España: La asombrosa desaparición de 7 millones de niños españoles por el coronavirus

La asombrosa desaparición de 7 millones de niños españoles por el coronavirus

El filósofo y profesor universitario analiza las claves del confinamiento infantil por el coronavirus. ¿ Los ha ignorado el Estado más que a los perros salvo para hacer deberes y comer pizzas?

¿Sabían que hay 7 millones de menores de 15 años en España? ¿Y que ahora mismo están todos encerrados en sus casas sin poder salir y con un montón de deberes? No, no es que el Estado les haya castigado a todos por mal comportamiento. O sí. Son la población invisible del confinamiento por coronavirus.

César Rendueles -ensayista, filósofo y profesor de sociología en la UCM- lleva días reflexionando en Twitter sobre el difícil equilibrio entre crianza, cuidados, tareas escolares, alimentación y niños encerrados. Rendueles, autor de libros como ‘Sociofobia’, analiza las claves infantiles del coronavirus en esta entrevista.

PREGUNTA. Critica que los estamentos oficiales no han tenido en cuenta las necesidades de los niños en esta crisis. ¿Deberían poder salir?

RESPUESTA. Me gustaría comenzar aclarando que en ningún caso deberíamos incumplir las instrucciones que han dado las autoridades sanitarias. Nadie que no cumpla las excepciones establecidas por la ley debería salir de casa. Dicho esto, sí creo que podemos plantear preguntas sobre algunas decisiones, sobre todo cuando afectan al bienestar de colectivos vulnerables. En concreto creo que es llamativo el enfoque tan adultocéntrico que está teniendo esta crisis. En ningún momento se ha tenido en cuenta las necesidades de la infancia, una población que normalmente es objeto de una especial protección.

La primera ministra noruega dedicó una rueda de prensa de media hora exclusivamente a los niños. En la comparecencia de Pedro Sánchez de la semana pasada mencionó varias veces a las mascotas y sus necesidades y ninguna a los niños. Desde el primer momento se autorizó a los dueños de perros a sacar a pasear a sus animales. Lo cual me parece muy bien, por supuesto. Pero lo cierto es que los dueños de los perros también contagian y estamos hablando de muchísima gente. En España hay 13 millones de mascotas registradas, más que niños menores de 15 años. Simplemente se confía en que esas personas actuarán con responsabilidad y no abusarán de ese privilegio.

En el caso de las madres y padres de niños no se ha tenido esa confianza. No se ha permitido, por ejemplo, que los niños salgan a pasear diariamente unos minutos con todas las medidas de seguridad que sean necesarias: de uno en uno, acompañados de cerca por un adulto, en cierta franja horaria, respetando la distancia de seguridad, sin usar parques ni zonas comunes… Tal vez ni siquiera se ha tomado en consideración esa posibilidad.

P. ¿Por qué?

R. Estamos acostumbrados a esperar que los niños sean invisibles, que no molesten, no hagan ruido y no alteren el mundo “normal”, que entendemos que es el de los adultos. La crisis del coronavirus es una especie de paraíso adultocéntrico. Los niños han desaparecido completamente de la vista pública, por fin son asunto exclusivamente privado de sus padres.

Y luego está esa especie de rencor social: como a los niños les afecta menos gravemente el coronavirus, no sólo están invisibilizados, sino que se les ve como minibombas biológicas. Parece como si todo el mundo hubiera hecho un curso de epidemiología a distancia para explicarte que tus hijos son “supercontagiadores asintomáticos”. Cuando, en realidad, cualquier persona puede ser un contagiador asintomático durante el periodo de incubación de la enfermedad, también la gente que va a trabajar en metro por la mañana.

Insisto en que hay que respetar las decisiones de los médicos. Pero en otros países como Francia, Bélgica, Suiza o Austria han optado por otras regulaciones más atentas a la infancia. Tal vez esos países pequen de imprudentes pero echo de menos al menos una explicación. Hay que tener en cuenta que el confinamiento tiene un fortísimo sesgo de clase. No es para nada lo mismo vivir el encierro en una casa amplia, luminosa, con terraza o incluso jardín que en diminutos pisos interiores sin luz natural.

