Apuntes sobre geoeconomía desde el Sur (2015-2016)

Alfredo Serrano Mancilla

I. La resistencia hegemónica de los Estados Unidos

El país hegemón se resiste y hace lo imposible para recuperar el terreno perdido en el siglo XXI. Estados Unidos necesita del monopolio del dólar para sostener su endeudamiento billonario en lo comercial (505.000 millones de dólares) y en lo fiscal (59,4 billones de dólares). La economía made in USA depende interna y externamente del poderío de su moneda a escala global. Así lo reconoce por ejemplo el mismo Jared Bernstein (economista jefe entre 2009-2011 del vicepresidente de Estados Unidos, Joe Biden, y miembro actual del equipo económico de Barack Obama) en el mismo New York Times: “el papel del dólar como moneda de reserva mundial pasó a ser un principio fundamental de la política económica de Estados Unidos». Sin embargo, en la última década, el proceso progresivo de desdolarización en la acumulación mundial de reservas hace peligrar precisamente la posición exclusiva dominante de los Estados Unidos en materia geoeconómica. 

Dos variables son claves para comprender la dimensión de este fenómeno: 

1) La participación del dólar en las tenencias de reservas mundiales pasó de representar el 71,1% en 2000 hasta el 60,7% en 2011; esta evolución se explica por el creciente rol del yuan chino que ya es usado como moneda de reserva en un total 40 bancos centrales; y 

2) A los Estados Unidos tampoco le conviene económicamente que el intercambio comercial entre grandes países se realice cada vez más en monedas propias sin necesidad de transitar por el dólar (Rusia con China, Japón con China, también previsto para los BRICS).

En lo que llevamos de siglo XXI, Estados Unidos tampoco cuenta con el monopolio en relación a las grandes transnacionales, pero sí va dando signos de recuperación en este pasado 2015. En la última década, fueron apareciendo grandes corporaciones mundiales con casa matriz en China, América Latina, Rusia, India; además de las que ya existían en Japón y en Europa. Antes del estallido de la crisis, Estados Unidos solo tenía 34 compañías entre el centenar de empresas más valiosas del mundo. No obstante, durante este periodo de gran recesión, las empresas estadounidenses han sabido recuperar posiciones. En la actualidad, ya disponen del 54% de ese top 100 mundial. El dato demuestra recuperación del capital estadounidense en el tablero global pero aún insuficiente para aseverar que su hegemonía es la misma que la que ostentara en el siglo pasado. Los países emergentes se han convertido a día de hoy en países suficientemente emergidos y protagónicos. El ejemplo de China es el más destacado en este sentido que en la actualidad cuenta con un significativo 11% en dicho top 100 mundial (a fines de s.XX sólo tenía el 2%). Otro ejemplo es que en la clasificación Fortune 500 -que reúne a las mayores empresas del mundo por facturación-, el número de compañías cuya sede está en algún país emergente ha pasado de 21 en el año 2000 a 132 en 2014 (95 de ellas son chinas). 

Estados Unidos no ha perdido la hegemonía pero sí la debe compartir con otros bloques económicos consolidados a nivel mundial. Frente a ello, la estrategia económica estadounidense se ha centrado fundamentalmente en vencer en la guerra de las expectativas económicas. Durante todo el año 2015, la Reserva Federal (FED) ha anunciado una subida de la tasa de interés que finalmente se ha producido a final de año y en escala menor. El objetivo era (y aún es) realizar un efecto llamada a los capitales financieros que se habían ido de casa en busca de otros destinos más rentables. Pero además con esta subida y con la apreciación del dólar en el último año, pretende decirle al mundo que la economía estadounidense está en plena forma.

Luego de unos años de una excesiva expansión monetaria, usada para sanear a grandes bancos y fondos de inversión recomprando buena parte de su deuda intoxicada, Estados Unidos anuncia al mundo que está preparado para crecer y volver a ser el único epicentro de la economía mundial. Su deseo es claro: hacer resucitar al Consenso de Washington como único centro de gravedad del nuevo orden geoeconómico mundial. No lo tendrá fácil, pero tampoco hay que infravalorar su capacidad para lograrlo. No se debe olvidar que tiene nuevos aliados gracias a sus invasiones y a nuevos movimientos de ajedrez (Irán). Además, su imperio en la economía del conocimiento en pleno auge del mundo tecnológico le permitirá seguir ganando terreno en esta guerra de posiciones económicas a nivel global. También cuenta con otra arma de destrucción masiva: el monopolio de las agencias de calificación de riesgo (Moody’s, Standard & Poor`s, Fitch). El mundo financiarizado aún pivotea fuertemente sobre suelo norteamericano. Su arquitectura económica-financiera internacional aún continúa siendo soporte de las relaciones geoeconómicas (FMI, OMC, BM, CIADI, etc.).

