Los que van entrando se sacan el calzado y se ubican en ronda. En el medio se para un flaco alto, también descalzo, y les habla con un acento extraño. En un francés perfecto, menciona Jacques-Dalcroze y a una metodología que tiene más de 150 años, aunque aclara que todavía no es demasiado conocida. Luego cierra su introducción con un ejemplo: el del compositor de un vals, que jamás en su vida ha experimentado en sus pies el ritmo pausado de su compás.
El hombre que habla se llama Pablo Cernik, un bonaerense que se recibió en el Conservatorio Nacional de Música como profesor de piano, y que hace varios años decidió viajar a Suiza para especializarse en la metodología Dalcroze.
La Rítmica Jaques-Dalcroze es una pedagogía musical que explora la relación natural entre el movimiento corporal y la música, potenciando el desarrollo de facultades artísticas. Cuando cursó en el Conservatorio, esa había sido una de sus materias predilectas. Y se apasionó.
Cernik vivió 10 años en Suiza y los conocimientos que obtuvo le permitieron viajar por todo el mundo difundiendo esta técnica. Desde Europa hasta Japón.
Desde hace 3 años vive en Argentina y dicta clases en escuelas de música. Volvió porque extrañaba y porque tenía una promesa universitaria, que al final no se concretó. Hoy está radicado en Buenos Aires y tiene una mirada particular sobre el sistema educativo en general. Cuestiona la ideología occidental que establece que sólo se aprende con la cabeza. «A partir de los 6 años -critica- la educación se olvida del cuerpo». Y dice que actualmente el poder de la imagen está desplazando el movimiento corporal.
Comparte sus saberes con músicos, actores y artistas de todo el país. «La metodología Dalcroze parte de la música para educar muchas otras cosas. Se puede educar a los músicos, trabajando el lenguaje musical, o se puede utilizar para trabajarlo con bailarines, actores y, a priori, con cualquier otro artista con movimiento en escena. En Buenos Aires, cada carrera de teatro tiene entre sus materias la rítmica Dalcroze. En música, está menos aceptada y difundida, y tal vez sea donde se vuelve más interesante», agrega.
Su experiencia en Suiza lo ha marcado. Personal y profesionalmente. La elección del país no fue casual: Jacques-Dalcroze, un compositor de estilo impresionista dedicado a la enseñanza, nació allí. En Ginebra, tiene su sede el Institut Jaques-Dalcroze, cuyo Diploma Superior es el máximo título en la especialidad a nivel mundial.¿Cómo son los conservatorios de música en Suiza?
Son distintos. Las aulas no tienen sillas, tienen piso de madera. No usan mesas, no usan sillas, y los armarios están llenos de pelotas, palos. La metodología de aprendizaje es diferente.
Acá también vemos que traes, pelotas, cintas…
Yo uso mi instrumento que es el piano. Pero como todo profesor de rítmica, trabajo la música improvisándola. Debemos adaptar la música a los ejercicios y movimientos que se van haciendo en clase.
Una clase de música con ejercicios y movimientos.
Sí. En realidad, es más complejo que eso. Los ejercicios incluyen experiencias coreográficas, cercanos a la danza, ejercicios de entrenamientos auditivos y rítmicos, con desplazamientos en el espacio. Es decir, se trabaja lo musical y lo «danzable», como una sola cosa. Y también lo teatral, con la puesta en escena de gestos, historias. Toda música es dramatizable y toda música, en sí, tiene teatro.
Es un método muy ligado a la experiencia.
Total y profundamente ligado a la experiencia. Una vivencia, al máximo. La música es algo súper abstracto. Lo que buscamos a través de la rítmica, es que no lo sea tanto. Si una frase es larga, caminémosla. Y veamos cuánto mide. Hay música que perfectamente puede recorrerse, diseñarse arquitectónicamente.
Es curioso lo que planteabas en cuanto a que un músico que compuso un vals, quizás nunca lo haya bailado.
Es una contradicción propia de la educación occidental. A partir de los 6 años, la educación en general, más allá de la música, se olvida del cuerpo. Cuando son chiquitos, los niños tienen una sala con espacios a recorrer, rincón de esto o aquello, donde se puede usar la fantasía, el cuerpo. Cuando pasa los 6 años, se lo mete en un cajoncito, se lo sienta en una silla frente a una mesa, y parece que lo único importante es usar la cabeza. Cuando en realidad, hoy por hoy sabemos, con todo el desarrollo de las investigaciones que existen, que el cerebro funciona mejor cuando todo el sistema nervioso está en funcionamiento, cuando todo el cuerpo está funcionando.
De allí que los músicos se olviden de su cuerpo a la hora de hacer música.
Muchas veces carecen de experiencias de lo que interpretan. Pero no sólo en el caso de los músicos, sino de otras tantas cosas, como cuando perdemos noción de dónde está mi derecha o dónde está mi izquierda, o cómo caminar para atrás sin chocarme. Incluso el contacto social se ve afectado.
La música contribuye al contacto social.
La música es un elemento sociabilizador espectacular. Y no está aprovechada. No se improvisa en los conservatorios, no se canta en grupo, no se baila. Los chicos llegan a sus casas y prenden un video, que es su mejor amigo. Y la imagen no tiene ni espacio, ni movimiento. Sólo pasa por delante de nuestros ojos.
¿Y vos, cuando llegás a tu casa, qué música escuchás?
Escucho poca música. Porque estoy todo el día haciendo… Y cuando llego a casa, la mejor música es el silencio. Pero en general, me gusta escuchar toda la música buena. Mis estudios y experiencia como músico están relacionados a la música clásica. Pero me gusta el jazz y también el folclore, el nuevo folclore. En general, me gusta conocer los folclores de todo el mundo.
¿Bailás bien?
Tuve que aprender. A duras penas. Cuando llegué a Ginebra, a los 34 años, tuve la obligación de hacer danza. Y lo hice como pude. Pero lo que aprendí me abrió tanto la cabeza que, no sólo me gustó bailar, sino que entendí un lenguaje que para mí era incomprensible, y la propuesta artística impresionante que puede dar la danza.
¿Y cuándo llegaste a Oriente? ¿Qué te encontraste?
En oriente, encontré un grado de atención diferente. Ellos siempre están más atentos. Pero, a la vez, les falta improvisación. Mejor dicho, saben improvisar, pero porque lo aprendieron. Es algo que todavía tenemos los occidentales y que nos diferencia. Allá todo tiene que salir bien.
¿Qué mensaje les darías a los profesores de música?
Que tienen que tratar de seguir buscando espacios de formación, más allá de lo que brindan los institutos. Pero más que a ellos, yo les daría un mensaje a las autoridades de los institutos de formación: que abran las puertas a cosas nuevas, a tendencias nuevas, a profesores nuevos.
¿Y a los padres de los chicos que quieren aprender música?
El hijo es el que va a decir si la educación musical que les están dando es buena o no. Si viene contento, es porque están haciendo las cosas bien. Después, si puede tener espacios donde improvise, donde cree, que sea lúdico, mucho mejor. Pero los chicos no mienten. Si vienen contentos, está bien.