Por El Cronista
Lejos de los termómetros tradicionales como el PBI o el crecimiento económico, las autoras Hinde Pomeraniec y Raquel San Martín se proponen buscar ese lugar soñado en otros indicadores de los que se llama «vivir bien». Cartografía renovada de países exitosos
El 24 de junio de 2016 el mundo se despertó convulsionado por dos noticias, en apariencia desconectadas. En Gran Bretaña, algo más de la mitad de los ciudadanos eligió en un referéndum que su país se retirara de la Unión Europea. La decisión ciudadana desencadenó un tembladeral político en ese país que repercutió en toda Europa y Estados Unidos, un descalabro en las principales bolsas y pareció dar aire a la extrema derecha nacionalista en distintos países. Mientras tanto, en Colombia, el gobierno y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) firmaron un acuerdo de paz para poner fin a un largo y sangriento conflicto armado que incluía el cese del fuego, la entrega de armas en un preciso cronograma y «el tránsito de las FARC a la vida civil».
El lazo que une ambas noticias es sutil, pero marca una época: en el corazón del mundo desarrollado, un país-potencia atravesado por tensiones nacionalistas y xenófobas y una desigualdad notoria amenaza con desmembrar un acuerdo continental y siembra pánico en el futuro de sus ciudadanos. Del otro lado del océano, en el continente cuna del Tercer Mundo, se cierra una capítulo trágico y se abre trabajosamente una esperanza a la estabilidad y la paz. Este es el centro de este libro: la dirección aparentemente paradójica de las transformaciones que están cambiando la forma del mundo como lo conocimos durante décadas.
En el corazón de estos cambios se dibuja un movimiento inquietante: de manera creciente, las elites políticas e intelectuales que piensan el mundo y tratan de darle forma parecen distanciadas de los millones de ciudadanos que viven en él. Si unos piensan en PBI y crecimiento económico, los otros reclaman bienestar y calidad de vida. Si unos se enredan en discusiones ideológicas, los otros reclaman buena gestión, servicios públicos eficaces y basta de corrupción. Unos se encierran en reuniones que terminan cada vez con más palabras y menos efectos; los otros salen a las calles y llenan plazas en todo el mundo, convocados y activos a través de las redes sociales.
En ese marco, ¿qué es hoy ser un país del «Primer Mundo»? Cuando las fronteras que separaban claramente los países desarrollados y deseables de los que transitan un peregrinaje sin fin a ese paraíso se desdibujaron, ¿puede pensarse que hay otros indicadores que señalan con más precisión cuándo un país es desarrollado?» El viaje que supuso este libro -metafórica y literalmente-, las voces que recogimos y las ideas que contrastamos nos permiten proponer aquí algunas de esas características que, más allá del PBI y los índices macroeconómicos, dibujan los contornos de un país bueno para vivir.
– «INVISIBILIDAD» DEL GOBIERNO
En los países y las ciudades que pueden entrar a este grupo, la vida cotidiana se desenvuelve sin las presencia constante -mediante propaganda, controversia mediática o inestabilidad- del gobierno, del partido y la orientación ideológica que sea. Claro que hay esfuerzos proselitistas y turbulencias políticas, pero no parecen interferir con la frecuencia y calidad de los trenes, el funcionamiento de las escuelas, la estabilidad de la moneda.
– EFICACIA DE LOS SERVICIOS PÚBLICOS
En estos países se da por sentado un piso mínimo de prestaciones del Estado que se reciben en tiempo y forma. Con mayor o menor peso de los impuestos -que normalmente y por esto se pagan sin reclamos ni demoras-, está claro que la educación, la salud, la seguridad, el transporte y la energía están previstos y provistos. Nadie debe dedicar tiempo o recursos para financiarlo o evitar los contratiempos de que algo de eso no funcione. Esa parte de la «infraestructura vital» está asegurada.
– CERTIDUMBRE SOBRE EL FUTURO
Si se suman estabilidad y previsibilidad, se entiende por qué en estos países es posible proyectar. Los ciudadanos no creen que un cambio de gobierno sea un salto al vacío. Saben que hay crisis, las atraviesan y lo han hecho, pero nunca las viven como terminales y siempre descansan en que hay alguien que se está encargando -con eficiencia, con transparencia, cuidando los intereses de todos- de que el país las navegue sin mayores turbulencias. Mientras tanto, las personas pueden imaginarse el futuro, el propio y el de sus hijos, con ambición y con pocos límites para sus aspiraciones. Las alcancen o no, tener esa posibilidad es un sentimiento poderoso.
– ESTABILIDAD DE LAS INSTITUCIONES
No se trata de que estos países-paraíso estén gobernados por personas sin ambición ni mezquindades ni intereses. El poder político y el económico están hechos también de estos atributos. Pero el respeto de ciertas reglas y el cuidado de algunos bienes que se saben comunes mantienen esos sentimientos y pasiones a raya. Hay turbulencias políticas, hay crisis, destituciones, avances y retrocesos, disputas por imponer legislaciones y grupos de presión, pero las propias reglas del juego impiden que esos cruces derramen efectos negativos hacia los ciudadanos.
– EQUIDAD
Hay que hacerle un lugar al indicador de moda. En el Primer Mundo, dondequiera que esté geográficamente, la brecha entre ricos y pobres es pequeña, es una preocupación cotidiana de los gobernantes mantenerla así y un motivo de alerta cuando eso se pone en peligro. La desigualdad no es solo un indicador económico: daña el tejido social, polariza las sociedades, recorta el futuro para todos, no importa de qué lado de la brecha uno se encuentre.
– VALORES
En estos países, un piso de valores está garantizado: respeto a los derechos humanos -en sentido amplio, incluida la diversidad en distintas formas, la igualdad de género, la libertad de expresión- y tolerancia cero con la corrupción. En este punto no se trata solamente de que un sistema de justicia detecta, investiga y castiga a los funcionarios que hacen negocios y se apropian de los recursos públicos, sino que el propio sistema político tiene mecanismos que dificultan estas maniobras fraudulentas. La mirada a largo plazo incluye además al medioambiente entre las prioridades de política pública y privada.
– EDUCACIÓN Y CIENCIA
El lugar común se comprueba: en el Primer Mundo, en el norte o en el sur, la educación es un pilar de las políticas de Estado, que no sufre variaciones de fondo con los cambios de gobierno, y la inversión en ciencia y tecnología es una prioridad. No se trata solamente de destinar muchos recursos -no siempre es el caso-, sino de un sistema educativo igualitario, con una filosofía consistente y sostenida, formación docente de alta calidad y un sistema científico orientado a las necesidades del país, ocupado en formar un tejido de conocimientos que generación tras generación se renueva.
Si algo nos ha enseñado este libro es que no hay recetas. Tampoco hay paraísos. Hasta los mejores países para vivir, los que pueblan los sueños de la periferia, tienen sus lados oscuros. Pero hay, sí, prioridades comunes entre los países que hoy se consideran exitosos. Y hay también una lección para los que nunca fuimos del Primer Mundo: como pocas veces en la historia, el bienestar no depende fatalmente de tener o no recursos naturales, de poseer o no poder militar, o de vivir al norte o al sur del Ecuador. El desarrollo está al alcance de los países que con realismo reconozcan sus posibilidades y límites, y elijan un destino.
Fuente: http://www.cronista.com/3dias/Equidad-y-educacion-nuevos-ejes-del-Primer-Mundo-20161104-0001.html
Imagen: www.cronista.com/__export/1431806388350/sites/diarioelcronista/img/2012/02/27/cc270212c024f09.jpg_2024461655.jpg