El acento como base de prejuicio en la academia

Por: Sofía García-Bullé

En los 30 milisegundos que toma decir “hola”, nuestro interlocutor ya está formando un juicio sobre nosotros basado en nuestro acento.

En artículos anteriores hemos hablado del sesgo social en la comunidad académica y de la creencia general de que un académico o científico debe tener cierto perfil y características físicas para proyectar credibilidad en su rol.

Lo anterior motiva a muchos miembros de la comunidad académica a vestir de cierta manera y adoptar actitudes bienvenidas por el grupo dominante, para encajar y avanzar en sus carreras. Pero hay aspectos de su persona que no pueden (o es difícil) cambiar y el cuestionamiento más importante es: ¿deberían? Atributos como la raza, cultura, religión, además del rasgo físico, son algunas características que se proyectan, pero hay un aspecto que dice mucho de nosotros: el acento con el que hablamos.

¿Cómo percibimos el acento?

El acento es una de las primeras características que cualquier interlocutor nota en nosotros, y dice mucho. Escuchar el acento de una persona nos puede decir información sobre el país o región a la que pertenece, en algunos casos, hasta puede indicar una comunidad específica dentro de un mismo estado o municipio; nos habla de los aspectos culturales que forman parte de su persona, pero de ninguna forma nos indica su nivel de conocimiento, su inteligencia, ni su habilidad o presteza para hacer su trabajo. El problema es que, con frecuencia, creemos que sí es indicador.

Tomemos el inglés, por ejemplo, aun siendo el mismo idioma, este se representa a través de argots diferentes. Imaginemos que estamos en una conversación con tres personas, una de origen británico, otro americano y un australiano. ¿Cuál de estas tres personas, hipotéticamente, sonaría más “inteligente” o “culta” en una plática? Según un estudio realizado en Bélgica, una muestra selecta de personas asoció el acento británico con la inteligencia y el prestigio, mientras que el americano fue más asociado con sencillez y camaradería.

“Encuentro que la gente se sorprende de mi profesión simplemente por la manera en la que hablo. Si me oyen primero y luego se enteran cuál es mi trabajo, usualmente quedan impactados”.

Lo importante a denotar aquí, es que estas aproximaciones no dicen mucho sobre cómo son realmente nuestros interlocutores, nos revela más bien cómo los percibimos nosotros. Si no estamos conscientes de esta bifurcación cognitiva, tendremos menos herramientas para evitar desarrollar prejuicios. Si el idioma es el mismo (inglés, como en el ejemplo anterior), ¿por qué hacemos diferencias entre las formas de pronunciarlo? La lingüista y autora, Rosina Lippi-Green, se refiere a esta jerarquización como “la ideología de lenguaje estándar”. Bajo este contexto, la gente tiende a creer que el argot con el prestigio social más alto, es la forma más correcta y válida de usar determinado lenguaje.

Esto facilita que al escuchar distintos acentos del mismo idioma, descalifiquemos las que ostentan menos prestigio, y hagamos un juicio de valor con respecto a las habilidades lingüísticas, inteligencia, conocimientos, clase social, carácter y capacidades de quienes hablan en esta forma de lenguaje “menos correcta”. Así es como caemos en una discriminación basada en la lingüística.

¿Cómo afecta la discriminación lingüística a los miembros de la comunidad académica?

De acuerdo con un estudio realizado por James Emil Flege en la Universidad de Alabama, toma solo 30 milisegundos decir “Hola”. En ese breve instante, las personas que nos escuchan ya están procesando información acerca de cómo nuestro acento nos distingue y produciendo impresiones al respecto. Es cierto que nada de lo registrado en esa primera interacción está escrito en piedra. Las personas y sus juicios de valor no son inamovibles ni inflexibles, y las personas pueden estar abiertas a aceptar información que contradiga esas primeras impresiones. Pero lo que es innegable, es que este es un camino cuesta arriba para los académicos con acentos que no pertenecen a la jerga de más prestigio.

“Encuentro que la gente se sorprende de mi profesión simplemente por la manera en la que hablo. Si me oyen primero y luego se enteran cuál es mi trabajo, usualmente quedan impactados”, dice Peter Lacrombe, profesor de matemáticas en la Universidad de Derby, Inglaterra. Lacrombe pertenece a la región centro oeste de Inglaterra, apodada “Black Country”, su historia está cercanamente ligada con la Revolución Industrial.

