Jorge Vaquero Simancas: Las mujeres aportan tres veces más valor económico que los hombres por el trabajo no remunerado. México

Tareas como el cuidado de personas dependientes o la limpieza del hogar representan el mayor porcentaje del PIB de México con un 24%

mayores carencias económicas de México es donde la contribución al PIB aumenta. En Chiapas, 6 de cada 10 pesos del PIB los generan los empleos sin pago, mientras que en Guerrero la cifra es del 50% y en Oaxaca del 48%. Las regiones mexicanas en las que la ocupación sin salario contribuye menos son Campeche (10%) y Ciudad de México (12%).

 

Este valor, que nunca se refleja en las estadísticas económicas del país, comenzó a contabilizarse en 2003 para dar valor a las tareas del hogar que la mayoría de veces realizan las mujeres, que se veían invisibilizadas en los datos. El punto álgido de la aportación del trabajo no remunerado al PIB fue durante la pandemia y el confinamiento de 2020, cuando la cifra representó un 26%.

 

La solución a la desigualdad de aportación entre hombre y mujeres que plantea el Instituto Mexicano para la Competitividad es romper los roles de género para que los 72,9 billones de pesos que aporta el trabajo no remunerado se equilibre entre ambos géneros. Exigen a los tres poderes de Gobierno y al sector privado medidas que mejoren las facilidades para que las mujeres no sean las responsables de sostener este valor económico: que las personas dependientes reciban cuidados en centros especializados, que se promueva la flexibilidad laboral y que se extienda el apoyo a las madres con más guarderías, para que ellas no sean siempre las que mantengan este gran aporte económico a la riqueza de México.

Fuente: https://elpais.com/mexico/2023-11-24/las-mujeres-aportan-tres-veces-mas-valor-economico-que-los-hombres-por-el-trabajo-no-remunerado.html

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Mundo: El trabajo no remunerado puede afectar más la salud mental de las mujeres que de los hombres

El trabajo no remunerado puede afectar más la salud mental de las mujeres que de los hombres

Las mujeres suelen tener muchas horas de trabajo en el hogar y tareas de cuidado además de un empleo, mientras que los hombres tienen tareas menos sensibles al tiempo, como cortar el césped.

En todo el mundo, las mujeres realizan más trabajo no remunerado —las labores del hogar, el cuidado de los niños y los ancianos y la carga mental de gestionar una familia— que los hombres. Un nuevo estudio sugiere que esto afecta la salud de muchas de ellas.
Un metaanálisis de 19 estudios, que incluyó a 70.310 personas en todo el mundo, publicado en septiembre en la revista especializada The Lancet Public Health, encontró que cuanto más de este tipo de trabajo realizan las mujeres, peor es su salud mental. Esta investigación analizó el trabajo no remunerado de personas que también tenían un trabajo remunerado. De igual manera, otros estudios recientes han encontrado que el trabajo del hogar que realizan las mujeres se asocia con una mala salud, tanto física como mental.

Los hallazgos señalan una razón por la que a las mujeres se les suele diagnosticar ansiedad y depresión con más frecuencia que a los hombres y ayuda a explicar por qué, ahora que las escuelas están abiertas y las madres regresaron a sus empleostodavía sienten más estrés del que sentían antes de la pandemia. Los efectos en la salud mental de ese trabajo adicional que las madres hicieron durante los momentos más difíciles de la pandemia aún prevalecen.

La investigación encontró que las labores domésticas y el cuidado de los niños tienen un menor impacto en la salud de los hombres. Tal vez esto se deba a que lo realizan en una proporción mucho menor. En Estados Unidos, las mujeres trabajan un promedio de 4,5 horas en esas actividades, en comparación con 2,8 horas en el caso de los hombres, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (calcula promedios generales, sin considerar si las personas tienen un empleo remunerado o no). En Grecia, el promedio es de 4,3 horas en el caso de las mujeres contra una hora y media, en el de los hombres. Incluso en los países donde hay mayor equidad de género, como Suecia, las mujeres dedican a esas labores 50 minutos más al día que los hombres.

Durante los confinamientos por la pandemia, los hombres realizaron más trabajo no remunerado del que habían hecho antes, pero lo mismo sucedió con las mujeres, así que sus porcentajes totales continuaron igual. Esto sucedió en diversos países.

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Los hombres suelen encargarse de las tareas exteriores, como cortar el césped, que se realizan con menos frecuencia y en un horario más flexible que algunas tareas domésticas típicas.
Credit…Travis Dove para The New York Times
Los hombres suelen encargarse de las tareas exteriores, como cortar el césped, que se realizan con menos frecuencia y en un horario más flexible que algunas tareas domésticas típicas.

Pero también se debe a que el tipo de trabajo de esta índole que realizan los hombres no está sujeto a horarios fijos y es más disfrutable o al menos más tolerable. Por ejemplo, los hombres suelen estar a cargo de actividades al aire libre, como podar el césped, que se hacen con menos frecuencia y en un horario variable. Es más probable que las mujeres realicen tareas cotidianas en horarios fijos, como preparar los alimentos o limpiar la casa.

Puede que las expectativas sociales tengan algo que ver. Por ejemplo, hay estudios que han demostrado que las mujeres sienten la presión de mantener la casa limpia y se sienten juzgadas si no lo hacen. Por su parte, a los hombres suele elogiárseles por actividades cotidianas como limpiar la casa o llevar a un hijo a una cita médica.

El trabajo no remunerado en sí no es problemático, según la investigación. Más bien, es todo lo que conlleva: si entra en conflicto con las responsabilidades de alguien más, como el trabajo remunerado, y si es lo que alguien quiere hacer.

Los científicos sociales nombraron por primera vez estos problemas hace más de medio siglo, y desde entonces se han agudizado, ya que cada vez más mujeres han asumido un trabajo remunerado. El término “tensión de roles”, acuñado en 1960 por el sociólogo William J. Goode, describe lo que ocurre cuando los múltiples roles de una persona interfieren con su rendimiento en otros: cuando las largas horas de trabajo doméstico no remunerado hacen que la gente se sienta menos capaz de hacer su trabajo remunerado, o viceversa.