A pesar de este gran hard power, Estados Unidos no está solo en la escena mundo; lo sabe y buscará como sea poder resarcirse para gobernar económicamente el planeta tal como lo hizo en las últimas décadas del siglo pasado. El tablero y sus piezas están servidos. La partida para el 2016 recién comienza; veremos cómo acaba. 

II. Sobre el precio del petróleo

A pesar de la consolidación de las nuevas fuentes energéticas, el petróleo sigue siendo el rey. Este recurso fósil representa un tercio de la matriz energética mundial. Su papel geoeconómico es indiscutible. El siglo XXI se ha caracterizado por un Gran Cambio en este asunto debido fundamentalmente a la recuperación del rol de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) frente a la AIE (Agencia Internacional de la Energía). Los países OPEP fueron paulatinamente recobrando su protagonismo y soberanía en relación a la determinación del precio a nivel internacional. A junio del 2014, el precio por barril alcanzó hasta 115 dólares. Sin embargo, desde ese momento, se ha producido un derrumbe continuado. El año 2015 acabó con un precio por debajo de 40. Su valor alcanza el mínimo de los últimos 11 años.

Son muchos los factores en juego para explicar esta caída tan abrupta. Mucho se dice acerca de que todo se debe a un incremento de la oferta petrolera en este último tiempo. Se han sucedido varios hechos claves en este sentido: 

1) aumento de la producción de la producción de esquisto en Estados Unidos que se fue aprovechando de la subida pasada de los precios (pasó desde los 5,1 millones de barriles diarios en 2009 hasta los 9,32 millones en los que terminó el año 2014)

2) Arabia Saudí ha sobrepasado la producción de 9 millones de barriles al día

3) Irak ya está por encima de los 4 millones de barriles al día, y 

4) y además, en clave de expectativas, Irán prevé un aumento de su producción petrolera en 500.000 barriles por día a partir de este año gracias al levantamiento de las sanciones (debido al pacto con Estados Unidos). 

Es por tanto cierto que este incremento de oferta petrolera tiene mucho que ver en el descenso del precio. Sin embargo, no es la única razón de esta situación. El mismo Congreso de Estados Unidos considera que, «el 30% del precio del petróleo se debe a la especulación de los Fondos de Inversión y grandes bancos»; y la consultora Goldman Sachs considera que el impacto de este fenómeno es del 40% en el precio. Esto quiere decir que no todo se debe a un frío calculo de oferta y demanda, sino que a esta explicación hay que sumarle el interés especulativo de los grandes capitales mundiales en base a claves geopolíticas/geoeconómicas.

Se prevé un leve incremento de la demanda del crudo a nivel internacional. Pero la oferta seguirá creciendo al menos en el corto plazo. No parece fácil imaginar un acuerdo pleno entre los países OPEP para reducir la cuota ofertada. Arabia Saudí no parece querer hacer nada para incrementar los precios a pesar que su record en déficit fiscal (es actualmente del 15% de su PIB). Irán ha anunciado que aumentará sus exportaciones petroleras. Por otro lado, Estados Unidos, con estos precios tan bajos, no podrá mantener la cuota de producción del petróleo de esquisto tal como ha venido ya sucediendo en el año pasado. Un precio tan bajo del petróleo tiene un efecto inmediato en la rentabilidad económica de este tipo de inversiones. Si el precio continúa a la baja, habrá mucha producción que cesará porque no podrán soportar los actuales costes de producción. Nuevamente, el factor tecnológico se convierte en determinante en este asunto para quien quiera sobrevivir a precios tan reducidos.

La guerra del precio del petróleo está servida sobre la mesa. Existen multiplicidad de predicciones. Algunos analistas consideran que el objetivo a largo plazo del reino saudita es mantener bajos los precios para, de esa forma, dejar fuera de mercado a los productores de petróleo no convencional o de esquisto. Si esto fuera así, entonces sí, el precio podría volver a remontar hasta valores impredecibles. La mayoría de estudios internacionales (Westpac, Barclays, Wells Fargo, Unicredit y Société Générale) estiman el valor en un intervalo entre 41-60. Según Goldman Sachs, el año que viene la sobreoferta mundial será de 580.000 barriles diarios; así que los inventarios seguirían llenándose. Moody’s cree en su informe petrolero anual que el desequilibrio del mercado petrolero se prolongará hasta más allá de 2016. Lo mismo considera la Agencia Internacional de la Energía.

La ecuación sobre los precios del petróleo no se resuelve en base a la matemática. La (geo)economía política tiene mucho que decir en este asunto. Arabia Saudí e Irán compiten por su posición hegemónica en Oriente Medio. El conflicto en Siria tampoco puede pasar desapercibido en esta discusión. El intento de castigar a Rusia, quien elevó en un 7,5% sus exportaciones de petróleo en 2015, es otro elemento clave para entender lo que pasará en la evolución de los precios del petróleo. El fin de la prohibición a las ventas del crudo de Estados Unidos fuera del país es otro ingrediente en este gran maremágnum petrolero.