Black Country se distingue por su cultura de trabajo y su economía de industria pesada, los originarios de la región son, en su mayoría, de clase trabajadora y tienen un acento diferente a sus vecinos de Birmingham. Los “Yam Yam”, como normalmente se les llama a quienes provienen de Black Country, son asociados más con la industria minera y el carbón, que con la academia. Lacrombe describe la sorpresa al revelar su vocación como algo irritante, pero lo que realmente encuentra pesado es la base del pensamiento discriminatorio que culmina en la declaración: “No suenas como profesor”.

No hay respuesta para una declaración como esta, excepto, tal vez, preguntar cómo se supone que debe sonar un profesor. Lacrombe sostiene que el mero cuestionamiento pone en duda un aspecto fundamental de la sociedad actual, atrapada en una percepción ligada a la diferencia de clases socioeconómicas. Cuando alguien le dice que no suena como profesor están asumiendo que su lugar está en una fábrica y no en una universidad. Este es el racismo y clasismo sutil que causa fatiga racial y social en los miembros de la academia que no cuentan con rasgos de los grupos sociales dominantes presentes en la academia.

¿Cómo combatir la discriminación lingüística en la academia?

“Si no sueno como profesor, es tu problema, no el mío”. Lacrombre argumenta que el problema de los acentos no se encuentra en quien los habla, sino en quien usa este rasgo particular para hacerse un juicio sobre la capacidad de un profesor o su pertenencia a la academia. Todos los que trabajan en el oficio de la educación comprenden la necesidad de tener cierto nivel de lenguaje, con respecto a los contenidos, a la elección de palabras. Si las palabras que usamos reflejan nuestro nivel de conocimiento y argumentación, ¿por qué el acento con las que lo pronunciamos sigue siendo un medidor de estos atributos? Porque deja ver aspectos de nosotros que son particulares, diferentes a nuestros interlocutores. El choque cultural no viene del acento, viene de la reacción del interlocutor de escuchar ese acento como algo diferente y ajeno a la comunidad académica.

“No suenas como profesor”

La solución no está solo en promover más diversidad en los espacios de trabajo académicos. Esta práctica ha sido realizada durante décadas, y aunque se ha traducido en algunas instancias de inclusión y oportunidades para las minorías sociales, no se ha visto un cambio estructural real solamente con la intención de aumentar la diversidad. Es necesario un cambio de narrativa y este no puede lograrse sin un esfuerzo conjunto tanto de las minorías como de los grupos dominantes.

La discriminación lingüística es solo un inciso en un enorme aparato de inequidad con aspectos sociales culturales y económicos. Educar a las personas a que sean sensibles a las diferencias culturales en la comunidad académica como algo positivo no va a resolver los problemas sociales que implican el racismo, el sexismo, la homofobia y otras formas de inequidad. Pero favorecer ese cambio de narrativa puede ayudar a que los grupos de minoría social se sientan bienvenidos en la academia, como también a iniciar un diálogo y los mecanismos necesarios que abran camino a cambios más significativos.

Fuente: https://observatorio.tec.mx/edu-news/acento-academia

Imagen: erd Altmann en Pixabay

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Entrevista a Facundo Manes: “Necesitamos valorizar al docente, darle prestigio social”

14 Mayo 2017/Fuente: rionegro/Autor:Hugo Alonso

Facundo Manes estuvo en Roca y conversó con “Río Negro”. El neurocientífico insta a “cuidar el cerebro” y a reconocer la pobreza como el primer paso hacia el desarrollo. “Tenemos que unirnos y necesitamos un paradigma, que es el conocimiento”, plantea

Facundo Manes invita a protagonizar “la sociedad del conocimiento” y abre las puertas. No cree que está mal revisar el pasado, debatir el presente, pero está convencido de que no puede haber “grieta” sobre el futuro.

Su presentación formal dice que es neurólogo clínico y neurocientífico, creador del Instituto de Neurología Cognitiva, presidente de la Fundación Ineco y rector de la Universidad Favaloro.

Su presentación personal es una gran sonrisa, un buen apretón de manos y una predisposición permanente a explicar por qué los argentinos tenemos que cuidar más el cerebro.

Vivió y viaja en forma permanente al exterior, pero también sabe de la atracción que genera en el interior del país. Se siente del interior, por su infancia y adolescencia en Arroyo Dulce y Salto, en la provincia de Buenos Aires.

Por eso fue casi uno más en Roca, esta semana, después de la charla que brindó ante 300 personas en la Asociación Española, invitadas por Sancor Seguros, que celebró sus 60 años en la ciudad. Allí saludó uno por uno, se sacó decenas de selfies y se interesó por la actualidad económica y social de la región del Alto Valle.

En la previa de esa presentación, Manes habló con “Río Negro” y explicó la importancia de la neurociencia para la sociedad.

