Blanca Heredia
Como cada 8 de marzo, la sociedad voltea a ver a la minoría que es mayoría: las mujeres. Es increíble que aún en estos tiempos debamos dar argumentos para justificar el reclamo por igualdad de derechos y oportunidades, y demostrar que aportamos valor y diversidad –en nuestros muchos y muy variados roles– al bienestar y al desarrollo colectivo.
A diferencia de otros años, este miércoles nuestra voz es más fuerte, pues cada vez somos más las que estamos dispuestas a alzar y unir nuestras voces en defensa no sólo de nosotras sino de todos, más allá de niveles de ingreso, ideologías, credos, nacionalidades y colores de piel. Esta alianza global, en gestación, encontró en la marcha de mujeres del 21 de enero de este año en Washington DC un marcador y un estímulo importante. Esa voz que gritó en Washington tuvo eco en más de 20 países.
Pero no es la única muestra de que nuestra voz tiene eco y un eco que no sabe de fronteras, lo cual es importante porque la violencia contra las mujeres tampoco. En abril pasado, las mujeres hicieron un llamado en México para denunciar los niveles alarmantes de feminicidio, acoso y discriminación en los que vivimos. El movimiento, llamado Primavera Violeta por algunas activistas, puso el reflector sobre un tema grande, el acoso. El hashtag #MiPrimerAcoso fue tendencia en Twitter en México y también sirvió para visibilizar la historia de muchas mujeres en Latinoamérica y España quienes, desde edades muy tempranas, han vivido las consecuencias de habitar sociedades machistas en las que la mujer es vista como un objeto que se puede tocar.
La iniciativa #MiPrimerAcoso puso de nuevo sobre la mesa y a la vista de todos lo que ya sabemos y hemos repetido en más de una ocasión: el problema no está en la víctima sino en el agresor. Ni la manera de vestir, ni si fuma o toma, ninguna de estas es una invitación, ni permiso o justificación para ser acosada. No hay argumento para defender ese trato, no hay justificación para vivir los niveles de violencia que tenemos contra las mujeres: siete mujeres son asesinadas a diario en México.
La alianza entre nosotras es la clave para dejar de ser esa minoría que es mayoría. Como sabiamente me dijo alguna vez Patricia Mercado: no es necesario ser amigas para ser aliadas, no hace falta ser ‘íntimas’ para crear una red en la que nos apoyemos unas a las otras. Este año, la conmemoración del Día de la Mujer, con su llamado a parar labores el día de hoy, tiene sabor a protesta y a ganas de dejar de callar frente a esa discriminación y violencia pertinaz de la que somos objeto las mujeres, pero que nos denigra y empobrece a todos.
Este llamado a hacernos visibles parando labores está inspirado en la huelga de mujeres que tuvo lugar en Islandia, el 25 de octubre de 1975, cuando 90 por ciento de las mujeres se declararon en huelga –tanto en el hogar como en el trabajo– haciendo sentir así la importancia de su labor en ambos ámbitos y su importancia para la sociedad en su conjunto. Momento aquel que marcó a la sociedad islandesa y que en los últimos años ha permitido avances que sitúan a Islandia a la cabeza en el Índice Global de la Brecha de Género del Foro Económico Mundial, es decir, como el país donde existe más igualdad entre hombres y mujeres.
Hasta la fecha no hay ningún país que haya logrado eliminar la desigualdad de género. Es un trabajo que requiere ser desarrollado día a día y en cada uno de los niveles y ámbitos de nuestra vida, tanto mujeres como hombres debemos construir las oportunidades y coyunturas que permitan el desarrollo pleno a todas las personas. En este sentido, como dijo Malala al recibir el Premio Nobel de Paz, la educación es un poder para las mujeres; sin embargo, aún hay niñas y mujeres que no pueden acceder a este derecho básico y universal.
Será que como dice Gloria Anzaldúa, una mujer que escribe tiene poder y una mujer con poder es temida.
Es momento de refutar las muy socorridas y, por desgracia, extendidas nociones según las cuales defender los derechos de las mujeres y promover su desarrollo significa buscar el poder por encima de los varones y/o dejar de lado la dignidad y los derechos de grupos articulados en torno a otras identidades.
La de las mujeres es una lucha por la igualdad y la justicia, las cuales merecemos por el simple hecho de ser personas, y no es para situarnos por arriba de los varones, sino para hacer grandes a todos. Es momento de hacer una alianza a favor de nuestra humanidad compartida, una alianza incluyente y feliz que nos permita desplegar y hacer efectivas todas nuestras potencialidades.
[1] Anzaldúa, Gloria, Speaking in Tongues: A Letter to Third World Women Writers.
Fuente del articulo: http://www.elfinanciero.com.mx/opinion/nuestra-voz-tiene-eco.html
Fuente de la imagen: http://www.elfinanciero.com.mx/files/article_main/uploads/2014/02/06/52f385f524e21.jp