P. Respecto a las tareas escolares durante el confinamiento. ¿Hay un problema de ‘deberitis’ en las casas?

R. El cierre de todos los centros educativos nos ha pillado con el paso cambiado a todos los profesores. Es una situación complicadísima y sin precedentes en la que mucha gente está haciendo grandes esfuerzos por encontrar soluciones razonables. Las situaciones educativas son muy distintas entre sí. No tiene nada que ver tratar con estudiantes de 16 o 17 años, que son mucho más autónomos que con niños pequeños, de 7 u 8. No tienen nada que ver tampoco las asignaturas en las que las prácticas tienen mucho peso con otras más teóricas. En cualquier caso, todos los docentes, pero especialmente los de primaria y secundaria, tenemos que ser conscientes de la tensión que supone esta situación para las familias, tanto para los niños como para los adultos.

Hay colegios y profesores que, como decía, están haciendo una labor increíble en ese sentido, a menudo con pocos medios materiales, a base de sacrificio personal. En otros casos… no tanto. Algunos colegios piden a los padres que teletrabajen mientras supervisan que sus hijos realizan tareas complejas que requieren un alto grado de conectividad con los típicos problemas técnicos sobrevenidos y todo ello completamente encerrados en sus casas. Conozco personalmente varios casos de madres solas con situaciones laborales y sociales complicadísimas que me han dicho que lo que peor están llevando de esta crisis no es la incertidumbre económica o el miedo a la enfermedad sino el estrés de ser incapaces de ayudar a sus hijos con la avalancha de tareas que les llegan desde el colegio.

P. ¿El bilingüismo ayuda?

El programa bilingüe de la Comunidad de Madrid lo agrava todo mucho. Si muchas familias tienen dificultades para ayudar a sus hijos normalmente, cuando las tareas se multiplican y además están en inglés la cosa se vuelve surrealista. Hay madres y padres que sencillamente no entienden qué es lo que tienen que hacer sus hijos en Science.

P. Dice que el confinamiento ha agravado la desigualdad educativa. ¿Cómo?

R. Un hecho bien conocido en sociología de la educación es que los deberes aumentan la desigualdad. Los deberes benefician a los estudiantes con la capacidad para estudiar autónomamente y deja completamente descolgados a los que más ayuda necesitan. El papel de las familias es crucial, en ese sentido. Aquellos estudiantes cuyos padres tienen conocimientos y tiempo para ayudarles tienen una ventaja enorme. El confinamiento ha hecho que la educación consista sólo en deberes. Así que creo que no es muy aventurado suponer que en este periodo las desigualdades se agravarán. Habrá niños que avanzarán más que si hubieran ido a clase. Y otros se habrán quedado mucho más descolgados de lo que ya estaban.

P. ¿Por qué no le gusta el plan Telepizza de Ayuso para los niños con beca de comedor? ¿No es eso mejor que nada?

R. Rebuscar en un basurero también es mejor que nada, creo que esa no es la cuestión. El hecho es que existía una alternativa facilísima: dar el dinero que se va a entregar a Telepizza y Rodilla a las familias que necesitan esa ayuda para que compren la comida que les parezca.

Es realmente la solución más rápida y fácil y la que se ha elegido en otras comunidades autónomas. También es la que les gusta a los liberales cuando les beneficia a ellos. El único motivo para no optar por esa vía es el puro clasismo. Ayuso y los suyos creen que los pobres gastan mal el dinero y que es mejor financiar a papá Telepizza para que los alimente.

P. ¿Se ha necesitado una pandemia para entender la importancia de la sanidad pública?

R. Con la sanidad y otros servicios públicos, como las residencias para mayores, ha pasado lo mismo que con la educación. El confinamiento hace que veamos concentrado en un periodo de tiempo muy rápido procesos que normalmente podemos ignorar porque se dan a cámara lenta. El 31 de enero de 2019 una plataforma en defensa de la sanidad pública madrileña presentó un escrito en el que denunciaba la pérdida de más de tres mil camas en los últimos seis años. Explicaban, por ejemplo, que los operadores del 061, que atienden llamadas de urgencias sanitaria, esos que ahora están desbordados, tienen un convenio de telemarketing.

Hasta hace quince días esa degradación de la sanidad pública o la educación nos preocupaban pero las tolerábamos porque eran dinámicas que nos afectaban esporádicamente. De repente esas camas que han desaparecido, las corruptelas en la privatización de servicios sanitarios, la precarización del personal sanitario… Todo eso se ha vuelto cuestión de vida o muerte. En realidad, ya lo era. Miles de personas llevan años padeciendo en su cuerpo las consecuencias de ese desastre. Simplemente ahora nos afectan a todos a la vez.