Es complejo hacer predicciones sobre el precio a partir de cuotas de oferta y demanda petrolera teniendo en cuenta que lo que está en juego son las cuotas de poder geopolítico. Detrás de todo ello, el pulso entre la OPEP y la AEI está en el centro de la actual batalla geoeconómica en materia petrolera. 

III. Los ataques contra los BRICS, contra China

El comercio Sur-Sur cada vez es más importante a nivel mundial. Pasó de suponer un 6% en 1985 a un 24% en 2010; mientras que el comercio Norte-Norte retrocedió al 38% en ese mismo periodo); en materia de inversiones extranjeras directas, las de flujo Sur-Sur ya son casi 50%. Por su parte, los BRICS representan al 45% de la población mundial, el 25% del PIB mundial, el 41% de las reservas de divisas y 45% de la producción agrícola del mundo. Su comercio intra bloque supone el 17% del comercio mundial. Este grupo de países además viene construyendo una arquitectura financiera paralela a la hegemónica, con su propio Banco de Desarrollo y su Fondo de Reservas; y como se ha dicho anteriormente, realizan una gran parte de su transacciones comerciales sin necesidad de pasar por el dólar.

China es indudablemente el vértice principal de este nuevo pentágono geopolítico. Poco a poco, Pekín va configurándose como la única potencia capaz de establecer, a medio plazo, una verdadera ‘rivalidad estratégica’ con Washington. Tan es así que el mismo FMI reconoció recientemente que la economía china es la mayor del mundo. China representa el 16,479% del PIB mundial medido en Paridad de Poder Adquisitivo, frente al 16,277% de Estados Unidos. La reciente creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII) pretende reforzar esta posición en el terreno de lo financiero. El BAII pretende rivalizar con el FMI y BM, y también con el Banco Asiático de Desarrollo (creado en 1966, y muy controlado por Japón). Ni Tokio, ni Washington se han adherido al BAII; pero ya se han adherido unos 57 países, entre ellos los BRICS (Brasil, Rusia, la India y Sudáfrica), así como Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Países Bajos, Australia, Corea del Sur, Israel, etc. Esto constituye una enorme victoria diplomática de China en materia financiera internacional.

A pesar que el FMI todavía no le concede mayor cuota de participación a China en su actual estructura [1], sí se ha aprobado la inclusión del yuan chino en su cesta de monedas de reserva, integrada hasta ahora sólo por el dólar estadounidense, el euro, la libra esterlina y el yen. Esto tiene un importante valor simbólico y real en el camino de la internacionalización del yuan como moneda referencia a nivel global.

Desde el inicio del siglo XXI, China viene aumentando sus inversiones directas en el exterior, alcanzando una media de 200.000 millones de dólares al año; en este sentido, las inversiones chinas comprometidas para América Latina son de 250.000 millones de dólares para los próximos diez años. Con América Latina también se han incrementado de manera espectacular los intercambios comerciales (entre 2000 y 2013, se multiplicaron por 22). 

Estos datos reflejan que la transición geoeconómica es un hecho en gran medida debido al papel de China. El Consenso de Beijing, como muchos lo denominan, actúa como contrapeso al Consenso de Washington. Estados Unidos no está solo en este mundo. Lo saben y por ello reaccionan contra los BRICS y contra todo aquel país que no se atenga a su mandato. Así vienen procurando en los últimos meses construir un sentido común global, en lo económico, de que todo es culpa de los BRICS, todo es culpa de los países emergentes, todo es culpa de China. Lo han hecho y lo seguirán haciendo. Llueven los estudios que afirman que los BRICS, y muy particularmente China, no podrán continuar siendo países de destino de inversiones a escala global. Se percibe este intento de restauración conservadora neoliberal a nivel mundial en lo económico para que todo vuelva a la hegemonía de antes, a la del siglo XX.