La “pobreza de tiempo” —un término que los científicos sociales utilizan para describir el hecho de no tener suficiente tiempo para trabajar o realizar actividades recreativas— afecta en especial a las mujeres con demandas de cuidado y a personas con trabajos sin flexibilidad y mal remunerados. La pobreza de tiempo contribuye a declives en la salud mental y también dificulta hacer cosas que mejoran la salud como hacer ejercicio, dormir o cultivar amistades. Un estudio encontró que aunque es cada vez más probable que las parejas heterosexuales compartan la responsabilidad del trabajo remunerado y el que no lo es, los hombres tienen mucho más tiempo de ocio los fines de semana mientras las mujeres realizan más labores del hogar.

En algunos casos, se encontró que los padres que renunciaron al trabajo remunerado para cuidar de los hijos se sienten más contentos con sus labores no remuneradas, pero no siempre es así. Depende de qué tanto coincide con lo que querían hacer o si sienten que en realidad no tuvieron muchas alternativas al momento de elegir.

“No está claro que realizar una mayor cantidad o una mayor proporción de trabajo doméstico no remunerado se asocie negativamente con la salud física o mental per se”, dijo Daniel L. Carlson, sociólogo de la Universidad de Utah, que estudia el tema. “Las madres que tienen la responsabilidad mayoritaria de esas tareas, pero que también son muy convencionales en sus roles de género, no están en conflicto con esa responsabilidad. Pero en el caso de las mujeres que creen más en la igualdad, tener esas responsabilidades conlleva una salud mental más deficiente”.

De ahí se derivan en parte las identidades discordantes, explicó: “Quiero ser esta persona, pero no lo soy”.

Resulta revelador que, aunque las parejas del mismo sexo tienden a repartirse la responsabilidad principal del trabajo y la familia una vez que tienen hijos, suelen estar más contentas con la división. Hay investigaciones que han descubierto que esto se debe a que es más frecuente que se hable de quién hará qué, en lugar de suponerlo en función del género.

Los investigadores de The Lancet afirman que es difícil extraer conclusiones definitivas de los 19 estudios y que sería conveniente realizar más investigaciones. Hay un vacío en la investigación académica, que algunos estudios más recientes están empezando a llenar: se trata de un análisis más detallado de cómo afectan a las personas los distintos tipos de tareas y responsabilidades.

Por ejemplo, para algunas personas es más agradable hacer la compra que lavar la ropa o disfrutan más cocinar que lavar los platos. El cuidado de los niños puede resultar más gratificante que las tareas domésticas, y leer o dar un paseo con un niño es más agradable que calmar un berrinche o levantarse a las tres de la mañana a atender a uno de los hijos que se despertó.

Pero, según los investigadores, una cosa está clara, cuando los hombres realizan más trabajo no remunerado, se alivia el impacto en las mujeres.

Claire Cain Miller escribe sobre género, familias y el futuro del trabajo para la sección The Upshot. Se unió al Times en 2008 y formó parte de un equipo que ganó el Pulitzer al servicio público en 2018 por informar sobre temas de acoso sexual en el lugar de trabajo. @clairecm  Facebook

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2022/10/06/espanol/trabajo-no-remunerado-mujeres.html

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Mujeres y niñas latinoamericanas comparten violencias y poca atención de los gobiernos

Miriam González Sánchez/CIMAC Noticias

 

Sin importar el país, mujeres y niñas de la región Latinoamericana comparten violencia, exclusión, pobreza, abusos, deserción escolar, embarazos forzosos, feminicidio, exclusión laboral y nulo acceso a la salud, así lo compartieron mujeres concejalas y la presidenta municipal de México, Colombia, Chile y El Salvador durante el Conversatorio regional “Experiencias de las mujeres en la política en apoyo a la población, acciones y retos”.

En el evento que se llevó a cabo el pasado 29 de agosto y fue convocado por la organización chilena “Desarrollo Sin Fronteras”, la presidenta municipal de Tlaxcala, México, Anabell Avalos Zempoalteca; la concejala del movimiento político “Estamos Listas en Medellín”, Colombia, Dora Cecilia Saldarriaga Grisales; la concejal de la municipalidad de Viña del Mar, Chile, Laura Gianicci Natoli; y Keyla Cáceres de León, especialista en incidencia parlamentaria y organización comunitaria de El Salvador, coincidieron en que la crisis sanitaria por COVID-19 ha evidenciado las múltiples situaciones de vulnerabilidad a las que se enfrentan las mujeres, no obstante las respuestas de los Estados que no han tomado en cuenta el impacto diferenciado entre mujeres y hombres, convirtiéndose en un reto mayúsculo los esfuerzos que realizan desde sus espacios políticos.

En Medellín, la pandemia exacerbó las violencias que viven las mujeres. Incrementaron los casos de feminicidio, la violencia familiar y sexual. De enero a la fecha han desaparecido 15 mujeres. Sin embargo, pese a que existen varias implementaciones gubernamentales en materia de género, no existe voluntad política para enfrentar estas violencias.

Al igual que en México, hubo un aumento en las llamadas a los números de emergencia por violencia, sin embargo, las denuncias no prosperan pues para el sistema judicial éste continúa siendo un tema accesorio. La violencia contra las mujeres es una pandemia poco visibilizada.

En México, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública los casos de feminicidio subieron 40 por ciento. De enero a junio, a nivel nacional, se iniciaron 18 mil 884 carpetas de investigación por violencia familiar, de las cuales 2 mil 824 se abrieron en junio, lo que representó un incremento del 18 por ciento comparado con las registradas en mayo.

“Encerramos de golpe a las mujeres con sus agresores, en medio de una cuarentena estricta, en un estado de excepción, con tanquetas en las calles combatiendo el virus, ¿por qué?, lo único que esta acción desencadenó fueron violaciones y desaparición de niñas”, puntualizo Keyla Cáceres, de El Salvador.

“La violencia contra las mujeres en el contexto de la COVID-19 es un panorama igual en toda la región. En Chile, las mujeres se enfrentan a una diversidad de violencias e incremento del trabajo del hogar”, dijo en su oportunidad, Laura Gianicci.

