Reseñas/17 Octubre 2019/El país
Cada vez más municipios ofrecen talleres gratuitos para que las mujeres aprendan a protegerse de posibles agresiones
Jóvenes temerosas de volver a casa de noche. Octogenarias que se niegan a ser la presa fácil del agresor. Víctimas de violaciones y acoso callejero. El perfil de las mujeres que quieren aprender a defenderse es variado, pero su miedo es el mismo. Un miedo que ha hecho proliferar los cursos municipales de autodefensa en todo el país. En Madrid, centenares de mujeres se acercan a los más de 20 centros públicos donde se imparten estos talleres gratuitos desde 2016. Hace unas semanas, en Santa Cruz de Tenerife, Francisco Javier Yanes, profesor de yudo y jiu-jitsu, y María del Pilar Machín, psicóloga experta en violencia de género, inauguraron el primer curso en Canarias que combina defensa personal y empoderamiento femenino. En Galicia, 60 municipios –de 313– tienen iniciativas parecidas; 32 concellos más que en el 2018, año en el que más de 2.600 mujeres se inscribieron en este tipo de talleres solo en la Comunidad de Aragón. A todas les une un único denominador común: aprender las herramientas para vivir sin miedo.
Los datos de violencia machista justifican el aumento en la demanda. En lo que va de año, 46 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas. Ya son 1.021 las víctimas mortales desde que comenzó el registro de los asesinatos machistas en 2003. La violación grupal de la Manada o el asesinato de Laura Luelmo resuenan en la memoria de estas mujeres que se apuntan a los talleres «por miedo a ser las siguientes».
Van llegando al polideportivo de Aluche con leggins de colores y botellas de agua. Se saludan tímidas y esperan descalzas en un rincón a que Óscar Sánchez (Madrid, 35 años), profesor de hapkido y taekwondo, empiece la clase. Él carga decenas de paraguas y bolsos vacíos para la temática de hoy: los llamados «útiles de fortuna». Las 23 asistentes –de las cuales nueve son menores de edad–, aprenderán a utilizar los elementos que suelen llevar consigo para defenderse de un posible agresor: una mochila puede servir de escudo, un pintalabios puede alejar a un agresor. Todo vale para ganar tiempo.
Laura González Moro, madrileña de 26 años, vuelve al curso por tercer año consecutivo. Esta vez como monitora. Graduada en psicología y con cinco años de formación en hapkido –arte marcial coreano–, fue víctima de violencia doméstica de pequeña por parte de su padre biológico (con el que ya no mantiene contacto). «Me dije a mí misma que nadie más me volvería a poner la mano encima», explica con la mirada firme. González es una de las dos únicas profesoras –entre los 17 del Ayuntamiento de Madrid– en proceso de formación para impartir métodos de defensa personal. «Nos dimos cuenta de que a las alumnas les chirría que estas clases las dé un hombre», cuenta su compañero Óscar Sánchez. «Por eso estamos intentando formar a más mujeres, aunque cuesta. No hay muchas que tengan formación en artes marciales o autodefensa. También ahí hay cosas que trabajar».
«Agarrad bien los paraguas. Por este lado de aquí para no lastimarte», explica Sánchez a una de las alumnas. Todas están separadas por parejas y se van turnando para interpretar ambos roles: el de agresor y el de víctima. La timidez inicial se disuelve y se van creyendo sus papeles. Gloria Soubrie, de 47 años le dice a su compañera: «Pero agárrame cuando no me lo espere, a ver si me sale de manera natural». Es el segundo curso al que se apunta y cuenta sorprendida cómo el viernes pasado un compañero de trabajo quiso gastarle una broma abalanzándose a sus espaldas sin que ella lo esperara. «Conseguí apartarle con una técnica que aprendí aquí. Me salió de manera instintiva», señala.
Además de la parte física, los talleres también tratan la temática psicológica. De hecho, de las cuatro horas del seminario que imparten Sánchez y González, casi tres se dedican a hablar sobre la violencia de género. Ambos coinciden: «Lo importante no es dar puñetazos. Queremos que entiendan la psicología del agresor y se adelanten a sus pasos». Consejos tan sencillos como gritar «¡Fuego!» en lugar de «¡Socorro!» para atraer la atención de los demás o dónde colocarse dentro de un ascensor en caso de un intento de agresión son algunas de las claves que explican. «También tratamos los ciclos de la violencia machista para que identifiquen si están en alguna situación de riesgo», añade González.
Se acaba la clase por hoy. Vuelven a calzarse y recogen sus botellas vacías. Salen del seminario con algo más de seguridad aunque con un sabor agridulce. Sara Espinosa, mexicana de 34 años le pone palabras: «Ojalá no tuviéramos que ser nosotras las que aprendemos a defendernos. Ojalá ellos supieran respetarnos. Pero bueno, al menos ya no me bloqueo al salir a la calle».
Fuente: https://elpais.com/sociedad/2019/10/08/actualidad/1570530440_333506.html