En noviembre de 1950, cuando los soldados norcoreanos hicieron retroceder al ejército de Estados Unidos, el presidente Truman convocó
una rueda de prensa que ha pasado a la historia y en la que amenazó con iniciar una guerra nuclear.
Después de que Truman pronunciara unas palabras insustanciales y hablara durante algunos minutos sobre pormenores diplomáticos, un periodista preguntó si Estados Unidos utilizaría su armamento nuclear. El presidente estadounidense afirmó que no solo estaba sopesando la posibilidad de un ataque de esas características, sino que además el “responsable militar en el terreno” decidiría si era mejor dirigir este ataque contra militares o civiles. Tampoco descartó la posibilidad de atacar a China [aliado de Corea del Norte].
Esas palabras desencadenaron el caos. Tanto el electorado como las Naciones Unidas y los aliados de Estados Unidos empezaron a mostrarse en contra de la presencia militar en la península de Corea. La rueda de prensa se convirtió en un ejemplo de manual sobre cómo no debe ser la diplomacia nuclear.
Todos los presidentes han intentado no cometer el mismo error. Ahora, el presidente Trump ha roto esta tendencia y ha pronunciado un discurso en el que lanza amenazas “de fuego y furia” contra Pyongyang.
Tras la sexta prueba nuclear de Corea del Norte, todo parece indicar que Trump se encamina hacia otra crisis diplomática. Ha criticado la pasividad de Corea del Sur y ha amenazado con poner fin al acuerdo comercial que une a este país con Estados Unidos. También ha amenazado con imponer sanciones a China y ha alertado sobre la posibilidad de que Estados Unidos haga uso de su armamento nuclear. Mientras escribo esta columna, el apoyo internacional en torno a la crisis de Corea del Norte disminuye cada minuto que pasa.
Parte de la derecha de Estados Unidos siempre ha sopesado la posibilidad de una guerra nuclear. Esta idea tiene su origen en la descripción que hizo el diplomático Paul Nitze del bombardeo atómico de Hiroshima en 1945. A Nitze le impactó el hecho de que personas que estaban en la zona del impacto sobrevivieran y que los trenes volvieran a funcionar en menos de 48 horas, así como el hecho de que la cifra de muertos y heridos fuera parecida a la de los ataques de las fuerzas aliadas contra Berlín y Dresde.
Si bien Nitze se convirtió al final de sus días en un firme defensor del desarme unilateral, lo cierto es que durante la mayor parte de su vida trató de inculcar la noción de que la estrategia nuclear no solo era una opción, sino que era la opción ganadora. Creía que solo si estabas dispuesto a librar una guerra nuclear –sobrevivir y ganarla– tenías el poder de disuasión necesario para prevenirla.
Y esto es precisamente lo que creen Trump y un grupo de estrategas que recientemente ha quedado marginado. Trump siempre ha estado obsesionado con las armas nucleares.
La «bobada» de la bomba
En 1984, Trump afirmó que podía obligar a Rusia a aceptar una tregua militar. Y soltó a un periodista: “Con una hora y media puedes aprender todo lo que necesitas saber sobre misiles… creo que yo ya sé todo lo necesario”. En 1990, en declaraciones a la revista Playboy afirmó: “Siempre he reflexionado sobre una posible guerra nuclear, es un elemento muy relevante en mi proceso de reflexión”, y puntualizó que los argumentos detrás de la tradición de Estados Unidos de no utilizar este tipo de armamento eran “una bobada”.
Sin embargo, una característica común de los halcones nucleares de Washington, desde la era Truman hasta la de George H. W. Bush, es que no utilizaron armas nucleares. Nitze, por ejemplo, intentó repetidamente y por todos los medios llegar a acuerdos estratégicos para reducir el arsenal nuclear ruso y al mismo tiempo ejercía presión militar y económica sobre Rusia.
