El ‘profesor orquesta’: Un modelo que lastra a la Universidad española

  • MAR VILLASANTE

Cada vez más voces académicas defienden que disociar la docencia de la investigación y la gestión mejoraría los niveles de excelencia

Al profesorado universitario se le ha acumulado el trabajo. De un tiempo a esta parte, la transformación de la educación superior en los últimos años ha creado una suerte de hombres y mujeres orquestaobligados a realizar un mar de tareas. Detrás del gran escenario de dar clase o de investigar hay una carga de trabajo que tiende a crecer y una serie de disfunciones que producen una pérdida de competitividad del sistema universitario español.

Un profesor universitario medio debe preparar e impartir clases, seminarios, prácticas de laboratorio, tutorías con decenas o centenares de alumnos a su cargo en distintos grupos, títulos y niveles. Corrige exámenes, trabajos de clase, participa en reuniones presenciales de coordinación, control y calidad y se pone al día en conocimientos y metodologías. Y eso, a grandes rasgos, en el aspecto docente.

En el investigador, dirige tesis de doctorado, supervisa los trabajos de investigación de estudiantes de fin de grado y máster, proyecta y desarrolla su propia investigación, dedica tiempo a su estudio, busca financiación, gestiona la parte administrativa y financiera de los proyectos, organiza grupos humanos altamente cualificados, acude a congresos, difunde los resultados mediante publicaciones científicas, manuscritos y presentaciones. También hace transferencias, prototipos, patentes. Explota las innovaciones y fomenta el emprendimiento, contribuye a la gestión y el gobierno interno de la universidad, participa en organizaciones científicas externas, en comités asesores, paneles de evaluación y tribunales académicos o de acceso y promoción de nuevos profesores.

Esta agotadora lista de funciones forma parte de la rutina habitual, aunque no diaria, de una parte importante de los docentes (no de todos). Y en todas ellas interviene, además, una complicada burocracia que obliga a gestionar solicitudes, permisos, informes, auditorías o justificaciones. Un aspecto que, si bien contribuye a rendir cuentas, acaba, cuando menos, por ensombrecer la verdadera función docente e investigadora. «Todo este conjunto desata una dinámica desbordante y frenética, similar al movimiento de un hombre-orquesta que no interpreta precisamente una tranquila balada country sino más bien un trallazo de rock & roll», asegura el profesor Francisco Monroy desde la Plataforma de Investigadores de la Universidad Complutense de Madrid.

¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Por un lado, la adaptación al Espacio Europeo de Educación Superior ha aumentado la carga de trabajo con la diversificación de los estudios, la reducción del número de alumnos por grupo, nuevas actividades y métodos de evaluación continua que han aumentado tanto las horas de clase como su preparación, así como las labores de coordinación docente y la gestión académica que requiere el nuevo entramado, según precisa Monroy.

En efecto, en los últimos años se ha disparado el número de enseñanzas en todos los ciclos. Los grados han pasado de los 2.338 en el curso 2010-2011 a los 3.243 de la actualidad, según los datos del Ministerio de Educación. Los másteres se han duplicado de 2.429 a 4.967 y la oferta de doctorados se ha incrementado de 1.624 a 2.928.

El problema es que la crisis ha acompañado este crecimiento con una reducción de los recursos. El último informe La universidad española en cifras de la CRUE revelaba que el conjunto de las universidades públicas presenciales registró una pérdida de personal docente investigador con dedicación plena del 4,11% sólo entre 2010 y 2014. La vía de la jubilación se ha llevado a 1.499 catedráticos y titulares de universidad, a lo que se suma el consabido envejecimiento de las plantillas y el bloqueo en la promoción de más de de 5.000 profesores acreditados.

Parece que las universidades han tenido que hacer más con menos. Menor gasto público en instituciones de educación superior (un 10,6% entre 2008 y 2012) y menor gasto en investigación (un 26,34% entre 2010 y 2014). Y con un crecimiento sostenido, además de en la docencia, en la producción y la productividad científica. Entre 2005 y 2014 hubo un incremento del 151% en artículos científicos publicados en las revistas de mayor impacto.