Fuente de la Información: https://www.elconfidencial.com/espana/2020-03-22/coronavirus-millones-ninos-espanoles_2509379/

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Y el monstruo murió en la cama

Por: Francisco González Tejera

Colgar por los pies con soga fina, la que corta la piel y llega hasta los huesos, golpear con bates de béisbol cuerpos vivos, repletos de cicatrices, pasar su sucia lengua por los pechos de mujeres luchadoras, demócratas, destrozadas por la tortura de un sicario del actual régimen español de reyes, panderetas, tortura, fastos y gobiernos corruptos.

18 querellas rechazadas por los juzgados españoles, interpuestas por las víctimas de sus brutales torturas, sucesivos gobiernos cómplices de sus aberraciones indefinibles contra personas que luchaban por la libertad y la democracia, solo retirar alguna mierda de medalla para quedar bien con la prole, cuando lo que se tenía que haber hecho era encarcelarlo y que se muriera podrido entre barrotes. Pero Españistán es diferente, se sigue respaldando desde cada estamento del actual régimen al fascismo más criminal.

El criminal torturador Juan Antonio González Pacheco, más conocido por Billy «El Niño», murió este 7 de mayo en un hospital de Madrid aquejado de Coronavirus, este amigo íntimo de un montón jefazos de la policía española, era un criminal de lesa humanidad, un asesino psicópata condecorado por todos los gobiernos de la democracia, por una monarquía caduca que apesta a franquismo.

Murió tranquilo aferrado a un respirador de los reservados para los hijos del régimen, ese mismo respirador que no existe para los trabajadores que superan los 65 años, a los que dejaron morir por la falta de recursos de una sanidad pública española vendida por políticos mafiosos a la mafia de la sanidad privada.

Esto solo pasa en un país con el fascismo metido en la médula de cada escalafón político y judicial, de una España podrida, con una Constitución absurda que no ha servido para juzgar a quienes asesinaron al pueblo que luchaba por la democracia, los que metieron estacas de madera en las uñas de Lasa y Zabala antes de tirarlos en una fosa común inundada de cal viva.

Gobierna lo mismo está claro, de lo contrario este asesino hubiera muerto en la cárcel, lo más grave es que otros torturadores con placa policial siguen libres, cobrando pastones por sus medallas al mejor criminal, al que mejor metía la picana en testículos y vaginas, al que mejor violaba en la mesa de tortura a muchachas luchadoras.

Esto es España, no hay duda, el último reducto mundial del fascismo y la tortura.

Fuente: https://www.tercerainformacion.es/opinion/opinion/2020/05/09/y-el-monstruo-murio-en-la-cama

Imagen: https://pixabay.com/photos/oppression-women-violence-barbie-458621/

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Kenia: El pueblo que vive sin identidad

África/Kenia/30 Abril 2020/elpais.com

La comunidad religiosa shona se estableció en Kenia hace más de medio siglo, pero no está reconocida por el Estado, por lo que no pueden acceder a sanidad, educación o emprender un negocio

Como aquel a quien diagnostican una enfermedad que siempre tuvo, pero desconocía, millones de personas en el mundo descubren un día que el país que sienten como suyo, allí donde nacieron, no los reconoce como ciudadanos. No importan sus vivencias o sus recuerdos, a ojos de la administración no son del país, no tienen identidad. Son apátridas. Jonathan Mwawa lo descubrió bien pronto, en el colegio. “Los otros niños e incluso los profesores nos llamaban ndoredi (marginado en kikuyu)”, recuerda este joven treintañero de la etnia shona, una de las no reconocidas en Kenia.

Mwawa es uno de los 4.000 shonas, aproximadamente, que viven en el país africano desde hace cinco décadas. Esta comunidad religiosa originaria de Zimbabue llegó aquí en los años sesenta, como misión de la Gospel of God Church, fundada en 1932. Por aquel entonces, Zimbabue se llamaba Rodesia del Sur y ambos países eran aún colonias británicas. Pero poco se identifican con esos primeros migrantes Jonathan o su madre Sarah, también nacida en el país. En el municipio de Kiambu, a casi una hora en coche por una carretera polvorienta y estrecha al norte de Nairobi, donde apenas hay espacio para los matatus (minibuses locales) y los coches que se cruzan, vive esta mujer de 50 años, con su marido y sus tres hijos pequeños. En su casa, rodeada de frondosos cultivos de café, té y maíz, construida de ladrillo y de una sola planta, comparten patio con los vecinos. “No podíamos permitirnos una vivienda así cuando yo era niño”, comenta el joven, que ya está emancipado y tiene su propia familia. “Antes las cosas estaban peor”, añade.

