Por Juan Rodríguez
¿Por qué dicha reflexión parece no cuadrar con el mundo técnico, utilitario? De la mano de Heidegger y Ortega y Gasset, entre otros, Peña entrega no solo una respuesta a la pregunta que hace el libro, sino también una introducción a la radicalidad de la filosofía; como muestra, por ejemplo, el feminismo. Además, en esta conversación, aboga por una disciplina al alcance del lector medio: «Los filósofos tienen como tarea hacer el esfuerzo de claridad», dice.
Tales de Mileto, un filósofo griego que vivió entre los años 624 y 546 a. C., dos siglos antes que Sócrates, caminaba con su mirada embelesada en el cielo, en la bóveda celeste. Tanto, que no vio un pozo que había delante suyo y cayó en él. Una sirvienta que presenció la escena se rió del filósofo, y le dijo que mientras quería conocer las cosas del cielo, se le ocultaba lo que estaba frente a su nariz y bajo sus pies. «La misma burla vale para todos aquellos que se introducen en la filosofía», escribe Platón en uno de sus diálogos, el «Teeteto», donde cuenta la anécdota.
La moraleja de la historia es que la filosofía vive justificándose. Más de dos milenios después, en 1926 en Alemania, un joven filósofo, que todavía no llegaba a sus cuarenta años, recibe la visita del decano de Filosofía de la Universidad de Marburgo, quien le pregunta si tiene algún manuscrito que se pueda publicar. El profesor responde que sí. El decano le dice que debe ser de inmediato, pues como no había publicado nada en 10 años, se había rechazado su nombramiento como sucesor de Nicolai Hartmann. «El profesor Heidegger (1889-1976) se inclinó a un costado de su escritorio, abrió una de las gavetas, cogió un grueso manuscrito que tenía por título ‘Ser y tiempo’ y lo entregó al decano».
Tal como la primera, la segunda historia la relata Carlos Peña en su nuevo libro, «Por qué importa la filosofía» (Taurus), para ratificar los problemas que tiene la llamada «ciencia primera» para validarse socialmente. La historia, escribe Peña, «muestra la forma en que, a falta de indicios mejores, se exige a la filosofía mostrar su utilidad».
Tras el sentido
Rector de la Universidad Diego Portales, abogado y doctor en Filosofía, el nuevo ensayo de Peña ya está en librerías, y se suma a otros títulos suyos, como «Ideas de perfil» (Hueders, 2015) y «Lo que el dinero sí puede comprar» (Taurus), publicado el año pasado. Una prodigalidad que asombra y que, entre su trabajo como rector, profesor y columnista, lleva a preguntarse ¿en qué momento Peña escribe sus libros? «La escritura material del texto no es muy difícil -responde- y seguramente ayuda a ello un cierto oficio adquirido en la escritura periodística y en la sala de clases. Una clase es también una forma de escritura. Escribo temprano, todos los días dos o tres horas. Ahora mismo estoy trabajando ya en otro proyecto. No me salto ningún día del año. Leo y escribo con la regularidad con que otros rezan o van al analista (y quizá leer y escribir tienen para mí la misma función… ja ja). Y luego dedico mi tiempo a mis otros deberes».
El nuevo libro, que apela al lector medio, es a la vez una introducción a la filosofía y al pensamiento de Heidegger -«quizá el pensador más relevante de todo el siglo XX»-, pero primero que todo es una defensa de la necesidad de esta disciplina en el mundo contemporáneo. Y si no una defensa, sí una reflexión sobre las tensiones y hasta contradicciones entre filosofía y modernidad y, no obstante, el lugar que le cabe a la primera en nuestra época. De la mano de Heidegger y Max Weber, Peña entiende la modernidad como la época de la racionalización del mundo, como época técnica, donde todo es pasado por el tamiz de la utilidad, donde incluso el ser humano es un recurso. Y, claro, razona Peña -siguiendo en este caso al propio Heidegger, Ludwig Wittgenstein y José Ortega y Gasset-, si la filosofía es un quehacer casi por definición improductivo, que no genera valores positivos, que, al contrario, cuestiona nuestras certezas o ilusiones y hasta pone en duda nuestras seguridades más cotidianas, nos recuerda la fragilidad de la existencia, entonces no debe extrañar que se la vea como inútil y progresivamente vaya siendo desplazada no solo de la consideración pública, sino también de la enseñanza escolar y universitaria.
