Por Laura Crespo
Las nueve de la mañana. Los alumnos de Infantil 3 del colegio SEK-Ciudalcampo llegan a clase cargados: cajas de cereales vacías, los envases de los yogures que cenaron la noche anterior, bricks de leche gastados. Tienen entre cinco y seis años y durante las últimas semanas han construido junto a sus profesores un supermercado en el aula. Hay que llenarlo para después poder hacer la compra. Acordar el precio de cada producto; hacer una lista –la P, con la A y la N-; ahora tú eres cajero, ahora cliente; tres manzanas y dos naranjas son cinco piezas de fruta; si tengo diez y pago cinco, me sobran otros cinco para la semana próxima. Un juego. Y matemáticas; y lectoescritura; e inglés, porque el supermercado, como el colegio, mira hacia lo global; y normas (¿quién da la vez?); y socialización (pasa, gracias, por favor).
Los padres, al principio, fruncen el ceño. No hay fichas de ésas que ellos recuerdan vagamente de sus tiempos en la escuela infantil. ¿Libros? Los que se llevan de la biblioteca a casa una vez por semana para después contar a sus compañeros el argumento. Porque aquí, se trata de tocar, de entender e interiorizar. “El juego es muy importante, sobre todo la etapa más temprana de los cero a los seis años, porque a través del descubrimiento y de la creatividad se profundiza de manera más eficaz en el aprendizaje”, explica Judith Canning, coordinadora de la Escuela y Ciclo de Infantil de SEK-El Castillo.
Basado en la corriente constructivista de Lev Vygotski, el método del PEP (el Programa en la Escuela Primaria del Bachillerato Internacional) va edificando la educación sobre los conocimientos previos que tienen los niños. “Se trata de un tipo de aprendizaje aplicado. La lectoescritura, como las matemáticas, son realidades mecánicas, pero para interiorizar el aprendizaje hay que entender por qué tienes que leer o sumar: no sirve de nada leer muy rápido si no se entiende lo que se está leyendo y el concepto de sumar y restar es más importante que la suma o la resta en sí mismas. Para que un niño entienda para qué necesita las matemáticas, tiene que aplicarlas de manera práctica y si el proceso es divertido, un juego, se fija mejor”, cuenta Canning.
La fórmula es tan sencilla en su planteamiento como innovadora y eficaz en el modelo educativo: incidir en el aprendizaje situacional a través del juego simulado, sacar los conceptos del terreno de lo abstracto para introducirlos en situaciones cotidianas más fácilmente asimilables para los pequeños, y jugar a esas situaciones. Hoy es un supermercado, mañana, un restaurante, una casa o un jardín.
Con este sistema se fomenta, además, la diversidad, gracias a una metodología que se adapta a los distintos ritmos de aprendizaje de cada alumno y que se apoya de manera constante en el trabajo en grupo, aprovechando las sinergias entre los niños, fomentando las fortalezas de cada uno y logrando un refuerzo positivo en sus debilidades gracias a los otros.
Después de dos años sin libros ni fichas en la educación infantil de su centro, Canning asegura notar a los niños “más interesantes, curiosos, creativos y diversos”, además de acostumbrados a la inmersión en inglés.
Son exigencias del guión. La escuela no puede aislarse del ritmo vertiginoso de cambio que implica a todo lo demás: la sociedad, la familia, el mundo laboral. Y los nuevos métodos educativos empiezan a ganar en flexibilidad y a enfocarse hacia enseñar a aprender.
Canning mira al futuro: “No sé en qué van a trabajar estos niños el día de mañana, ni siquiera qué tipo de trabajos van a existir cuando sean mayores, así que lo importante es aprender estrategias, entender cómo pensamos, cómo aprendemos, cómo solucionamos”. Porque las matemáticas, antes de aprenderse, se pueden descubrir y tocar: botones o garbanzos que los niños clasifican por colores y tamaños desde antes de cumplir los tres años.Beneficios de aprender jugando
La coordinadora de Educación Infantil en el SEK-Ciudalcampo, Concepción García-Hernán, extiende los beneficios del juego como herramienta fundamental de aprendizaje en cinco niveles. El primero de ellos, el desarrollo motor, se empieza a trabajar desde la cuna, desde que un bebé, a partir de los tres meses, diferencia texturas al andar descalzo o es capaz de dirigir su mano hacia un juguete, funciones motrices fundamentales para el posterior desarrollo oculomanual: el que permitirá avanzar en la lectura y la escritura. Además, el juego fomenta el desarrollo cognitivo, el del lenguaje y la comunicación a través de los primeros balbuceos.
Por otro lado, los juegos dirigidos de este tipo de métodos educativos permiten un desarrollo social –el de comprender las normas, los valores, el tiempo de espera, el respeto a los demás…- y el afectivo: ayuda a exteriorizar las emociones, ya sea a través del lenguaje mismo o de las acciones que forman parte del juego, a gestionarlas y a desenvolverse en la resolución de conflictos.
La educación moderna está empezando aplicar de manera consciente el juego en la enseñanza, de una manera que, resume García-Hernán, favorece el desarrollo del niño en todas las dimensiones. Algunos colegios, como los de la Institución Educativa SEK, apuestan ya por organizar sus aulas en ‘centros’ de aprendizaje basados en el juego por los que los alumnos van rotando: ahora juego dirigido –por un educador-; ahora, simulado; ahora, y por supuesto también, juego libre; todo, cuenta la coordinadora, con un apoyo controlado de las nuevas tecnologías. “Cuando un niño está apasionado por lo que hace es cuando realmente aprende”, concluye.
Fuente: http://www.madridiario.es/441880/educacion-infantil-juego-simulado
Imagen: www.madridiario.es/fotos/1/139810_Foto24-2-1793208_thumb_722.jpg