la derrota sufrida, por cuanto el estalinismo, al igual que el leninismo o el trostkismo, fueron también un efecto de algo mucho más profundo, la racionalidad política del capitalismo de Estado que se impuso, y que engendró su correspondiente burguesía de Estado, de la que ellos fueron parte. Así sus inconsecuencias hayan sido muy a su pesar aparentemente para algunos biógrafos e historiadores, –debidas al contexto de guerra civil y al asedio de las potencias capitalistas imperialistas europeas–, y hayan dado contribuciones políticas trascendentes en momentos específicos de su tránsito a la causa revolucionaria, convirtiéndolos por ello en ídolos de la revolución, –y no al pueblo ruso y sus soviets–,  para ciertos sectores o sectas que se reivindican como revolucionarios y que practican el culto a la personalidad de aquellos.  Burguesía de Estado que usurpó el Estado y el Partido Bolchevique, luego comunista, fortaleciendo el centralismo burocrático en ambas instancias en contra de su democratización (el “centralismo democrático”), para eliminar cualquier disidencia o crítica a la dirección que le imprimieron al proceso. Conduciendo la represiva lucha de clases, en tanto burguesía, contra el proletariado, los campesinos y los soldados revolucionarios (y marinos como los legendarios bolcheviques aguerridos en 1917 de la base naval de Kronstadt, por exigir en 1921, elecciones libres para los soviets independientes),  organizados en Poder Popular o Soviets, y posteriores expresiones organizativas.  Que luego desató una represión criminal contra sus opositores y críticos de izquierda e impuso un régimen de terror de Estado contra el pueblo de la URSS (en el caso del dictador Stalin, ordenó purgas judiciales aterradoras para quienes no se “suicidaron” o “desaparecieron”, que previa tortura para provocar confesiones de “autoinculpación”, ocasionaron la muerte a miles de dirigentes y cuadros medios bolcheviques, casi las tres cuartas partes de los líderes del partido, porque le eran adversos, o se sospechaba que lo fueran), aspecto que no se puede solapar con el destacado hecho de la contribución determinante del ejército rojo para derrotar  el nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial Intercapitalista en Europa, en la que murieron veinte millones de soldados soviéticos por tener que enfrentar solos a la mayoría de las divisiones militares nazis en el frente ruso.

En el marco contrarrevolucionario del afianzamiento y desarrollo burocrático del Capitalismo de Estado, –ante el cual se ha debido por el contrario, en la perspectiva de fortalecer la nueva institucionalidad socialista con la participación popular autoadministradora para hacer decrecer  y diluir dialéctica y progresivamente  las funciones  del Estado capitalista, así como al Estado mismo, por su naturaleza dominante sobre la sociedad a reivindicar autogestionariamente–, podemos pasar a ubicar las opciones alternativas de la escuela como institución burguesa, en tanto aparato ideológico del Estado, con base en las contraposiciones que se manifestaron al respecto entre las tendencias  restauradoras o reformistas y las revolucionarias, en las cuales son emblemáticas para los historiadores críticos de la educación socialista, las posiciones de A.S. Makarenko y P.P. Blonskij.

Antes de que la centralización burocrática empezara a imponer las decisiones de Estado o del partido-estado, las distintas corrientes político-ideológicas y las individualidades revolucionarias que descollaban, contribuyeron con sus aportaciones al debate sobre el rumbo y las acciones que se debían aprobar para las transformaciones socialistas a realizar en los distintos ámbitos.

