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En el Sáhara Occidental

En el Sáhara Occidental

Autor: Marc B. Sanganee

Al sur de la ciudad argelina de Tinduf, en la frontera con el Sáhara Occidental, hay cinco campamentos de refugiados. Los campamentos albergan al pueblo saharaui del Sáhara Occidental y están administrados por el Movimiento por la Libertad Polisario, que lucha por liberar su patria de Marruecos.

La vida en los campamentos del desierto deja una profunda huella y da testimonio de un pueblo que, a pesar de las limitaciones, ha conseguido construir una sociedad bien organizada en duras condiciones. “Los saharauis éramos originalmente un pueblo nómada que viajaba en camello y se asentaba en diferentes lugares del Sáhara Occidental y de sus alrededores. No había fronteras que nos impidieran desplazarnos a lo que hoy es Mauritania o Argelia”, explica Jadiya, quien es traductora.

La era colonial vio cómo las potencias europeas llegaban a África para apoderarse de territorios, explotar la mano de obra y extraer recursos naturales. En el Sáhara Occidental, los portugueses y los franceses fueron primero rechazados por la población local antes de que España consiguiera colonizar la zona en 1884. En 1973, los indígenas saharauis crearon el Movimiento por la libertad Polisario, para liberar su tierra del imperio español.

El Sáhara Occidental siguió siendo una colonia española hasta 1975, cuando el Gobierno marroquí organizó la llamada “Marcha Verde” con 350.000 manifestantes que marcharon hacia el Sáhara Occidental para reclamar la tierra. Los manifestantes presionaron a España para que abandonara el Sáhara Occidental, que Marruecos ocupó entonces. Hoy en día, el Sáhara Occidental sigue ocupado por Marruecos, por lo que se considera la última colonia de África.

Campamentos en el desierto

La temperatura oscila entre los 35 y los 40 grados centígrados en Wilayah de Bojador, el más pequeño de los cinco campamentos de refugiados de la frontera con el Sáhara Occidental. Me hierven los pies en los zapatos, pero caminar descalzo no es una opción. La arena está demasiado caliente. Según Filipe, un ingeniero saharaui local educado en la Unión Soviética, hace entre cinco y seis años que no llueve en los campamentos. “Ni una sola gota del cielo”, dice.

En los campos de refugiados, la gente vive en sencillas chozas con tejados de hojalata o en getouns, tiendas cuadradas con entradas por todos los lados y una gran alfombra de colores como piso. Los esqueletos de coches despojados de ruedas, puertas, ventanillas, asientos y todas las piezas del interior recuerdan a los programas de televisión apocalípticos. Las puertas de los coches se reutilizan como vallas para las numerosas cabras de la aldea, que a menudo se ven deambulando en rebaños por las colinas de arena del campamento. Sin embargo, los numerosos bastidores de los coches funcionan bien como zonas de juego para los niños que, de otro modo, no tendrían acceso a toboganes, columpios o estructuras para trepar.

El muro de la vergüenza

El Sáhara Occidental está dividido en tres zonas. Está la región del Sáhara Occidental donde la potencia ocupante Marruecos está en el poder. Están las zonas liberadas del Sáhara Occidental, donde el Movimiento por la libertad Polisario está en el poder. Y luego están los campamentos de refugiados en Argelia, donde el Polisario también está en el poder. Para separar las distintas zonas entre sí y mantener el control de la ocupación, la monarquía marroquí construyó un muro de 2700 kilómetros a través del Sáhara Occidental.

“El Muro de la Vergüenza”, como lo llaman los saharauis, puede compararse fácilmente con el muro del apartheid israelí en Palestina, ya que ambos fueron construidos por potencias ocupantes y obligan de hecho a las familias indígenas y a otras comunidades a vivir separadas unas de otras.

Aunque el Muro de la Vergüenza está construido con arena, “es el muro más peligroso del mundo”, dice un soldado del Polisario. El muro se divide en varias líneas: alambre de espino, perros, un foso, el propio muro, 150.000 soldados y ocho millones de minas terrestres. La línea más exterior es la de las numerosas minas. Además de dificultar la penetración de los soldados del Polisario, a menudo los nómadas civiles o el ganado local saltan por los aires al pisar las minas.

Una situación temporal

Como consecuencia de la ocupación marroquí, miles de saharauis huyeron en los años 70 a los campos de refugiados de Argelia, cuyo Gobierno permitió al Polisario administrar los campos como parte de los territorios liberados.

Los cinco campos de refugiados de Argelia llevan el nombre de ciudades del Sáhara Occidental. Por ejemplo, Wilayah de Bojador lleva el nombre de la ciudad de Bojador, que se encuentra en una de las zonas gobernadas por Marruecos. “Cada campamento lleva el nombre de una de nuestras ciudades para señalar que los campamentos son temporales. Es para mostrar que algún día volveremos a nuestras verdaderas ciudades”, dice el ingeniero Filipe.

Puede que Wilayah de Bojador sea el más nuevo y pequeño de los cinco campos de refugiados administrados por el Polisario. Pero cuando me paro en la cima de la colina más grande del campamento, puedo ver casas y tiendas a lo lejos en el horizonte. Alrededor de los campamentos está la bandera del Sáhara Occidental, que con sus colores negro, blanco, verde y rojo es muy similar a la bandera palestina. La única diferencia es que la bandera del Sáhara Occidental tiene una media luna roja y una estrella en el centro. “El color negro simboliza la ocupación. Hoy, el color negro está en la parte superior, pero cuando logremos nuestra libertad, a partir de ese día, ondearemos el color negro en la parte inferior”, dice Filipe.

Una sociedad bien organizada

A pesar de su limitado acceso a los recursos, los saharauis han conseguido construir de muchas maneras una sociedad bien organizada. Por ejemplo, cada campamento –que se considera una región– está dividido en varios distritos pequeños. Cada distrito cuenta con una pequeña clínica sanitaria y cada campamento con un hospital regional. Además, hay un campamento administrativo donde se encuentra el hospital principal. “Si está enfermo, acuda primero al dispensario de su distrito. Si no pueden ayudarle, acuda al hospital regional. Si tampoco pueden ayudarte, vaya al hospital del campamento administrativo, luego al hospital de la cercana ciudad argelina de Tinduf, después a Argel, la capital argelina, y finalmente a España”, dice Filipe. “Está muy bien organizado”.

Alrededor de la Wilayah de Bojador, hay pequeñas tiendas donde se pueden comprar comestibles como arroz, pasta, patatas y atún enlatado. En el campamento encuentro de todo, desde una escuela, un jardín de infancia, una asociación de mujeres y una biblioteca hasta una peluquería, un mecánico y pequeños puestos de venta de tabaco o perfumes.

Un camión recorre las carreteras estrechas y llenas de baches de casa en casa, llenando bolsas de agua – del tamaño de camas elásticas hinchables – para que las familias puedan beber, bañarse y lavar la ropa. Según la ONG Comité Noruego de Apoyo al Sáhara Occidental, los observadores internacionales describen los campamentos de refugiados saharauis como “los campamentos de refugiados mejor organizados del mundo”.