“Hoy por suerte hay muchos investigadores en el mundo, mucho presupuesto de distintos países, buscando entender el cerebro. Y el impacto es muchísimo, primero porque las enfermedades del cerebro son muy prevalentes y esto permite ayudar a las personas y a sus familias. Porque las enfermedades neurológicas impactan en el entorno familiar. Si alguien convive con alguien está enfermo tiene más ansiedad, toma más psicofármacos, falta más al trabajo”, explica.

“Además, todo lo que hacemos lo hacemos con el cerebro, entonces entenderlo puede ayudar hasta en el deporte. Hoy la diferencia entre el oro y el bronce en un juego olímpico está en la capacidad cognitiva, en la resiliencia, en la atención, no tanto con el entrenamiento físico. Va a impactar en la economía, porque decidimos con el cerebro; en la educación… ¿qué es la educación sino dos cerebros en contacto? Va a impactar en la ley. Los testigos recuerdan –no muy bien– con el cerebro; los jueces deciden -a veces no muy bien- con el cerebro, porque somos más automáticos de lo que pensamos. Así que la neurociencia va a impactar en todos los órdenes de la vida, porque todo lo hacemos con el cerebro”, agrega.

P- ¿Tenemos conciencia sobre las enfermedades del cerebro? Es la causa más importante de discapacidad en el mundo…

R- Exactamente. Hay mucho interés en el mundo sobre el estudio del cerebro. Una de las razones es porque son la principal causa de discapacidad, más que el cáncer, que la enfermedad coronaria. Y cuando uno habla de la enfermedad del cerebro piensa en traumatismo de cráneo, en ACV, esquizofrenia… pero hoy tememos que incluir a la adicción. La adicción secuestra el cerebro, no es una debilidad moral. A la gente le interesa conocer cómo funciona el cerebro, saber lo que sabe y lo que no sabe la ciencia… cómo tomamos decisiones, cómo surge la creatividad. Y también los avances en la ciencia del cerebro van a producir dilemas que la sociedad deberá resolver, así que es muy importante difundir estos hallazgos.

La pobreza

P- La malnutrición impacta en el desarrollo del cerebro. ¿Cuánto?

R- Hoy sabemos que la malnutrición tiene un impacto en el cerebro, inclusive anatómicamente. Y en la Argentina lamentablemente todavía tenemos malnutrición, que no sólo es desnutrición sino también obesidad y déficit vitamínico. Y también sabemos que la pobreza tiene un impacto negativo en las funciones cognitivas. El que vive en contexto de pobreza utiliza los recursos cognitivos en el día a día y no puede salir del contexto de pobreza.

P- ¿Qué factores son claves durante la infancia de un niño para un buen desarrollo cognitivo?

R- Primero reconocerlo. Saber que el futuro de un país es el cerebro de los ciudadanos. Si hay contexto de pobreza va a haber personas que no van a tener los recursos necesarios para decidir y proyectar un futuro, generar conocimiento. Cuando uno lo reconoce como sociedad, actúa. En Argentina todavía nos falta reconocerlo. La sociedad tiene otras prioridades y el cerebro debe cuidarse, no sólo con una nutrición adecuada sino también con estímulos cognitivos, emocionales y sociales. Hay que poner esto como política de Estado.

P- Además del desarrollo en educación, ciencia y tecnología que nos falta, usted habla de los peligros de los sesgos mentales. Sólo importa el presente, el resultado por encima de los procesos. ¿El argentino medio es autodestructivo? ¿Le falta autoestima?

R- En un libro anterior la tesis fue esa: el cerebro argentino. Porque hoy sabemos desde la ciencia que la gente que nos rodea, los diarios que leemos, los twitters que seguimos, la gente del país, la cultura… todos influyen en la manera que sentimos, pensamos y decidimos, creando sesgos. Y los argentinos tenemos sesgos. Creemos hay una conspiración internacional para que no nos desarrollemos, sin pensar que nosotros tenemos que ser responsables del desarrollo igualitario. Los argentinos vivimos el presente, toleramos la corrupción, tenemos ciertas conductas que son propias de la cultura, de nuestro entorno y de nuestra historia. También tenemos cosas maravillosas, somos solidarios, generosos, amigueros, pero los países que se desarrollaron han logrado hacia el futuro tener varias políticas de Estado, en la que la mayoría está de acuerdo. No logramos ponernos de acuerdo. Estamos permanentemente peleándonos acerca del pasado y del presente, que no está mal, pero además de eso tenemos que encontrar puntos de acuerdo, y nos cuesta.