Trabajo de cuidados

Otro tema que cruza a los cuatro países fue el de cuidados. Ante el confinamiento, el trabajo no remunerado de las mujeres se exacerbó. Para Dora Saldarriaga “si no se reconocía el aporte de las mujeres en los cuidados y cómo ellas son quienes sostienen los sistemas productivos de los países, la crisis sanitaria lo puso en la lupa, sin embargo, se sigue mirando como un deber ser de las mujeres”.

El trabajo no remunerado se ha multiplicado en el confinamiento, a las labores de quehaceres del hogar se han sumado el cuidado de personas adultas mayores, de niñez y adolescencia y la instrucción escolar. A nivel mundial los datos demuestran que con cada 2 horas más de trabajo de cuidados diario que tiene una mujer pierde 10 por ciento de trabajo remunerado.

“Para los hombres el tema del cuidado lo tienen resuelto, siempre es una mujer la que lo resuelve”. Mientras que para las mujeres se multiplicó este trabajo, al trabajo remunerado desde casa, se sumó el trabajo del hogar, el cuidado de la familia, y la atención escolar de hijas e hijos. “En una breve encuesta encontramos que para las mujeres se habían incrementado entre 4 y 6 horas de cuidados a diferencia de los hombres”, puntualizó la Concejala de Medellín.

Empleo

En materia de empleo remunerado, en el caso de El Salvador, una parte importante de su economía sobrevive de la industria textil, las maquilas, donde trabaja un porcentaje alto de mujeres adultas con enfermedades crónicas. Con la pandemia, se incrementó la explotación laboral, a los sueldos bajos, se le sumó el despido masivo y el freno en el acceso a la salud. Muchos de los patrones dejaron de pagar las cuotas de salud, bajo la pasividad del gobierno, desde febrero de 2020. “Las mujeres no han podido acceder a la salud; las han despedido sin un pago correspondiente por su trabajo y antigüedad. El gobierno permanece callado”.

Para Viña del Mar este escenario es familiar. Lejos de los reflectores del Festival de Viña del Mar, esta ciudad es donde existe el mayor número de campamentos de extrema pobreza en el país, y el segundo lugar nacional con personas adultas mayores.

“La pandemia nos tomó en un momento brutal. Actualmente no hay ingresos, están cerradas las fuentes de empleo (casinos, hoteles, servicios) y las que más enfrentan estos despidos son las mujeres. Las trabajadoras del hogar son las más golpeadas, y recién en el Congreso se acordaron de ellas”. La pobreza tiene rostro de mujer, sin embargo, aún en la pandemia están invisibilizadas.

Mientras que las personas adultas mayores viven una violencia estructural implícita y empobrecida. Llegar a una edad adulta también implica el empobrecimiento y el olvido de los familiares, donde las mujeres adultas mayores son las que enfrentan las peores condiciones.

Incremento de embarazos en niñas y adolescentes

Otro de los retos que enfrenta la región son los embarazos de niñas y adolescentes. De acuerdo con el Fondo de Población de las Naciones Unidas es posible que 47 millones de mujeres de 114 países de bajos y medianos ingresos no puedan tener acceso a anticonceptivos modernos, por lo que se prevén hasta 7 millones de embarazos no deseados.

En El Salvador, se incrementaron los embarazos en niñas de 10 a 19 años de edad. “Tenemos registrados más de 6 mil embarazos en el contexto de la pandemia. En el segundo trimestre de 2020 hemos registrado un incremento de embarazos de niñas de 10 a 14 años de edad, una violación legitimada por el Estado. Un Estado que se olvidó de poner la mirada de género en cada una de las decisiones que tomó para mitigar esta pandemia”.

En medio del coronavirus, la violencia y la violencia sexual desembocaron en embarazos a una edad muy temprana que limita las posibilidades de las niñas, en medio de Estados que las obligan a tener esas hijas e hijos y que no les dan la libertad de interrumpir un embarazo no deseado que pone en riesgo su salud. Necesitamos garantizar a las niñas un futuro y no la maternidad forzada a la que ahora se están enfrentando. El Instituto Guttmacher calcula que este año se producirán al menos tres millones de abortos en condiciones de riesgo.

Actualmente 90 por ciento de los hospitales en el país son para COVID-19, por lo que no hay monitoreo, seguimiento y, en algunas instituciones, persiste el desabasto de medicamentos. A nivel mundial, se estima que 113 mil mujeres podrían morir por no tener acceso a salud reproductiva durante sus embarazos a raíz de la pandemia.

Acceso a la educación

En materia educativa, las cuatro mujeres coincidieron que en medio de un regreso escolar inminente, la deserción escolar al terminar este año será enorme. En el caso de El Salvador, sólo 17 por ciento de la población tienen acceso a internet, lo que impacta a las niñas y adolescentes de las zonas más marginadas.

“En El salvador a las niñas que no tienen WhatsApp para recibir y enviar tareas, les pidieron ir a la escuela a recoger las guías de trabajo, eso significaba ponerlas en riego porque las calles están llenas de policías y soldados, además que se tenía un control para la salida por lo que su madre, padre o tutor tampoco podían salir todos los días a traer las tareas”, señaló Keyla Cáceres.

Como un acto para romper el aislamiento físico a través de la comunicación virtual, las mujeres coincidieron en que uno de los principales retos que enfrentan en medio de la pandemia es colocar en la agenda pública los retos y necesidades que enfrentan las mujeres de sus países. No puede existir ningún intercambio de ideas, foros, discusiones sin que las mujeres estén presentes. “Ese es nuestro trabajo permanente en estos cargos, que se visibilice dónde están las mujeres, sus retos y necesidades, y con ello construir políticas públicas con perspectiva de género. No se trata sólo de llegar e implementar las agendas que están colocadas sino colocar la agenda de los Derechos Humanos de las mujeres”, coincidieron.

“Estar en el mundo de la política no es fácil, pero sí una oportunidad para hacer un cambio. Un frente común entre mujeres de Latinoamérica. Conocernos más allá de las fronteras. Hay mucho por hacer para cerrar las brechas de género”.

Los Estados necesitan resolver la desigualdad social que nos ha llevado a las mujeres a ser el eslabón más débil en medio de la pandemia. Si no existe una voluntad política para resolver las brechas de género se van a incrementar en los siguientes años, concluyeron.