Como la mayoría de las mujeres shona, Sarah Mwawa se dedica a la cestería, mientras los hombres trabajan como carpinteros. Una norma dictada por el fundador de la iglesia marca que todas ellas vistan con largas faldas de colores claros. También envuelven su cabeza con un fular blanco. Con las cestas, Sarah consigue algunos ingresos pero lamenta no poder poner en marcha ninguna iniciativa. La falta de documentación es una barrera insalvable, no solo para impulsar un negocio, sino para acceder a la sanidad o a la educación.

La casa de Michael Tshuma, a las afueras de Nairobi.
La casa de Michael Tshuma, a las afueras de Nairobi. L. B.

Un problema con diferentes causas

Según Bénédicte Voos, funcionaria superior de Protección para los Apátridas en la oficina regional de Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, comunidades como la shona “no son reconocidas como nacionales por ningún Estado bajo su ley”. Varios son los factores que pueden dejar a una persona huérfana de nacionalidad. Por ejemplo, el conflicto entre las leyes de dos Estados. También puede darse una discriminación de género en la ley, como sucede en Somalia, y que solo los hombres puedan transmitir la nacionalidad, una norma que desprotege a los niños con padre desconocido o que se niega a reconocerlos. En el caso del pueblo shona, sin embargo, el problema tiene sus raíces en los procesos de independencia, que sacudieron la estructura social y administrativa de las antiguas colonias.

En África esta situación afecta sobre todo a personas “que nacieron en un país, han pasado allí toda su vida y sienten que pertenecen a él”, apunta Voos, en oposición a otros lugares del mundo, donde suele afectar más a migrantes o refugiados. Jonathan subraya con firmeza: “Esta no es nuestra tierra ancestral, pero nacimos aquí y aquí crecieron nuestros abuelos”. Su comunidad habla suajili e incluso kikuyu, la lengua local propia de la zona donde se instalaron los primeros shonas que migraron al país.

Cuando Kenia logró su independencia en 1963, se abrió una ventana de dos años para que los habitantes de todos los orígenes pudieran registrarse como ciudadanos: asiáticos, europeos o trabajadores migrantes de otras colonias africanas. Muy pocos lo hicieron. “En la práctica hubo algunas lagunas: no se llevó a cabo una campaña informativa exhaustiva e incluso aquellos que se enteraron no acababan de comprender qué suponía no registrarse”, apunta Walpurga Englbrecht, representante adjunta de Acnur en Kenia.

Los pocos que sí obtuvieron ese primer documento de identidad lo perdieron en 1978, cuando llegó al poder Daniel Arap Moi. El segundo presidente del país modificó la Ley de Registro de Personas, estableciendo la ascendencia keniana como condición indispensable para renovar el carné de identidad. La norma se aplicó de manera tácita, sin informar a la población del nuevo requerimiento. Así lo explica un estudio realizado por esta agencia de la ONU en 2018. Pero ningún shona podía demostrar tener padres o abuelos kenianos. El resultado de los fallos en el engranaje administrativo ha dejado en este país un número aproximado de 18.500 apátridas, entre los cuales, unos 3.500 son shona.

Sin documentos no hay derechos

A Sarah Mwawa, su segundo parto, cuando tenía 20 años, la pilló en la cárcel dónde la policía la trató «muy mal» mientras la trasladaban de urgencia a un hospital. Así recuerda la madre de Jonathan una de las varias detenciones que sufrió cuando era joven. ¿El motivo? No contar con ningún documento que demostrara que era keniana. Para muchos miembros del pueblo shona, el momento en el que son conscientes del problema de ser apátridas llega cuando les piden documentos para poder ser atendidos en la sanidad pública o cursar la educación secundaria.