Detrás del asunto de la modernidad y la filosofía hay un problema que moviliza la reflexión de Peña, y que vincula este libro con «Ideas de perfil» y «Lo que el dinero sí puede comprar», a saber: la falta de sentido en la modernidad capitalista y técnica y, a la vez, la circunstancia tan humana de preguntarse por ese sentido, de buscar algún significado. En palabras del propio Peña: «Todos los autores de ‘Ideas de perfil’ se preguntaban si era posible el sentido en la modernidad; el libro sobre el dinero, por la forma que adquiría ese problema, el del sentido o significado, en la autonomía abstracta del mercado. Y en este texto se trata de vincular la reflexión radical de la filosofía -como una investigación sobre la estructura originaria que hace posible la pregunta por el sentido (Heidegger, Ortega, Wittgenstein)- y la manera en que la modernidad (caracterizada por Weber) parece hostil a ella».
-Si la modernidad es la época de la aceleración, de la liquidez, de la falta de fundamento o sentido, y si, a su vez, la filosofía nos revela la contingencia de toda certeza, ¿no es la filosofía, entonces, moderna por antonomasia? ¿No debería campear en nuestro mundo?
«Hoy día se intenta desalojar a la filosofía de todas partes porque, en efecto, no parece prestar utilidad alguna. Pero, como explico en el libro (la frase en cualquier caso es de Heidegger), si con la filosofía no puede hacerse nada, ella quizá pueda hacer algo con nosotros: ayudarnos a comprender la contingencia del mundo, entender que el mundo moderno, el mundo de la técnica, a pesar de su carácter aparentemente absoluto e irrefutable, es contingente, apenas una forma de comprender o interpretar la realidad, por hablar así, que nos constituye. Y ese no es un servicio menor: mostrar que vivimos en medio de una red de interpretaciones que se disfraza de realidad final. La filosofía (Heidegger, Wittgenstein, Ortega) subrayan eso una y otra vez: lo que llamamos realidad es un disfraz de una respuesta que, sin darnos cuenta, inventamos para una pregunta que no podemos eludir. ¿Cuadra eso con la modernidad? No del todo, porque, como explico en el libro, la filosofía muestra que si bien la verdad es histórica, el relativismo no tiene sentido y que la aceleración del tiempo, el apuro, que parece proyecto, es en verdad una forma de huida. Las sociedades se constituyen sobre ciertas preguntas que pueden olvidar u ocultar, pero no eludir. Y eso también vale para la modernidad. Por eso la modernidad, como expliqué en otro libro, parece una mezcla de progreso y desilusión».
-Para defender la permanencia de la filosofía en la educación, se suele decir que desarrolla el pensamiento crítico y que sería el fundamento del conocimiento. Usted difiere. ¿Por qué?
«Me parece que esas dos formas de justificar la presencia de la filosofía no son muy fuertes. Si por pensamiento crítico se entiende la capacidad de argumentar y debatir, ese es un objetivo que también se alcanza con una sociedad de debates o despertando el gusto por leer (puesto que leer es comprender a otro y en ocasiones, discrepar de él). Y eso de que la filosofía es el fundamento del conocimiento no se sostiene. Si la filosofía garantizara el conocimiento, ¿acaso no buscaríamos una garantía a la propia filosofía y así hasta el infinito? No; más bien creo que la filosofía es el intento permanente por dilucidar la estructura originaria que nos constituye y que hace que no podamos dejar de formular preguntas que, paradójicamente, no podemos responder. La filosofía se esfuerza por develar esa estructura originaria que nos hace formular preguntas radicales y, a la vez, ella es la muestra de nuestra relativa incapacidad para responderlas».
Género y sexo
Para ejemplificar la radicalidad y necesidad de la filosofía, de sus preguntas, Peña le dedica un apartado del libro al feminismo, y en particular a la filósofa estadounidense Judith Butler, autora de «El género en disputa». «El feminismo de Butler es un buen ejemplo, porque es un esfuerzo (ya veremos si acertado o no) de comprensión radical. Suele creerse que el género es una construcción cultural adosada sobre el sexo que sería biológico o natural; pero ¿qué ocurre -esto es lo que sugiere Butler inspirándose en algún sentido en Simone de Beauvoir- si pensamos que la diferencia de orientación sexual es culturalmente construida?», dice Peña al preguntarle por qué eligió ese ejemplo. «Parece demasiado, pero ¿acaso ese tipo de pensamiento no nos ayuda a dilucidar mejor lo que queremos decir cuando hablamos de diferencia sexual y la importancia que ella está poseyendo para la política? La filosofía no ayuda a saber más, decía Wittgenstein, sino que ayuda a saber mejor».
