Por: Nacho Meneses
Los biólogos continúan jugando un papel relevante en la lucha contra la Covid-19, pero su labor abarca ámbitos que van desde el sanitario hasta el medio ambiental, el tecnológico o el industrial
Si tuviéramos que describir exactamente lo que hace un biólogo, muchos recurrirían a la imagen de un profesional dedicado al estudio y cuidado de la naturaleza; o quizá a la del académico perfil de un profesor, empeñado en transmitir ese mismo amor a las generaciones futuras. Pero la biología, conectada con un conocimiento profundo del funcionamiento de la materia viva, es eso y mucho más, pues sus campos de especialización son tan amplios como los organismos y procesos que estudia: genética, biología molecular y celular, biotecnología, ecología, evolución, fisiología, biogeografía, cambio climático, sostenibilidad, industria o bioinformática, por citar algunos: es la denominada “ciencia del siglo XXI”, polifacética y con un afán intrínseco por la investigación que sin embargo se ha visto maltratado durante años.
“La visión clásica distinguía, de alguna manera, entre los biólogos “de campo”, especializados en el estudio y la actuación sobre los sistemas naturales, y los de laboratorio, centrados en desentrañar la estructura y mecanismos de funcionamiento de los seres vivos, desde los más pequeños y simples, como virus y microorganismos, hasta la complejidad del nivel molecular y celular”, afirma Jesús Pérez Gil, decano de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense de Madrid. “Sin embargo, la visión actual supone una visión más integrada de los organismos y de su entorno: los biólogos ambientales emplean las herramientas moleculares más modernas para examinar el impacto de múltiples factores en las interacciones entre individuos, especies y entorno; y los microbiólogos, por ejemplo, echan mano de conceptos de ecología para comprender cómo las diferentes especies de microorganismos conviven y compiten” asociados a diferentes estados de salud o enfermedad, o para explotarlos en la producción de mejores alimentos o fármacos.
Evidentemente, no hay un solo camino para adquirir competencias tan variadas, y los diferentes perfiles se irán desarrollando a través de una completa formación de grado y posgrado. Si la opción clásica es la de estudiar un grado en Biología que proporcione una base fundamental a complementar con un máster de especialización en un campo de interés particular (Biología de la Conservación, Biología Sanitaria, Industrial y Ambiental, Genética y Biología Molecular, Neurociencia…), en los últimos años también han ido surgiendo grados más específicos como los de Bioquímica, Biotecnología o Biomedicina.
Un papel clave en la pandemia
Más allá de médicos y enfermeras, que quizá hayan constituido la cara más visible del frente sanitario contra el coronavirus, los biólogos han estado desde el principio inmersos en la lucha contra la expansión de la pandemia: “Un alto porcentaje de los investigadores que están trabajando para conseguir la vacuna, fármacos y antivíricos que nos ayudarán a combatir la Covid-19 son biólogos, como también muchos de los profesionales que están realizando las pruebas RT-PCR en entorno sanitario”, sostiene María Isabel Lorenzo, vicedecana primera del Colegio Oficial de Biólogos de la Comunidad de Madrid. También han formado parte de los profesionales que han elaborado los protocolos de limpieza, desinfección y uso de productos biocidas y virucidas, “y los equipos de investigación que secuencian el ADN del virus están compuestos por, entre otros, biólogos especializados en genética”.
Lorenzo recuerda, además, que existen biólogos especializados en virología, inmunología, microbiología, parasitología, nutrición, epidemiología y zoonosis (enfermedades que los animales pueden transmitir a los seres humanos), perfiles que serán claves en la sociedad: “Las soluciones a las futuras pandemias se basarán en los estudios de biodiversidad que realizarán profesionales medioambientales, de los cuales muchos vienen de la Biología”, añade.
¿En qué puedo especializarme?
Entre los diversos perfiles profesionales de la biología, hay algunos que gozan de una demanda creciente y una mayor proyección de futuro, ya sea en el ámbito de la biología sanitaria (aquellos relacionados con la genética y la reproducción asistida), sanidad ambiental (seguridad alimentaria, desinfección o control de calidad), sostenibilidad (bioeconomía, control de especies invasoras, consultoría y educación ambiental) o bioinformática, por citar algunos. También necesitan biólogos las empresas, industrias, o instituciones que necesitan hacer una evaluación de impacto ambiental como consecuencia de cualquier obra pública o privada.
Biología sanitaria
Los biólogos llevan a cabo una labor muy relevante en los entornos clínicos y hospitalarios, tanto en aspectos relacionados con la investigación como con el análisis y desarrollo de procesos importantes en la detección, seguimiento y tratamiento de enfermedades y pacientes, en estrecha colaboración con médicos, farmacéuticos y veterinarios. “Los biólogos son profesionales integrados en los servicios de bioquímica, inmunología, microbiología y genética de los hospitales. Además de las pruebas PCR que permiten detectar la presencia de coronavirus en muestras de pacientes, desarrollan nuevas formas de detectarlo más rápida, barata y eficientemente”, esgrime Pérez Gil, que igualmente recuerda el papel de estos profesionales en el mantenimiento de la salud pública, “incluyendo, por ejemplo, el seguimiento y mantenimiento de la calidad de aguas y de ambientes y entornos públicos”.