La campaña contra China tiene visos que continuarán en el año 2016. Que el modelo económico chino tiene graves fallas estructurales no lo discute nadie, pero tampoco es riguroso decir que se acabó el milagro chino, que ya no crece como antes, que está en el pleno colapso financiero. Todo suena a un excesivo ataque coral contra las expectativas económicas Chinas. Resulta preciso ser cuidadoso a la hora de aseverar ciertas visiones catastrofistas que más se parecen a deseos de profecías auto cumplidas. Es fundamental tener en cuenta que no hubo milagro chino alguno; más bien todo ha sido fruto de una estrategia económica de inserción mundial muy acertada para recuperar una posición dominante, muy en correspondencia con el tamaño de país que representa. China usó su potencial exportador en un mundo económico neoliberal y posfordista en el que la fragmentación geográfica de la producción mundial les permitió insertarse ventajosamente a escala global. Así inició una senda de crecimiento de doble dígito que nunca es fácil de sostener en el tiempo. Sin embargo, no debería minusvalorarse que todas las predicciones coinciden en afirmar que la economía seguirá creciendo por encima del 6% a pesar de haber decidido cambiar su modelo económico puertas adentro. China apuesta por un proceso de sustitución de importaciones para satisfacer la demanda interna. Desea reducir su dependencia exportadora aunque ésta siga siendo clave en los próximos años. Este hecho económico será determinante a escala global porque seguramente pueda incidir en el comercio mundial, y en el precio de los commodities a escala internacional como ya ha venido sucediendo en el último tiempo.

Además, hay que destacar que China ha cambiado su patrón de relacionamiento exterior: si hace pocos años, el comercio ocupó la principal actividad económica exterior, hoy en día, han crecido las relaciones financieras y las inversiones. Esto significa que China se convierte así en un socio económico estratégico creciente más allá de las relaciones comerciales. Esto no cambiará en el año 2016, ni en los venideros. Esto justifica que los ataques contra China continuarán. Seguramente habrá nuevos intentos para afirmar un gran crash financiero en el país asiático. Ya sucedió este 2015. Si bien fue cierto que se produjeron en dos momentos consecutivos caídas abruptas del valor de las bolsas de China, también es cierto que en el primer semestre del año 2015, hubo una gigantesca capitalización bursátil en el gigante asiático. Es decir, en suma, en el año 2015 no le fue mal a la capitalización bursátil china.

En definitiva, es importante no caer en “lecturas” económicas fijadas desde el capitalismo neoliberal que procuran ir contra China para hacernos creer que se desinfla su economía y será la culpable del freno en la economía global. Ni esto ni tampoco decir que el gigante asiático tendrá su misma política económica que hace unos pocos años. 

IV. Europa y su Sur

Europa continúa entrampada en su encrucijada económica. Apenas crece. La Comisión Europea estima un crecimiento para la eurozona en 2016 de hasta el 1,9%, pero en base a valores del comercio mundial muy por encima de lo que pronostican el resto de organizaciones internacionales. La producción industrial tampoco presenta síntomas de recuperación. La productividad por hora trabajada tampoco ha crecido significativamente en los principales países de la UE. El desempleo sigue siendo elevadísimo, muy particularmente el juvenil; la pobreza y exclusión social se constituye como un gran déficit estructural de todas las economías europeas. El endeudamiento social es un principio rector conexo con las nuevas fórmulas de políticas económicas aplicadas en la Unión Europea (UE). El Estado del Bienestar europeo está más cerca de estas alturas de constituirse como el Estado de malestar que exige el capital para que su tasa de ganancia recupere los niveles exaltados de otros tiempos. Incuestionablemente, la integración por arriba desintegró a los de abajo.

La moneda única, el euro, es la moneda del pensamiento único en lo económico. Frente a la crisis europea del modelo fallido neoliberal, la salida es más neoliberalismo bajo una reconfiguración hacia dentro para insertarse de otra forma puertas afuera. Diferenciar mucho más lo que es centro de lo que supone la periferia se convierte en un objetivo básico para estos tiempos en la Europa de las dos velocidades. El patrón de desarrollo desigual europeo se exige cada vez más pronunciado en el nuevo reordenamiento interno para que la inserción exportadora de las grandes transnacionales sea la respuesta efectiva frente a la actual crisis económica. La depreciación del euro parece ser uno de los caminos elegidos para seguir vendiendo afuera lo que adentro no se compra. Y además, el BCE, luego de haberlo iniciado muy tardíamente, seguirá seguramente con su programa de compras de deuda hasta 2017 para seguir “saneando” a la gran banca privada europea. Las respuestas económicas en la zona euro continúan dando la espalda a todo lo que tenga que ver con la economía real.

Así es como el estado-nación llamado Alemania impone su modelo: un esquema supranacional europeo a su merced que le permita competir afuera. En este marco impuesto por el centro, la única alianza sin nacionalidad permitida casa adentro es aquella que existe en el plano de las transnacionales con casa matriz en la UE. Ese pacto está bien sellado por todas las grandes empresas privadas europeas, y en él, no tiene cabida el pueblo griego ni sus derechos sociales. El gran capital europeo quiere esta UE y no otra. No acepta ni tolera que a ningún pueblo del Sur se le ocurra decir lo contrario.