-¿Qué puede decirnos la filosofía respecto de la «ola feminista» chilena y de polémicas como el uso del lenguaje inclusivo?
«Lo que llamamos feminismo tiene dos versiones y creo que las dos se entrelazan en el debate en Chile. Una es el feminismo como reclamo de un trato igual con prescindencia del género y la orientación sexual. Otra versión es el feminismo como comprensión de la diferencia sexual y el poder, tipo Butler. El primer tipo de feminismo reclama construir ámbitos de interacción libres de abuso en razón de género o la orientación sexual; el segundo tipo de feminismo sostiene que la diferencia sexual se ha construido como forma de dominación y se ha instalado en el lenguaje, en el cuerpo y en el deseo, etcétera, motivo por el cual habría que revisar las formas en que se transmite culturalmente desde el lenguaje al currículum, pasando por las bibliografías universitarias. Cuando se advierte esta distinción entre feminismos, se comprende que es absurdo hablar de feminismo a secas y es ingenuo creer que hay un amplio consenso en torno a sus demandas. Porque si pensamos en la sociedad chilena, el consenso cubre el primer tipo de feminismo, pero no el segundo, que posee un alcance teórico mucho mayor. Quizá en torno a ese debate (que es también generacional) se estructure este problema en el futuro».
La cortesía del filósofo
Si bien es Heidegger el autor que guía el ensayo de Peña, también ocupa un lugar importante -y muchas veces coincidente con el de Heidegger- el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955). Lo que tal vez sea un homenaje de Peña al intelectual que reivindicó la claridad como la cortesía del filósofo, y el ensayo y la prensa como medios de expresión de la misma. «Sí, hay algo de eso», dice Peña. «Ortega es, en mi opinión, el más grande pensador en español que ha existido desde el XVI con (el filósofo, teólogo y jurista) Francisco Suárez: un hombre anegado de talento. Y es además un intelectual que nunca olvidó que para influir hay que ser intelectual en la plazuela, que para él era el periódico. Creo que tenía toda la razón. Se suma a ello que él pensó en paralelo muchas tesis heideggerianas. Desde luego, ‘Meditaciones del Quijote’ (1914) se publica trece años antes de ‘Ser y tiempo’ (1927). Él mismo se quejó de eso en un texto póstumo: ‘La idea de principio en Leibniz’. Lo dijo en una frase magnífica (como casi todas las suyas): ‘encandilados por mis imágenes, resbalaron sobre mis pensamientos'».
-Más allá de la tensión entre filosofía y modernidad, ¿qué responsabilidad les cabe a los filósofos en la poca valoración social que parece tener su disciplina? ¿Qué le parece la enseñanza de la filosofía en Chile?
«Los filósofos, desde luego, tienen responsabilidad en todo esto. A veces cultivan un lenguaje que confunde la profundidad con la oscuridad; otras veces confunden la filosofía con la historia de las ideas o la simple erudición; y, en fin, hay quienes creen que la filosofía es una rama del misticismo o un sucedáneo religioso. Todo eso le hace daño a la filosofía, por supuesto. Los profesores de los colegios tienen aquí una tarea importante: enseñar a reflexionar acerca de problemas, más que instruir acerca de las respuestas disponibles. Enseñar que cada época hace el esfuerzo de comprender lo que tiene delante suyo y de inventarse un mundo y, al hacerlo, interpretarse a sí misma».
-Si esa es la tarea de los profesores, ¿cuál es la de los filósofos?
«Los filósofos, creo, tienen como tarea ante todo hacer el esfuerzo de claridad (como usted recordaba, la claridad era la cortesía del filósofo) y poner su reflexión al alcance del lector medio, que es lo que yo mismo intento en este libro. No veo otra forma de mostrar su importancia y su atractivo. Es verdad que la filosofía exige a veces complicadas reflexiones; pero quienes cultivan la filosofía no deben olvidar que (como dijo Wittgenstein) todo lo que puede ser dicho, puede ser dicho claramente».
»La filosofía no ayuda a saber más, decía Wittgenstein, sino que ayuda a saber mejor».
»El feminismo de Butler es un buen ejemplo (de la labor filosófica), porque es un esfuerzo de comprensión radical».
»A veces los filósofos cultivan un lenguaje que confunde la profundidad con la oscuridad».
»Ortega y Gasset nunca olvidó que para influir hay que ser intelectual en la plazuela, que para él era el periódico».
Fuente de la entrevista: http://www.economiaynegocios.cl/noticias/noticias.asp?id=491377