Autor: Aleteia
Un documental narra la incansable labor de los misioneros que luchan por liberarles
Para llegar a ser adulto es necesario fijar los cimientos de la propia psique en un mundo de gracia y alegría. Por eso, cuando eres niño necesitas tiempo para jugar, para relacionarte gozosamente con la magia del mundo. Este documental, titulado Niños esclavos: la puerta de atrás(2018), lanza de inicio la metáfora de la caracola: en nuestra infancia todos hemos creído escuchar el océano a través de ella.
Sin embargo, los datos son apabullantes: hay más de 150 millones de niños esclavos en el mundo. Esto es, son demasiados los que no tienen tiempo para familiarizarse con la caracola y sus misterios. Este cortometraje se centra en una de las zonas del planeta donde esta lacra es más común: África occidental.
Países como Togo y Benín, donde se rueda este documental, pero también muchos otros como Burkina Faso, Costa de Marfil, Ghana, Liberia, etc. fueron puntos de partida del tráfico de esclavos. Desde entonces mantienen esa ominosa tradición que se recrudece en ellos debido a la ubicuidad de la pobreza material entre sus habitantes.
El relato nos hace un mínimo análisis de lo que sucede a este respecto, las causas y las consecuencias de tan terrible costumbre, y nos muestra el trabajo hecho por algunas ONGs que trabajan en el terreno detectando niños en tal situación de explotación en los mercados y ayudándoles a reconstruir su vida a través de la cura, la acogida, el traqueo de su historia y la identificación de su origen, su educación y la de su familia de origen, cuando esto último es posible.
Pero lo más interesante de este metraje es su estética, poco habitual en el género. Destila las virtudes de un alma que no ha perdido su capacidad para ser niña, para apreciar la belleza en todos y cada uno de los rincones del mundo.
Hay dos modos de filmar las vulneraciones de los derechos humanos. Una de ellas, quizás la más común, es la de buscar un culpable. Otra, la que encontramos aquí, es la de darle espacio a la conmoción por el hecho de que casi 2000 pequeñas personas hayan sido liberadas, gracias a la incansable labor de misioneros africanos que luchan diariamente contra injusticias de tamaño calibre, desgraciadamente pandémicas en aquellas tierras remotas.
Los modos en que este planteamiento chestertoniano, vitalista y positivo se trasluce a lo largo del metraje son diversos. Uno de ellos, francamente sorprendente, es la tonalidad pastel de los colores, muy diferente a los vívidos y saturados que se suelen usar para retratar el África negra.
Otro, es la magnífica captación de la dignidad humana en la presencia de los niños: es un retrato tan poco discursivo como narrativo, más bien instantáneo. Sucesiones de fotografías, cargadas de un aura irreductible, nos permiten ver la realidad con una apertura inusitada. La esperanza ilumina el filme, gracias a la mirada personal de la Ana Palacios, fotógrafa reconocida a nivel internacional, que deja en esta su primera película, la huella indeleble de la fotogenia.
Evitando el sensacionalismo, las imágenes y planteamientos escabrosos, que parecerían ineludibles en el tema abordado, la directora construye un relato capaz de denunciar lo que sucede, pero privilegiando, en todo momento, la tarea de hacerle evidente al espectador esa dignidad personal que tantos vulneran y malversan, así como el incansable trabajo de algunos salesianos y demás héroes anónimos que combaten en África puerta a puerta.
Fuente: https://es.aleteia.org/2018/06/22/mas-de-150-millones-de-ninos-esclavos-en-el-mundo-y-hay-esperanza/