P- ¿Es posible proyectar ese pacto social, proyectos de mediano y largo plazo, en una sociedad con altas dosis de lógica binaria?

R- Si no es posible tenemos un futuro negro. Yo aspiro a poner mi granito de arena. Recorro el país diciendo esto. Necesitamos políticas de Estado. Y es algo que ya hicimos. En 1869 en la Argentina había un 78% de analfabetos y hubo una generación que creó la escuela pública, que pensó en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Y en 1947 había menos analfabetos en Argentina que en España e Italia. También lo hicimos nuevamente con la democracia. Peronistas, radicales, socialistas y comunistas estábamos de acuerdo con la democracia en el 83. Hoy tenemos que unirnos y necesitamos un paradigma, que para mí es el conocimiento, que es mucho más amplio que la educación. Involucra cuidar el cerebro, educación de calidad, infraestructura y también instituciones fuertes, sólidas y transparentes.

P- Para eso es indispensable tener líderes. ¿Qué significa ser líder? Usted no habla de un líder, sino de varios líderes en cada organización. ¿Cuál es la ventaja de ese sistema?

R- El cerebro básicamente aprende cuando algo nos inspira, nos motiva y nos parece un ejemplo. Y necesitamos muchos ejemplos en Argentina, en muchas áreas. El liderazgo requiere imaginar el futuro, tomar riesgos, representar al grupo. No se puede construir un país con pocos líderes.

P- Esa Argentina del caudillismo, de liderazgos unipersonales…

R- Y así estamos, un país con un recurso humano extraordinario, recursos naturales. Necesitamos otra cosa. Necesitamos ejemplos, instituciones, infraestructura y educación de calidad.

P- Habla de educación de calidad y habitualmente dice que “los docentes son la base de todo”… ¿Quién debe tomar nota de ese mensaje? ¿El gobierno, los gremios, los mismos docentes?

R- Todos. Necesitamos volver a poner al docente como el trabajo más prestigiosa de la sociedad. En el mundo varias cosas impactaron en la educación de calidad. Primero invertir en la primera infancia. Valorizar el docente, no sólo con salarios dignos sino también con prestigio social. Evaluar a los docentes y a los alumnos, no para estigmatizarlos sino para ayudarlos. Además, manejar la diversidad cultural. Tener datos concretos. Nos hacen falta más datos, más transparencia. No hay que inventar la pólvora. Argentina era la meca de la educación en Latinoamérica y hoy estamos detrás de nuestros vecinos. A mí me duele, me da bronca y por eso no estoy muy a favor de abonar la grieta. Creo que tenemos desafíos que nos requieren la unión de todos. Y luego puede haber discusión ideológica.

¿Rumbo al Congreso?

Facundo Manes colabora ad honorem con el gobierno de María Eugenia Vidal, en el diseño de políticas públicas. No pocos lo ubican como candidato a diputado nacional para las próximas elecciones, pero sobre eso responde que todavía no hubo ofrecimientos concretos.

“Me honra que piensen en mí, pero nunca lo haría como una cuestión narcisista, sino como una construcción colectiva”, aclara.

P-¿Cree en los partidos políticos?

R-El mundo está viendo nacer a movimientos, muchas veces liderados por personas atractivas. Pero creo que los partidos tienen un rol. Tienen que renovarse. En la Argentina el peronismo y el radicalismo si no se renuevan van a explicar más el pasado que el futuro.

“Los argentinos tenemos sesgos. Creemos hay una conspiración internacional para que no nos desarrollemos”.

“Cuando uno habla de la enfermedad
del cerebro tenemos que incluir a la adicción. La adicción secuestra el cerebro”.

Un libro, un puente para padres e hijos

Antes de su visita a Roca, Facundo Manes presentó su último libro, “Descubriendo el cerebro” que fue escrito junto a María Roca y está orientado a los más chicos.

P- ¿Cuál es la importancia de sumar conocimientos de neurociencia desde la infancia?

R- Lo hicimos con varios objetivos. Uno es que los chicos pierdan el miedo a la ciencia, que se sientan atraídos. Y el cerebro es fascinante. Segundo, yo soy padre, le leo cosas a mis hijos y muchos veces me aburro, o ellos se aburren con las cosas que a mí me interesan. Este libro es un puente para el diálogo entre padres e hijos, una excusa para comunicarlos.

Fuente de la entrevista: http://www.rionegro.com.ar/sociedad/manes-necesitamos-valorizar-al-docente-darle-prestigio-social-XK2783563

Fuente de la imagen:https://pbs.twimg.com/profile_images/727352450085212160/tWa3KjSM.jpg

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