Biología ambiental
El trabajo del biólogo en la proyección ambiental es esencial para entender la estructura de los ecosistemas, en los que hay que integrar la actividad humana y su relación con el medio. “Es el profesional capaz de analizar y monitorizar cómo cambia la biodiversidad, entendida no solo como el conjunto de especies que conviven, sino también en lo que supone su origen, organización y sus interrelaciones, su dependencia del entorno y su capacidad de modificarlo. Entender su funcionamiento es clave para explicar el posible impacto ambiental de cualquier actividad o actuación, ya sea humana o climática”, explica Pérez Gil. Una capacidad que, señala, es y será crucial para valorar las consecuencias del cambio global a todas las escalas.
Biotecnología
Se trata del ámbito en el que se desarrollan y aplican los aspectos más tecnológicos de la biología. Supone la utilización de organismos vivos para el desarrollo de productos o procesos de interés, ya sean fármacos, alimentos, procedimientos de análisis biomédico o ambiental, o procesos de remediación y restauración de ambientes: “Cultivar bacterias o células de mamífero para la producción de vacunas o fármacos, modificar genéticamente animales o plantas para mejorar su capacidad de producción de proteínas o su resistencia a sequías o plagas, o para que produzcan complementos vitamínicos que mejoren su calidad alimenticia”, ilustra Pérez Gil.
Entre los proyectos en los que ha trabajado Cristina Gutiérrez, bióloga e investigadora especializada en Química Analítica de la Universidad Complutense de Madrid, se encuentra uno llevado a cabo con la Facultad de Veterinaria: “Se había sintetizado un fármaco contra la lesmania. Ellos lo habían probado en animales, y lo que nos traían eran muestras de plasma para cuantificar qué cantidad del fármaco queda una vez administrado, y saber qué dosis son necesarias para que sea efectivo”.
Una investigación precaria
Muchos de los ámbitos de actuación de la biología están, como ya se ha mencionado, estrechamente relacionados con la actividad investigadora. Sin embargo, y a falta de circunstancias más estables, las condiciones en las que deben desarrollar su labor en España continúan perpetuando un éxodo de talento hacia otros países. “La investigación española está desde siempre financiada muy por debajo de lo que corresponde a un país de nuestra potencia económica, con solamente una aportación del 1,24% del PIB en 2018, mientras que la media de la OCDE para ese mismo año era del 2,40%. En porcentaje del PIB nos superan países como Hungría, Estonia o Malasia”, esgrime María Isabel Lorenzo.
Por otro lado, y a diferencia de lo que sucede en países como Estados Unidos, Alemania o Japón, donde la iniciativa privada supone dos tercios de la investigación, en España los sectores públicos y privados se reparten la inversión casi al 50 %, según el informe Cotec 2020, que desde 1996 analiza cada año el estado de la I+D+i en España. “Para que resulte atractiva la inversión en investigación para las empresas, tiene que existir previamente un potente sector público de investigación que sirva como vivero de profesionales y que cree necesidades y oportunidades en las que puedan participar las empresas para generar retornos. Y nuestro sector público está demasiado poco financiado para ofrecer ese atractivo”, argumenta Lorenzo.
Es precisamente este contexto el que hace que ejemplos como el de Esperanza Calvo, doctora en Biología y especialista en Botánica, no sean un caso excepcional: con 52 años, y más de 20 como investigadora en el Centro de Estudios Ambientales del Mediterráneo (CEAM), ha pasado por un rosario de empleos en los últimos siete años, y se lamenta de que “el dinero invertido en mi formación académica e investigadora, y todo el conocimiento acumulado hasta hoy sirva para que, actualmente, continúe en búsqueda activa de empleo”.
Todos los expertos consultados insisten en la necesidad de contar con un sistema de apoyo a la investigación que se encuentre a salvo de vaivenes políticos y reveses económicos, y Pérez Gil no es una excepción: “Lo que dedican del presupuesto a investigación debe considerarse como una inversión, no como un gasto. Eso sí, una inversión a medio-largo plazo, y quizá sea ese una parte del problema. Nuestros políticos no terminan de apostar por ello porque es difícil que se vean los frutos en el plazo de tiempo de una legislatura, en la que sienten que tienen que dar cuenta de sus decisiones. A diferencia de muchos de los países de nuestro entorno, nos falta tradición”.
Una percepción que comparte Margarita Villalonga, graduada en Biología por la Universidad de Valencia en 2019 y actualmente estudiante de un máster en Oceanografía. Gracias a una beca Erasmus, ella cursó el último año de carrera en la Norwegian University of Science and Technology, en Trondheim (Noruega). “Allí, la ciencia y la investigación se encuentran a otro nivel social. Una persona que quiere estudiar una carrera de ciencias para ser científico probablemente ya sabe el sueldo y el prestigio que puede llegar a obtener. Pero en España, los científicos no tienen ningún reconocimiento ni a nivel económico ni social, sino que se ven como constantes becarios intentando conseguir algo que, con suerte, les llegará a los 40 o los 50, si se han arrastrado lo suficiente”.
Además del problema crónico de financiación, y en relación con él, la vicedecana de los biólogos madrileños señala como principal problema de la investigación española en el sector público la precariedad de los recursos humanos. “Por ejemplo, la investigación en el Sistema Nacional de Salud soporta tasas de temporalidad superiores al 90% y una elevada conflictividad laboral (salarios irrisorios en comparación con los países de nuestro entorno, contratos en fraude de ley, ausencia de carrera profesional…), lo que se da también en otras instituciones como las universidades y el CSIC. Solamente ha empezado a atajarse en los últimos años”.
Fuente: https://elpais.com/economia/2020/06/17/actualidad/1592383975_600691.html