“La utopía hoy es una necesidad para salir del presente, una necesidad para revelarnos contra aquellos que nos dicen que el presente es suficiente, que los valores, el modelo el sistema son incuestionables. Las utopías se llevan mal con el poder. Porque las utopías arrancan con una disconformidad con el presente, una crítica, un análisis crítico del presente. El futuro está en nuestras manos: la utopía hoy es una necesidad para salir del presente creando escenarios posibles.” Antonio Rodríguez de las Heras (septiembre 1947-junio 2020)
Por Carlos Magro
En abril, cuando estábamos pasando el peor momento de la pandemia causada por la covid-19; cuando cada día, a media mañana, escuchábamos con incredulidad unas cifras de contagios y fallecimientos que nos parecían imposibles; cuando el único momento que teníamos para relacionarnos con otros era los minutos que duraba el aplauso de las 8 de la tarde. Durante aquellos quince días en los que prácticamente nadie pudo salir de casa y quienes salían, lo hacían jugándose su vida por la de quienes nos quedábamos en casa; en esos días en los que fuimos obligados por el virus, como dice Naomi Klein, a pensar, muchos por primera vez, en las múltiples relaciones e interdependencias, que sostienen nuestras vidas, y que permanecían ocultas bajo el manto de un mal entendido desarollo y un bienestar basado en un consumo irrespetuoso, desaforado y voraz. Aquellos días que nos vimos pensando por cuántas manos y de quiénes había pasado ese objeto que nos llegaba 24h después de haberlo deseado pero olvidado ya el motivo que nos llevó a comprarlo. Y comprendimos hasta qué punto dependemos unos de otros. Durante aquellos días en los que se mostraron en toda su crudeza las desigualdades que nuestra normalidad produce, y se hizo visible la precariedad económica, social, material y vital con la que vivimos y fuimos plenamente conscientes de nuestra vulnerabilidad y fragilidad, pero también de que esa vulnerabilidad no está homogeneámente distribuida, como no lo están la incertidumbre, el miedo o la esperanza.
En esos días, de altísima incertidumbre, inquietud y exigencia para docentes y escuelas (también para los alumnos y sus familias), tras varias semanas sin poder ir y estar en las escuelas, cuando más echábamos de menos las relaciones y los vínculos que éstas facilitan, y las dudas sobre cómo sostener la educación escolar se nos presentaban a diario, sin distinguir horarios, ni días de la semana, entonces, decidimos parar para poner en marcha un proyecto para pensar colectivamente la escuela, no con la intención de inventar otra escuela, ni pretendiendo decirle a nadie lo que tenía que hacer, sino con la humilde convicción, como dice Jorge Larrosa, de la importancia y necesidad de pensar, una y otra vez, qué es la escuela, y qué hay que hacer para defenderla. Decidimos hacerlo movilizando aquello que más nos estaba faltando a todos en aquellos momentos: la conversación, la escucha, la atención y el cuidado mútuo.
Durante estos cuatro meses hemos aprendido muchas cosas. Hemos aprendido que efectivamente no tenemos que reinventar la escuela, pero sí preguntarnos continuamente por el sentido o los sentidos de la escuela. Que la escuela tiene más sentido que nunca, pero que su sentido no viene dado, ni está ganado de antemano, sino que tenemos que dárselo nosotros. Hemos sido conscientes de lo importantes que son las escuelas en nuestras vidas y lo necesario que es que no las dejemos solas ante los retos del presente. Y hemos aprendido que la mejor manera de dar sentido a la escuela es ampliando el debate e incorporando voces en esta conversación (incorporar la voz de los alumnos es ya una urgencia). Hemos aprendido, finalmente, como dice Philippe Meirieu, que ser docente es una manera particular de estar en el mundo.