Incluso los halcones más agresivos entendían que debían salvaguardar un sistema internacional. Cuando, tras la caída de la Unión Soviética en 1991 este sistema pasó a ser unipolar, el delirio de la derecha de tener un poder mundial absoluto sirvió para calmar su sed de aniquilación nuclear. Este poder absoluto se traducía en la visión de los soldados abriendo a patadas las puertas de los lugareños. Lanzar misiles balísticos era cosa de enclenques. Ahora, Estados Unidos es el enclenque. La rabieta infantil de Trump con Seúl es una buena muestra de ello.
El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in , se hizo con el poder en mayo después de que millones de manifestantes forzaran la destitución de su predecesora, Park Geun-hye, de tendencia derechista. El nuevo presidente ha prometido derogar las leyes de seguridad cuyo propósito era reprimir a la izquierda. También ha prometido promover la reconciliación con Corea del Norte y ha abogado por diseñar una política exterior propia, al margen de Estados Unidos. Por otra parte, al menos en un inicio, se ha opuesto al despliegue de sistemas de defensa antimisiles estadounidenses.
Si vas a utilizar a Corea del Norte para provocar un conflicto de poder con China, como reconoció abiertamente Steve Bannon, exasesor de Trump, es mejor que primero estés seguro de que tu país aliado en ese conflicto está liderado por un halcón. Para Estados Unidos, este no es el caso.
En primer lugar, la inestable democracia de Corea del Sur está funcionando mejor que la de Estados Unidos y Park fue destituida por delitos mucho menos graves de los que supuestamente ha cometido Trump. Y en segundo lugar, el pueblo de Corea del Sur entiende que China es la fuerza hegemónica emergente en el Pacífico. El sistema mundial unipolar está dando paso a un sistema caótico en el que China y Rusia crean polaridades locales débiles. Entender qué fuerza liderará la región en el siglo XXI no es difícil si vives en la península de Corea. Estos son los hechos que tienen en cuenta las fuerzas que intentan frenar a Trump.
Imaginemos que Kim lanza un misil nuclear contra Guam o Japón y que entonces Estados Unidos lanza bombas sobre dos o tres puntos estratégicos en Corea del Norte y hunde la marina de Pyongyang. Tras esta acción, estalla una guerra convencional y breve que destruye Seúl y la mayor parte de Corea del Norte. China, sacudida por lo sucedido, reconoce que se equivocó en sus cálculos y no lanza una ofensiva.
Este sería probablemente el escenario menos destructivo del que sería el primer ataque nuclear desde 1945. Sin embargo, deberíamos hacernos la siguiente pregunta: ¿qué lección aprenderían Rusia y China? Aprenderían que las armas nucleares sirven para conseguir una victoria geopolítica. Desde un punto de vista moral, aprenderían la lección de que la aniquilación nuclear está permitida.
En un contexto mundial en el que el poder de Estados Unidos está disminuyendo, la comunidad internacional en su conjunto, y muy especialmente las democracias consolidadas de Europa Occidental, tienen la responsabilidad de promover un sistema multipolar respaldado por tratados que separen de forma explícita el comercio de los intereses geopolíticos. Ahora mismo, el peligro al que nos enfrentamos no es solo el fin del tabú nuclear sino también que las decisiones irracionales de Kim y Trump destruyan la posibilidad de un sistema mundial multipolar creado a partir de un consenso.
Bannon, que fue expulsado de la Casa Blanca por un grupo de exgenerales que intentan frenar a Trump, califica a sus adversarios de “ conciliadores racionales ”. En un contexto en el que China se perfila como un peso pesado del sistema mundial de poderes, ser conciliador es, en efecto, lo más racional.
La conciliación no implica que no puedas criticar las acciones de otros países o que no puedas apoyar a los defensores de la democracia en países como China o Corea del Norte. Tampoco implica una retirada unilateral de las tropas. Implica que debes dialogar.
Fuente: https://www.rebelion.org/noticia.php?id=232015