Pero la asimilación de las nuevas tareas no ha sido equilibrada en toda la comunidad universitaria. La Plataforma de Investigadores llama la atención sobre el hecho de que el personal de administración y servicios ha mantenido sus roles tradicionales, básicamente en cuanto a asistencia en los procesos de matriculación del alumnado y servicios básicos relacionados con el funcionamiento y mantenimiento de los centros docentes.

Espejo internacional

Por el contrario, en otros países europeos o en Estados Unidos, «es habitual que cada profesor disponga de personal técnico que apoye la actividad investigadora de su grupo de investigación, un apoyo administrativo para la gestión de los proyectos, además de un cuerpo profesionalizado de personal de administración y servicios que atiende las cuestiones de organización relacionadas con la docencia».

Asimismo, hay un problema de falta de control del profesorado, como indica el docente de la Universidad Politécnica de Cartagena Pablo Mira, que hace relativamente fácil «dar clases, pasar de la investigación, no hacer gestión y ya está». Afortunadamente, son una minoría, pero en general «hay muchos recursos que están desaprovechados«, añade Mira, a la vez que defiende una mejor gestión y mayor flexibilidad para que aquellos que, por ejemplo, no quieren investigar puedan dedicarse a otras cosas.

Francisco Monroy incide, en este mismo sentido, en que «en otros sistemas de educación superior más avanzados los apoyos profesionales existen a través de una redistribución más racional de los efectivos«, y en que «un mayor y mejor apoyo profesionalizado en todas las facetas vendría a solventar los desequilibrios».

Esto aliviaría la carga más ingrata y pesada que llega de la gestión, una burocracia sobrealimentada con la carrera de las universidades por obtener parámetros de evaluación que justifiquen su calidad y mejoren los rankings, explica el investigador, aunque son de dudosa eficiencia y deterioran la docencia.

«Te pagan por dar clase, es lo que te exigen, todo lo demás viene añadido y encima lo complican con la desconfianza generalizada hacia el profesor investigador», se lamenta el catedrático de Matemáticas de la UCM Vicente Muñoz. Y además, los investigadores se ven obligados a conseguir sus propios recursos, lo cual, si bien fomenta el prestigio de las instituciones y la potencia investigadora, tiene su lado «perverso». Muñoz también alerta del hueco y el impacto que en la actividad investigadora ha dejado el descenso del personal postdoctoral, que se suma a la falta de becas para máster y que tiene repercusiones a largo plazo.

Actualizar la normativa

Aparte de más financiación y recursos, los docentes e investigadores demandan una organización más flexible, dinámica, eficaz y eficiente. ¿Es posible? El vicerrector de Personal Docente e Investigador de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), Carlos García de la Vega, explica que «la situación va por barrios» y que unas universidades han notado más que otras la merma presupuestaria y el ajuste de las plantillas.

A su juicio, resulta imprescindible discutir y aprobar un estatuto del PDI, un nuevo marco de referencia que permita superar la «regulación trasnochada» de los funcionarios universitarios, que deriva de la Ley de Reforma Universitaria de 1983, es decir, de hace más de 30 años. Entonces «no existía el profesorado con contrato laboral o el ayudante doctor ni se habían transferido las competencias a las comunidades autónomas», cada una de las cuales tiene ahora su propio convenio colectivo para los laborales, mientras que los funcionarios dependen del Estado.

Recuerda el vicerrector que los profesores antes sólo hacían clases presenciales y tutorías, por lo que esa nueva normativa debería actualizar una serie de actividades y funciones que conviene que tengan su justo reconocimiento. Y también habría que tratar de «buscar acomodo sin ofender a nadie». ¿Conviene renovar las actividades de administrativos y técnicos?«Sí, lo cual no quiere decir que peligren sus puestos, sino que cada vez que haya una oportunidad podamos ir cambiando cosas, también en la selección del profesorado», sostiene.

De la Vega apunta, en todo caso, que en algunas universidades hay sistemas de autorregulación mediante los cuales las asignaciones de las funciones docentes se deciden en los consejos de los departamentos de manera colegiada, lo que suaviza las dificultades y ofrece una mayor flexibilidad en la gestión de los recursos.

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Mar Villasante

Periodista