Por: Rosa Maria Torres
Durante la crisis de fines de los 1990s e inicios del 2000, en Argentina se extendió el trueque, tanto de objetos como de servicios. Millones de personas se organizaron en nodos, redes y clubes de trueque en todo el país. Vivía entonces en Buenos Aires y conocí varios sitios de trueque en diferentes lugares del país.
Uno que me llamó especialmente la atención fue un mercado de trueque de servicios, de los primeros que surgió. Las personas habían preparado carteles para anunciar los servicios que ofrecían; los tenían sobre una mesa, en el suelo, o bien colgados del cuello, Algunos carteles incluían el nombre del oficio: dentista, enfermero, profesor, diseñador gráfico, etc. Otros describían el servicio ofrecido: cuido a personas mayores, doy clases de guitarra, ayudo con las tareas escolares, pongo inyecciones, doy masajes, hago pasteles de cumpleaños, reparo televisores, hago planos, etc.
Mientras observaba y recorría el lugar pensaba qué servicios podría ofrecer yo en un lugar de intercambio como éste. Mis oficios – los que me gustan, de los que vivo y para los que soy buena – tienen que ver primordialmente con leer, escribir, editar, investigar, asesorar, enseñar, traducir, viajar, usar la computadora y navegar en internet. ¿Qué de eso puede servirle a personas en crisis que buscan satisfacer necesidades básicas con saberes y habilidades de otros?
Al llegar a mi departamento ese día me dediqué a pensar y anotar en una libreta mis saberes y habilidades prácticos, potencialmente útiles en situaciones de precariedad y emergencia. La verdad es que me sorprendí con lo que descubrí.
Empecé explorando mis habilidades manuales. No me sorprendió comprobar que son pocas, pero me ayudó refrescar que tengo algunas. No me sorprendió confirmar que mis fortalezas están alrededor de la lectura y la escritura, los idiomas, la enseñanza, la investigación, la comunicación, la asesoría, el uso de la computadora, los viajes, pero sí me sorprendió encontrar muchas tareas concretas en las que esos saberes pueden adquirir valor de uso y valor de cambio, ser herramientas útiles para otros y recursos para la propia supervivencia.
Nunca he participado en un mercado de trueque de servicios ni en los trueques que se hacen virtualmente, pero me he imaginado muchas veces en uno de ellos parada con mis carteles, ofreciendo mis habilidades:
– tejer (bufandas, suéteres, chalecos, ponchos, chales, bolsos, colchas)
– hacer crochet (cojines, agarradores de ollas, tapetes, cintillos, pulseras, marcadores de libros)
– manejar
– lavar platos
– fabricar velas
– llenar o ayudar a llenar un formulario
– hacer o ayudar a hacer carteles, rótulos, certificados, hojas volantes (bien hechos, sin errores)
– hacer o ayudar a hacer una hoja de vida (curriculum vitae)
– ayudar a prepararse para una entrevista de trabajo
– corregir errores de ortografía
– editar cualquier texto (carta, solicitud, menú, monografía, folleto)
– poner un texto difícil en fácil
– hacer guiones para radio
– enseñar a leer y escribir a niños, jóvenes y adultos
– hablar, leer y escribir en inglés
– leer y comprender portugués
– dar clases de español o de inglés
– traducir del español al inglés y viceversa
– enseñar a usar una computadora, a abrir y manejar una cuenta de correo, a buscar información
– crear y moderar una comunidad virtual
– hacer y enseñar a hacer y administrar un blog
– ayudar a pensar y a analizar
– enseñar a argumentar
– buscar y comprar artesanías, identificar de qué país o lugar son
– hacer, enseñar a hacer o ayudar a hacer un proyecto
– aconsejar sobre asuntos escolares y educativos
– aconsejar sobre cómo hacer una tesis
– aconsejar y acompañar a mujeres que están pasando por una crisis de pareja o un divorcio
– aconsejar sobre viajes y lugares
Conservo esa lista, que luego seguí ampliando con más habilidades ‘descubiertas’. Hacerla fue un ejercicio importante de introspección, de metacognición, de toma de conciencia y empoderamiento. Y me alegra constatar que hoy tengo más saberes y habilidades socialmente útiles que agregar a la lista: saber qué hacer en un sismo, usar y enseñar a usar Twitter, distinguir alimentos saludables y no saludables, conocer las propiedades de verduras y frutas y los usos medicinales de muchas plantas, saber comprar en la tienda o el supermercado, usar productos naturales en vez de muchas medicinas y productos de limpieza y belleza, cocinar, cocinar sin aceite.
En estos años incorporé este ejercicio de introspección (individual y colectivo) como método de trabajo en reuniones, talleres, consultas y asesorías. Lo recomiendo siempre.
Cada persona tiene su catálogo propio y único de saberes, aptitudes, habilidades, que amplía y renueva constantemente. Esos que, lastimosamente, nunca o casi nunca se dejan ver en el curriculum vitae. Y que se adquieren en una multiplicidad de lugares y de prácticas, gracias a aprendizajes formales, no-formales e informales, y a lo largo de la vida.
Ser conscientes de qué sabemos y de qué sabemos hacer (y de qué no), de cuáles son nuestros saberes socialmente útiles, reconocibles y valorados como tales por otros, es esencial para el aprender a aprender, el aprender a ser, el aprender a hacer y el aprender a convivir con otros.
- Articulo tomado de: http://otra-educacion.blogspot.com/