Fuente e imagen:  CIMAC Noticias

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Entrevista a Juliana Martínez Franzoni: Pensar los cuidados en medio de la gran pandemia

Por:  Ailynn Torres Santana

 

La crisis asociada al coronavirus genera el congelamiento de la economía monetaria y la sobreexigencia de la economía no monetaria y doméstica. El covid-19 evidencia la desigualdad en las tareas domésticas entre varones y mujeres y demuestra la falta de sistemas públicos de cuidado. En esta entrevista, Juliana Martínez Franzoni, reconocida académica e intelectual, afirma que es el momento de proponer un nuevo modelo de cuidados para lograr igualdad y justicia.

El covid-19 no es solo una crisis sanitaria, sino que afecta diversos ámbitos de la vida social. ¿Cuál es, según su opinión, el alcance de esta crisis? ¿Qué dimensiones involucra?

Si bien esta crisis empezó siendo sanitaria, rápidamente se volvió social, política y económica. No hay orden de la vida que esta crisis no haya tocado. Es, además, una crisis planetaria cuyos alcances aún no podemos comprender adecuadamente.

Aunque la respuesta inicial a la crisis se produjo a través de los sistemas sanitarios, la única manera de hacerle frente es reduciendo la demanda sobre los hospitales, cortando las cadenas de contagio para que no se desborden. Eso ha llevado al distanciamiento social y al congelamiento de la economía monetaria. Subrayo la palabra «monetaria» porque, por el contrario, la economía no monetaria, la que tiene lugar de manera no remunerada, principalmente en el ámbito doméstico, está a tope y más exigida que nunca.

El congelamiento de las economías monetarias lleva rápidamente a la suspensión de contratos laborales, la reducción de jornadas, la pérdida de la capacidad de la gente de generar ingresos. Esa es una amenaza muy seria a nuestras formas de vida. Estamos lidiando con una situación que implica el virus, pero también el hambre y la posibilidad de estallido social producto de ello. Es una bomba de tiempo que está a la vuelta de la esquina en diferentes lugares del planeta. Me parece sumamente importante tener presente que estamos frente a un triple reto: el virus, el hambre y el estallido social. Eso tiene consecuencias para regímenes democráticos frágiles, como los que tenemos en América Latina.

No todos los países están en el mismo momento en relación con ese triple reto ni tienen las mismas condiciones para afrontarlo. Ecuador es un triste ejemplo de lo que puede suceder si no se actúa rápidamente. No estamos todos en el mismo barco. Hace poco, un usuario colocó una frase interesante al respecto en las redes sociales: «no estamos en el mismo barco, estamos en el mismo mar y hay unas personas en yate, otras personas en bote, otras personas en salvavidas, otras personas nadando con todas sus fuerzas». Y alguien agregaba: «algunas personas están nadando con todas sus fuerzas empujando los botes de otros».

La crisis sanitaria se asienta, por ende, en una tremenda desigualdad previa y la potencia de una manera que todavía no podemos aquilatar. Entre esas desigualdades, la de género y la socioeconómica constituyen clivajes importantes de desigualdad. A ellas se agregan otras muchas desigualdades vinculadas a la etnia o a la migración.

Usted asegura que la economía no monetaria está más exigida que nunca. Ella se realiza, en buena medida, «puertas adentro», en los espacios domésticos, y es un ámbito poco instalado en la conversación política y económica sobre la crisis. ¿Qué está pasando en las familias y, específicamente, qué está pasando con las necesidades de cuidados que habitualmente se satisfacen allí a través del trabajo de las mujeres?

El distanciamiento físico obligatorio y la reclusión en el ámbito doméstico de la ciudadanía genera dos cambios fundamentales. Uno es el desplome de los ingresos y, más aún en los trabajos más precarios e informales. Recordemos que las mujeres se encuentran desproporcionadamente ubicadas en ese tipo de trabajos.

El otro cambio involucra dimensiones de la vida que normalmente tienen lugar fuera del ámbito doméstico, como la escuela, el centro de salud, el apoyo psicológico, la recreación, y que ahora se concentran en ese ámbito doméstico. Eso tiene una implicancia directa en la vida de las mujeres, que están aún más sobrecargadas. Esto no es algo nuevo, sino que se exacerba con el covid-19. Las mujeres hacemos malabarismos trabajando, cuidando, siendo maestras, psicólogas y doctoras. Aunque en el escenario previo las mujeres ya éramos malabaristas, en este momento esa situación se expresa de manera absoluta.

Hace tiempo que, desde una perspectiva feminista, buscamos calcular cuánto se produce de manera no monetaria (no remunerada) como proporción del PIB en los diversos países. Hoy sabemos que el trabajo doméstico y de cuidados que tiene lugar en las familias de forma no remunerada equivale a entre 15% y 25% de todo lo que se produce en una sociedad. El grueso de ese trabajo lo hacemos las mujeres. Por cada punto del PIB que invierte el Estado, las mujeres aportamos una contraparte no monetaria. Por ejemplo: si tienes una escuela pública, alguien tiene que llevar a la niña a la escuela, buscarla, traerla, hacer las tareas con ella y apoyarla. Y si llevas a un niño a la doctora, hay que administrar medicina, tomar la temperatura, etc.

No tenemos la medida de cuánto esta crisis está aumentando ese aporte no monetario fundamental, pero ese trabajo se ha disparado. Tenemos una espiral de demanda de cuidado que se satisface principalmente con el trabajo de mujeres. La economista feminista Nancy Folber decía hace unos días que si los gobiernos se preocuparan por el déficit de cuidado solo una fracción de lo que están preocupados por el déficit fiscal que genera esta crisis, estaríamos en mucha mejor forma para transformar esta situación y para honrar las demandas de cuidado con un esfuerzo más colectivo, más masculinizado y evitando que sean solo las mujeres las que satisfagan esas demandas.

Es necesario que reflexionemos sobre lo que están viviendo las mujeres que antes de la pandemia estaban exigidas y ahora lo están mucho más. Al mismo tiempo, debemos pensar qué está sucediendo con esas mujeres que estaban generando ingresos y que ahora ven desplomadas sus estrategias para ello. Y debemos pensar también qué está pasando con las que están ubicadas en los trabajos de mayor exposición, los ahora considerados servicios esenciales (comercio, supermercados, alimentos, sistema de salud) y tienen que atender muchísimas demandas de cuidado en sus hogares, a la vez que sostener los ingresos en su bolsillo.

