Por Juan Raúl Esparza Martínez
juan.raul.esparza@itesm.mx
Vivimos en una época en la que los avances tecnológicos se dan con mucha rapidez, incluso sin tiempo suficiente para su asimilación e integración a la vida académica. No obstante, para las nuevas generaciones es normal experimentar estos cambios.
Cada vez es más común observar en un salón de clase tradicional diversos “distractores tecnológicos” como tabletas, smartphones, relojes inteligentes, juegos electrónicos y laptops, entre muchos otros. Esto provoca que el trabajo del profesor se vea afectado drásticamente con el fin de mantener la atención de sus alumnos, que en muchas ocasiones se ve perjudicada de manera importante por estos distractores, pero sin sacrificar la enseñanza y el aprendizaje fundamental de la materia que imparte.
Con alumnos ávidos de conocer el uso y la aplicación de la tecnología y con el afán de proveerles las prácticas que necesitan, corremos el riesgo de pasar a un segundo plano la fundamentación y olvidar que las bases del conocimiento se deben entender y dominar para un mejor aprovechamiento de la tecnología. La capacidad de saber aprender, de abordar un problema desde su definición hasta su planteamiento por escrito, son competencias básicas para la construcción y la aplicación del aprendizaje.
Recordemos que una competencia exige ‘saber hacer’ sin duda, pero el ‘saber hacer’ exige ‘saber ser’. El ‘saber ser’ implica a la persona, quien recibe el conocimiento, lo asimila, lo hace propio, para después aplicarlo. Por esta razón la orientación hacia una educación basada en competencias, así como también el aprendizaje basado en retos son muy prometedores, porque nos ayudan a cambiar nuestro enfoque de enseñar contenidos a desarrollar competencias y de pedir tareas a proponerles retos a los alumnos.
Estos desafíos deben ser aceptados y desarrollados por ellos mismos. Este cambio de perspectiva es clave porque ahora los estudiantes son los responsables de su aprendizaje y es una manera de motivarlos e involucrarlos más en su propio desarrollo. Necesitamos cambiar nuestro enfoque de enseñar contenidos a desarrollar competencias y de pedir tareas a proponerles retos a los alumnos.
Por lo tanto, la tecnología debe ser el medio y no el fin, debe ser un apoyo para que las actividades de aprendizaje se desarrollen con mayor eficiencia y no un distractor. La tecnología debe estar siempre presente para utilizarla a favor del aprendizaje y no en contra. El alumno debe ser el centro del proceso de aprendizaje, el profesor deberá convertirse en un mentor que guíe su aprendizaje y la tecnología en un soporte para el aprendizaje.
En mi experiencia como docente esta es mi propuesta:
- Las materias que se imparten debe tener una orientación total al alumno.
- Los temas a cubrir deben establecerse con base en dos elementos: la competencia que el alumno logrará y el reto que deberá resolver para que la competencia pueda lograrse.
- Se deben diseñar problemas a resolver que atiendan problemáticas de la vida diaria, para que los alumnos puedan aprender y afianzar su capacidad de entender un problema y diseñar una solución.
- Se debe integrar la tecnología en el curso para sustentar las actividades de aprendizaje, permitiendo que se desarrollen con mayor eficiencia.
Lo propuesto anteriormente no es novedad en sí mismo, pero si el enfoque de su uso y aplicación. Considero que ahora es cuando los temas fundamentales que soportan los modelos educativos toman relevancia. Es por esto que quiero invitar a todos los profesores a que revisen los enfoques pedagógicos que menciono en este artículo, para que los comprendan, los exploren y les sirvan de apoyo en su labor docente.
Acerca del autor
Juan Raúl Esparza Martínez es egresado de la carrera de Ingeniero en Electrónica y Comunicaciones. Tiene una Maestría en Ciencias con especialidad en Sistemas de Información. Es profesor del Tecnológico de Monterrey desde 1979 y ha desarrollado múltiples proyectos educativos durante su estancia en esta Institución.