Los aprendizajes que listo a continuación, pertenecen al ciclo de reflexión sobre el sentido de la escuela. Hemos tratado de recoger las palabras (literales en muchos casos), las ideas, las frases, los comentarios y la conversación generada por todas las personas que generosamente han colaborado en esta primera parte del proyecto La escuela que viene de la Fundación Santillana. Son corales en su gestación. Recogen también la voz de muchas otras personas que han estado presentes a través de sus libros, artículos y ponencias.
Hemos tratado de recoger el proceso que ha supuesto el proyecto en una publicación que puedes descargar desde aquí. Encontrarás los artículos que han escrito Inés Dussel, Daniel Brailovsky, Claudia Costin, Leda Muñoz, Rebeca Anijovich, Alejandro Pereyras, Alejandro Uribe, Monse Poyatos, Hilda Muñoz, Ángeles Soletic, Carola Silvero, Lea Sulmont, Lucía Acurio, Yanina Fantasía, Hugo Díaz, Tamara Díaz, Paula Barros, y mis compañeros de viaje Alfredo Hernando y Alejandra Cardini.
Encontrarás, también, los tres bloques de aprendizajes, relacionados con cada uno de los ciclos que hemos tratado (el sentido de la escuela, la evaluación y la escuela digital), y un texto corto final, escrito a modo de manifiesto, escrito conjuntamente con mis compañeros de viajes en este proyecto: Alejandra Cardini, Iván Matovich y Alfredo Hernando. Cada uno de los puntos del manifiesto, pretende solamente ser una invitación a seguir conversando.
Una recopilación de todo lo que hemos hecho (mesas virtuales, Focus group, artñiculos, visuals de los encuentros,…) la puedes encontrar, además de en la publicación, aquí.
Nada hubiera sido posible, sin el equipo de trabajo que ha estado detrás. Además de Alejandra, Iván y Alfredo, Paloma Moruno, Loli García, Lucía Alvarez han sido claves en la facilitación y documentación (no dejes de ver los relatos gráficos de Lucía); Alicia Villas y Lola Delgado en la comunicación; el Torreón del Sol, en la realización de los directos, y Sal del Camino Studio en la web y la maquetación del documento. Y, por supuesto, todas las personas que han (que habéis) colaborado y participado de una u otra manera.
Por último, y aunque suene a tópico, quienes habéis experimentado la fuerza que tiene un buen equipo de trabajo sabéis que los proyectos no se juegan en el terreno de las ideas, ni en el de los recursos económicos, ni siquiera en el de las capacidades profesionales de los implicados. Donde realmente se la juegan es en el tipo de relaciones que se establecen entre las personas implicadas, y ahí, todo el mérito corresponde a Manuela Lara, Silvia Perlado, Nilda Palacios y Miguel Barrero. Espero que os guste el documento (descarga aquí).
La escuela que tiene sentido es la escuela del sentido
El sentido de la escuela es que tenga sentido para todos y todas. La escuela que tiene sentido es la que ayuda a los estudiantes a dar sentido a su vida escolar. La que ayuda a todos los estudiantes a dotar de sentido a los saberes que promueve. No la que los suprime, ni los disminuye, ni los simplifica, sino la que busca constantemente otras maneras de presentarlos. La que sabe que no se trata de responder solo a los intereses de los alumnos, pero que tampoco podemos abandonar la pretensión de interesarles. Si algo necesita la escuela es sentido. Tener y ofrecer sentido.
La escuela es un lugar de esperanza
Tuvimos que dejar de ir a la escuela para ser conscientes de las múltiples desigualdades sociales, económicas, de capital cultural, tecnológicas que atraviesan lo educativo y las dificultades vitales que experimentan muchos niños y jóvenes. Se tuvo que suspender la escuela para darnos cuenta del papel que juegan las escuelas y las maestras suspendiendo las desigualdades, los destinos prefijados y las profecías del fracaso. Para evidenciar que no todas partimos en igualdad de condiciones y para ser plenamente conscientes del papel que la escuela juega atenuando nuestras fragilidades. La COVID19 no cambiará la escuela que tenemos, pero sí nos permite soñar con la escuela que queremos.