Durante el siglo XX se produjo lo que algunos han llamado una revolución silenciosa: la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado. A la vez, se ha dicho que ello no modificó los órdenes familiares, sino que la división sexual del trabajo dentro de los hogares continuó siendo básicamente la misma. ¿Fue así? ¿Esta crisis podría empujar algún cambio dentro de los órdenes familiares?

La brecha de participación en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado entre hombres y mujeres es de 18 horas semanales. Eso dicen las mediciones de los países que están relativamente mejor, porque son los reportados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Esa brecha baja a 11 horas en los países del sur de Europa, a seis horas en los países anglosajones y a 3,5 horas en los países nórdicos.

Las mujeres hemos sido muy flexibles para adaptarnos a la jornada laboral remunerada y mantaner el trabajo no remunerado. Sin embargo, el ejercicio de la masculinidad en el ámbito doméstico ha cambiado muy poco. Eso no quiere decir que no haya hombres que lo hagan, sino que el ejercicio de las masculinidades en relación con el trabajo doméstico y de cuidados no ha cambiado lo suficiente para reflejarse en las estadísticas. Es así desde el Río Grande hasta Ushuaia, en todos los regímenes políticos, en Estados de Bienestar fuertes o débiles, y no tiene grandes variaciones en los distintos momentos del ciclo de vida.

El uso del tiempo masculino en el hogar es el recurso más democráticamente repartido en toda la región. Mientras las mujeres mostramos una profunda desigualdad entre nosotras, asociadas a los niveles de educación formal y a los niveles de ingresos (cuanto mayores son, menos horas se emplean en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado), entre los hombres hay una enorme homogeneidad.

En la década de 1990 perdimos millones de empleos e ingresos masculinos. Mientras los hombres salían de la industria y la agricultura, a las mujeres, sobre todo a las jóvenes, se las contrataba en la maquinaria textil y en los servicios con trabajos precarizados. Hubo una pérdida de la vigencia social y económica del modelo patriarcal tradicional, en el que el hombre ponía el dinero en la mesa y eso significaba un nivel de protección a la familia, aunque fuera desigual. Ese cambio, lejos de implicar un involucramiento de los hombres en el ámbito doméstico, lo que hizo fue agravar los tipos de relaciones patriarcales violentas. Eso se expresa claramente en casos como el de Ciudad Juárez.

Habiendo sido así, ¿por qué tendríamos que esperar un cambio ahora? No podemos esperar que la mera pérdida de vigencia del papel proveedor de los hombres se traduzca en una ampliación de su dimensión cuidadora. Para que eso suceda se requiere una intervención deliberada del Estado y de otros actores de la sociedad, dándole forma, nombrando y creando incentivos para que eso ocurra. Al mismo tiempo, es necesario prevenir los efectos nocivos que puede generar la actual situación.

Las decisiones sobre cómo se enfrenta esta crisis no deberían dejar fuera a las mujeres. A la vez, las enormes demandas y retos que tenemos en materia de cuidado no deberían dejar fuera a los hombres. Se necesitan mensajes más claros y más fuertes que reconcilien masculinidad y cuidado. No podemos esperar que esos cambios se produzcan por generación espontánea. Estamos rodeadas de un tipo de masculinidad altamente «cuidado-dependiente». Estoy hablando de hombres de entre 15 y 60 años que en su cabeza son extremadamente autónomos, pero en su práctica no tienen la posibilidad de resolver cosas básicas para la sostenibilidad de su vida. En un momento de altísima demanda de cuidado, necesitamos tener más manos cuidando. Este es un momento en el que, en nombre de la solidaridad frente a la crisis, podríamos apelar a esa reorganización.

Parte del asunto es acercarse a los cuidados como una invitación a transformarse y a revincularse con muchos aspectos importantes de la vida. Eso podría generar, de hecho, situaciones en las que todos ganan. Lo que no me imagino es que esto ocurra solo de manera espontánea. Se requieren estrategias, políticas, alianzas (ojalá amplias) y demostrar que este tema toca muchas de las causas de la crisis y también muchas de las posibles soluciones.

¿Cómo puede operar el Estado sobre esas desigualdades existentes entre las propias mujeres? ¿Cómo pueden aportar otros actores sociales para paliar esas diferencias?

Las mujeres nunca antes habíamos sido tan desiguales entre nosotras en América Latina. Las brechas entre hombres y mujeres en términos de cuidados atraviesan todas las clases sociales. La violencia de género atraviesa todas las clases sociales. Pero los recursos con que las mujeres contamos para hacerles frente a estos escenarios son marcadamente desiguales. En una crisis como la que estamos atravesando, eso se exacerba. Por lo tanto, para poder dar pasos decididos para transformar la crisis en una oportunidad que nos permita ser mejores, necesitamos intervenciones diferenciadas para lograr incidir en los distintos escenarios.

El piso para poder tener esta conversación tiene al menos dos componentes: asegurar el ingreso básico en el bolsillo de todas las personas en este momento y garantizar el acceso universal a los servicios básicos.

Muchos de los gobiernos tienen poco espacio fiscal y poca capacidad de hacer cosas. Eso es así si damos por sentado que el 1% constituido por quienes poseen los mayores ingresos no va a contribuir. En cambio, si nos planteamos que esta situación se resuelve para toda la sociedad o no se resuelve para nadie, entonces el escenario puede ser otro. El peligro de no entenderlo así es claro. Tenemos el ejemplo de Singapur, que fue un caso exitoso. Allí se había controlado la situación de diseminación del virus, pero «olvidaron» a la población migrante. La población migrante estaba contagiada y, de repente, el país perdió control de la situación. Ese ejemplo nos alerta acerca de que en este escenario nadie puede quedar excluido porque con que una persona quede excluida todo el ciclo vuelve a empezar.

Los cuidados son parte de una conversación más amplia sobre el papel del Estado. Antes o después tenemos que pasar por el tema del financiamiento y tenemos que elegir si se va a priorizar la austeridad o la solidaridad. Si priorizamos la solidaridad, el 1% que no ha estado contribuyendo tendrá que contribuir.