El año pasado 2015 se inició con la victoria del pueblo griego, y acabó con un nuevo gobierno portugués de coalición de izquierdas, y con una realidad política española más multipartidista, con la inclusión de una fuerza política, Podemos, que demanda otra economía al servicio de los ciudadanos. En medio, el pueblo griego sufrió un importante revés porque el gobierno no pudo llevar a cabo lo que la democracia y las urnas así demandaron. Alemania se impuso en Grecia y avisó a navegantes europeos que las consultas para decidir algo diferente a lo que dictamine la troika no son bienvenidas. Las llamadas “decisiones técnicas” son para los capitales europeos más importantes que aquello que emane de una elección democrática.

De todas formas, Grecia no se queda sola en este nuevo escenario europeo. El Sur europeo comienza a decir “Basta Ya” a seguir siendo denominados peyorativamente los cerditos, esto es, los PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España). Esto no gustar a Alemania ni a los grandes capitales. Grecia aislada representa poco cuantitativamente en la economía europea. Pero en cambio su poder simbólico, unido a la potencial llegada de otros países del Sur que se sumen a esta interpelación del modelo europeo, ocasionaría un grave riesgo para la sostenibilidad del proyecto made in Germany. Esto no significa que estén dadas las condiciones objetivas y subjetivas para un cambio inmediato en el corto plazo. Pero sí se observa como el Sur comienza a constituirse como un nuevo todo que aparece a través de los eslabones más débiles del modelo europeo reclamando otras políticas económicas más justas, más a favor de la garantía de los derechos sociales.

La tensión está servida entre un Sur que empuja hacia otro rumbo y una superestructura económica europea que resiste los embistes. He aquí la cuestión: restauración conservadora o ruptura democrática. El euro, la arquitectura institucional política y económica europea, la presión de la gran banca privada y de los grandes capitales harán lo imposible para que nada emerja para ni siquiera proponer alternativas. La idea de Thatcher está más vigente que nunca: “no hay alternativas”. En ello se sustenta la solidez del neoliberalismo. En no permitir que aparezca otra opción posible. Sin embargo, puede que esto esté cambiando. En Grecia, a pesar de todos los sinsabores, el pueblo griego no elige a los representantes que la UE desea. En Portugal, la presencia de la izquierda en el nuevo gobierno ha dado al traste con las esperanzas de proseguir silenciosamente con la gestión efectiva de las políticas de austericidio. Lo último ha sucedido en España donde el Partido Popular tiene a dos tercios de los votos en su contra. Podemos, como alternativa real de cambio, representa el 20% del electorado y se constituye como pieza clave en los próximos años. Los que siempre presumen de democracia, ahora son los mismos que hablan de incertidumbre institucional o falta de estabilidad política cuando la mayoría en España ha decidido otro parlamento más plural, con una reveladora presencia de otras voces que critiquen fuertemente las políticas de déficit social que afecta a la cotidianidad de la ciudadanía.

Aquello que dijera Angela Merkel en un mitin de su partido en mayo de 2011 vislumbra perfectamente que su preocupación de antaño está cada vez más justificada en el tiempo presente: “No podemos tener una moneda común mientras unos tengan tantas vacaciones y otros tan pocas, o mientras en Grecia, España y Portugal la gente se jubile mucho antes que en Alemania”. El Norte queriendo conducir al Sur. El rumbo geopolítico en disputa. Y todo dependerá, en gran medida, de cómo las fuerzas del Sur sigan creciendo, consolidándose y coordinando su acción frente al norte europeo. En ello, mucho tendrá que ver también cómo se confronte contra el modelo hegemónico dominante. O se acomodan a él, y por tanto, es muy difícil que haya una mejora sostenible para las mayorías. O, por el contrario, se implementa otra política económica alternativa dentro de los límites y márgenes estrechos que concede el sistema europeo, y mientras tanto, se avanza estratégicamente en acumular fuerzas para interpelar los aspectos determinantes estructurales, y poder realizar una transformación más radical para democratizar la economía. 

V. América Latina en disputa

América Latina está más en disputa que nunca. En el tramo final del año, ocurrió un suceso muy novedoso para lo que venía siendo el siglo XXI. Es la primera que vez que un gobierno progresista en la región pierde unas elecciones presidenciales. La restauración conservadora se impuso en Argentina con una gran alianza encabezada por Mauricio Macri. En Venezuela, aunque no se ha perdido el ejecutivo, el pasado 6 de Diciembre del 2015 la Revolución Bolivariana también sufrió un importante revés electoral en la Asamblea Nacional. Después de una década ganada en muchos países de la región gracias a gobiernos que antepusieron políticas soberanas a favor de la recuperación de sectores estratégicos y políticas económicas redistributivas garantizadoras de derechos sociales, mejorando los niveles de vida en muchas dimensiones (incluida el consumo), después de estos años, se abre una nueva fase de cambios al interior de este cambio de época. Ya no se puede afirmar que la derecha regional opositora no sabe ganar elecciones en lo que va de siglo XXI en aquellos países que optaron por una vía contra hegemónica (Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina). La política efectiva de cambios materiales en las condiciones de vida a favor de la mayoría ha sido insuficiente en algunos países para tener el apoyo mayoritario en las urnas (elección presidencial en Argentina y parlamentarias en Venezuela).