A Michael Tshuma, otro joven de la comunidad, de 22 años, casi le costó dejar el colegio. Hasta hace dos años, en 2018, el sistema educativo keniano requería un certificado de nacimiento para presentarse a los exámenes finales de primaria y poder pasar a la secundaria (ahora, lo requiere ya de entrada para comenzar la primaria). Si el registro de nacimientos ya es de por sí bajo en la sociedad keniana —según los últimos datos oficiales de 2014, solo un 67% de los menores de cinco años están registrados— para los shonas resulta imposible, porque se necesita un carné de identidad de uno de los progenitores o de la misma persona, si ya es mayor de edad, para tramitarlo. “Pasé mucho tiempo en casa mientras buscábamos a alguien que nos ayudara. Mi madre llegó a pagar 15.000 chelines (unos 130 euros) en sobornos a funcionarios del registro”, revela el joven. Al final, un profesor se comprometió a conseguirles el documento a cambio de 3.500 chelines. “En tres días apareció con el certificado y así es como pude examinarme”.

No todos los miembros de esta comunidad son apátridas, sino inmigrantes. Durante los años siguientes a la independencia, otros shona regresaron al país. Como tantos otros kenianos, vivieron ajenos a la Administración durante muchos años. Es el caso de Nebili Dube, la madre de Tshuma. Ella tiene 60 años y llegó al país en los 90. Ahora, explica, “ya no tiene nada que ganar en Zimbabue, se siente más cómoda en Kenia”.

Sin embargo, a ojos de la ley de inmigración del país, que requiere un mínimo de siete años de residencia legal para conseguir la nacionalidad, su situación es complicada. “Si no ha regularizado su estado antes, entonces será muy difícil. Si se quedó ilegalmente, no cumple las condiciones y lo que hay que hacer es investigar las leyes del país de donde viene”, apunta Englbrecht. En este sentido, las autoridades kenianas se han mostrado cautelosas. Aunque el año pasado facilitaron certificados de nacimiento a 600 niños shonas, algo imprescindible para lograr su naturalización además de ser una obligación legal del gobierno, han hecho mucho hincapié hasta ahora en distinguir a los llegados antes de 1963 y después.

Una norma dictada por el fundador de la iglesia marca que todas las mujeres shona vistan con largas faldas de colores claros.
Una norma dictada por el fundador de la iglesia marca que todas las mujeres shona vistan con largas faldas de colores claros. L. B.

Para la comunidad, la decisión es urgente. Y los datos les dan la razón. Según un estudio socioeconómico que aún no ha sido publicado “está muy claro que la apatridia exacerba la pobreza”, afirma Wanja Munaita, funcionaria de Acnur. Jonathan Mwawa lo experimenta en su día a día: “No somos el tipo de gente que hace un presupuesto y compra comida para toda la semana. Vivimos día a día. Te despiertas y no sabes lo que comerás por la noche, pero tienes que salir”.

El informe, que compara datos de la comunidad con los de los ciudadanos kenianos que viven en las mismas zonas, muestra que “los shonas son al menos tres veces más pobres que el resto de kenianos en esa zona”, avanza la experta. También queda patente que, mientras los niveles de escolarización primaria son parecidos, el número de niños shonas que cursan secundaria es radicalmente más bajo. De momento, el Gobierno keniano se ha comprometido a resolver la situación durante este 2020. Quizás la hija de un año de Mwawa sí que pueda crecer sin la lacra de la apatridia. “No estoy preocupado porque yo crecí en la misma situación, así que para mí es normal, ¿sabes? Pero no lo es”.

Fuente e imagen tomadas de: https://elpais.com/elpais/2020/04/23/planeta_futuro/1587651376_444838.html

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Las que cuidan

Por: Josefina Martínez

En diversos países del mundo, las ciudadanas y los ciudadanos salen a aplaudir a quienes se hacen cargo del cuidado en tiempos de coronavirus. Son, en su mayoría, mujeres. Hay una lección de género que sacar de esta pandemia.

Una auxiliar de ayuda a domicilio en Madrid o una enfermera en Nueva York. Una teleoperadora que hace teletrabajo desde casa mientras cuida a sus hijos. Una trabajadora del hogar inmigrante y una trabajadora de la logística en Italia. Mujeres que ponen el cuerpo en la primera línea del combate contra la pandemia y la crisis social.