Usted ha mencionado que reubicar a los cuidados como eje del análisis político tiene que ser un acto de voluntad minuciosamente planificado desde los gobiernos y los distintos actores políticos. ¿Qué tipo de políticas específicas serían imaginables para gestionar este déficit de cuidado en la crisis y tras ella?

Una autora estadounidense, la sindicalista Jane F. McAlevey, ha escrito recientemente un libro, No Shortcuts: Organizing for Power in the New Gilded Age [Sin atajos: organización para el poder en una nueva era dorada], que recoge su experiencia de trabajo organizativo. Ella insiste en la necesidad de tener estrategias simultáneas de organización, movilización e incidencia, y en la necesidad de saber cuándo hay que poner más energía en la organización propia, en el nosotros, en el nosotras, cuándo en la movilización y cuándo en la incidencia.

Partiendo de eso, creo que algunas de las cosas que hay que hacer tienen como interlocutor al Estado y otras tienen que ver más con la movilización, las organizaciones, los múltiples nosotros y nosotras que hay en la región. En todos esos niveles puede haber un lugar para esta agenda y para llevarla adelante de una manera positiva, democrática, inspiradora. Una manera, en definitiva, que nos conecte con asuntos muy profundos que tienen que ver con el sentido de estar vivos, de habitar este planeta.

En esa línea necesitamos consolidar esta idea de que debemos cuidar a quienes nos cuidan y que cuidar es un asunto de la sociedad y no solo de las familias ni de las mujeres. Pero no podemos cuidar a quienes nos cuidan sin tener una agenda que permita crear condiciones de infraestructura básica para la vida. ¿Cómo están haciendo hoy millones de personas en nuestra región, sin agua potable o viviendo en condiciones de hacinamiento? Es un reto incorporar los cuidados como parte de los pisos de protección social y no como si fueran dos cosas distintas.

Deberíamos pensar que más que una excepción, la crisis va a ser por mucho tiempo una regla, una normalidad, una nueva normalidad. Un ejemplo concreto: el rezago escolar que ya hoy tienen niños y niñas que van a los sistemas públicos de la región va a tardar años en recuperarse; la desnutrición infantil que se ha generado en las últimas semanas no la hemos medido todavía, pero se piensa que va a tener consecuencias muy importantes, al igual que la mortalidad materna de mujeres que no están pudiendo llegar a un servicio de salud para parir con seguridad. Necesitamos crear amortiguadores de esta amplificación de la desigualdad. Los cuidados son parte de eso. Necesitamos asegurar servicios básicos que incluyen agua, conexión a internet, electricidad y cuidados redistribuidos entre mujeres y hombres y entre prácticas familiares y extrafamiliares.

Los cambios que está revelando la crisis también agudizan conservadurismos. De hecho, en algunos países de la región hay quienes argumentan que, debido a la mayor precarización, es necesario reducir o postergar las pensiones de padres no convivientes. están en juego las responsabilidades parentales en el caso de algunos hombres. ¿Esa puede ser también una línea de disputa? ¿Qué riesgos tiene un repliegue de esas responsabilidades?

Ese es un gran tema. Acabo de participar de un estudio donde analizamos un tipo de organizaciones de padres que ha crecido en su poder político e incidencia en toda la región (aunque estudiamos los casos de Chile, Uruguay y Costa Rica). Estos grupos tienen una agenda fuertemente antifeminista y reactiva a los avances del Estado para proteger a las mujeres en el ámbito doméstico. Mostramos que en los países donde se ampliaron los derechos paternos, por ejemplo, en materia de tenencia de hijos e hijas, ha sido de la mano de estas organizaciones. Por el contrario, donde se ampliaron los deberes paternos, por ejemplo, en materia de pensiones alimentarias, ha sido de la mano de actores estatales que en buena medida reflejan agendas feministas o articulaciones feministas. Entonces, el actor político actualmente más visible, vocal y en ascenso, posicionando una conversación sobre paternidad, no es el que ayudaría a promover una masculinidad igualitaria y cuidadora. No quiere decir que no haya otras expresiones organizadas de hombres que sí están buscando promover una masculinidad igualitaria y cuidadora, pero sí que las que hoy tienen más poder y capacidad de incidencia no son esas.

Evidentemente, la crisis puede afectar a las mujeres vulnerando su bienestar económico y/o su autonomía económica. Son dos cosas relacionadas pero distintas. Una mujer puede tener más autonomía económica y menos bienestar o puede tener más bienestar y menos autonomía, o puede tener más de las dos cosas. Por ejemplo, cuando una mujer es pareja de un hombre en una relación heterosexual donde él aporta muchos ingresos y ella trabaja en su casa, puede tener un bienestar altísimo con muy baja autonomía. Si esa mujer se separa y empieza a vender productos de puerta a puerta, seguramente su bienestar económico será menor pero su autonomía económica aumentará. Necesitamos que las mujeres tengan tanto bienestar como autonomía.

Lo primero que necesitamos asegurar es que estas madres y estas mujeres tengan un ingreso. A veces desde una postura feminista reclamamos que los padres ejerzan su papel y podemos muchas veces forzar a mujeres que no querían depender de esos hombres a hacerlo. En el marco de esta crisis, necesitamos vincular la discusión de las pensiones alimentarias parentales a ese ingreso básico ciudadano que todas las personas deberían tener asegurado.

En el marco de esta crisis resulta central proteger el empleo, pero dentro de un objetivo mayor: proteger el ingreso. Todas las personas, incluyendo a esas madres, deben tener lo suficiente para la canasta alimentaria mínima. Eso no quiere decir que debemos dejar a esos padres sin ninguna responsabilidad. Hay que pensar la manera de que honren esas responsabilidades los que puedan y los que no puedan ahora y puedan después, lo hagan. Mi punto es que no podemos condicionar la subsistencia de la madre y los hijos e hijas a la pensión alimenticia del padre.

Finalmente, quisiera que habláramos de otro ámbito de los cuidados que es central: los cuidados remunerados. ¿Deben ser repensados, disputados y recolocados dentro de la trama política?