El abanico de las razones de este viraje electoral es muy amplio. En el caso argentino, un asunto fundamental es la elección del candidato. Ahora sí se puede afirmar que no sirve cualquiera para continuar con un proyecto de cambio por muy bien engrasado que éste esté. Scioli no es lo mismo que Cristina Fernández de Kirchner. Esto obliga a pensar con mayor responsabilidad el tema de la sucesión, quién, cuándo, cómo, qué identidad política representa. Otro tema sustancioso es la dificultad de los procesos de cambio para disputar el futuro, sin caer en un excesivo relato retrospectivo. La campaña del miedo, de la vuelta a un pasado peor, no parece suficiente para ganar. La nueva mayoría, propia del cambio de época, no cree a estas alturas que se pueda volver atrás. El nuevo ciclo histórico de transformaciones logró instalar un nuevo sentido común de irreversibilidad. Y a partir de ahí, toca pensar en el futuro; disputarlo y ganar la batalla de las expectativas para volver a encantar a las mayorías. La fidelidad se sostiene con desafíos hacia delante y sería un craso error obcecarse con querer construir la historia echando demasiado la mirada hacia atrás. Este aspecto es válido para Argentina, pero también para otros países. Se necesita reinventar una narrativa esperanzadora, de oportunidades futuras, que no rompa con el pasado, que sirva como detonante de motivación y entusiasmo. Se precisa identificar cuáles son las nuevas demandas de la ciudadanía para seguir avanzando. No sirve de nada viejas respuestas si existen nuevas preguntas.

Otro rasgo característico de esta nueva disputa que se abre en adelante es que el cambio de época ha provocado un cambio en la derecha regional. Macri no es Menem; Capriles tampoco es Caldera; ni Mauricio Rodas se parece a Nebot. La derecha del siglo XXI ya no es la del siglo XX aunque arrastre ciertos lugares comunes del pasado. Se presenta como la política de la buena onda, más amigable, revestida excesivamente de marketing, evitando exceso de confrontación. Esta nueva derecha ha venido ampliando su base de apoyo a costa de aglutinar nuevas demandas y valores más individuales (ecologismos, oenegismos, etc.) Fueron agregando siglas, creando coaliciones, alianzas territoriales. Véase Cambiemos en Argentina, y la Mesa de Unidad en Venezuela. Fueron creando una aparente unidad en medio de un mar de múltiples intereses no idénticos. Es una estrategia cada vez más poliédrica que comienza a darles algunos resultados positivos.

A estas claves, hay que sumar seguramente los errores propios de la gestión gubernamental, el desgaste propio de más de una década y la imagen de deterioro azuzada siempre por los medios de comunicación hegemónicos. Sin embargo, en estos últimos años existe una razón de peso que sobresale por encima de las demás: el flanco económico. La caída de precios del petróleo, la contracción del comercio mundial y el estrangulamiento financiero internacional constituyen un frente externo adverso que añade obstáculos a este momento histórico. Además, cada vez son más notorias las tensiones y contradicciones económicas internas propias de cualquier proceso de cambio a tan alta velocidad. El rentismo importador del siglo XXI hace tanta mella como el rentismo exportador del siglo XX; el cambio de modelo productivo es imperioso comenzando por aquellos sectores más prioritarios para sostener el alto consumo en bienes básicos para la población.

Se abre por tanto un año 2016 de alta intensidad de disputa entre diferentes modelos económicos. El debate se abre de par en par. Cada proyecto político pondrá encima de la mesa aquello que considera más oportuno para afrontar los desafíos inminentes. Esta vez sí hay una singularidad: los proyectos que eran opositores en Argentina y en Venezuela, ahora tendrán que ser protagonistas y propositivos. En Argentina, el electroschock económico de Macri ya se ha iniciado. Apenas un par de semanas de gobierno han bastado para no dejar ninguna duda acerca del modelo económico que pretende la derecha argentina para los próximos años. La apuesta es evidente: ponerse al lado del campo argentino, de las pocas grandes empresas agroexportadoras, permitiéndoles que sean ellos una suerte de “para Banco Central”, con capacidad suficiente para elegir qué hacer con los dólares del país. No solo eso, sino a cambio de dar “libertad” en comprar dólares, el país se endeudará de manera externa-eterna para las próximas décadas. Se acabó la soberanía y cualquier ilusión de seguir caminando hacia la independencia económica del país.