 

Una vida fuera del campamento

Los saharauis y el Polisario están haciendo todo lo que pueden para crear una vida digna para la gente de los campamentos de refugiados. Pero no está libre de desafíos. Según Fátima, miembro de la Unión de Jóvenes Saharauis, uno de los mayores retos actuales es que hay una generación mayor que puede recordar una vida anterior a los campamentos, mientras que una gran generación más joven ha vivido toda su vida en los campamentos.

“Para evitar que los niños y niñas de los campamentos crezcan sin conocer la vida fuera de ellos, hemos puesto en marcha un plan por el que se les envía a España a vivir con una familia durante un periodo de tiempo. De este modo, se convierten en embajadores del Sáhara Occidental en España y ven que hay vida fuera de los campamentos”, dice Fátima. Cuando Fátima tenía seis años, formó parte del programa. “Nunca en mi vida había visto un pez ni tantos árboles verdes en el mismo lugar. Pensaba que sólo era algo que se veía en las películas. Que no era real. Pero en España aprendí que es real”, recuerda.

Desafíos

Sigue habiendo problemas que el Polisario y la población local de los campamentos se esfuerzan por resolver. Varios jóvenes afirman que las oportunidades de trabajo varían y que a menudo están desempleados. Incluso los hombres y mujeres empleados en hospitales y comisarías sólo reciben un salario cada tres meses, y la paga no es alta. Muchos jóvenes saharauis desempleados deben marcharse al extranjero para encontrar trabajo. Mientras tanto, se ofrecen como voluntarios en los campamentos para realizar diversas tareas prácticas.

Los campamentos de refugiados dependen de las donaciones internacionales de organismos como la ONU o de otros países. Cuando un autobús en España está dañado y ya no cumple los requisitos nacionales de seguridad, puede enviarse al Sáhara Occidental. Aquí los autobuses, que son muy parecidos a los autobuses urbanos daneses, circulan por la arena con pasajeros. Pero en muchos sentidos, los saharauis viven una vida limitada en los campamentos de Tinduf. Durante toda mi estancia, no vi ni una sola papelera. La falta de un sistema de residuos significa que los paquetes de cigarrillos, las botellas de plástico y otros desperdicios están esparcidos por todo el campamento.

La electricidad se va con frecuencia y conectarse a Internet suele ser un problema. Esto último se considera un gran problema para los saharauis, que quieren conectar con personas del resto del mundo para atraer la atención internacional hacia su lucha de resistencia.

Promover la causa

Los saharauis están interesados en llamar la atención sobre su causa. En el desierto han creado un museo llamado el Museo de la Resistencia, en el que los turistas realizan un viaje desde la vida nómada original de los saharauis, pasando por el periodo colonial y la ocupación marroquí, hasta la lucha del Polisario por la liberación. El museo incluye una versión en miniatura del Muro de la Vergüenza y varios de los tanques y armas que los soldados del Polisario han conseguido arrebatar a los militares marroquíes. En el desierto también encontrará una casa de los medios de comunicación donde los periodistas se sientan detrás de ordenadores de sobremesa, escribiendo artículos y actualizando la página web del Polisario y las redes sociales con noticias de los campamentos. Hay salas insonorizadas, micrófonos y cajas de resonancia para grabar las emisiones de radio, y estudios con pantallas verdes y cámaras de vídeo para grabar las noticias de televisión. El Polisario tiene su propio canal de televisión.

Además, los saharauis organizan el renombrado Festival Internacional de Cine FiSahara, que atrae a gente de todo el mundo. Muchos de los invitados internacionales al festival de cine proceden de España. El presidente saharaui Brahim Ghali se reunió con periodistas en el festival. Criticó al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, por cambiar la postura de su país respecto a la ocupación marroquí; en 2022, Sánchez escribió al rey Mohammed VI de Marruecos para decirle que estaba de acuerdo con la opinión de que el Sáhara Occidental debía ser autónomo pero bajo dominio marroquí. “Hemos congelado nuestras relaciones con el Gobierno español, pero seguimos manteniendo buenas relaciones con su pueblo”, dijo el presidente saharaui Ghali.

 

Fuente: Globetrotte

Fuente de la Información: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/en-el-sahara-occidental/

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76 muertos en Kenia por inundaciones

Al menos 76 personas fallecieron y más de 131 mil se vieron afectadas desde finales del pasado marzo por la temporada de lluvias largas en Kenia. Estas causaron graves inundaciones. Se prevé que duren hasta mayo, informó este sábado el Gobierno, que previamente cifraron en 70 el número de fallecidos.

 

«Desde el inicio de estas lluvias, a partir del 1 de marzo de 2024, lamentamos profundamente anunciar la trágica pérdida de 6 vidas más en las últimas 12 horas, elevando el total a 76», afirmó en un comunicado el portavoz del Ejecutivo, Isaac Maigua Mwaura. También envió sus condolencias a las familias de las víctimas.

 

Mwaura precisó que 29 kenianos resultaron heridos y denunciaron 19 personas desaparecidas. Subrayó que la capital, Nairobi, está experimentando el mayor impacto, con 32 muertos y 16 mil 909 hogares desplazados.

 

«Las inundaciones sumergieron numerosos asentamientos, desplazando a 24 mil 196 hogares que comprendían aproximadamente 131 mil 450 personas y poniendo en peligro a otras personas».

 

Para atajar ese problema, el Gobierno, en colaboración con organizaciones humanitarias como la Cruz Roja, establecieron 50 campamentos en todo el país. Las precipitaciones torrenciales dañaron infraestructuras, incluidos unos 100 kilómetros de carreteras.

 

«Las lluvias en curso afectaron a los 47 condados de Kenia y los efectos de las inundaciones se sintieron en todo el país. Provocó desplazamientos de personas, destrucción de bienes e infraestructuras y trágicas pérdidas de vidas».

76 muertos en Kenia por inundaciones

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¿Qué fue de las decenas de niñas raptadas por Boko Haram en Nigeria hace diez años?

Por Caroline Kimeu, Ope Adetayo

Algunas de las 276 niñas secuestradas el 14 de abril de 2014 en el pueblo nigeriano de Chibok consiguieron escapar y otras fueron liberadas, pero, una década después, el interés de las autoridades por rescatar a las que quedan cada vez es menor

Cuando sus captores de Boko Haram dijeron a Margret Yama que volvía a casa, lo primero que pensó es que era una trampa. Sus raptores ya se habían burlado hablando de posibles liberaciones durante los tres años que la habían mantenido secuestrada junto a sus compañeras del colegio de Chibok, en el estado de Borno, en el nordeste de Nigeria.

