17 de febrero de 2017/Fuente/BID/ María Caridad Araujo.
El conocimiento científico sobre el cerebro humano ha crecido de forma vertiginosa. Desde la medicina y la psicología se ha aprendido muchísimo sobre el desarrollo cerebral a lo largo de la vida en los últimos años. Uno de los hallazgos principales, que tiene consecuencias directas en la formulación de políticas sociales, es que los primeros años de vida son fundamentales para establecer los cimientos sobre los que se construyen la salud, la capacidad de aprendizaje y el bienestar de las personas. Es durante este periodo cuando, a un ritmo superior que en ningún otro, se producen la mayor cantidad de conexiones neuronales y se forma la arquitectura física del cerebro.
Los científicos que estudian el cerebro confirman que las experiencias durante la primera infancia tienen un papel esencial en la arquitectura cerebral. Por ejemplo, el estar expuesto a situaciones de violencia o de adversidad durante los primeros años de vida puede traducirse en cambios físicos en la estructura de las conexiones neuronales del cerebro. Las neuronas o células nerviosas permiten que los niños respondan a los estímulos que les rodean y constituyen los bloques con los cuales se construye el cerebro humano. Un niño expuesto a condiciones de adversidad de manera sistemática durante la primera infancia desarrolla menos conexiones neuronales. Revertir estos resultados más adelante es complejo y costoso.
Servir y devolver, como en el tenis
La ciencia nos dice, al mismo tiempo, que las interacciones de calidad entre los adultos y los niños son esenciales para la biología humana. Aquí los expertos usan una metáfora del tenis: la del “servir y devolver”. Los niños nacen programados para interactuar con los adultos que los rodean. Esa interacción con el adulto – a través de miradas, sonidos, palabras o gestos- da forma al cerebro humano. El niño “sirve”, o expresa algo, y el adulto “devuelve”, o reacciona a las expresiones del niño. La sucesión de estas interacciones, frecuentes, consistentes y de buena calidad, desarrolla la arquitectura del cerebro.
Interacciones de calidad
Ahora bien, los adultos que se encargan de los niños en sus primeros años de vida, padres, madres, abuelos, cuidadores en casa y educadores en centros de cuidado infantil, con frecuencia no conocen cuánto afecta al desarrollo infantil su comportamiento y la manera en la que ellos interactúan con los niños a su cargo. Específicamente, existe poco conocimiento sobre la importancia de las interacciones de calidad entre padres y niños desde el inicio de la vida. Pero ¿qué es una interacción de buena calidad? Se trata de una interacción que ocurre con frecuencia y que transmite calidez en el tono de lenguaje, en la selección de palabras. Hablo también de una interacción receptiva, que percibe y responde a la emoción que transmite el niño con sus gestos, con sus sonidos. Una interacción rica en lenguaje, que construye un diálogo a partir de una muestra de interés del niño, por más pequeño que este sea. “Me aprietas el dedo con tanta fuerza, te gusta mi mano, está fría” es algo que le podemos contar a un bebé de pocas semanas de nacido. Sin este tipo de interacciones con los adultos que le rodean, el cerebro humano del niño en desarrollo no aprovecha todo su potencial durante los años de mayor crecimiento. Por esta razón los programas de trabajo con familias que buscan mejorar la calidad de las interacciones y las oportunidades de juego y estimulación en el hogar han ganado popularidad en América Latina durante los últimos años.
Los desafíos de la vida moderna
Aunque la tecnología ha facilitado de maneras variadas la vida moderna y permite a muchos padres y madres tener más tiempo para jugar e interactuar con sus hijos, también hay efectos nocivos sobre los cuales es necesario crear conciencia. Casi sin darnos cuenta, los adultos nos hemos vuelto adictos al teléfono móvil, dejando de lado oportunidades de relacionarnos uno a uno con los niños que nos rodean. Existen investigaciones relativamente recientes que encuentran que, como consecuencia del uso desmedido del celular, los padres hablan y se relacionan menos con sus hijos. Es particularmente fácil descuidarse de interactuar con los niños más pequeños. La investigación demuestra que esta interacción, menos frecuente y de menor calidad, tiene consecuencias sobre el desarrollo de lenguaje en la primera infancia, pero también sobre el comportamiento y la autoestima infantil.
Los primeros tres años de vida pasan rápido y constituyen una ventana única para potenciar el desarrollo del cerebro, con consecuencias para el bienestar, la salud y el aprendizaje durante el resto de la vida. Las interacciones adulto-niño son irremplazables en este periodo para dar forma a la arquitectura del cerebro. Por eso las familias y todos los adultos que tienen a su cargo el cuidado y la atención de niños pequeños necesitan información y apoyo para proveer a los pequeños de interacciones de buena calidad de forma consistente. El Estado y la política pública juegan también un papel importante asegurando que todos los niños, incluso aquellos en las condiciones más adversas, tengan la oportunidad de desarrollar su potencial.
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Maria Caridad Araujo es especialista líder de la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.
Fuente: http://blogs.iadb.org/desarrollo-infantil/2017/02/13/conexiones-neuronales/?mc_cid=b7965bf839&mc_eid=37402ddfd1