En Venezuela, la oposición tendrá que decidir, sí o sí, en el seno de la Asamblea Nacional si su propuesta es pedir prestado al FMI, volver a liberalizar el tipo de cambio, llevar a cabo políticas de ajuste en detrimento de la inversión social, o descapitalizar el país poniendo a la venta los activos más importantes de los sectores estratégicos. Es momento de no poder esconderse. Tendrán que dejar de criticar para pasar a proponer. No están acostumbrados a ello pero tendrán que hacerlo dada su nueva fuerza parlamentaria.

A partir de ahí, se inicia un pulso entre diferentes proyectos económicos. Cada uno pondrá encima de la mesa sus cartas. Los procesos de cambio aún en marcha, muy especialmente el venezolano, deberán procurar buscar soluciones internas frente a la restricción externa que no impliquen un ajuste neoliberal. No se puede superar este momento negociando los derechos sociales. Por ejemplo, en Venezuela, el Estado de las Misiones ha de ser precisamente el músculo económico a utilizar para la nueva etapa. La inversión social ha logrado realmente crear un nuevo universo económico siempre minusvalorado por el neoliberalismo. La cara económica de lo social es preciso valorarla en su justa medida. No es marginal ni desdeñable que el Estado haya puesto en funcionamiento una maquinaria de políticas públicas inclusivas a favor del área social para una mayoría ciudadana. Hay que aprovecharlas, hay que utilizarlas eficazmente como efecto multiplicador en lo económico. La nueva matriz de políticas públicas tiene un gran potencial económico para afrontar este escenario externo adverso. Esta nueva economía que pivota en torno a lo social ha de ser aprovechada como detonador para un salto adelante en lo productivo. Por ello, es imprescindible una nueva política de compras públicas a favor de un nuevo tejido productivo, democratizado, más eficiente. Por ejemplo, en Venezuela, se requiere internalizar la actividad económica derivada de la Misión Vivienda, de otras misiones relacionadas con el sistema de alimentación, con la sanidad, con la educación.

Lo interno ha recobrado además más importancia ahora que “el país económico” es más amplio, más incluyente. Gracias a la mejora en las condiciones sociales, económicas y laborales, la democratización del consumo en estos procesos ha sido significativa garantizando así una sólida demanda interna. Centrar la política económica en cambiar la matriz productiva a favor de una nueva oferta interna es cuestión imprescindible. En este sentido, también cabe planificar una oferta supranacional, a nivel regional, poniéndose de acuerdo entre los países amigos para conjuntamente repensar cómo realizar la gran transformación productiva latinoamericana, considerando además un mundo con cadenas globales de valor muy fragmentadas geográficamente. A veces, puede ser más rentable producir cualquier insumo con alto valor agregado insertándose inteligentemente en el mundo en vez de querer producir cada bien pero teniendo que importar gran parte del valor agregado.

A esta vía interna hay que añadir también lo tributario porque es posiblemente el camino más confiable para compensar la caída de los ingresos públicos por los bajos precios del petróleo. La soberanía tributaria se erige en estos tiempos en la senda más sostenible para hacer irreversible todo lo logrado en lo social. Hay margen de maniobra suficiente para recaudar más fondos públicos bajo principios de justicia social. En Venezuela, por ejemplo, se ha dado un paso acertado en este sentido con la última decisión acerca de eliminar los ajustes por inflación que utilizan los grandes capitales para dejar de pagar impuestos; la implementación del impuesto sobre transacciones financieras también constituye un mecanismo acertado para evitar que el capital financiero evada impuestos. Una política de tolerancia cero contra la evasión y elusión fiscal se hace cada vez más indispensable. Los impuestos directos todavía tienen gran capacidad para recaudar.

Se precisa también una revisión de la regulación de la inversión extranjera directa para que los dividendos no sean repatriados en su totalidad hacia las casas matrices. Más bien, hay que buscar las fórmulas para que la ganancia generada dentro de casa se vuelva a reintegrar en el orden económico interno, y multiplicarlas productivamente. Esta tarea no es únicamente obligatoria para Venezuela; también para Ecuador y Bolivia. Hay que encontrar alternativas a los Tratados Bilaterales de Inversión de neoliberalismo pero con efectividad. Frente a la limitación financiera internacional, se precisa explorar mejor los mecanismos de atracción de inversiones productivas a favor del modelo de desarrollo que se pretende construir en adelante.

Se hace necesario además un uso más eficaz de las divisas: una suerte de acupuntura en la colocación de las escasas divisas para que el modelo económico interno florezca. Es por ello que el cambio de paradigma recientemente aprobado en Venezuela, va en el buen camino. Se sustituye el viejo mecanismo de entrega de divisas a cambio de demostrar que no se puede producir por otro que permite acceder a las divisas (para las necesidades de importación de los insumos productivos) bajo el requisito de cumplir con una determinada cuota obligatoria de producción. Esta es la verdadera discusión de la política cambiaria: cómo, cuánto, cuándo, y a quién otorgarles divisas para darles el uso más productivo posible evitando la utilización ociosa y especulativa de las mismas. Luego de ello, sí que será necesario revisar la política de tipo de cambio frente una economía mundial en la que el dólar se aprecia, pero también en la que existen otras monedas cada vez más relevantes en el ámbito del comercio internacional.