Las condiciones de vida en el bosque de Sambisa donde las tenían prisioneras eran duras. La comida y el agua eran limitadas, había que trabajar duro y los militantes islamistas las sometían a una vigilancia asfixiante. Hasta que un día de mayo de 2017 las niñas fueron escoltadas hacia una caravana de la Cruz Roja en el límite del bosque. Yama vio al equipo de negociadores pactar su liberación y la de otras compañeras a cambio de la libertad de miembros de Boko Haram prisioneros. Luego, los líderes del grupo islamista se retiraron al bosque y las niñas liberadas fueron trasladadas hasta el pueblo de Banki, en la frontera de Camerún y Nigeria, donde un helicóptero militar las recogió.

Yama es una de las 82 niñas que recuperaron la libertad ese mes tras las negociaciones entre los terroristas y las autoridades de Nigeria. Se había ejercido mucha presión sobre el gobierno nigeriano para conseguir la liberación de las 276 niñas de Chibok, que fueron noticia en todo el mundo tras ser secuestradas en el dormitorio de su colegio en abril de 2014.

“La educación occidental está prohibida” es la traducción literal de las palabras Boko Haram, el nombre de esta milicia yihadista surgida en 2009 en el nordeste de Nigeria. Hasta el año 2020, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la organización terrorista ha matado a casi 350.000 personas y desplazado a más de dos millones, alimentada por el malestar de la sociedad frente a la corrupción y por la marginación y la falta de empleos en el nordeste del país.

Diez años después, muchas de las niñas secuestradas de Chibok, ahora mujeres, han sido liberados o han escapado, pero un centenar siguen desaparecidas. Entre las que regresaron a casa hubo varias que dieron a luz durante el cautiverio. Muchas han sido rechazadas por sus comunidades, que ahora las acusan de colaboración con Boko Haram.

De acuerdo con el testimonio de varias personas que hablaron con The Guardian, y pese a las garantías que las autoridades del estado de Borno han dado a los padres, no se está negociando la liberación del resto de niñas raptadas. ¿Por qué sigue habiendo tantas niñas aparentemente en cautividad? ¿Qué se ha hecho para ayudar a las que recuperaron su libertad?

Los terroristas de Boko Haram ya habían puesto a escolares en su punto de mira antes de la noche del 14 de abril de 2014. También lo harían después. Meses antes del secuestro en Chibok habían asesinado a 29 niños en una escuela del estado de Yobe; en 2018, secuestraron a decenas de niñas, también en Yobe; y en 2020 raptaron a más de 300 niños en colegios del estado de Katsina.

Pero Chibok se convirtió en el ejemplo más evidente de la crisis de seguridad de Nigeria, desatando la indignación dentro y fuera del país por el número de estudiantes de un colegio que Boko Haram había sido capaces de raptar.

Indignación internacional

Un grupo de mujeres nigerianas lanzó en redes sociales la campaña #BringBackOurGirls, que se transformó en una poderosa protesta mundial atrayendo el apoyo de Michelle Obama, entonces primera dama de EEUU; y de Malala Yousafzai, premio Nobel de la Paz. Goodluck Jonathan, en ese momento el presidente de Nigeria, recibió ofertas de ayuda inmediata de Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y China.

Según Matthew Page, analista del centro de estudios británico Chatham House, el secuestro “fue tan atroz que básicamente el presidente [Barack] Obama y sus principales autoridades dijeron que había que hacer todo lo posible para traer de vuelta a las niñas”. “¿Qué van a hacer después? Esa era la sensación que teníamos de lo que podía pasar si no poníamos límite, si no perseguíamos a Boko Haram o intentábamos rescatar a las niñas”, dice Page, que en aquella época trabajaba para los servicios de inteligencia de EEUU.

Lo cierto es que la búsqueda de las niñas de Chibok comenzó un mes después del secuestro y tras la multiplicación de protestas en las redes sociales. La indignación que se sentía en todo el mundo aumentó con un vídeo de Abubakar Shekau, en ese entonces líder de Boko Haram, amenazando con vender a las niñas en un mercado.

Estados Unidos, Reino Unido, Francia y China ofrecieron a Nigeria apoyo de sus ejércitos y servicios de espionaje. Hubo drones y aviones espía rastreando la inmensidad del bosque de Sambisa pero no tuvieron éxito.

Entre Nigeria y Estados Unidos había otras tensiones por la vulneración de derechos humanos que el país africano cometía en operaciones antiterroristas del norte, entre las que figuran las ejecuciones extrajudiciales de civiles en el cuartel de Giwa (en Maiduguri) durante el mes de marzo de 2014. Según los analistas, estas operaciones del gobierno estaban radicalizando a los jóvenes y empujándolos hacia las filas de Boko Haram.

Autoridades del Departamento de Estado de EEUU recuerdan haber debatido si compartir o no información clave con sus homólogos nigerianos. También, a las autoridades del gobierno nigeriano “enfureciéndose” por lo que ellas consideraban “condescendencia” y extralimitación por parte de Estados Unidos.

En los primeros meses de la crisis, el gobierno del presidente nigeriano Jonathan rechazó una propuesta de las fuerzas británicas, que habían localizado a las niñas y se ofrecían a rescatarlas. “Les molestaba y rechazaban la injerencia exterior en lo que consideraban asuntos propios de seguridad interna”, dice Page. “Siempre se mostraron muy escépticos en torno a las razones por las que los británicos y Estados Unidos ofrecían ayuda militar”.

Personas que participaron de la negociación aseguran a The Guardian que también hubo otras restricciones condicionando las decisiones sobre la viabilidad de una incursión militar, como el temor a terroristas suicidas y a la muerte de las niñas por fuego cruzado.

Los planes de rescate que contaban con apoyo internacional fueron perdiendo impulso hasta que el interés terminó por desaparecer. Un año después del secuestro en Chibok, la inminencia de unas elecciones hizo que Jonathan se decidiera finalmente a autorizar un pequeño equipo mediador para negociar con Boko Haram bajo la dirección de Pascal Holliger, negociador del Ministerio de Asuntos Exteriores de Suiza, y de Zanna Mustapha, un abogado nigeriano. Todas las negociaciones que había habido antes, incluida una facilitada por el periodista de investigación Ahmad Salkida, habían terminado en fracaso.

El abogado Mustapha dirigía una organización en Borno que ayudaba a la reintegración social de viudas e hijos de Boko Haram. Haber representado como abogado a Mohammed Yusuf, el difunto fundador de Boko Haram, le había ayudado a ganarse la buena voluntad de los militantes islamistas.

El primer resultado de las negociaciones fue la liberación de 21 niñas. Unos meses más tarde se logró la de otras 82. Según los negociadores, tras los dos éxitos iniciales el gobierno nigeriano se volvió complaciente y dejó de poner empeño en las negociaciones.

Condenadas al olvido

“También sabíamos que docenas y docenas [de niñas] se habían convertido y que las habían casado; en cierto modo se habían vuelto irrecuperables”, dice Holliger, del equipo de negociación. “Una vez casadas, teníamos entendido que se marchaban a donde fuera su ‘marido’, por lo que dejaban de formar parte del grupo Chibok; nunca quedó demasiado claro cuántas quedaban después de liberar a las 103”, explicó.