En el ámbito educativo, y con respecto a la institución escolar, un año después de la toma del Palacio de Invierno, se promulgó el Decreto de la Comisaria del Pueblo para la Instrucción Pública, dictado el 16 de octubre de 1918.  Este decreto adscribió todas las escuelas a su autoridad única, y concibió a la escuela como una institución para el trabajo colectivo  productivo socialmente necesario, cuya planificación y organización escolarizadas educarían al futuro ciudadano soviético.  Convirtiendo al trabajo en un recurso pedagógico articulado sin coacción con el interés y la creatividad de los niños en función del desarrollo libre de sus personalidades.  Por tanto la escuela es considerada como una comuna conectada con el entorno socioproductivo.  Asimismo, se proscribían todo tipo de evaluaciones (exámenes,  pruebas, etcétera), y cada escuela quedaba a cargo de una instancia denominada Consejo de Escuela para efectos de su autogestión, que incluía a los niños o alumnos de mayor edad.  Sin embargo, este decreto fue objeto de debates y discusiones.  Siendo el centro del debate la forma de articulación entre la escuela y el proceso socialmente productivo.  Articulación que ponía en cuestión la existencia o continuidad de la escuela, caracterizada como institución reproductora del Estado capitalista, y cuya formación educativa podían asumirla los talleres y fábricas comunalizados o colectivizados, entre otras formas de producción a desarrollarse, ya que expresarían nuevas  relaciones de producción de tipo socialistas en las que podrían educarse más integralmente los niños y jóvenes, así como en las “desurbanizadas”  comunas socialistas de convivencia proyectadas en las que residirían junto con sus familias, producto de una reterritorialización socialista de la población que planteaba la superación de contradicción ciudad-campo y de la segregación social en el espacio de las ciudades. Pero la mera estatización de las relaciones sociales de producción, jurídicamente formal, sin afectar la división del trabajo y la lógica  de producción de la plusvalía capitalistas, así como la continuidad de las políticas de urbanización-industrialización  en las ciudades de tipo también capitalistas que impidieron la agregación comunal-convivencial socialista, impidieron la “muerte de la escuela capitalista” por vía de su disolución en la formación dada en los centros de producción cooperativos y solidarios,  y en las comunas de corresponsabilidad convivencial socialistas.  Es decir, impidieron la exigida Revolución Cultural de la educación soviética.

Pese a este desenlace, en el que pesó la prestigiada participación directa de Lenin (y de su compañera educadora N. Krupskaia, quien matizó su posición al hacer consideraciones  pedagógicas sobre lo expuesto políticamente por él), defendiendo al Estado, –aunque no hay que negarle que en 1920 lo había caracterizado como un “Estado obrero con deformación burocrática”, la “dictadura del proletariado”, asimilado luego de la NEP, Nueva Política Económica de 1921 de carácter presuntamente transitorio por capitalista, en el hoy denominado críticamente  Capitalismo de Estado que prevaleció en el tiempo–,  y su consecuente posición a favor de la defensa reformista de la escuela en tanto aparato ideologizador del socialismo, favoreció con ello la posición de  Makarenko  contraria a la de  Blonskij, en una contraposición teórico-ideológica que ha sido sistematizada para beneficio de la historia de la educación.  Siendo el primero, autodefinido como antipedagogo por opuesto a las concepciones de la  Paideia y a la corriente educativa europea de la Escuela Nueva de entonces, es defensor de la reconversión o reforma comunal-productiva autogestionaria y disciplinadora no-coactiva de la escuela capitalista; y el segundo, afecto a la disolución de la escuela y propiciador de su sustitución por  la educación integral o “complejizadora”, al integrar a los niños en la vida de la convivencia comunal socialista donde se forman direccionadamente y de acuerdo a la evolución y maduración de los niños y jóvenes, en la interacción social transformada, y en la socialización polivalente de la vida tecno-productiva-colectivizada en los centros o unidades productivas (quien por ello fue descalificado como pseudosocialista o pequeño-burgués liberal, y defenestrado durante el estalinismo).  La contraposición dada sobre la pervivencia de la escuela burguesa en el socialismo, expresa la lucha de tendencias con respecto a la necesidad de reformar o reabsorber el Estado y sus aparatos reproductores en la sociedad civil, junto con la eliminación de las relaciones de producción  explotadoras del trabajo, en su negación dialéctica en la transición socialista, para impedir la restauración capitalista como históricamente ocurrió en la URSS, así como con otras experiencias revolucionarias fallidas.

Correo: diazjorge47@gmail.com

 

 

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