La escuela de Murakami. “Lo más importante que aprendimos en ella es que las cosas más importantes no se pueden aprender allí”.

Por Jaume Carbonell

El entrecomillado del título lo escribió hace diez años en De qué hablo cuando hablo de correr (Tusquets, 2007). Los seguidores de este novelista que transita entre un singular realismo -con una clara influencia de Carver- y el surrealismo, y entre Oriente y Occidente, pueden acercarse a su reciente obra De qué hablo cuando hablo de escribir, donde cuenta cómo entró en este oficio y otros pormenores del mismo, mezclando reflexiones y jugosas anécdotas personales. Le dedica un capítulo entero a sus recuerdos escolares.

¿De qué habla en concreto? Primero, del aburrimiento. Reconoce que a menudo estaba en las nubes y que no mostraba ningún entusiasmo en los estudios. “No me interesaban o, mejor dicho, me daba cuenta que en el mundo había cosas mucho más divertidas. Leer, por ejemplo, escuchar música, ir al cine, bañarme en el mar, jugar al béisbol, con el gato,… salir con chicas y cosas por el estilo”.  Sostiene haber tenido algunos profesores excelentes que le enseñaron unas cuantas cosas interesantes pero, como balance general, considera que su aprendizaje fue tan inútil como aburrido. Algo de lo que siempre ha querido desprenderse con éxito desigual: “”Cuando mi vida de estudiante llegó a su fin, estaba tan inmensamente aburrido que lo único que quería era no aburrirme nunca más en toda mi vida. Me lo propuse con todas mis fuerzas, pero en esta vida el aburrimiento parece caer del cielo, brotar de la nada”. Pero para Murakami la lectura fue su gran escuela: ese lugar donde aprendió las cosas importantes de la vida, a su aire, sin competir con nadie para “alcanzar el primer puesto de ningún ranking.

Segundo, de la competitividad, sin duda uno de los rasgos más emblemáticos del sistema educativo nipón, sobre todo en la selección para acceder a la universidad. Cuenta que ni se esforzaba demasiado ni le gustaba competir con otros estudiantes. “No pretendo alardear, pero todos esos números que representan superioridad, como las notas, los rankings, o los valores de desviación de la media (en mi época, por fortuna, aún no se había inventado eso), me dan igual”.

Tercero, la crítica a un sistema educativo utilitarista que ahoga la libertad del individuo. Argumenta que es un fiel reflejo de las contradicciones y del  énfasis supremo que pone la sociedad japonesa en la empresa, y en cualquier otro ámbito social, a las estadísticas, orientada únicamente al logro de efectos inmediatos de utilidad y a la conformación dañina de una masa social homogénea y amorfa. “Como individuos debemos levantar un andamiaje de ideas y pensamientos libres que sirva para oponernos a un sistema de valores nocivo y peligroso basado en conceptos como la rapidez y la eficacia”.

Cuarto, el examen memorístico. “Me parece que el objetivo es meter conocimientos en la cabeza de los niños según lo que dicte el manual de turno y enseñarles una técnica para superar los exámenes y las distintas pruebas de acceso a las que han de enfrentarse a lo largo de todo el período educativo”.  El hecho de que el aprendizaje real y duradero poco tiene que ver con la adquisición del conocimiento más valioso lo ilustra de manera diáfana cuando explica que los profesores de inglés de su instituto valoraban la memorización de palabras complicadas y estructuras gramaticales complejas, al propio tiempo que obviaban la capacidad de leer un libro o de conversar con un extranjero. E insiste en el despropósito y absurdidad del abuso de la memorización mecánica: “No me parecía en absoluto útil memorizar fechas de acontecimientos del pasado, archivar palabras del inglés como si yo fuera una máquina. Los conocimientos aprendidos mecánicamente y no como un todo sistémico acaban por desaparecer y se quedan por ahí enterrados en alguna parte, en un lugar que podríamos considerar la tumba del conocimiento”.

Michelle Maria / Pixabay

Y quinto, el deseo de otra educación, la utopía. Un lugar más cálido y tranquilo, liberado de las presiones de la eficacia. donde tanto el sujeto como el sistema se puedan mover con libertad.  “Mi deseo con relación al sistema educativo es sencillo: que no aplaste la imaginación de los niños que la tienen. Eso me parece suficiente. Me gustaría que les dejasen espacio para que sus personalidades encuentren un camino propio, una forma de sobrevivir. De ser así, las escuelas se convertirían en lugares libres y enriquecedores y, por consiguiente, la sociedad terminaría por transformarse y evolucionar en la misma dirección”.

La música de la experiencia escolar revivida y reflexionada por Murakami nos suena y se repite a lo largo de la historia y de la geografía. Pero dejemos la educación para sumergirnos en otros capítulos de esta obra y otros de sus libros.

Y ya que estamos a las puertas del verano, y a modo de despedida temporal, ahí va otra recomendación bibliográfica para los amantes de la novela negra para que desconecten totalmente de su oficio: Sangre en los estantes, de Paco Camarasa (Destino, 2016), uno de los mayores especialistas en este género. Aquí encontrarán -ordenados alfabéticamente y seleccionados con mucho criterio- los grandes nombres y obras negrocriminales, amén de un rico anecdotario vivencial. Desde los clásicos -S.Holmes, D.Hammett, E.Chandler, G.Simenon, J. le Carré,…- a los contemporáneos: H.Mankell, P.Márkaris, Don Winslow, L.Padura, P.Ignacio Taibo, M.Vázquez Montalbán, L.Silva,…

Fuente: http://eldiariodelaeducacion.com/pedagogiasxxi/2017/06/21/la-escuela-de-murakami-lo-mas-importante-que-aprendimos-en-ella-es-que-las-cosas-mas-importantes-no-se-pueden-aprender-alli/

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Jaume Carbonell

Profesor de Sociología de la Educación y miembro del grupo de investigación de la Facultad de Educación de la Universidad de Vic (Barcelona). Es además director de la revista mensual "Cuadernos de Pedagogía" de la que forma parte de su equipo de redacción desde su primer número en enero de 1975.