Hasta hace poco, criticábamos a la “gran prensa” por su control casi absoluto de la información que nos llegaba. Era el mundo dominado por el mainstream: el cuarto poder. Las agencias mundiales escogían y repartían las noticias y los grandes medios locales nos las hacían llegar. No parecía haber escapatoria excepto en algunos medios alternativos de poco peso y poca circulación o pequeños espacios que decoraban con aparente amplitud las páginas de algún medio mayor. Los costos eran prohibitivos y el modelo de negocios centrado en la publicidad comercial marcaba la pauta: el rating manda, la circulación manda, la escala manda.
De pronto, se aparece el siglo XXI ofreciéndonos una revolución que podría ser tan grande como la de Gutenberg y, al instante, parece que todos somos periodistas, todos somos jefes de redacción, todos somos editorialistas, todos somos correctores, pero ¿lo somos?
En esta mezcla de ciencia y ficción que es nuestra realidad, en la que somos un poco Brave New World, un poco 1984 y un poco Animal Farm, el cambio tecnológico ha hecho posibles cosas que hasta hace muy poco eran realmente increíbles (es decir: no creíbles). En pocas décadas – por ejemplo – pasamos de las certezas que lograban fijarse en las páginas de la Enciclopedia Británica al mundo de Wikipedia, una enciclopedia hecha por todos (o sea, por nadie). Confieso que la recibí con marcado escepticismo ¿una enciclopedia hecha así, por la libre? …hasta que una investigación de la revista Nature mostró que Wikipedia podía ser tan precisa como la Británica. Diderot habría bailado tregua y catala: si era posible crear una enciclopedia globalmente descentralizada, constantemente actualizada y confiable, los ideales de la Ilustración seguían vivos.
Pero volvamos a la prensa. Frente al cuasi-monopolio anterior, en el que era difícil la supervivencia de los pequeños medios e igualmente difícil para el ciudadano común y corriente lograr que su opinión circulara masivamente, la red permite – o podría permitir – que todo circule, que todos tengamos acceso a toda la información, a todo el conocimiento, a todos los análisis, a todas las opiniones… y que todos podamos opinar y aportar nuestra dosis de información y conocimiento, recibiendo a cambio la más amplia, profunda y diversa oferta del saber y el sentir humano.
Y así nos abalanzamos sobre y hacia la red. Y clic, clic, clic: como una telaraña, la red nos engolosina, nos encanta, nos atrapa. Pero Facebook no es Wikipedia – y digo Facebook porque lo demás se ha vuelto irrelevante excepto para pequeñas tribus. Hoy por hoy, Facebook tiene más de mil seiscientos millones de usuarios y sigue creciendo; y es, por mucho, el medio más utilizado en el mundo para buscar noticias y conseguir información, al punto que feisbukear ya ha sido sugerido a la Real Academia para su ingreso al DRAE.
Lo decía McLuhan al analizar el impacto que estaba teniendo la televisión en la segunda mitad del siglo XX: “el medio es el mensaje” o, más exactamente “el medio es el masaje” …y los masajistas somos todos nosotros: periodistas/masajistas y al mismo tiempo masajeados (o mensajeados, usted escoge). Cada revolución tecnológica genera nuevas formas de percepción de la realidad. Pero no se trata simplemente de la tecnología: es también el negocio y, claro, la política. Todo junto y revuelto con nosotros: tecnología, negocio, poder y nosotros. El potencial es inconmensurable, los riesgos también.
Al igual que ocurrió no hace tanto con los libros hechos a mano por severos monjes en algún convento, los viejos medios de comunicación de masas se ven rebasados por la revolución: pierden lectores, pierden anuncios, pierden ingresos… en fin, pierden. Facebook reporta ingresos treinta veces superiores a los del New York Times, que es uno de los medios tradicionales que más éxito ha tenido en su transición a la red, pero aun así los ingresos de Facebook se triplicaron el último año, mientras los del Times cayeron 13%. Y claro, no todos son el New York Times.
Pero algo no cambia o, más exactamente, cambia para seguir igual: la lógica del modelo de negocios. Clic, clic, clic: el modelo de negocios que explota en la última década no hace más que elevar la vieja dictadura del rating a niveles impensables, clic, clic, clic… ahora lo que importa es el clic. Todos persiguen el clic y por el clic muchos están dispuestos a vender el ¿tenían? alma.
El sueño, mientras tanto, sigue pendiente: la red mundial, aquella world wide web que se suponía abierta y no jerarquizada, en la que todos efectivamente podíamos buscar y ser buscados mediante esquemas no centralizados, no es la red que tenemos hoy (y no sé si alguna vez la tendremos). Como bien señala Katharine Viner, Editora en jefe del Guardian, “esta vieja idea de una red abierta ha sido suplantada por plataformas diseñadas para maximizar el tiempo que pasamos dentro de sus muros, algunos de los cuales (como Instragram y Snapchat) ni siquiera permiten vínculos externos”.
