Reseñas/África/Túnez/23 Julio 2020/elpais.com
En este poblado al noreste de Túnez, las mujeres dominan técnicas ancestrales para trabajar la cerámica que se han transmitido de generación en generación por más de 3.000 años. Un conocimiento considerado hoy Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco
Sentadas en el suelo del pequeño taller, las tres cuñadas platican mientras sus manos, veloz y sutilmente, forman con barro distintas figuras que poco a poco se acumulan a su alrededor. Viven en las afueras de Sejnane, un poblado al noroeste de Túnez, en la región de Bizerta. Están casadas con tres hermanos que construyeron sus hogares uno al lado del otro. Cada una de ellas tiene un pequeño cuarto en el patio de su casa, adaptado como taller, en los que se reúnen para trabajar y pasar tiempo juntas.
La destreza de sus manos es prueba de su experiencia. Zohra, la cuñada más veterana, domina el oficio desde hace 40 años, mientras que Moufida trabaja la cerámica desde hace dos décadas. “Es la bebé”, dice tiernamente Zohra. Como ellas, cientos de mujeres en Sejnane modelan el barro y son únicas en el planeta en hacerlo de esta peculiar forma que llamó la atención de la Unesco: en 2018 las declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Líneas en la piel
La cerámica de Sejnane tiene su origen en los amazigh, pueblo autóctono del norte de África comúnmente llamados bereber, y se realiza desde hace más de 3.000 años. La artesanía se ha mantenido hasta nuestros días transmitiéndose de generación en generación. Las cuñadas aprendieron el oficio de sus madres, a quienes se lo enseñaron sus abuelas, que sabían por sus propias madres y así por tres milenios.
Nozha Sekik, entnoantropólga tunecina, ahora retirada y anteriormente investigadora del Instituto del Patrimonio Nacional, es una de las expertas en el tema y afirma que esta producción se remonta al Neolítico y Edad de Bronce. «Sabemos que el origen es amazigh, nada más, a lo mejor nuestras abuelas lo sabían y, si vivieran, nos lo explicarían», comenta Najet, una de las tres cuñadas.
La sesión de cerámica se interrumpe y cada una vuelve a casa a preparar el almuerzo. En la mesa de Zohra reposa un plato de cus-cus con pollo y verduras, una jarra con zumo de frutas y un poco de pan recién horneado. “Prácticamente lo único que compramos es sal”, dice Zohra mientras se sienta a comer. Todo lo que está en la mesa viene de su huerto y sus animales. La tierra no solo les da todo para alimentarse, también todo para la cerámica.
En primavera, las mujeres recogen el barro y lo llevan a sus hogares sobre la espalda. “Sacamos la arcilla de los cauces secos de la montaña, después la trituramos y remojamos para amasarla. La preparación dura tres días, después la dejamos en agua para que no se estropee. El trabajo es durísimo”, explica Zohra. Amasan el barro descalzas: durante poco menos de una hora lo pisan una y otra vez hasta obtener la consistencia para moldearlo. Crean las figuras y, cuando están secas, las cocinan. Estos días son lluviosos, pero esta tarde el cielo parece dar tregua, así que deciden poner las piezas al fuego.
La milenaria tradición no concibe ni de tornos ni de hornos. Najat va al granero; dentro hay tres vacas. De ahí saca el excremento de aquellas bestias mezclado con paja y lo coloca sobre una lámina oxidada, creando un montículo en cuyo interior se esconden las piezas. Enciende la hoguera y espera una hora.
Patrimonio inmaterial olvidado de la humanidad
“Nuestras madres y abuelas realizaban esta labor para crear objetos de su vida cotidiana: sartenes, ollas y morteros. Hoy trabajamos la cerámica para ganar dinero porque es el único trabajo que podemos hacer”, explica Moufida. Su punto de venta son dos mesas viejas al lado del camino que conecta Sejnane con el resto de la región. Pasan pocos autos, en su mayoría de residentes. Si alguien se interesa en las figuras, toca el claxon y saldrá alguna cuñada a hacer la venta. Pero hoy, ya hace dos meses que nadie llega. «En un buen mes podemos ganar 60 dinares (19 euros)», explica Najat.
Su situación laboral poco ha cambiado tras la declaración de Naciones Unidas. “Es solo publicidad, la verdad es pura amargura. En 2018, después del reconocimiento de la Unesco, el Estado nos compró a 70 mujeres, mercancías por 160 dinares (50 euros), pero todavía no hemos cobrado ninguna. Fuimos al Ministerio de Cultura a pedir el pago, tomaron nuestros teléfonos para contactarnos, pero todas fueron falsas promesas”, afirma Najat.
Las jóvenes se siguen preparando para el oficio. Hendai y Nada, hijas de Najat y Moufida respectivamente, prestan atención. “Para conservar nuestro patrimonio. Nos encanta este trabajo, nunca fue una obligación”, explica Hendai, de 19 años, que comenzó a aprender a los 13. Está a punto de casarse y asegura que, cuando lo haga, dejará la escuela y se dedicará a la cerámica por afición. Su prima, Nada, es estudiante y cuenta que le gustaría dedicarse únicamente a la cerámica si no fuera un oficio tan precario, pero por ahora buscará empleo. Es difícil encontrar un trabajo en la región. El Instituto Nacional de estadística de Túnez señala que en 2014 la tasa de desempleo nacional en mujeres era de 21,1%. Desde entonces, se ha avanzado poco: a finales de 2019 era del 21,7%, cifra que aumenta en zonas rurales.
La primavera que nunca llegó
La llamada Primavera Árabe de 2011 no terminó en una guerra civil o en una brutal represión en Túnez, a diferencia de lo que sucedió en otros países. Desde entonces, este pequeño país magrebí vive una transición a la democracia lenta y que aún está por rendir frutos.
El Estado está poco presente en la vida de las ceramistas y cuando se presenta lo hace como ave de mal agüero. “Nada, del Gobierno no cobramos nada, estamos olvidadas, vivimos del poco dinero que ganamos, hemos intentados transmitir peticiones y quejas, pedir ayudas sociales para mejorar un poco estas terribles condiciones en que vivimos… Pero no hemos recibido respuesta”, exclama Najat, enfadada.
En Sejnane la revolución les ha pasado del lado. “Seguimos estando en la mierda”, concluye Zohra con una carcajada irónica. Las mujeres trabajan con resiliencia, pues tienen claro que de ellas depende su sustento. “A pesar de todo, nunca vamos a dejar este trabajo, es nuestro destino, algo escrito. Agradecemos a Dios habérnoslo dado y ojalá nos dé la salud para conservarlo”, concluye Zohra con una sutil, pero franca sonrisa.
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Fuente: https://elpais.com/elpais/2020/07/13/planeta_futuro/1594653185_378850.html