Según las fundadoras de #BringBackOurGirls, las prisioneras restantes han sido olvidadas por temor a que se hayan radicalizado durante su cautiverio y porque la atención se ha centrado en otros ataques y secuestros más recientes sufridos por este país de África occidental.

Cuando Yama regresó a su hogar recibió con desolación la noticia de la muerte de su madre. “No había dejado de pensar que no volvería a verla”, dico. Su madre la despedía siempre cuando iba al colegio pero el día del secuestro parecía reacia a que se fuera. Yama, que prefiere no decir su edad, recuerda con demasiada nitidez lo que ocurrió en abril de 2014: los terroristas entraron al colegio haciéndose pasar por oficiales del ejército, incendiaron el edificio y las casas vecinas y montaron a las niñas en camiones. Algunas lograron escapar porque saltaron de los vehículos.

“Yo pensaba que solo querían asustarnos para que no volviéramos al colegio”, recuerda Yama en referencia al rechazo de los islamistas de Boko Haram por el sistema de educación occidental.

Durante su cautiverio, ella se resistió a las presiones para casarse con un militante de Boko Haram, pese a que acceder habría mejorado su alimentación y la habría librado de los trabajos forzados. “¿Cómo iba a casarme con alguien que me separó de mi colegio, de mis padres y de mi familia? ¿Cómo mirarle a los ojos y llamarlo marido? Prefería morirme de hambre antes que casarme con uno de ellos”, dice.

Como al resto de niñas, a Yama la obligaron a convertirse al Islam. Ella fingió obedecer pero siempre mantuvo oculta su Biblia de cristiana.

Rechazo y revictimización

La familia de Yama recibió meses de asesoramiento en Abuja, la capital de Nigeria, antes de darle una calurosa bienvenida en su hogar. Pero desde que fue puesta en libertad ha sido estigmatizada y víctima de sospechas “desgarradoras”. Dentro de su comunidad siguen circulando rumores como el de que las niñas, violadas, abandonaron a sus hijos en el bosque. “Yo no me secuestré a mí misma”, dijo Yama. “Me obligaron, ¿por qué me ven entonces como si fuera de Boko Haram?”.

Yama ha recibido una beca del gobierno para estudiar comunicación en una universidad de otro estado. “En clases tienes que ocultar lo que te ha pasado”, dice. “Si no lo haces, la gente se mantendrá alejada de ti pensando que tienes esa mentalidad asesina”.

Durante los primeros años la opinión pública de Nigeria se mantuvo unida exigiendo la liberación de las niñas pero el interés fue decayendo de manera paulatina. Comenzaron a surgir teorías de la conspiración como la de que toda la historia del secuestro era un engaño montado con fines políticos.

En algunas zonas del nordeste, donde Boko Haram tenía más apoyo y donde aun hoy sigue sintiéndose la inseguridad, la publicidad que se le daba a las niñas de Chibok generó una especie de resentimiento. Como si fueran unas “secuestradas selectas” más importantes que los más de 1.500 niños secuestrados o asesinados por Boko Haram y otras milicias islamistas.

Muhammadu Buhari, que en 2015 sustituyó a Jonathan como presidente con la promesa de terminar con la inseguridad de Nigeria, cosechó algunos logros iniciales. Las niñas fueron liberadas pero la confianza entre el gobierno y los militantes se había resquebrajado. Una tensión que también aumentó por la participación de demasiados actores en el proceso, no solo en Nigeria sino del extranjero.

Según los familiares, después de todos estos años las autoridades aún dicen que las negociaciones siguen en marcha. Pero los activistas se muestran escépticos y, según los negociadores, las conversaciones han cesado. El periódico The Guardian trató de ponerse en contacto con las autoridades nigerianas pero no recibió respuesta.

Mientras tanto, las que sí recuperaron su libertad siguen enfrentándose al estigma y la sospecha. A Amina Ali Nkeki la encontró en 2016 una unidad civil en uno de los límites del bosque de Sambisa. Había escapado del campamento de Boko Haram y era la primera niña de Chibok en regresar a casa.

Se había casado y había tenido un hijo con Mohammed Hayyatu, que a su vez decía haber sido forzado a unirse a Boko Haram meses antes del secuestro en Chibok. Fue una de las pocas casadas que logró regresar a su hogar. Ali no quería casarse, pero le tenía aun más miedo a la esclavitud sexual.

“Lo que imaginaba era que sería utilizada por un hombre lo suficientemente mayor como para ser mi padre, que volvería a entregarme a otra persona cuando se cansara de mí”, dice. “Así seguiría mi vida, dando a luz a muchos hijos que tendría que ir dejando con distintas personas… Así que opté por casarme con un solo hombre”.

Ali tenía un plan para escapar pero lo pospuso cuando Boko Haram amenazó con cortar las manos de otras dos niñas por tratar de huir. Cuando el gobierno intensificó sus avanzadillas en el bosque vio su oportunidad y escapó ayudada por Hayyatu.

Ali ya no vive con Hayyatu y, como Yama, también estudia en la universidad. Su familia la han acogido a ella y a Safiya, su hija de ocho años que ahora sufre acoso por ser una “niña de Boko Haram”. Ali quiere olvidar el pasado pero también siente la obligación de hablar sobre su experiencia. Conserva la foto de su mejor amiga, aún prisionera. “Pienso todos los días en ella”, dice. “Queremos recuperar a nuestras hermanas”.

“Hijas de los pobres”

Aisha Yesufu, una de las mujeres que fundaron #BringBackOurGirls, critica al gobierno por no rescatar a las que quedan. Las que han ido regresando en los últimos años lo han logrado porque escaparon, porque las encontraron patrullas civiles, o porque aparecieron durante operaciones militares del gobierno contra los insurgentes yihadistas en la pelea por hacerse con el control del nordeste del país. “Ha llevado tanto tiempo porque son las hijas de los pobres”, dice Yesufu. “Si eres pobre en Nigeria, no tienes ni rostro ni nombre ni voz”.

Yesufu no puede olvidarse de la imagen de Hosea Tsambido, un difunto líder comunitario de Chibok que en abril de 2014 acudió a Abuja durante la primera gran protesta por los secuestros. Arrodillado bajo la lluvia junto a la Fuente de la Unidad, Tsambido le rogaba a la gente que nunca se rindiera. “Si alguien me hubiera dicho que seguiríamos casi diez años después, me habría marchado de la Fuente de la Unidad ese mismo día, y no habría vuelto nunca”, dice Yesufu.

Según Yesufu, en los primeros días el gobierno nigeriano trató de reprimir la campaña #BringBackOurGirls y marginó al grupo cuando las primeras niñas fueron liberadas. Los padres sufrieron mucho, recuerda, y algunos murieron con el corazón destrozado. “Aunque nos digan que algunas niñas han muerto, ¿podemos saber dónde murieron? ¿Dónde las enterraron? Hagamos algo para permitir a las familias darle un cierre”, afirma.