El riesgo que Viner identifica tiene dos caras. Por el lado de los medios – las organizaciones de noticias – el riesgo (que ya es más que evidente en muchos de ellos) es que, obligados/tentados por la nueva lógica de la red, “ellos mismos se alejen del periodismo de interés público y se dediquen al periodismo chatarra, buscando que sus páginas web sean visitadas, en la vana esperanza de atraer clics y publicidad”. Esperanza vana – dice Viner – porque ese negocio ya ha sido capturado: de cada dólar gastado en publicidad en la red, un 85% va a Google y a Facebook, dejando apenas un 15% para que se lo peleen todos, todos los demás.
Por el lado de los usuarios, vemos que lo que podría haber sido el reino de la diversidad, de la riqueza de opiniones, del acceso ilimitado a la información y el conocimiento, de la confrontación de ideas y visiones… se está convirtiendo en su contrario: si antes nos veíamos empujados a la uniformidad por falta de opciones, hoy parece que nos sometemos voluntariamente a la uniformidad pues, ante la agobiante multiplicidad de opciones, nos conformamos con las que nos resulten más familiares o, peor aún, con las más populares: la viralidad manda. El resultado es un mundo en el que prevalecen el best-seller y la secta: best-seller para la mayoría y secta para las minorías. Y ¿todos vivieron felices para siempre…? Podría ser, si cada uno viviera en su propio mundo, pero en este mundo que compartimos, esta segmentación puede ser muy peligrosa.
Agreguemos un elemento final, para entender qué tan peligrosa: en medio de tanta información, de tantas y tan diversas – pero muy segmentadas – opiniones, la búsqueda razonable de la verdad, sufre. Cada día circula más información – es cierto – pero cada día hay menos recursos para trabajar con seriedad esa información, porque eso de que “todos somos periodistas” olvida algo fundamental: el periodismo toma trabajo y requiere talento y conocimiento. No basta el cut and paste para que lo que transmitimos tenga valor periodístico: sin mediadores, sin chequeos y dobles chequeos, lo que circula simplemente circula y su veracidad se diluye en su viralidad. Si la gente lo comparte, debe ser cierto – parecemos creer.
El problema es tan serio como para que distintos autores empiecen a hablar del “mundo post-factual”, en el que ya no importa si la información es cierta o no es cierta, si la noticia es o no real, sino cuánta gente la cree. Al contrario de lo que ocurre en Wikipedia, en el mundo de la información/opinión en redes, abundan los clics… pero brillan por su ausencia los controles de veracidad. Peor aún, a la mayoría de la gente parece no importarle: lo que cuenta es que la gente lo crea, que la gente lo circule, no que sea cierto. De todas formas no nos daremos cuenta porque las opiniones contrarias, la información que habría negado nuestras verdades, no cabe en los algoritmos: leemos solo lo que queremos leer, vemos solo lo que queremos ver. Creemos, lo que queremos creer.
Así, algo que tiene el potencial para ser enormemente bueno podría estar convirtiéndose en algo tremendamente peligroso: pasamos de un mundo en el que había una verdad oficial – la delestablishment – a un mundo en el que no parece haber verdades… lo que a fin de cuentas y paradójicamente, resulta ideal para la parte más oscura del establishment (tan oscura que no parece establishment).
La pregunta queda al aire: ¿Importan los hechos, o importa lo que la gente cree que son hechos? Cierro con Newt Gingrich, líder del Partido Republicano que apoya decididamente a Donald Trump, que responde nuestra pregunta con sorprendente candidez en la entrevista sobre el crimen violento que le hizo una periodista de CNN: parece que en un mundo post-factual, lo real es lo percibido como real.
- Periodista: “El crimen violento ha bajado”
- Gingrich: “No ha bajado en las ciudades más grandes”
- Periodista: “El crimen violento, las tasas de asesinato, han bajado”
- Gingrich: “¿Y cómo es que no han bajado en Chicago y Baltimore?”
- Periodista: “Pero el crimen violento ha bajado en todo el país”
- Gingrich: “El Americano promedio no cree que el crimen haya bajado, no cree que estemos más seguros”
- Periodista: “¡Pero estamos más seguros y el crimen ha bajado!”
- Gingrich: “Esa es su opinión”
- Periodista: “No es una opinión, es un hecho”
- Gingrich: “Lo que yo digo también es un hecho. Lo que ocurre es que los liberales tienen todo un conjunto de estadísticas que teóricamente podrían estar bien, pero no es ahí donde viven los seres humanos.”
- Periodista: “Un momento, Mr. Speaker, porque usted está diciendo que los liberales fabrican estos números, pero estas son estadísticas del FBI y el FBI no es una organización liberal.”
- Gingrich: “Pero lo que yo digo es igualmente cierto: la gente se siente más amenazada
- Periodista: “Se “siente” pero los hechos dicen otra cosa”
- Gingrich: “Como asesor de un candidato, yo me quedo con cómo la gente se siente y la dejo a usted con las estadísticas”.
(y recordemos, agrego yo: las elecciones se ganan con sensaciones, no con estadísticas)
Katharine Viner: “How Technology Disrupted the Truth”: The Guardian, 12/7/06https://www.theguardian.com/media/2016/jul/12/how-technology-disrupted-the-truth