«Somos las grandes olvidadas», nos dice Isabel Calvo, auxiliar de ayuda a domicilio en Madrid. Son miles las mujeres que, como ella, salen cada día a trabajar en tiempos de cuarentena, porque no pueden dejar sin servicio a personas enfermas o mayores. «En una jornada completa podemos llegar a ver a seis usuarios, les ayudamos con las actividades básicas de la vida, el aseo, la comida, una cita de un médico, recoger un poquito la casa». Sin embargo, aunque están en contacto estrecho con personas en riesgo, no reciben la protección adecuada por parte de las empresas empleadoras. En los últimos días, Calvo ha tenido que contactar personalmente con diferentes asociaciones para conseguir material de protección, mascarillas o batas. «Parece que tiene que suceder, ojalá que no, la muerte de alguna compañera para que esto se visibilice, que se ponga en el mapa». Y aunque ellas actúan como una barrera protectora para que muchos casos no lleguen a la sanidad pública, nadie las cuida. «Necesitamos protección, para poder proteger a los demás», asegura.

Tre Kwon es enfermera en el Hospital Mount Sinai de Nueva York. Junto con sus compañeras, personal sanitario y de limpieza, han creado el Grupo de trabajadoras de primera línea de la Covid-19, una especie de escudo humano para sortear la tormenta que se desata sobre las salas de emergencia cada día. Mientras Donald Trump declara en los medios que «estamos todos juntos en esto», Tre Kwon piensa algo muy distinto. «Somos nosotras las que ponemos nuestros cuerpos en la línea de frente. Somos las que ponemos en riesgo a nuestras familias y a nosotras mismas en el trabajo». Ella tiene una beba de tres meses y había ahorrado algún dinero para poder tomarse una licencia maternal, pero al ver por televisión la gravedad de la crisis ha decidido volver al hospital junto a sus compañeras y compañeros. Enfermeras y personal médico de Nueva York, California, Missouri y Texas están protestando por la «falta de preparación» de los hospitales para enfrentar la pandemia en el país más poderoso del mundo.

Las trabajadoras del hogar y los cuidados son un sector totalmente feminizado, que ocupa a más de 700.000 personas en España. La mayoría son migrantes y una parte importante trabaja como internas, en la economía sumergida y en situación irregular, debido a los requisitos de la Ley de extranjería, que no son fáciles de cumplir. En la última semana, el Gobierno calificó a este sector como parte de los servicios esenciales si tienen a su cargo el cuidado de personas enfermas o mayores.

Marina Díaz lleva trece años como trabajadora del hogar y pertenece a la Red de Hondureñas migradas. «Con esta crisis sanitaria, económica y social estamos sufriendo mucho más la precariedad y vulnerabilidad, debido a que las medidas tomadas por el gobierno no son las suficientes». La situación se agrava, ya que no reciben insumos de protección para evitar los contagios. «El subsidio extraordinario aprobado por el gobierno no cubrirá a todas las trabajadoras del hogar y los cuidados y además se tardará para poder obtener esa ayuda, pero la crisis la estamos viviendo ya», explica. Díaz hace una pregunta simple: «Dicen que somos esenciales, que sostenemos la vida y la economía y facilitamos a personas, principalmente mujeres, que puedan trabajar fuera de sus hogares. ¿Entonces por qué no tenemos los mismos derechos que los demás trabajadores de España? ¿Qué es lo que impide la entrada al Régimen General de la Seguridad Social?»

Maddy era una trabajadora inmigrante, empleada en la empresa DHL de Piacenza, cerca de Milán. Estaba organizada junto al sindicato de base Si-Cobas y participó de las huelgas que se desataron en el norte de Italia para exigir condiciones de protección sanitaria y el cierre de las empresas no esenciales cuando empezó la cuarentena. Falleció el 24 de marzo, después de contagiarse coronavirus. Sus compañeras y compañeros de trabajo prometen no olvidarla. El lema de muchas de estas huelgas era «Nuestra salud, antes que sus ganancias». Cuando se tiene que ir a la huelga para no morir, es que hay un sistema que merece perecer.

La pandemia, con epicentro en Italia, España y Estados Unidos, ha puesto al desnudo las profundas contradicciones del capitalismo patriarcal donde los trabajos de cuidados y los empleos más precarios siguen recayendo en las mujeres. Durante las décadas de ofensiva neoliberal se desplegaron múltiples tendencias que aumentaron como nunca el entrelazamiento de los agravios de clase, género y racismo para las mujeres trabajadoras.