A lo largo de los últimos diez años el poder de Boko Haram se ha ido desvaneciendo por las divisiones dentro del grupo y por la aparición de otras milicias islamistas. Pero sus métodos siguen vigentes, con los colegios como uno de los objetivos principales. Esto es especialmente así en las remotas zonas del norte, donde no hay seguridad y los secuestradores pueden perderse en extensos bosques. Desde 2014, más de 1.500 escolares han sido raptado.

El último secuestro masivo ocurrió el mes pasado, con la irrupción de hombres armados en un colegio de Kuriga (estado de Kaduna, noroeste del país) en el que un mínimo de 287 alumnos de entre 7 y 18 años fueron raptados. Los secuestradores exigían por su liberación 1.000 millones de nairas [unos 758.000 euros], pero antes de que el plazo se cumpliera el ejército nigeriano rescató a la mitad de los secuestrados (Nigeria prohibió en 2022 el pago de rescates).

“Es un método que empezó con Boko Haram y que de manera generalizada ha sido perfeccionado por los distintos grupos armados”, dice Oluwole Ojewale, del Instituto de Estudios de Seguridad de Dakar, en Senegal. “Los grupos armados adquirieron notoriedad con las niñas de Chibok, y ahora mantienen una inclinación por estar en el centro del foco y por presentar al Estado como incapaz de proteger a la población, lo que también hace que se fijen en ellos posibles nuevos militantes”.

Entre las promesas de Bola Tinubu, el actual presidente de Nigeria, figura impedir que los colegios se conviertan en “madrigueras para secuestros a discreción”. Lo que no ha dicho es cómo piensa lograrlo.

La búsqueda nunca terminará para las personas que perdieron a sus hijas aquella noche de abril de 2014. El funcionario Lawan Zanna, de 55 años, estaba en casa junto a su familia cuando descubrió que su hija, Aisha Lawan, era una de las secuestradas en Chibok. Una vida sencilla e idílica se convirtió en una búsqueda de respuestas que dura ya una década y que comenzó cuando se subió a su motocicleta y se dirigió a la escuela, a unos pocoskilómetros de distancia de su hogar, para averiguar qué había sucedido. Encontró la escuela secundaria femenina, normalmente animada con las voces de cientos de alumnas, desierta.

Padre de 16 hijos, Zanna y los familiares de otras niñas secuestradas formaron un grupo de búsqueda, adentrándose durante dos días en el bosque con armas improvisadas y sin conseguir nada. “Un trauma, eso es lo que me ocurrió a mí, desde entonces casi no como”, dice Zanna, que acudió a la religión en busca de consuelo. “Estaba muy desquiciado pero con la ayuda de nuestro líder religioso, que suele venir a hablar conmigo, estoy pudiendo aguantar, pero llegar a este punto me ha llevado muchos años”.

Zanna lidera el Movimiento de Padres por el Rescate de las Niñas de Chibok Secuestradas, que mantiene la presión por la liberación de las raptadas. Muchos de los padres siguen viviendo en Chibok y sin saber nada de sus hijas desde aquel día de 2014.

Otra de las secuestradas es Dorcas, hija de Ladi Yakubu, de 50 años. Funcionaria del gobierno local de Chibok, Yakubu sufrió un infarto cuando se enteró de la noticia. Aún no ha recuperado la salud. “Se llevaron a mi hija delante de mis ojos; ni siquiera el gobierno ha podido rescatarla y yo, mucho menos, ¿qué voy a poder hacer yo?”, dice. “Mi corazón se acelera con cualquier susto mínimo y tengo que medicarme… No ha sido fácil para nosotros”.

Pese a las dudas que hay sobre las negociaciones, los padres mantienen la esperanza. “Sé que mi hija regresará”, añade Yakubu. “Si Dios es quien gobierna el cielo, ella regresará”.

Fuente: https://www.eldiario.es/internacional/theguardian/decenas-ninas-raptadas-boko-haram-nigeria-diez-anos_1_11285978.html

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El Grupo CEF.- UDIMA afianza relaciones con BANGE Business School y refuerza la formación del Grupo en Guinea Ecuatorial

El Grupo CEF.- UDIMA afianza relaciones con BANGE Business School y refuerza la formación del Grupo en Guinea Ecuatorial

El presidente del Grupo Educativo CEF.- Arturo de las Heras, ha realizado una visita de una semana a  donde se entrevistó con un grupo de directivos del Banco Nacional de Guinea, BANGE, liderados por su director general  Nsua y su directora general adjunta Mari Cruz Engonga Obono. BANGE es el propietario de la Escuela de Negocios BANGE Business School, BBS, con la que el grupo español viene desarrollando diferentes colaboraciones desde 2020.

La nueva visita busca remarcar el compromiso asumido por el Grupo con la cualificación de profesionales y funcionarios públicos de Guinea Ecuatorial a través de su acuerdo con BBS. Gracias a estos acuerdos es más fácil para los ecuatoguineanos estudiar online en la , UDIMA, y presentar sus exámenes presenciales en las sedes de BBS.

En la ciudad de Malabo se tuvieron productivas reuniones con , CITGE, PNUD y el  en las que se remarcó todo lo que BBS podía hacer conjuntamente con el Grupo Educativo CEF.- UDIMA. El acuerdo entre ambas instituciones establece que las instituciones españolas brindan apoyo académico y asesoramiento a BBS, así como respaldo tecnológico y participación en la gestión de los alumnos.

Uno de los proyectos más destacados de esta colaboración es el programa , que va a arrancar pronto su tercera edición, y que se configura como la primera aceleradora de empresas de Guinea Ecuatorial.

El viaje continuó por la zona continental, empezando por , donde se visitó la sede en la que BANGE está adecuando sus instalaciones para una nueva sede de BBS y se mantuvo una interesante reunión con Eucario Bakale Angüe, ministro de la Función Pública y Reforma Administrativa, en la que explicó de primera mano sus planes de refuerzo de la administración ecuatoguineana.

Las visitas llevaron al grupo a conocer las ciudades de  y Djibloho, donde además fueron recibidos por Paulo Speller, rector, y diversas autoridades de la Universidad Afroamericana de  Central.

En palabras de Arturo de las Heras, “estamos muy contentos de la marcha de la relación con BBS y comprometidos con llevar la relación a nuevas metas”.

Fuente : Redacción CEF.- Media

Fuente de la Información: https://www.guineainfomarket.com/en-el-foco/2024/03/16/el-grupo-cef-udima-afianza-relaciones-con-bange-business-school-y-refuerza-la-formacion-del-grupo-en-guinea-ecuatorial/

 

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UNICEF: La Infancia en Peligro: Máximo riesgo en el Sahel central

La Infancia en Peligro: Máximo riesgo en el Sahel central

Millones de niños y niñas necesitan ayuda humanitaria en medio de un conflicto armado cada vez más intenso y una crisis climática extrema

El Sahel lleva mucho tiempo siendo una de las regiones más vulnerables de África, pero los conflictos armados y la intensificación de los enfrentamientos militares se han convertido en una importante amenaza para las vidas y los medios de subsistencia de los niños y niñas del Sahel central, además de impedir su acceso a los servicios y suponer un grave peligro para su futuro.