Definitivamente. Un servicio esencial como son los cuidados no debería ser explotado. En este momento tenemos una crisis del trabajo de hogares particulares en toda la región. Más de 25% de las mujeres ocupadas trabaja en casa de otras mujeres y hombres. Se trata de trabajos muy precarios. La razón por la que podemos privatizar tanta demanda de cuidados es porque se paga mal, se paga poco y hay mucha desprotección. ¿Qué debería ocurrir con esos puestos de trabajo? Es todo un interrogante, porque la mayor parte de estas mujeres trabajadoras están deseando que todo esto acabe para volver ahí debido a que no tienen opciones.

La particularidad de la agenda sobre cuidados es que, al mismo tiempo, es una agenda de protección social y una agenda de mercado laboral (tanto de oferta como de demanda). Entonces, nos permite ir desde lo que transcurre en la familia hasta los sectores de la economía que deberían priorizarse, valorarse y protegerse. Una parte importante de los sectores productivos y de las formas de trabajo ya están modificadas con la crisis y se van a modificar más. Necesitamos que la agenda sobre los cuidados se instale en esa conversación. Los cuidados son una gran oportunidad para dinamizar la economía y para apostar a una economía distinta, centrada en las personas, pero necesitamos considerarlos como un trabajo valioso, visibilizarlo, remunerarlo, protegerlo. Este es el momento. Las perspectivas no son fáciles, pero tenemos que estar a la altura del reto y dar esta pelea.

Juliana Martínez Franzoni es catedrática de la Universidad de Costa Rica. Sus campos de investigación abarcan la política social comparada, las desigualdades ecónomicas, sociales y de género en América Latina. Es editora de Social Politics, Oxford Journals.

Fuente e imagen: https://nuso.org./articulo/pensar-los-cuidados-en-medio-de-la-gran-pandemia/

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La pandemia golpea a las mujeres mexicanas desde varios frentes

América/México/13/05/2020/Autor: Sally Palomino/ Fuente: elpais.com/

ONU Mujeres señala un aumento en los casos de violencia, sobrecarga en las tareas domésticas y precarización laboral.

Las tres horas que Cristina Gallegos está metida en el transporte público para ir y volver de su casa al trabajo es el único tiempo libre que tiene en el día. Vive en Valle de Chalco, un municipio del Estado de México, y trabaja en el Paseo de la Reforma en la capital del país. Durante su jornada laboral, de ocho horas, limpia entre seis y ocho apartamentos en un edificio que renta a viajeros. Al regresar a su vivienda continúa limpiando. Sin pago y sin descanso. No se queja, dice que a las mujeres que son madres les toca cuidar de su familia, pero reconoce, a manera de desahogo, que está cansada. Ahora más. Desde que la pandemia por el coronavirus obligó a suspender las clases presenciales en las escuelas, además de limpiar, lavar, planchar y cocinar, debe hacer de profesora de su hijo de seis años. Llega del trabajo, se quita los zapatos y empieza otra jornada. “Apenas me doy un respiro antes de hacer de comer, ver qué tareas tiene el niño, revisar si lo hizo bien, explicarle y responder el whatsapp a la maestra, que hasta en la noche escribe. Las mamás no tenemos descanso”, repite Gallegos, de 42 años, en un tono de resignación.

El cuidado de personas y de hogares en México recae principalmente en las mujeres. En promedio invierten 39 horas semanales en este trabajo no remunerado. Es el triple de horas en comparación a los hombres, según cifras del Instituto Nacional de Mujeres (Inmujeres). “Estamos observando que las desigualdades de género que preexisten a una crisis sanitaria como esta se profundizan en el momento de una emergencia”, apunta Belén Sanz Luque, representante de ONU Mujeres en México. No solo es que ahora tengan más carga en sus casas, también es que al cerrar la puerta la violencia las acecha. Aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador niega que las agresiones hayan aumentado en los días de confinamiento, la realidad demuestra lo contrario. La Red Nacional de Refugios señala que las peticiones de asilo para estos hogares que ofrecen protección aumentaron en las primeras semanas de aislamiento en un 30%, y solo en marzo, los ingresos a estos lugares crecieron un 12%. El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reporta que, entre enero y marzo, la línea de emergencias recibió 67.000 denuncias relacionadas con incidentes de violencia contra la mujer, 57.900 por violencia de pareja y 170.000 por violencia familiar. El hogar no siempre es un lugar seguro. Durante estos primeros meses además se registraron 244 feminicidios.

“La manera en que la crisis sanitaria afecta a las niñas y a las mujeres es distinta con respecto a cómo afecta a los hombres. La violencia se está exacerbando, el impacto económico es peor. Están enfrentando mayor vulnerabilidad. En México, casi un 60% de mujeres trabaja en el mercado informal. Eso hace que millones hoy puedan estar en la pobreza y sin acceso a servicios de salud”, dice Sanz Luque. No solo es la sobrecarga de trabajo dentro de las casas y la violencia, también es la precarización laboral.

“Hemos conocido casos de mujeres que valientemente habían tomado la decisión de separarse de sus parejas porque eran víctimas de violencia y habían logrado buscar alojamiento, pero producto de las medidas que se han tomado y de no tener estabilidad ni sustento económico han tenido que regresar. La violencia no se rompe solo con salir de un lugar, también necesita garantías económicas”, reflexiona la vocera de ONU Mujeres en México, desde donde también llaman la atención sobre la urgencia de proteger a quienes están en la atención primaria de la crisis desde el ámbito sanitario. Las mujeres ocupan el 79% del personal de enfermería y ejercer su profesión les ha costado intimidaciones y agresiones. A final de abril, la Secretaría de Gobierno de México registraba 47 acciones violentas hacia el personal médico, el 70% tuvo como blanco a las mujeres.

“Tenemos que reconocer el impacto específico de esta crisis en las mujeres y a la hora de poner en marcha un plan de recuperación deben estar en el centro. La manera en que la pandemia ha sacudido a nuestras sociedades y ha puesto al desnudo lo que se necesita cambiar es justo una oportunidad hacia la igualdad de género, el cambio que más necesitamos”, dice Sanz Luque. Aunque el coronavirus es más letal en los hombres, las mujeres sufren más durante el confinamiento y en México son golpeadas desde varios frentes.