La escuela que no deja a nadie atrás
En estos meses de pandemia, se ha reafirmado el sentido de la escuela como espacio público, democrático y de igualdad. Como un lugar guiado por la equidad y orientado hacia la justicia y la construcción de lo común. La escuela que necesitamos es aquella que se conecta con su contexto, involucra a su comunidad e imagina futuros posibles en los que todos caben. La que crea oportunidades y ofrece posibilidades. Ahora más que nunca, la escuela necesita soñar su futuro para poder acompañar el futuro de todos y cada uno de sus estudiantes. La escuela que tiene sentido es la que no deja a nadie atrás.
La computadora no es una escuela
La computadora no es la escuela, pero sin la conectividad y sin los ordenadores hubiera sido aún más difícil de lo que ha sido dar continuidad a lo escolar. Hemos aprendido lo importante que es que haya políticas sociales que garanticen el acceso a todos de dispositivos adecuados, conectividad y recursos educativos. Hemos aprendido también lo necesarias que son las competencias digitales y las pedagogías digitales para hacer un uso pedagógico de la tecnología. Lo importante y urgente que es repensar las prácticas de enseñanza y establecer un diálogo enriquecedor entre lo presencial y lo virtual, lo analógico y lo digital, lo sincrónico y lo asincrónico. No será dando la espalda a la tecnología que hallaremos el camino de la escuela que viene.
La escuela somos nosotros
La escuela es un lugar de encuentro alrededor de algo común (el conocimiento, las relaciones, los afectos). En la escuela no todo es decir o hacer, también es importante lo no dicho y lo no hecho. La escuela está llena de gestos mínimos, que muchas veces nos pasan desapercibidos pero que son fundamentales en la relación pedagógica. La escuela resulta del encuentro entre los cuerpos. En la escuela se sucede una especie de coreografía de los cuerpos. Y cuando no estamos juntos, como ha sucedido en estos meses, todo es mucho más difícil. La escuela está formada por profesores y alumnos, y donde se encuentren ahí estará la escuela.
La escuela comprometida
Hemos visto cómo, en lo peor de la crisis, han sido el compromiso, la paciencia y la capacidad de adaptación de los docentes lo que nos ha permitido afrontar la adversidad y sostener, mejor o peor, lo escolar. Hemos visto también cómo, en ese esfuerzo por mantener la escuela, el compromiso de las familias y la puesta en marcha de redes de apoyo entre docentes, la movilización de las comunidades educativas y el apoyo de redes vecinales y de otros agentes sociales también han sido determinantes. Hemos aprendido que sostener la escuela es un compromiso común y compartido.
La escuela sola no puede, todos educamos
Hemos comprendido que la escuela no es un lugar cualquiera de aprendizaje, y que los aprendizajes que en ella se producen no son iguales a los que se producen en la calle, con los amigos o con la familia. Hemos aprendido lo difícil que es escolarizar los hogares. Hemos visto que la escuela como dispositivo público es mucho más importante de lo que pensábamos, pero también, hemos comprendido, que la escuela sola no puede. Que el principal reto educativo no es realmente (o exclusivamente) educativo, sino social. Que la escuela es fundamental para darnos aire, pero que necesita urgentemente que, entre todos, le demos aire, y que necesitamos desarrollar nuevos modos de participación de las comunidades educativas en la escuela, especialmente de las familias. También, por supuesto, de otros actores. Lo escolar pertenece a la escuela, pero atender a lo escolar ya no es una tarea exclusiva de la escuela.
La escuela es más que el aprendizaje
La escuela no es solo un lugar de aprendizaje. Aprendemos en cualquier sitio, pero en la escuela no solo aprendemos. La escuela es mucho más que lo que sucede dentro de las aulas. Es más que un lugar de transmisión de conocimientos. La escuela encarna la responsabilidad de ejercer una crianza respetuosa de niños y mayores, creando un vínculo afectivo y de apego emocional entre todos los que la habitan, priorizando su bienestar y desarrollo con el objetivo último de mejorar la sociedad. Con la suspensión de la escuela, que no de la actividad escolar, desapareció el espacio de igualdad, cuidado y protección que supone la escuela para muchos niños y jóvenes. También se perdió el encuentro con los otros, con la alteridad, con lo diferente y los diferentes, con el conflicto, los roces y su gestión. Fuimos plenamente conscientes de que en la escuela aprendemos a estar juntos para hacer cosas en común.
