Adriana Puiggrós
A pocos días de la tremenda masacre efectuada por terroristas islámicos en la redacción del periódico francés Charlie Hebdo, es necesario afirmar que no hay ninguna justificación que le reste inhumanidad. En cambio debemos ahondar en las condiciones de producción de hechos de esta naturaleza, en cuya serie debemos incluir la reciente matanza de 43 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, México. Es bien sabido que el terrorismo lleva agua a molinos diversos que no se agotan en sus ejecutores o inspiradores directos; se engarza en la compleja trama del mundo financiero-narcotraficante-racista-expulsivo-armamentista, que expresa al capitalismo de la nueva y peligrosa etapa que está avanzando.
Los protagonistas más visibles son jóvenes, su carne, su sangre, su percepción brutal de la imposibilidad de un porvenir viable, atractivo, que conecte con la vida. Las inscripciones de los jóvenes en las sociedades encuentran profundas diferencias y distinciones, pero son extremadamente escasos los que tienen alguna libertad para elegir, o de ser conscientes de que no está necesariamente inscrito en sus biografías ser instrumentos antes que humanos. Las personas son sensibles a los atractivos de su entorno. El fútbol socializa: agrupa, educa, entusiasma. También hay barras bravas futbolísticas que convocan a jóvenes y adultos desesperados por ser grupo, por pertenecer. Se incluyen en un lema, comparten un cántico, pero también suelen construir un enemigo mortal en el club rival, o en cualquier otra entidad, inasible, una entidad que les permita recortar un “nosotros”, poner un cerco subjetivo que los saque del llamado a la individualidad absoluta que tienta en este siglo.
La cultura hegemónica no proyecta al ambiente más propuestas que la subsistencia, el consumismo y la lucha por “being someone”, la tremenda frase anglosajona. Descalifica y desgaja la pasión colectiva. La pasión misma ha perdido actualidad y prestigio; afortunadamente subsiste en los deportes. La oferta repetida, y repetida, de cerveza o de Nike, habilita a los chicos a decir ¿por qué yo no? o bien a tomar por sí mismos lo que sea, incluso la vida de los otros por mano propia y a vivir peligrosamente. La opción por la violencia es desprecio por la política y desaliento por la vida social. El estímulo del peligro o la muerte misma alientan a jóvenes que están hartos de la oferta del mundo capitalista yanquizado, de la rutina publicitaria que les exhibe objetos inalcanzables y de la falta de empleo y de oportunidades de estudio. De la ausencia de sentido histórico en la sociedad pragmática. Siniestro destino.
¿Es posible revertir esta situación? En el devenir inmediato de la peligrosa situación mundial, es la política la que tiene capacidad de incidencia directa, no la educación. Pero toda política está cargada de enunciados político-pedagógicos. En la Argentina miles de jóvenes testimonian en las redes sociales y en actos políticos su adhesión y entusiasmo por la realización de los juicios a los responsables del genocidio y la política de derechos humanos de los gobiernos kirchneristas.
Nuestro gobierno, junto a los gobiernos populares de América latina, juega un papel importante a favor de la paz mundial, basado en la firme defensa de la autodeterminación nacional y regional. En esa postura hay un mensaje pedagógico implícito, una invitación a soñar con la Patria Grande. Como lo hay en el aumento del empleo (miremos la situación de una década atrás), como lo encuentran quienes ahora pudieron terminar su secundaria y los millones de adolescentes que fueron incluidos en el mundo digital desde la escuela pública. Lo hay en la apertura de universidades en los lugares más desfavorecidos. La etapa preelectoral de la Argentina es un momento adecuado para pensar en grande, para habilitar el “inédito viable” del que hablaba Paulo Freire, para embarcar a los jóvenes en proyectos que creen en la posibilidad de una sociedad humana.
Fuente del articulo: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-263801-2015-01-13.html
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