La Red Nacional de Refugios pide atención

La primera semana de mayo, algunos de los 69 espacios de atención y protección que hacen parte de la Red Nacional de Refugios (RNR) estaban hasta al 100% de su capacidad. Los que todavía tenían lugar rozaban el 80%. La alerta de que puedan aumentar en los próximos días las solicitudes para entrar en estos lugares, obligó a la RNR a enviar una carta al presidente Andrés Manuel López Obrador exigiendo atención y exponiendo las preocupaciones frente a la dificultad para garantizar la protección a las mujeres violentadas.

“No se cuenta con recursos extraordinarios para que los Refugios hagan frente a la contingencia sanitaria, como lo son las Casas de Emergencia, que permitirían mitigar la propagación del coronavirus dentro de los Refugios, así como las Casas de Transición para aquellas mujeres que al finalizar su proceso no cuentan con opciones de vivienda, y ahora menos ante el impacto económico que la covid-19 representa para las mujeres”, señalan en la carta. Aseguran que las medidas de austeridad publicadas el 23 de abril podrían tener implicaciones en los programas orientados a garantizar los derechos humanos de las mujeres, sobre todo los destinados a la atención y prevención de las violencias.

Desde la ONU se unen al llamado de la RNR y piden reforzar el financiamiento de refugios de acogida para mujeres que enfrentan alto riesgo de violencia. Además de que se facilite el acceso a la justicia a través de mecanismos virtuales y alternativos.

Fuente e imagen: https://elpais.com/internacional/2020-05-11/la-pandemia-golpea-a-las-mujeres-mexicanas-desde-varios-frentes.html

 

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Algunas cifras sobre mujeres cubanas y resiliencia

Redacción:  IPS

La Redacción IPS Cuba comparte cuatro infografías donde se muestran en datos aportes de las mujeres cubanas y se dejan entrever brechas, de acuerdo con las escasas cifras disponibles.

Cuba no escapa al gran reto social, cultural, político y económico que representa sobrevivir a la era del cambio climático, donde cada inequidad, en especial la de género, debe ser eliminada en busca de la resiliencia o la capacidad de resistir y recuperarse de embates de cualquier tipo.

A continuación, compartimos una serie de infografías diseñadas y publicadas en nuestras redes sociales como parte del proyecto Inspiradoras, que es fruto de la cooperación de entidades cubanas e internacionales.

Mujeres cubanas y evacuación solidaria

El sistema de enfrentamiento contra desastres cubano es reconocido internacionalmente por su éxito en salvaguardar las vidas humanas. En la actualidad se apoya más en la participación ciudadana y crece la cantidad de personas evacuadas en casas de familiares, amigos y vecinos.

Entre las cifras generales de evacuación solidaria, existe un aporte femenino invisibilizado pues en estas situaciones aumenta la sobrecarga doméstica y de cuidados tanto para las familias evacuadas como para las que las acogen en sus hogares.

 

Mujeres rurales cubanas y acceso al agua

Las poblaciones rurales en Cuba confrontan las mayores dificultades para acceder al agua potable y disponer del servicio de conexión domiciliara en sus viviendas. Ello implica esfuerzos adicionales para las mujeres, que suelen llevar sobre sus hombros las tareas del hogar y de cuidados debido al machismo imperante en la sociedad.

Para disponer del vital líquido, muchas mujeres cargan grandes envases o transportar desde fuentes de abasto distantes de sus casas, además del sobresfuerzo que implica realizar las labores domésticas y de cuidados donde no existe abasto por la red hidráulica.

 

Mujeres cubanas y trabajo no remunerado

Las mujeres cubanas aportan al sostenimiento de la vida familiar y comunitaria con su trabajo no remunerado.

Cifras muestran que son las que más realizan tareas relacionadas con su vivienda, el cuidado de otras personas en su propio hogar u otro, además de otras actividades voluntarias para la comunidad en las cuales no media pago alguno. Ello les resta tiempo para actividades personales de autocuidado y esparcimiento. Cada semana realizan 14 horas más de trabajo no remunerado que los hombres en la isla caribeña.

Regiones cubanas y desigualdad de género

El único Índice de Desigualdad de Género focalizado por regiones cubanas confirma las desventajas de las mujeres del oriente cubano.

También esa región compuesta por cinco provincias presenta las cifras más altas de trabajadoras en el hogar, que realizan actividades cuyo valor económico no es reconocido monetariamente.

 

Fuente: https://www.ipscuba.net/genero/cubanas-en-resiliencia/

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Decimocuarta reunión internacional de especialistas sobre uso del tiempo y trabajo no remunerado

Tlatelolco, México 30 Mayo de 2016

DESCRIPCIÓN

La reunión anual de  de especialistas en generación y análisis de la información sobre uso del tiempo y trabajo no remunerado se realiza en el marco de las actividades del Programa del Grupo de Trabajo de Estadísticas de Género de la Conferencia Estadística de las Américas (CEA-CEPAL), atendiendo a una de sus líneas de trabajo estratégicas.

La reunión se ha instaurado como un espacio para compartir los avances de las Oficinas Nacionales de Estadística y los Mecanismos para el Adelanto de las Mujeres (MAM) en la materia, y para reflexionar sobre las metodologías apropiadas para recoger información sobre el tema, considerando las condiciones de los países y las necesidades estadísticas que desde la agenda de género requieren las políticas públicas, enfocadas en reducir las brechas de desigualdad entre mujeres y hombres en la distribución del trabajo remunerado y no remunerado.

En suma, se busca gestionar los conocimientos producidos, compartir avances y contribuir, con ello, al fortalecimiento de capacidades para la producción y análisis de la información sobre uso del tiempo y trabajo no remunerado -en especial el trabajo de cuidados-, lo cual resulta indispensable para el diseño, presupuestación, ejecución, monitoreo y evaluación de políticas públicas orientadas al logro de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres.

Responsable institucional
Iliana Vaca Trigo
Oficial Asociada de Asuntos Sociales, División de Asuntos de Género
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)
iliana.vaca-trigo@cepal.org

DOCUMENTOS:

Fuente: http://www.cepal.org/es/eventos/decimocuarta-reunion-internacional-especialistas-uso-tiempo-trabajo-remunerado

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