Por Jorge Alejandro Castrillo Hidalgo
Ese ha sido el problema con este lado del péndulo: estamos queriendo igualar en los resultados a quienes no son iguales en sus procesos.
En la columna anterior decía que la evaluación de la inteligencia y la educación especial habían nacido juntas puesto que el encargo de la creación del instrumento (el test de inteligencia) buscaba atender la necesidad práctica de ofrecer una mejor educación, tanto para quienes la aprovecharían normalmente como para quienes necesitarían de ayudas especiales. La medición de la inteligencia y su producto más conocido, el cociente intelectual (el “mentado CI”, si así lo prefieren) han tenido mucha más discusión, beligerancia y prensa que la educación especial. Pero ambas prácticas han evolucionado y cambiado.
En la actualidad, la educación especial ya no es la misma que la de inicios del siglo pasado. La pregunta que interesa: esta evolución, ¿ha sido para mejorar? Ha cambiado lo esencial: si antes se apartaba y escondía a quienes la necesitaban, ahora el objetivo es integrarlos en la mayor medida posible a su grupo social. Además, los diagnósticos han afinado (el espacio permite solo una apretada síntesis): ya no todo se explica por el Retardo Mental. Las décadas de los sesenta y setenta vieron el apogeo y declinación de la Disfunción Cerebral Mínima. De allí en adelante, los Problemas Específicos del Aprendizaje y el Trastorno de Atención Deficitaria con o sin Hiperactividad han tomado la posta.
Mejores instrumentos de diagnóstico, de medida, la investigación y los avances científicos son los responsables de esta diversidad y, por tanto, mejor tratamiento si aceptamos el supuesto que para cada condición hay un trato diferente.
En esencia, lo que se planteó fue la superación del exilio que se había decretado para quienes eran diferentes a la mayoría. Nuestro país no quedó al margen del “impulso integrador” que vivió el mundo respecto a la necesidad de atender inclusivamente a quienes necesitaban de atenciones especiales para aprender. Programas ministeriales en los cinco continentes empezaron a hablar de la “escuela inclusiva” y normalización (“mainstreaming”): no se excluirá de la escuela a nadie por sus diferencias sino que se lo educa, con los apoyos necesarios y adecuaciones curriculares, en el aula regular. El enfoque inclusivo e integrador se aplica actualmente no solo para educación sino para muchos otros aspectos de la vida como pueden atestiguar los lectores de este periódico.
A las escuelas se les ha exigido –moral y legalmente- aceptar chicos con discapacidades tan marcadas y evidentes que, años atrás, habría sido inimaginable que asistieran a clases en instituciones de educación regular. Esto tiene sus ventajas y algunas desventajas, tanto para el niño con discapacidades como para el resto de sus compañeros.
El currículo nacional norma los objetivos y competencias que un estudiante debe haber alcanzado y desarrollado en diferentes niveles escolares. Una de las funciones de la evaluación educativa consiste en atestiguar si el alumno, efectivamente, ha alcanzado o no tales objetivos y desarrollado (o no) las competencias. De algunos estudiantes con discapacidades se espera que han de alcanzar –con los apoyos y las adecuaciones requeridas- los mínimos curriculares, por tanto, se supone que aprenderán el mismo material que el resto de sus compañeros con las modificaciones sugeridas para ellos. Están “normalizados” (“mainstreamed”) para beneficiar su desarrollo académico y social. En esto se asemejan a los alumnos “incluidos”: se lo hace por los beneficios académicos y sociales que eso les puede reportar. Pero de estos últimos no se espera que lograrán los mismos aprendizajes que sus pares cronológicos.
Nadie debería llamarse a confusión: ambientes semejantes no significan necesariamente iguales resultados. Ese ha sido el problema con este lado del péndulo: estamos queriendo igualar en los resultados a quienes no son iguales en sus procesos. Y para no discriminar, se bajan los estándares para todos. Mal servicio brindará este enfoque si no sabemos distinguir lo que necesita ser distinto.
Tomado de: http://www.elsalvador.com/articulo/editoriales/otro-lado-del-pendulo-educacion-especial-121100