Recuerdo que en una de mis otras vidas, quise graduarme de la Universidad de San Carlos de Guatemala, universidad de mi corazón. La única universidad pública de Guatmala.
Fue a los 12 años cuando la descubrí, íba con mi Tatoj a vender helados a una empresa de transporte pesado, a la zona 12, donde había filas y filas de tráilers estacionacionados esperando carga.
Cuando el bus pasó enfrente de aquel campo inmenso, el gran volado, el gran animalón; me deslumbró, mi mundo hasta el momento era el mercado de Ciudad Peronia y el estacionamiento de buses. Me deslumbró como años después me deslumbró La Ciudad Olímpica, cuando pasé por ahí para ir a realizarme el examen de admisión a la Escuela Normal Central de Educación Física. Otro mundo completamente distinto para mí. Había otro mundo fuera de Ciudad Peronia, lo supe con los años y con los años también supe que había otro mundo fuera de Guatemala.
Era un imposible para una niña vendedora de helados, lo veía tan pero tan lejano, ir a la universidad era inalcanzable. En la historia de nuestra familia, por parte de papá y mamá a lo más que habían llegado era a tercero primaria y fue un lujo quienes lograron cursar hasta esa altura.
Aquel día, sentada con mi hielera en las piernas, mientras la veía por la ventana, me prometí graduarme de esa universidad. Pasaron los años y lo que parecía imposible se acercaba, lograba acariciar el sueño, ingresé a la USAC a la Escuela de Psicología, donde estudié 3 años y carrera que dejé a medias cuando decidí emigrar. Decisión que me dolió como pocas en la vida. Y decisión también que durante años me persiguió como uno de mis fantasmas más grandes, me había traicionado, fallé a mi promesa de egresar de la USAC, le había falllado a aquella niña de 12 añitos que creía que las utopías florecían como las flores de campana en las laderas de los arrabales.
De mis años de universidad aprendí que el estudio no hace a la gente, que el estudio como el poder, solo demuestran lo que la gente verdaderamente es. Nada de lo que leí en los libros se me quedó, en cambio, en cambio llevo en la memoria las tardes de clases con la maestra Nydia Medrano, maestra de mi corazón, sus palabras y su ejemplo calaron en mí más que todos los libros juntos.
Con el tiempo, la culpa, los reproches, los flagelos por no haberle cumplido la promesa a aquella niña de 12 años, fueron mermando. De nada me servía arañar el pasado y arrancarme la piel. Lo hecho estaba hecho y en la vida uno hace su propio camino.
Comprendí, entonces, que a mí me tocaba recorrer senderos distintos, que mi educación no estaría en los salones de una unviersidad, que mi escuela estaba en la calle. Lejos de aquella Guatemala que para mí representaba mi mundo, mi todo.
Quisiera felicitar a los docentes y a los estudiantes y decirles que celebremos juntos un año más de la USAC, pero la verdad a quienes realmente quiero celebrar es a los vendedores que recorren los corredores y las plazas de la universidad, para ganarse la comida del día. Yo también soy como ellos, de callejones estamos hechos. Llegue hasta ellos mi saludo Sancarlista.
Por cierto: si títulos quería, la vida me dio una maestría: soy “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo.”
De ahí pal real…
Fuente del articulo: https://cronicasdeunainquilina.com/2018/02/01/tambien-fui-sancarlista/
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