En medio de una espiral de violencia encarnizada, los grupos armados no estatales que operan en amplios sectores de Malí y Burkina Faso, y cada vez más en Níger, han convertido a los niños y niñas en un blanco directo. Cientos de niños han sido secuestrados en los tres países, muchos de ellos niñas.

Desde 2021, los grupos armados no estatales han destruido las reservas de alimentos de una de las regiones más afectadas por el hambre y la malnutrición del planeta. Algunos grupos armados se oponen a la educación que gestiona el Estado, por lo que queman y saquean las escuelas, y amenazan, secuestran o asesinan a los maestros. En ese contexto, las operaciones de seguridad nacional contra los grupos armados han conllevado un gran número de muertes, lesiones y detenciones de niños y niñas, así como graves daños a muchas escuelas y hospitales en los tres países.

La inseguridad y los desplazamientos se están extendiendo más allá de las fronteras del Sahel central y están llegando a comunidades remotas con pocas infraestructuras y escasos recursos, donde los niños y las niñas ya tienen un acceso muy limitado a los servicios que necesitan para sobrevivir y recibir protección. La región que sufre esta situación es además una de las más afectadas por el cambio climático y la escasez de agua del mundo.

Esta crisis exige reforzar la respuesta humanitaria de inmediato, pero también requiere una inversión flexible y a largo plazo con vistas a lograr un desarrollo sostenible que contribuya a la consolidación de la paz dentro de estas comunidades, en especial para los niños y las niñas. Afrontar las causas subyacentes, fortalecer los servicios sociales y anticipar las crisis puede ayudar a los países a construir sociedades resilientes con una sólida cohesión social, donde los niños y las niñas puedan disfrutar de sus derechos y desarrollar todo su potencial.

La inseguridad y los desplazamientos se están extendiendo más allá de las fronteras del Sahel central y están llegando a comunidades remotas con pocas infraestructuras y escasos recursos, donde los niños y las niñas ya tienen un acceso muy limitado a los servicios que necesitan para sobrevivir y recibir protección. La región que sufre esta situación es además una de las más afectadas por el cambio climático y la escasez de agua del mundo.

Esta crisis exige reforzar la respuesta humanitaria de inmediato, pero también requiere una inversión flexible y a largo plazo con vistas a lograr un desarrollo sostenible que contribuya a la consolidación de la paz dentro de estas comunidades, en especial para los niños y las niñas. Afrontar las causas subyacentes, fortalecer los servicios sociales y anticipar las crisis puede ayudar a los países a construir sociedades resilientes con una sólida cohesión social, donde los niños y las niñas puedan disfrutar de sus derechos y desarrollar todo su potencial.

Panorama de la crisis

Benín. Dos hermanos sentados al frente a su casa en Tanguieta, en el norte de Benin.

¿Qué está ocurriendo en el Sahel central?

Los niños y las niñas se encuentran atrapados en medio de los grupos armados, las operaciones de seguridad nacional y la violencia entre las comunidades, y se han convertido en un blanco directo para los grupos armados no estatales que operan en amplias zonas de la región. El año 2022 fue especialmente violento para los niños y niñas del Sahel central. Casi con total seguridad, fue el año más mortífero desde que estalló el conflicto armado en el norte de Malí hace más de una década.

En los primeros años de la crisis, los grupos armados centraban sus ofensivas en las infraestructuras y el personal de seguridad, y no solían atacar a los niños y a los civiles. Ahora, sus tácticas muestran que el objetivo real de muchos de esos grupos armados es infligir a las comunidades el máximo número de muertes y de sufrimiento. Además, las partes en conflicto se aprovechan de las rivalidades étnicas que enfrentan a las comunidades.

 

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El patriarcado, la violencia y la tradición marcan la vida de miles de niñas en Mali

Mali es un país muy joven. Con una población de unas 25 millones de personas de las que, aproximadamente la mitad son menores de edad, según los datos oficiales. La edad media es, de hecho, 16 años.

En las calles de Bamako se ven cientos, miles de niños y chicos jóvenes. También, aunque mucho menos, niñas y chicas. Las más de las veces, trabajan en algún puesto de verduras y frutas a pie de calle. Otras, si coincide con la hora de salida de los colegios, también se las ve caminar en pequeños grupos.

Son una gran minoría, estas últimas. Según los datos que maneja el Gobierno maliense, las tasas de escolarización de las niñas y jóvenes son bajas. Hay importantes diferencias muy importantes por regiones, desde luego, pero siempre son ellas las que se llevan la peor parte.

Hace algo más de 10 años, la Unión Africana puso en marcha una misión específica para Mali y el Sahel (una franja de países que empieza en Senegal, en la cosa occidental, y atraviesa prácticamente todo el continente hacia el este). La misión pretendía dar apoyo a Mali en cuestiones de seguridad, educación, salud, derechos humanos, en un momento en el que estalló el conflicto que de nuevo ha vuelto a encenderse entre el gobierno y los grupos separatistas del norte.

La misión, persé, duró poco, hasta la llegada de la que en su momento realizó Naciones Unidas, bajo el nombre de Minusma y que en las próximas semanas verá completamente expirado su mandato, tras las tensiones entre la organización y el Gobierno de transición, en el poder desde 2020.

Fatoumata Traoré en su despacho de la Unión Africana en Bamako (Mali) | Foto: PGA

Fatoumata Traoré es experta en género dentro de la misión de la Unión Africana. Nos recibe, a este periodista y su intérprete, en su despacho del barrio de ACI 2000, uno de los más importantes y ricos de la ciudad.

Traoré habla calmadamente, sin aspavientos, de una realidad muy complicada. La de las vida de las niñas y las jóvenes en Mali, un país marcadamente musulmán, que admite la poligamia (aunque no está especialmente extendida), que cuyas leyes mandatan la educación obligatoria sin distinción de género, no ha conseguido trasladar este deseo a la realidad.

“Las estadísticas no son uniformes en Mali”, asegura Traoré, “pero lo que es seguro es que que el nivel de escolarización es muy bajo”. La experta asegura que se han hecho muchos esfuerzos “para enviar a los niños a la escuela, y hemos implementado políticas para permitir que las niñas puedan tener acceso a la escuela”. Pero, admite, “hay muchas niñas que no van a la escuela o que no se mantienen”.

Existen muchas dificultades en Mali. Es uno de los países en la cola en el índice de desarrollo humano que elabora la ONU. Lleva más de una década luchando con grupos armados tuaregs que buscan la independencia del norte y, además, tienen sendos grupos, uno cercano al ISIS y el otro a Al Qaeda pugnando por el control de amplias zonas del país.