Mientras el Estado recortaba drásticamente los presupuestos de salud, educación y servicios sociales –preparando así el colapso del sistema sanitario ante pandemias como la actual– se incentivó la expansión de empresas privadas en estos sectores, que emplean trabajo femenino, precario y sin derechos. Al mismo tiempo, el ingreso al mundo laboral de millones de mujeres en todo el planeta, especialmente en los países más ricos, supuso un aumento de la demanda de mano de obra de mujeres migrantes, tercerizando el trabajo del hogar como trabajo asalariado.

Pero la mayor feminización de la fuerza laboral no implicó una reducción de la carga del trabajo doméstico en los hogares para gran parte de las mujeres. Y en esta crisis, esa contradicción también estalla. ¿Cómo combinas el teletrabajo con cuidar a tus hijos durante todo el día? ¿O cómo cuidas adecuadamente a tu familia, si has sido despedida y tienes que elegir entre pagar el alquiler o comprar comida?

Si la conciliación familiar ya era una tarea titánica para la mayoría de las mujeres en tiempos «normales», qué decir cuando tienes que sortear la presión de los jefes y el cuidado de los niños, al mismo tiempo, dentro de las cuatro paredes del hogar. ¿Y qué ocurre cuando no se puede establecer un espacio físico de teletrabajo separado del resto de la familia, en pequeños pisos sin condiciones adecuadas?

La crisis múltiple que estamos atravesando (crisis sanitaria, económica, geopolítica y social) desvela la barbarie de un sistema capitalista patriarcal que no puede asegurar ni siquiera la atención médica a gran parte de la población, donde algunas corporaciones capitalistas se lucran con la producción e investigación de vacunas, mientras se trata a las personas mayores o las que están enfermas como material descartable. Un sistema que se encamina hacia una probable depresión y que intentará, una vez más, reconstruir el ciclo de acumulación sobre los cuerpos cansados y explotados de las mujeres y el conjunto de la clase trabajadora, a costa de la vida de millones.

Pero algo está cambiando. Cuando miles de personas aplauden desde sus balcones a las enfermeras y al personal médico, cuando se viraliza un video aplaudiendo a las limpiadoras de un hospital, cuando alguien le agradece a la cajera de un supermercado, está empezando a coger fuerza una idea: podemos vivir sin banqueros, sin grandes empresarias que rompan los techos de cristal, pero no podemos vivir sin las trabajadoras del campo, sin las que cuidan a niños y ancianos, sin las que producen nuestros alimentos y nuestra ropa. Una vez que esta idea prenda, será difícil apagar el fuego.

Fuente e imagen: https://nuso.org/articulo/las-que-cuidan/

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Es vergonzoso que mueran estadounidenses por costos médicos

América/Estados Unidos/01/04/2020/Autor y fuente: tercerainformacion.es

El senador Bernie Sanders califica de “vergüenza internacional” la muerte de los estadounidenses que no van al hospital por temor a los altos costos médicos.

Hoy las personas están muriendo sabiendo que están enfermas, pero no van al hospital porque no pueden pagar la factura […] Esa es una desgracia internacional”, denunció el domingo el aspirante demócrata a la Presidencia de EE.UU.

En un mensaje difundido en su cuenta en la red social Twitter, Sanders criticó el continuo crecimiento de la cifra de muertos y contagiados por el coronavirus en EE.UU., en medio del aumento de las críticas internas y externas a la gestión de la pandemia  por parte del presidente estadounidense, Donald Trump.

Debido a tal situación, el senador estadounidense por el estado de Vermont (noreste) ha insistido en que el Gobierno norteamericano debe garantizar la atención médica a todos los ciudadanos.

La semana pasada, varios informes revelaron que un centro de atención de urgencia estadounidense denegó la atención médica a un joven de 17 años porque no tenía seguro médico, y acabó muriendo por problemas vinculados con el nuevo coronavirus, denominado COVID-19.

Es más, conforme a los resultados de un sondeo realizado por la consultora Ipsos, casi uno de cada cuatro adultos estadounidenses ha perdido su trabajo o ha sido suspendido por la pandemia del COVID-19.

“Es inaceptable que decenas de millones de estadounidenses, a pesar de trabajar duro en empleos a tiempo completo, ahora se encuentren despedidos, sin nada en el banco y están aterrorizados de cómo podrán alimentar a sus hijos”, lamentó Sanders en otro tuit.      fmk/nii/

Fuente e imagen: https://www.tercerainformacion.es/articulo/internacional/2020/03/30/es-vergonzoso-que-mueran-estadounidenses-por-costos-medicos

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