La escuela de los vínculos y los afectos
Si algo caracteriza al aprendizaje escolar es que es una actividad esencialmente social, pública y compartida. La escuela está hecha de relaciones, vínculos y afectos. Es un lugar creado y cuidado por quienes lo habitamos. En la escuela aprendemos de otros y junto a otros. La escuela es el hogar de los aprendizajes compartidos. Es un lugar de encuentro entre generaciones que alimenta al mismo tiempo la individualidad y lo colectivo. Que nos alienta a desarrollarnos como personas y como comunidad, en lo personal y lo común, para decir yo y hacer el nosotros.
La escuela de la mirada, la escucha y el balbuceo
Si algo hemos echado de menos en estos meses son las miradas (tanto las atentas, como las perdidas) y los sonidos de la escuela. Los silencios y los gritos, los susurros, las voces, las risas y los llantos. También nos faltó la lengua de la escuela, que no es la lengua natural, ni la común, ni la que hablamos en casa o con los amigos. La escuela trabaja con la mirada y habilita otras miradas que no son las cotidianas. El aprendizaje también ocurre con la mirada. La escuela nos permite también silenciar nuestra voz para escuchar la de los otros, comenzando por la de maestras y maestros, pero no solo. Pero también escuchar(nos) de otra manera, deteniendo el tiempo, sin prisas, sin urgencia, sin esperar nada a cambio. En la escuela, finalmente, aprendemos a balbucear, a poner en la propia voz algo que uno todavía no domina. A hablar otros lenguajes. La escuela trabaja con la mirada, las voces y el habla. Y mirar, escuchar y balbucear, como pensar y aprender, son cosas que hacemos con el cuerpo y entre cuerpos.
La escuela es un tiempo y un espacio diferenciado
Hemos aprendido que la escuela es un lugar diferenciado. La escuela nos da un tiempo (intensificado, ritualizado, separado del tiempo común) y un espacio (común, compartido, especializado, diferenciado) liberados para dedicarnos a la tarea de ser estudiantes, para aprender a ocuparnos de nosotros, los otros y del mundo. También para dejar de ser hijos y hermanos, para ser, por un rato, solo estudiantes, compañeros e iguales. Un tiempo y espacio organizado en torno a actividades que provocan una conversación intergeneracional, de encuentro en torno al conocimiento. Un tiempo y un espacio en el que, en principio, cualquiera puede aprender cualquier cosa.
La escuela de lo difícil pero importante
El aprendizaje escolar no es cualquier tipo de aprendizaje. La escuela es un lugar irremplazable en el desarrollo de nuestra capacidad para comprender el mundo y poder actuar sobre él. Distribuye ciertos conocimientos para que cada generación no tenga que empezar de nuevo. La escuela es esa conversación con los que aún no han nacido, para prepararlos, para ayudarlos a vivir en este mundo. Es el espacio de lo complejo, de lo importante y relevante para nuestras sociedades. Por eso es cada día más necesario repensar colectivamente los objetivos y los sentidos de lo que se aprende en las escuelas.