En esta gran batalla geoeconómica tampoco se puede descuidar el papel de las translatinas, que son las nuevas multinacionales de origen latinoamericano y con casa matriz en América Latina, nacidas del boom económico en la región y que aprovecharon el mundo neoliberalmente globalizado. Este nuevo tejido empresarial (un gran capital privado latinoamericano) tienen gran capacidad económica para hacer y deshacer a su antojo en cada uno de los países del continente. Son actores decisivos en este nuevo tempo económico: tienen fuerza suficiente para provocar guerras económicas efectivas si quieren, pero también pueden ser aliados sostenedores de procesos si lo desean. No es un tema baladí ni para que sea pasado por alto. Empresas como Vale, Cemex, Latam, Mexichem, Odebrechet, Embraer, Falabella, Femsa, Avianca, América Movil, Copa Airlines, son entre otras, claves en el panorama geoeconómico regional y mundial. Conforman en realidad un nuevo modelo de integración económica para la región: piensan en otra hoja de ruta económica más a favor de su tasa de ganancia. El rumbo de los próximos meses y años dependerá en gran medida de qué tipo de políticas económicas afronten esta nueva realidad geoeconómica. No hacer nada frente a ello es permitir que se afiance una alianza del gran capital latinoamericano, a lo europeo, que solo necesite los Estados-nación para que le acomoden las instituciones a su antojo.

Son estos algunos elementos económicos fundamentales en esta nueva década en disputa. La presión desde afuera, así como las tensiones adentro, fuerza a elegir un camino u otro. El punto de bifurcación está a la vuelta de la esquina. Hay que decidir si la restricción externa se convierte en restricción interna, o si por el contrario se aprovecha estas circunstancias adversas para dar un paso adelante avanzando en la verdadera independencia económica. Porque de no ser así, la región también tiene otro bloque neoliberal que avanza aunque no sea sin problemas sociales casa adentro. La Alianza del Pacífico continúa con su política económica de bobo aperturismo al mundo, cediendo soberanía en los sectores estratégicos, y políticas públicas cada vez más anti sociales. Este revival del ALCA para el siglo XXI avanza con sus tratados de libre comercio desmantelando el pequeño tejido productivo nacional que existía en estos países, destruyendo al campesinado, generando una mayor dependencia importadora en bienes básicos, y lo que es más grave, acuciando un patrón de acumulación cada vez más concentrado en pocas manos a costa del mal vivir de las mayorías. A esta opción del Pacífico, hay que sumarle la interna en Mercosur, con una Argentina representada ahora por Macri, con un empresariado brasileño que empuja y empuja para que se firme un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

La geoeconomía latinoamericana está en pleno movimiento, y este año 2016 será decisivo. La Unasur y la Celac han optado por la vía política dejando de lado casi todo lo que tiene que ver estrictamente con lo económico (como si esto no fuera también político). Aún tiene mucho por delante para poder avanzar (por ejemplo, por qué no una agencia latinoamericana de calificación de riesgo). La Alianza del Pacífico no quiere dejar esta oportunidad de intento restauración neoliberal a escala global. Mercosur es a día de hoy un gran interrogante con una correlación de fuerzas cambiante. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América  (ALBA) ha de emerger y reapropiarse de una agenda económica regional que ha perdido relativamente en los últimos años. Lo que suceda en Venezuela será determinante para la región, pero también lo será cómo Bolivia continúe saltando escollos, entre ellos el más inminente, el referéndum que habilitaría una nueva reelección del Presidente Evo Morales. No hay que olvidar a Ecuador que, luego de haber aprobado una enmienda constitucional que permite la reelección presidencial indefinida pero no aplicable para el caso de Rafael Correa, viene de un año de alto voltaje político. En este caso, el país dolarizado ha de superar la restricción externa como si fuese interna. En suma, este eje de cambio, de ruptura con el viejo modelo neoliberal que partió de diferentes procesos constituyentes, afronta su etapa más complicada en este cambio de época, en el que lo económico tiene un papel privilegiado.
Nota
[1] Para adoptar una decisión importante en el seno del FMI es necesario el 85% de los derechos de voto; Estados Unidos dispone del 16,74% de los votos; la UE unida también posee más del 30% de los votos para vetar; China sólo tiene el 3,81% de los votos.

Alfredo Serrano Mancilla, Doctor en Economía, Director CELAG.

Fuente del articulo: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=207468
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Alfredo Serrano Mancilla

Doctor en Economía. Director CELAG (http://www.celag.org ) @alfreserramanci