Hace pocas semanas, el líder de la junta militar que gobierna desde hace cuatro años, unió fueras con Burkina Faso y Níger (ambos con gobiernos militares golpistas también) para anunciar su salida de la Cedeao, una organización supranacional que mantiene apertura de fronteras para personas y mercancías y una moneda común para todos aquellos que pertenecen a ella.

La situación de las infraestructuras no es buena, como explica Traoré, que señala la falta de agua o electricidad en muchos establecimientos escolares. Amén de unas ratios que pueden estar por encima de las 40 niñas y niños por aula.

A esto se suma una cultura patriarcal que ve en las niñas una persona de segunda. “La niña es considerada como una persona que debe estar preparada para el matrimonio”, explica la experta de la Unión Africana. Esto quiere decir que será más importante, llegados a cierto punto, que la niña sepa y pueda realizar las tareas del hogar antes que continuar con su escolarización.

De hecho, explica la experta que el 53 % de las mujeres se casan antes de los 18 años y el 18 % antes incluso de los 15. “El matrimonio precoz es algo que está muy encerrado en la tradición, pero cuando miras bien los números, verás que hay una tendencia a que la situación mejore un poco, muy lentamente”, explica.

“La vida doméstica marca la escolarización de las niñas, obligando a altas tasas de absentismo para que atiendan a los trabajos de cuidados o de sostenimiento de la vida familiar”, comenta Traoré.

Además, igual que los niños, en muchas ocasiones, son enviados a escuelas coránicas que hacen las veces de internados en los que, muchas veces, serán maltratados y utilizados para mendigar; las niñas acaban casadas como una forma de liberar la economía familiar del sustento de una boca más.

Como comenta Fatoumata Traoré, el hecho de que las niñas vayan a la escuela durante más tiempo, retrasará el objetivo primordial que es el matrimonio. De hecho, sostiene, culturalmente se cree que si están demasiado tiempo en la escuela “rehúsan casarse, habrá demasiados conflictos y, finalmente, quedarán solteras”.

Y es en la educación de las niñas y las mujeres en donde muchas oenegés que operan en Mali ponen el foco. “Creo que las ONG hacen mucho en el área de la educación de las niñas, sobre todo en la alfabetización de las mujeres”. También señala proyectos que intentan empoderar a niñas y jóvenes para ir a la escuela el mayor tiempo posible. “Pero yo diría que hasta ahora el gran problema es que no hemos gestionado esta situación de manera holística. Siempre son pequeños proyectos que cubren las necesidades de algunas personas y, después, cuando el dinero termina, todo se para”, explica.

Estas situaciones hacen que “los proyectos no respondan a las necesidades de las mujeres en materia de escolarización o alfabetización. Eso es un gran problema” de trabajar, comenta Traoré, con ONG.

Para la experta, la respuesta holística debería venir del Gobierno. Y si no puede por falta de recursos, “al menos, coordinara las acciones de las ONG de manera que lo que hacen estas no sea una repetición de lo que se ha hecho ya”. El hecho de que no haya una cierta coordinación por parte del gobierno, además, supone que no se piense cómo dar continuidad a un proyecto de una organización que se ha terminado.

“Yo felicito a las ONG, pero en realidad no se hace suficiente esfuerzo por tener en cuenta las necesidades específicas de las mujeres y las niñas en materia de educación. Y también creo que el Estado tiene un gran papel que jugar, no solo en la planificación de las acciones relacionadas con la educación en todo el territorio nacional, sino también en función de las ONG que quieran actuar en ese sentido, orientándolas hacia las zonas en las que existe más necesidad”.

La violencia contra las niñas

La violencia contra la infancia en general es otro problema importante. Y lo es muy particularmente en el caso de las niñas, atacadas sexualmente en muchos ámbitos alrededor de la escuela.

Traoré explica que las niñas sufren violencia “en el camino de la escuela, en la escuela y, a menudo, en su propia casa”. A esto se une la violencia sexual que pueden sufrir y que, comenta la experta “cuando se denuncia, se banaliza”. “Muchas veces estas situaciones acaban en el abandono de la educación porque la propia niña no quiere correr el riesgo”.

Los casos de violencia sexual, además, pueden acabar con el embarazo de una niña, de una adolescente. Hasta hace 20 años, en Mali se repudiaba a las víctimas en esta situación, se las expulsaba de los centros educativos. Traoré asegura que hoy por hoy esto no pasa. “Pero no hay consecuencias para quien cometió la agresión”, dice. De hecho, ellas reciben burlas, el estigma. Será la que afronte un embarazo en solitario después de que la acusen de ser “fácil”.

“Y a esta situación se suma una muy dramática. A menudo, son los propios maestros los que hacen atacan sexualmente a las niñas”. Traoré asegura que una investigación del Banco Africano de Desarrollo calculaba que el 16 % de los embarazos precoces de estas niñas eran causados por los docentes.

Traoré explica el caso de un maestro en la región al este de Bamako, Kaye, en donde un maestro fue señalado y acusado de haber agredido sexualmente a chicas de entre 13 y 15 años en su casa. Las llevaba allí después de la escuela con la excusa de dar clases de repaso, “pero en realidad las obligaba a tener relaciones sexuales”. “Cuando lo denunciamos, cambiaron al maestro de pueblo, pero no hubo ninguna sanción. Solo lo cambiaron, con el riesgo de que siguiera haciendo lo mismo”.

© UNICEF/UN0332614/Rose

Población desplazada

Más de una década de conflictos, amén de los grupos islamistas que hostigan a la población, han provocado que haya una gran cantidad de población desplazada interna dentro de Mali. Este país de África Occidental es, además, parte de la ruta migrante que va hacia Mauritania y Canarias, o hacia Níger y la ruta por Libia y Argelia.

Los desplazamientos forzosos de población suponen, según cuenta Traoré, que haya muchas escuelas que son utilizadas como campamentos improvisados. La situación de muchas de estas familias es desesperada. Han de abandonar todo lo que tienen para marchar a un futuro incierto.

Esto acaba pasando factura y poniendo a las niñas y jóvenes en situaciones de muchísima vulnerabilidad. Hasta el punto de que en ocasiones son obligadas a prostituirse para conseguir el sustento propio y de sus familias.

Los campos de refugiados tampoco son el mejor escenario. “Las condiciones en las que se encuentran las familias… explica Traoré, sin acceso a ninguno de los derechos sociales básicos”. O a electricidad, agua o educación.

Según diferentes organismos, la mayor parte de las personas desplazadas son mujeres y niñas y niños. Y cuando llegan a los campos, no tienen asegurada la escolarización en ellos. “Los padres, si no están alfabetizados”, no se preocuparán porque sus hijas lo estén. A esto se suma lo dicho anteriormente: “Si la mamá no tiene los medios, la niña tal vez pueda ir a trabajar, pero si no encuentra trabajo, ¿qué pasa? Será prostituida”, zanja la experta.