La escuela de los múltiples saberes
La escuela nos pone ante el mundo. Lo escolar abre ventanas, descubre mundos y nos expone al mundo. Nos hace visible lo invisible (lo que no conocíamos), pero también lo visible (nos ayuda a ver lo conocido, pero de otra manera). No sólo nos hace conocer las cosas, también nos pone en relación y nos vincula con las cosas. Nos pone, además, en disposición de poder prestar atención compartida hacia las cosas del mundo. Pero, el problema es que no a todos (muchos se quedan fuera) y no sobre todas las cosas. A pesar de lo inabarcable que es el currículo, quedan fuera muchos saberes. Durante el confinamiento, nos hemos cuestionado la estructura y pertinencia del currículo escolar y nos hemos preguntado qué es realmente importante enseñar y aprender en la escuela, qué es lo imprescindible y lo deseable. Durante el confinamiento, hemos visto cómo cobraban protagonismo asignaturas que suelen estar menos valoradas como la música, el arte o la educación física. También hemos experimentado la utilidad de abordajes más multidisciplinares y la pertinencia de aunar saberes comunes y saberes particulares, saberes estandarizados y saberes alternativos, saberes conservadores y saberes transformadores, que nos permitan incluir a más (a todos) en la alegría del aprendizaje.
La escuela de la autonomía
Durante el confinamiento hemos visto lo importante que son la autonomía y la autogestión. Al desaparecer el espacio físico de la escuela, el tiempo pautado y reservado a lo escolar, las rutinas y casi todo lo que de directivo tiene la escuela, se hizo más difícil sostener la motivación basada en lo externo. También se puso en riesgo la posibilidad que otorga la escuela de lograr una autonomía intelectual y afectiva, tanto de los niños respecto a sus familias, como de las familias respecto a sus hijos. Hemos comprendido que la escuela no es solo un lugar disciplinario, también es un lugar de emancipación. Hemos aprendido lo importante que es desarrollar algunas habilidades transversales como la autonomía para el aprendizaje, la gestión del tiempo, reflexión crítica, la atención o el cuidado de uno mismo y de los otros.
La escuela que cierra brechas
El confinamiento ha visibilizado las múltiples desigualdades sociales, económicas, de capital cultural y tecnológicas que atraviesan y condicionan lo educativo. A la escuela llegamos con mochilas cargadas, no siempre de experiencias y objetos positivos. A pesar de las dificultades crecientes que la escuela tiene para compensar estas desigualdades, hemos comprendido mucho mejor el papel insustituible que juegan las escuelas y los maestros luchando contra la naturalización de las desigualdades y negándose a aceptar las profecías del fracaso y los destinos prefijados. Hemos aprendido, lo importante que es dar respuesta a las desigualdades de acceso y uso, para ofrecer igualdad de oportunidades.
La escuela limitada
Hemos aprendido que la escuela juega un papel determinante en la lucha frente a las desigualdades, pero también que, en muchos casos, desatiende estas desigualdades, las naturaliza o las refuerza. Hemos visto cómo aún encontramos, en muchos lugares, una escuela que pretende dar respuestas indiferenciadas ante lo diferente. Que falla a la hora reconocer que lo realmente excepcional es la igualdad. Hemos aprendido lo importante que es reconocer las diferencias, poner altas expectativas en todos y todas y asumir una responsabilidad compartida sobre el aprendizaje de cada uno de los alumnos. Lo importante que es que la escuela proponga a los estudiantes experiencias de aprendizaje con sentido. Lo importante y complejo que es encontrar el equilibrio entre el para todos y el para cada uno.
Más escuela, pero otra escuela
Pensando sobre el sentido de la escuela, hemos aprendido que la escuela tiene más sentido que nunca. Pero también que su sentido no está asegurado de antemano. Que hay que buscarlo y trabajarlo. Hemos aprendido que queremos volver a la escuela, pero no a la misma escuela, sino a una escuela comprometida con el éxito de todas y que no deja a nadie atrás. Una escuela capaz de trabajar simultáneamente lo individual y lo colectivo. Y hemos comprendido que esa escuela pasa seguramente por cambios en su organización, en la gestión de los tiempos, los espacios y los agrupamientos, en las didácticas y las metodologías, en el currículo y la manera de abordarlo, en la cultura de la evaluación, en las culturas docentes y, no menos importante, en la relación de la escuela con el exterior.
Fuente: https://carlosmagro.wordpress.com/2020/07/18/la-escuela-somos-nosotros/