12 de enero de 2017/Fuente: elpais
La activista mauritana Aminetou Mint El Mokhtar lucha por la emancipación femenina real y sin condiciones
Para la activista mauritana Aminetou Mint El Mokhtar nadie es más terrorista que el que aterroriza a los defensores de los derechos humanos. “Y de estos hay muchos, encima protegidos por el Estado”, agrega la presidenta de la Asociación de Mujeres Cabeza de Familia.
Su trabajo por la igualdad y contra cualquier forma de discriminación, principalmente contra los abusos que sufren las mujeres y niñas, le valió la candidatura para el Premio Nobel de la Paz en 2015. Galardonada con el Premio Especial del Departamento de Estado de Estados Unidos en 2010 y el Prix des droits de L’Homme de Francia en 2006, Mint reconoce que ha tenido que pagar un precio muy elevado por su activismo, pero asegura no tener miedo siquiera de las amenazas de muerte recibidas y que seguirá luchando por “una emancipación real y sin condiciones” de la mujer.
Pregunta. ¿Ha sido complicado conseguir que se escuchara su voz en Mauritania siendo una mujer?
Respuesta. Sí, claro. En Mauritania, como en cualquier otra república islámica, es difícil por el peso del patriarcado, la pobreza, los estereotipos y la falta de comprensión de la población, adoctrinada por discursos fanáticos. Mi voz es la de una mujer que busca la igualdad y la emancipación, que rechaza la domesticación y que se niega a ser relegada a un segundo plano, a la explotación por parte del hombre. Denuncio las desigualdades no solo entre hombres y mujeres, sino también entre comunidades. Me opongo a aceptar el estatus de las mujeres, los estereotipos, la cadena que reproduce el patriarcado.
¿Cree que las mujeres mauritanas han dado pasos atrás?
Antes las mujeres tenían más valor para hablar y mayor libertad, gozaban del derecho a expresar su opinión en el hogar, aunque esta libertad estuviera limitada. Hoy no tienen ni eso. Están a menudo obligadas a abandonar la escuela a causa de la pobreza de los padres que prefieren la educación de los hijos varones y que quieren que ayuden a sus madres en las tareas domésticas. Son víctimas de matrimonio infantil, porque están destinadas a casarse, mientras que el hombre tiene que construir su futuro. Están confinadas en la esclavitud moderna. Las violencias doméstica y sexual en Mauritania están a la orden del día. La mujer no tiene acceso a la justicia. Además, no existe una normativa sobre tipo de abusos.
Las mujeres representan el 53% de la población mauritana y, si no se integran en las esferas de toma de decisión, si no participan activamente en todos los sectores de la sociedad, no pueden evolucionar y el país tampoco. Nuestra asociación trabaja para conseguir la toma de conciencia de las mujeres. No podemos servirles en bandeja la emancipación. Tienen que luchar por ella, reclamar sus derechos, estudiar, ser emprendedoras para lograr la independencia económica.
Usted pertenece a la generación de las grandes sequías de los años setenta. ¿Cómo le ha marcado esta época?
En los años setenta era muy joven. Pertenecía a una familia de clase media y no tenía ningún problema en casa, pero veía a mi alrededor esclavitud, niñas esposas, chicas privadas de la educación, recluidas en casa, cebadas para que sean más gordas que sus madres y, por lo tanto, atractivas para encontrar un marido. Me rebelé contra todo eso. Con 10 años ya participaba en los movimientos de protesta de sindicatos y estudiantes.
¿Cuál es el precio que tuvo que pagar por su compromiso?
Fue muy elevado, empezando por el aislamiento de mi familia. No he podido construir un hogar estable, porque no quería obedecer, doblarme a la voluntad del hombre. Él es el cabeza de familia, el que toma la decisión final. Suya es la última palabra. Hay grupos religiosos que me acusan de representar un problema para las costumbres y los valores de Mauritania. Mi activismo en los movimientos de izquierda me convirtió en la presa más joven de la cárcel con 11 años. He sido torturada por la policía. Tuve que dejar los estudios, porque los profesores no me aceptaban, ni la administración. Me perseguían. Viví nueve meses en la clandestinidad y parí en la clandestinidad. Me detuvieron varias veces. No podía encontrar trabajo, pero hice de todo para ayudar a las poblaciones locales. La represión que se vive en Mauritania ha llevado a muchos hombres y mujeres a renunciar a sus principios, pero yo conservo la misma visión de las cosas. Soy una demócrata que aspira a un estado de derecho.
Nadie es más terrorista que el que aterroriza a los activistas para la defensa de los derechos humanos
Usted fue amenazada de muerte por defender a varias niñas explotadas laboralmente y por apoyar a un hombre acusado de apostasía al hacer público un artículo considerado como blasfemo. ¿Se siente asustada?
No. He recibido unas amenazas de un oscurantista religioso que ha emitido una fetua en mi contra, pero considero que no tiene ningún valor. He agotado todos los caminos de la justicia mauritana para que responda por lo que ha hecho, porque el honor y la vida de la gente no son un juego. Y él no está por encima de la ley. No le tengo miedo. Tampoco a la muerte. Sé que moriré, pero quiero hacerlo con dignidad.
¿Cree que la lucha en contra del terrorismo se utiliza a veces como justificación para violar los derechos humanos?
Sí, claro. Nadie es más terrorista que el que aterroriza a los activistas para la defensa de los derechos humanos. De estos hay muchos, y protegidos por el Estado.
¿Cuáles son las principales amenazas a los derechos de la infancia en Mauritania?
Hay niños que nacen esclavos, una condición que se hereda por vía materna y reconocida de facto por la legislación. La Asociación de Mujeres Cabeza de Familia trabaja en estrecha colaboración con la fundación Tierra de Hombres España en proyectos con menores víctimas de trabajo doméstico, desplazados o involucrados en tráfico de drogas.
Me niego a ser relegada a un segundo plano, a la explotación por parte del hombre
En 2016, hemos identificado a más de 6.600 petites bonnes [pequeñas criadas], víctimas de trata de seres humanos en Arabia Saudí, donde son explotadas a cambio de salarios irrisorios. Un 90% de ellas son descendentes de esclavas o migrantes de países vecinos. No siempre es fácil convencer a sus padres para que dejen de trabajar. Se trata a menudo de familias pobres, obligadas a encontrar una alternativa para tirar adelante. Les ofrecemos alimentos e integramos a las niñas en las escuelas.
¿Cuáles son las perspectivas para erradicar la práctica del matrimonio infantil en Mauritania?
Sigue siendo muy frecuente, tanto en ciudades como en zonas rurales. En los último años, se ha desarrollado de manera paralela a la inseguridad que vive el país y el recrudecimiento de las violaciones. No se trata solo de familias pobres que necesitan una dote económica. El discurso religioso también insiste en que hay que casar a la mujer antes de que sea violada para preservar el honor de la familia.
¿La práctica del leblouh [cebar a las niñas para que consigan un marido] sigue en vigor?
Está en declive. En primer lugar, porque la sequía reduce el acceso a los alimentos tradicionalmente utilizados para el engorde, como la leche de camello, pero también por el desplazamiento de la población de las zonas rurales a las ciudades. Sin embargo, ha surgido una nueva versión de esta práctica que emplea píldoras destinadas al ganado o corticoides, con un impacto muy negativo sobre la salud de las mujeres. Algunas mueren, otras sufren crisis cardíacas.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2017/01/05/planeta_futuro/1483632864_016624.html
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