Para Traoré se trata de una situación “dramática” que, en general, se suele banalizar en todos los foros en donde habla de la violencia contra niñas y mujeres. “Para una mujer, para una niña de 13 a 15 años, en el momento en que tiene que aprender, que entender el mundo, es en ese momento en el que tienes que luchar para alimentarte y alimentar a tu familia”, denuncia.

Mutilación genital

“Las estadísticas nacionales aseguran que estamos en un 98 % de mujeres de 15 a 49 nueve años y un 63 % de niñas de 0 a 14” que han sufrido una ablación. Aunque tímidamente, las cifras parecen estar mejorando, según cuenta Traoré.

La mutilación es una actividad que se desarrolla en la intimidad de cada hogar. Una tradición que, a pesar de los intentos de estudio, no está claro dónde hunde sus raíces. Que en Mali, según Unicef, se practica en casi todos los hogares, da igual su tradición religiosa. Aunque sí importa, por ejemplo, el nivel educativo de la familia: cuanto mayor, menor incidencia de la ablación.

Solo hay una diferencia importante en las cifras. Se trata de las regiones del norte: Tombuctú, Gao y Kidal, en donde hace décadas que esta práctica se perdió después de que tras una ceremonia comunitaria fallecieran por diferentes motivos casi 200 niñas.

Entre los motivos: desde la purificación de las mujeres, disminuir su placer sexual o para que se mantenga virgen hasta el matrimonio. Según la experiencia de Traoré, “la mayoría te dicen que ‘mi madre me lo hizo y yo también lo voy a hacer con mi hija. Es la cultura, no quiero dejarme llevar por ideas externas’.”.

“Si tengo que hacer mi propio análisis, asegura, me digo que todo esto se hace por culpa de las desigualdades de género. Porque es como si la vida de una niña no fuera importante”. Y se hace la pregunta del millón: “Si fueran los chicos quienes murieran todo el tiempo, ¿no pararían de hacer mutilaciones?”.

Casa 6 de febrero se conmemora el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. “Hacemos muchas campañas, intentamos sensibilizar, pero es muy difícil. Es sólo a partir de nuestra generación que algunos han decidido empezar a reaccionar. Hacer un cambio”, explica esta experta.

Y es complicado porque tampoco desde la educación se consigue una incidencia directa y, sobre todo, rápida, cuando las mutilaciones se realizan en los primeros compases de vida de las niñas y son generalmente los hombres de la casa quienes toman la decisión última de realizar la intervención. Pero, concede Traoré: ” Lo que podemos decir con respecto a eso, es que la mayoría de las mujeres que hoy en día han decidido no realizar la mutilación a sus niñas, es porque tienen un cierto nivel de conocimiento”.

“No hay una familia que, generación tras generación, haya realizado la mutilación a todas las niñas y que no haya entre ellas alguna muerta”, asegura esta experta que, dice, “raras son las familias que no han perdido una niña por ello. Raro. Si no has perdido a tu tía, has perdido a tu hermana”.

Poco tiempo antes de mantener esta entrevista con Fatoumata Traoré había participado como experta en un foro organizado por el Gobierno para hablar sobre la educación en el país. Ella, se centró en las situaciones de violencia que viven niñas (particularmente) y niños en la escuela. “He tenido mucha dificultad para transmitir la idea de que hay violencia en las escuelas. Se banaliza, se dice que no es posible, que no es tan grave como digo”.

Concienciar a una sociedad patriarcal y conservadora de la necesidad de mejorar el nivel educativo de las niñas y las jóvenes porque eso incidirá en el bienestar de toda la nación, es uno de los retos más importantes que puede plantearse el actual gobierno (y los futuros) a la hora de pensar en la educación. A partir de ahí, construir infraestructuras, dotarlas de recursos materiales y personales, con docentes con una buena formación, tanto pedagógica como de respecto a la infancia, y asegurar el acceso a bienes básicos como la sanidad, el agua o la electricidad.

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El ascensor social en África: funciona en educación, pero no en ingresos ni empleo

La movilidad social es la capacidad que tiene un individuo para mejorar su situación socioeconómica respecto a la de sus padres. En este sentido, la igualdad de oportunidades defiende que todo el mundo debería tener acceso a las mismas herramientas y oportunidades, independientemente de su clase social, raza, género u origen.

En Europa y Estados Unidos hace años que se estudia la movilidad social y la transmisión del estatus de padres a hijos. Sin embargo, en otras regiones con problemáticas más complejas y variadas no se ha prestado la atención necesaria, principalmente debido a limitaciones en la disponibilidad de datos.

La movilidad social en África

En este contexto surge nuestra investigación, en la cual analizamos la movilidad social en cinco países africanos: Etiopía, Ghana, Uganda, Malawi y Nigeria.

A partir de encuestas de condiciones de vida y hogares, todas ellas realizadas entre 2017 y 2019, hemos construido una completa base de datos que nos ha permitido identificar a padres e hijos que conviven en el hogar y obtener información sobre su nivel educativo, ocupación e ingresos.

Nuestro principal objetivo ha sido utilizar los datos correspondientes a estas tres variables para analizar el grado de transmisión entre padres o madres y sus hijos, o, dicho de otra forma, el grado de movilidad social entre ambas generaciones.

Mejor educados, igual de pobres

La investigación revela patrones interesantes aunque, en ocasiones, bastante preocupantes. En general, la educación es el ámbito con los niveles más altos de movilidad.

Aunque esto podría parecer alentador, la realidad es que una gran parte de los padres en estos países tiene niveles de educación extremadamente bajos. Así que, aunque los hijos puedan superar a sus padres en términos de educación, muchos reciben una educación muy básica.

Nivel de estudios (básica, secundaria, grado universitario, posgrado) de padres y madres (en %).Fuente: elaboración propia

Los resultados más desalentadores están en la movilidad de ingresos: es la más baja de los tres ámbitos analizados. Esto sugiere que las mejoras en el nivel de vida en términos de más ingresos son las menos comunes.

Este hallazgo resalta la dificultad de romper los ciclos de pobreza y la necesidad de políticas enfocadas no sólo en la educación y la formación laboral, sino también en la creación de empleos de calidad y bien remunerados.

Movilidad desigual

También se analizó la movilidad en relación a los padres y las madres.

Los resultados muestran que la movilidad tiende a ser más alta cuando se compara con las madres. Ello se debe a que las mujeres tienen una posición especialmente desventajosa en las sociedades africanas. De ahí la importancia de abordar las desigualdades de género como parte de la lucha contra la pobreza y a favor de una mayor movilidad social. no sólo se centren en la educación, sino también en el empleo de calidad.

Sólo a través de un enfoque integral podremos aspirar a un futuro donde el ascensor social realmente funcione.

https://theconversation.com/el-ascensor-social-en-africa-funciona-en-educacion-pero-no-en-ingresos-ni-empleo-225376

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